Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Blackwood, de Rodrigo Cortés
Dirección: Rodrigo Cortés.
Guión: Mike Goldbach, Chris Sparling.
Música: Victor Reyes.
Fotografía: Jarin Blaschke.
Reparto: AnnaSophia Robb, Uma Thurman, Isabelle Fuhrman, Noah Silver, Rosie Day, Kirsty Mitchell, Taylor Russell, Victoria Moroles, Jim Sturgeon, Rebecca Front, David Elliot.
Duración: 96 minutos.
Productora: Fickle Fish Films, Nostromo Pictures, Temple Hill Entertainment, Lionsgate.
Nacionalidad: Estados Unidos-España.
“Amad el arte, entre todas las mentiras es la menos mentirosa.” Gustave Flaubert
Reconozco que el hecho que me impulsó para ver Blackwood, y su posterior reseña en esta sección, fue que el encargado de ponerse detrás de las cámaras no era otro que Rodrigo Cortés. A pesar de su breve filmografía, el cineasta nacido en Pazos Hermos se había consagrado como uno de los valores estatales con más talento en el mundo del séptimo arte. Su ópera prima, Concursante, estrenada en el año 2007, nos presentó a un director vigoroso que, además, había sido responsable del extraordinario guion sobre el que se sostenía la trama. Tres años después llegaría, con Ryan Reynolds (Deadpool 2) de protagonista absoluto, Buried (Enterrado), cinta ganadora de tres premios Goya que entusiasmó a la crítica y que se convirtió en un título de culto instantáneo. Cortés tenía por entonces 37 años y un brillante futuro por delante.
Cillian Murphy, Sigourney Weaver, Robert De Niro, Elizabeth Olsen, Toby Jones, Joely Richardson y, el argentino, Leonardo Sbaraglia (que repetía con Cortés tras Concursante) formaron el plantel de campanillas que dispuso el realizador criado en Salamanca para Luces rojas, su tercer largometraje. La película, con ecos del mejor Shyamalan, era la primera aproximación del realizador al terreno paranormal en forma de thriller y pasó más desapercibida de lo merecido. El juguetón guion volvía a ser obra de un Cortés que demostraba, una vez más, que nos encontrábamos ante uno de los artistas a seguir en años posteriores. Sin embargo, han tenido que pasar seis largos años para que en la gran pantalla se volviese a proyectar una película del autor de Dormir es de patos.
Down a Dark Hall es el título original (en España se escogió Blackwood) de la cinta que adapta la obra homónima de Lois Duncan. Publicado en los años 70, el relato, leído con ojos de hoy en día, tiene un tono infantil del que el filme prescinde. Y es que, uno de los mayores aciertos de Blackwood, es la atmósfera conseguida. El uso del sonido y la oscurísima (y controvertida) fotografía del californiano Jarin Blaschke (La bruja), ayudan a generar una inquietud desde el momento en que la joven Kit llega al internado. De esta forma, podemos afirmar que en los aspectos técnicos es donde Blackwood, gana más enteros. La banda sonora compuesta por el salmantino Victor Reyes (colaborador habitual de Rodrigo Cortés), encaja como un guante y ayuda a que tengamos esa sensación de desasosiego. La canción Black Ballons del grupo The Kills funciona a las mil maravillas como tema principal de la cinta.
Antes de seguir avanzando con el análisis, trataremos de explicar, sin destripar nada, el argumento de la película. Kit, el personaje principal, es una chica rebelde y malhablada de 17 años quien, tras perder a su padre siendo una niña, no ha conseguido adaptarse al mundo que le rodea. Acusada de incendiar su centro de estudios, es invitada a formar parte en un programa experimental de enseñanza en el internado Blackwood. Allí, junto a otras cuatro alumnas, comenzarán a recibir clases en diferentes artes (literatura, matemáticas, música y pintura). A la vez que desarrollan sus diferentes capacidades (unos talentos que hasta entonces no habían brotado), una extraña presencia parece estar acechando entre las sombras…
Lamentablemente, a pesar de lo atractivo de su punto de partida y su, ya comentado, notable apartado artístico, el flojo guion lastra, por completo, el conjunto de la obra. El libreto, obra de Mike Goldbach y Chris Sparling (Buried), resulta previsible y, hacia mitad del metraje, habremos resuelto el misterio sobre el que se sustenta la trama sin mucha dificultad. Además, la reiteración de las presencias fantasmales y/o humanas amenazando a las estudiantes resulta repetitivo hasta la saciedad. Salvo los dos o tres sustos de rigor, cierto que no toman excesivos clichés de otros productos del mismo género, pero la sensación que nos queda es la de una película que va de más a menos, con un final rimbombante que, lejos de ser necesario, puede llegar a rozar lo ridículo.
La sorpresa agradable de Blackwood llega de la mano de su joven reparto. La cuasi desconocida AnnaSophia Robb (una mezcla entre Dakota Fanning y Elizabeth Olsen), carga sobre sus hombros el peso del protagonismo principal y construye un rol sufridor y creíble. La texana Victoria Moroles, dando vida a Verónica, una dura adolescente con pasado complicado es la otra gran revelación. Por otra parte, tanto Isabelle Fuhrman (a quien recordábamos por su siniestro papel en La huérfana) como Izzy, Rosie Day como Sierra y Taylor Russell en la piel de Ashley, cumplen correctamente con papeles menos relevantes. Dentro de los adultos, destaca por encima de todos Uma Thurman interpretando a Madame Duret, enigmática directora de Blackwood. Con una larga e interesante filmografía a sus espaldas, lo cierto es que desde que protagonizara los dos volúmenes de Kill Bill en 2003 y 2004, la carrera de “La novia” ha ido cuesta abajo y sin frenos. Desgraciadamente, su Madame Duret no quedara para el recuerdo e intuímos que no será esta la cinta con la que vuelva a tomar impulso. En un plantel fundamentalmente femenino, el actor que tiene cierto peso en la trama es Noah Silver (Tyrant) como Jules, hijo de Madame Duret. Como no podía ser de otra forma, Noah y Kit tendrán un amago de romance poco creíble debido a la falta de química entre ambos caracteres. La mansión, en la que se desarrollan los acontecimientos, funciona como un personaje más pese a que la construcción que vemos por fuera es enteramente digital. El rodaje tuvo lugar en Canarias y Cataluña. Recordemos que Blackwood es una coproducción estadounidense y española.
Apadrinada por la autora de la saga Crepúsculo, Stephenie Meyer, Blackwood es un filme cuyo subtexto habla sobre el dolor y el sacrificio que está íntimamente ligado con el proceso creativo. Utilizando el cine de Roman Polanski como referente a la hora de filmar, Cortés realiza un trabajo notable, una vez más, haciendo su particular homenaje al ARTE, con mayúsculas. Aunque la esencia sea noble, la falta de profundidad en personajes capitales (como Madame Duret) y los derroteros que toma la trama alejan a Blackwood de un resultado final satisfactorio. Además, el poco desarrollo en los personajes secundarios hace que tengamos nula empatía con ellos y, en el caso de la ama de llaves Mrs Olonsky (Rebecca Front), nos preguntamos que necesidad había de convertirla en un híbrido de Steven Seagal y Chuck Norris. En definitiva, la realidad no estuvo a la altura de las expectativas y Blackwood desaparecerá de nuestro recuerdo tan pronto acabe el verano. Sin embargo, el talento de Rodrigo Cortés invita al optimismo para próximos proyectos. Tan sólo esperamos que elija sabiamente.
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