Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Los Increíbles 2, de Brad Bird

 
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Dirección:Brad Bird.
Guión: Brad Bird.
Música: Michael Giacchino.
Fotografía:Mahyar Abousaeedi/Erik Smitt.
Reparto: Craig T. Nelson, Holly Hunter, Sarah Vowell, Huck Milner, Catherine Keener, Eli Fucile, Bob Odenkirk, Samuel L. Jackson, Michael Bird, Sophia Bush, Brad Bird, Phil LaMarr, Isabella Rossellini, Adam Gates, Jonathan Banks.
Duración: 118 minutos.
Productora: Pixar Animatios Studios/Walt Disney Pictures.
Nacionalidad: Estados Unidos.

 

El origen de Los Increíbles tiene mucho de autobiográfico y de dolor. Se nota que es una película desde las entrañas. Brad Bird venía de rebote tras el éxito comercial de El Gigante de Hierro, con lo que necesitaba una redención de cara a los gerifaltes de los estudios. Y lo logró con la historia que lograba combinar al mismo nivel lo mundano y lo extraordinario.

El hecho de que se trate de una película en el que lo central sea que hable de la infidelidad (un tema universal en el que todos podemos vernos identificados en mayor o menor medida) y emplee lo superheroico como herramienta para hablar de eso y no al revés hace que sea una película más honesta que muchas otras protagonizada por personajes en mayas basadas en la pirotecnia y que se olvidan de tener algo de contenido. El corazón en el centro. Y con la complejidad que pueda llega a tener la Pixar en sus mejores tiempos.

Ahora estamos en 2018. Han pasado 14 años. Tú eres distinto. El público, el contexto socio-polítcio y la oferta de la cartelera también lo es. Hasta la Pixar para la que trabajaste tiene poco que ver con la compañía de animación en la que se ha convertido a día de hoy. Aunque se mantiene el hecho de que tu cliffhanger que dejaste en el aire provocó cierta sed de una continuación para los Parr. ¿Cómo afrontar semejante proyecto?

Bird esperó pacientemente hasta dar con la historia adecuada, y Pixar respetó eso. Saben que con sus buques insignia más personales e identitarios no es la mejor idea jugársela y entregar el proyecto a una persona (aunque después de lo de James Gunn ya no sé qué pensar). Lo que ambas partes tenían claro es que se quedaron cosas en el tintero y que este es un mundo lo suficientemente rico como para seguir contando historias. Siempre y cuando tengan una pizca de verdad.

Y con ello llegamos al estreno de esta segunda parte.

Aunque la película mantiene el tono y los ideales de la primera parte, es perfectamente consciente de que su target ya no son los niños que fueron a ver Han perdido la inocencia y se han visto frustrados en sus respectivas vidas. Los que eramos dash nos hemos convertido, en gran mayoría, en el Bob gris que tan bien reflejaste en el primer acto de la primera entrega. Y, como buena secuela es buen reflejo de su tiempo, y sabe perfectamente lo expuesto.

También toma de nuestro contexto la ideología feminista dominante y lo traslada a la película. Sin embargo, ciertas ideas tradicionales de la familia van en detrimento y alcanza un equilibrio un tanto extraño entre la liberación de la mujer madre y su necesidad para la pervivencia de la vida hogareña ante un progenitor que se ve superado. No termina de mojarse ni en un sentido ni en el otro y se queda en una conveniente indeterminación. Al fin y al cabo, se trata de contentar a un gran público de todas las edades y de cualquier estrato social e ideología.

Pero la autoconsciencia respecto a su primera parte y al mundo en el que nos movemos no termina en ese aspecto. Esta película también puede ser analizada desde una perspectiva política: no fueron pocas las voces que señalaban que la primera pieza puede tener de fondo la búsqueda de una supuesta sublimación de las ideas de Ayn Rand. Sin embargo, Brad Bird, eso sí siempre ha considerado ridículas esas observaciones.

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Sería sencillo ignorarlo en la segunda película pero el director no duda en meterse en el barro: esta película incluye a cierto personaje llamado Winston Deavor que representa a un especie de empresario (como en muchos casos, con un imperio heredado) que tiene como objetivo legalizar de nuevo a los superhéroes en un ejercicio, de nuevo, de exaltación de la anteposición de los intereses individuales por encima de los colectivos. Winston Deavor y lo que quiere en esta película se podría entender como una metáfora de la liberación absoluta del mercado sin regularización alguna. Ciertamente, de nuevo, puede que sea conveniente en un país gobernado por otro personaje que parece sacado de ficción y con el que guarda ciertas semejanzas con Deavor.

Pero también es contradictoria e incluye cierto mensaje nada halagüeño ni cómodo respecto al devenir social: la facilidad de la manipulación de la opinión pública en un mundo absolutamente dependiente y sometido a una tiranía autoimpuesta de las pantallas. La advertencia que lanza este filme podrá ser más o menos certero, pero va a la contra de las otras ideas anteriormente expuestas.

Afortunadamente, creo que la película no va de eso y que esas lecturas son erróneas. Aquí se apela a lo emocional y se habla desde las entrañas más que con el raciocinio. Las omnipresentes ideologías deben ser dejadas de lado, aunque servidor le haya más espacio del que debiera en esta crítica.

Y si hablamos de sentimientos y la primera consiste en la infidelidad y la sospecha, esta sin lugar a dudas pone la lupa en los celos y lo nocivos y autodestructivos que pueden llegar a ser. De nuevo, aunque tengamos múltiples puntos de vista, el central, como sucede en la predecesora, es de la persona que se queda a cargo de la casa. Y aunque caigan en ciertos caminos más que explorados, logran hacer que parezcan nuevos.

Aunque sea la película de mayor duración del estudio de animación, es una película que goza de un ritmo perfecto para cualquier película. Eso es gracias a un guion conciso y a prueba de balas escrito por el propio Bird. Aunque sea una película más grande en todos los aspectos posibles (que metafóricamente lo concretan en el cambio de domicilio de los Parr. Buena jugada) no se olvida ni se distrae de en qué consiste la historia A su vez, de nuevo, logra que todas las subtramas tengan incluso más interés que la ya de por sí interesante trama principal.

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Es interesante estudiar, también, comparativamente, las estructuras argumentales de ambos filmes para detectar que, fundamentalmente, son la misma película en su esqueleto. Cambian los temas, los roles de los personajes, las dimensiones y el posicionamiento de los puntos de giro, pero esencialmente juega con las mismas cartas y sorpresas. Inteligentemente logran añadir el suficiente maquillaje para hacer que se sienta como una nueva película. Un gran engaño, cine en su máxima esencia. Otro movimiento conservadoramente arriesgado digno de respeto.

El montaje de la película, innegablemente, contribuye a esa perfección rítimica. Es prácticamente invisible, pero en su discreción y su falta de subrayarse a sí mismo logra posicionarse en un punto de la balanza más que adecuado para una película de estar características.

Pero no hay que olvidar que el Brad Bird realizador vuelve a mostrar músculo tras el traspiés que supuso Tomorrowland. Su precisión en la planificación, su pulso a la hora de rodar las muy imaginativas (podrían tomar de nota muchísimas películas de superhéroes a la hora de hacer cosas visualmente estimulantes con los poderes. Mucho potencial desaprovechado) escenas de acción, que, por ser de animación, no deberían ser menospreciadas. Tenemos a un director mucho más maduro que en la primera película, y eso se aprecia en el resultado final.

Todo esto se sostiene en un siempre certero Michael Giacchino que si bien recicla el leitmotiv la primera película, también es cierto que busca cierta innovación y cambio con respecto a sus composiciones anteriores. Sabe ajustarse y aportar a las imágenes y se nota el callo tras haber trabajado en incontables películas. Aplica esos conocimientos y logra crear una meticulosa banda sonora. El talento de este compositor parece inagotable.

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Es una película que, en cuanto a forma, absolutamente clasicista, no tiene ningún error. Es igual de irrompible que un diamante y que logra emplear y depurar las enseñanzas de los grandes maestros del audiovisual hollywoodiense (cuyo legado no duda en referenciar y rendir homenaje explícito o implícito en la propia película) de los grandes nombres como de la experiencia del realizador y del estudio.

Pero, al final del día, esta es una película de superhéroes también. Y sabe sacar jugo a esa condición. Sabe en qué posición de la liga en la que juega y, con ello, logra marcar incontables goles por la escuadra. De nuevo, no son pocos los homenajes que plantea esta película al resto de compañeros de profesión de los Parr. De nuevo, estos homenajes son sutiles y no es una película cuya base sea el bombardeo de referencias constantes. Su target es mucho más amplío Pero, desde luego, no se olvida del legado de personajes con casi cien años de historias ininterrumpidas sin las cuales, esta película no habría existido jamás. O sería una cosa completamente diferente.

Otro de los aciertos, que va encaminado a eso y que es una muestra de la mencionada madurez de Bird es no lanzar todo el rato caramelos a los fans de la primera película. Es una secuela que hacen todo lo que deben hacer todas las secuelas: ampliar la perspectiva de ese universo creado a la vez que haces que los personajes avancen en mayor o menor medida. En lugar de hacer una copia exacta de lo que funcionó en la primera. Hay elementos que tienen el mismo aroma, pero que cuando te los llevas a la boca te das cuenta de que el sabor es distinto. Los Increíbles 2 tiene su propia magia, aunque no olvida que viene de una gran primera incursión en el cine de estos personajes.

Los Increíbles 2 es todo lo que promete. Es una película que arriesga pero sin romper lo que no funciona. Un ejemplo de cómo lo más íntimo y personal puede tener en un producto pirotécnico enmarcado en una jugada corporativista. Una lección de la solidez de un estudio maduro que sabe lo que el público quiere. Un paso en la buena dirección de la búsqueda de productos férreos y complejos de la mejor Pixar. Pero, por encima de todo, es la satisfacción del niño que quedó fascinado ante las proezas sobrehumanas de los Parr.



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