Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica Doble de Predator, de Shane Black
Dirección: Shane Black.
Guión: Shane Black, Fred Dekker.
Música: Henry Jackman.
Fotografía: Larry Fong.
Reparto: Olivia Munn, Boyd Holbrook, Trevante Rhodes, Sterling K. Brown, Jacob Tremblay, Jake Busey, Yvonne Strahovski, Thomas Jane, Keegan-Michael Key, Kyle Strauts, Alfie Allen, Niall Matter, Paul Lazenby, Crystal Mudry, Devielle Johnson, Augusto Aguilera, Andrew Jenkins, Dean Redman, Rhys Williams, Steve Wilder.
Duración: 101 minutos.
Productora: 20th Century Fox, Davis Entertainment, TSG Entertainment, Canada Film Capital, Dark Castle Entertainment.
Nacionalidad: Estados Unidos.
Cuatro años de espera han llegado a su fin con el estreno de Predator, cuarta entrega, en solitario, de la saga del mismo nombre esta vez a manos del guionista, director y actor Shane Black. Con la ayuda al guión del tristemente olvidado Fred Dekker, basándose en personajes creados por los hermanos Jim y John Thomas, y un reparto formado por muchas caras conocidas del Hollywood reciente como Boyd Holbrook (Logan), Olivia Munn (X-Men: Apocalipsis), Trevante Rhodes (Moonlight), Jacob Tremblay (Wonder), Keegan-Michael Key (Tomorrowland), Sterling K. Brown (American Crime Story), Thomas Jane (El Castigador) o Alfie Allen (Juego de Tronos) The Predator llegó a pantallas de todo el mundo con una pobre recaudación y el rechazo casi generalizada de la prensa especializada poniendo en peligro la posibilidad de una secuela que mantenga viva la célebre franquicia nacida en 1987. Sergio Fernández Atienza y Juan Luis Daza Martínez hicieron oídos sordos a crítica y público y como fans de los cazadores más letales de la galaxia no faltaron a la cita pudiendo degustar el film de Shane Black pocos días después de su estreno. El problema es que uno de ellos salío bastante satisfecho de la experiencia y el otro con ganas de arrancar de cuajo alguna que otra espina dorsal. Por ello hemos proporcionado este espacio para que ambos ofrezcan sus opiniones sobre la última visita que los yautjas han realizado a nuestro planeta para ampliar su, ya extensa, galería de trofeos.
En 1987, John McTiernan se presentó en sociedad dirigiendo Depredador. La cinta, que en el momento de su estreno no tuvo el respaldo de la crítica, con el tiempo se fue convirtiendo en un clásico de culto. Depredador comenzaba siendo una típica película de los años 80, en la cual primaba el componente bélico. Sin embargo, gracias a la aparición del icónico extraterrestre, acabó metamorfoseándose en una trama de supervivencia con toques de ciencia ficción, terror y aventura. El filme supuso no sólo el empuje definitivo a la carrera de McTiernan (que al año siguiente refrendaría con La Jungla de Cristal), sino la consolidación de Arnold Schwarzenegger como héroe de acción por excelencia. En su, entonces, no muy extensa filmografía, el actor austriaco ya había dado vida a personajes como Conan o Terminator. En esta ocasión, Arnie se mete en la piel de Dutch Schafer, jefe de una unidad de rescate rebosante de testosterona que pasarán las de Caín al encontrarse con la criatura procedente del espacio exterior. A destacar el último tercio de película en el que disfrutaremos con la danza entre presa y cazador. Todo ello unido a la genial atmósfera conseguida en medio de la jungla de Palenque y la contundente partitura de Alan Silvestri.
A partir de entonces y hasta la llegada de la entrega que motiva esta reseña, esta especie había vuelto a tener dos secuelas y participado por partida doble en el crossover Alien vs Predator. Situaciones variadas, tonos diferentes, pero todas con un denominador común: su escasa calidad cinematográfica. Depredador 2 llegó tan solo tres años después de la entrega original y estaba ambientada en una ciudad de Los Angeles medio futurista. Danny Glover heredaba el rol protagonista de Schwarzenegger y acababa derrotando al letal cazador intergaláctico. Humanos 2 – Depredadores 0. Dirigida por, el olvidable, Stephen Hopkins, la cinta se quedó a eones de su predecesora. Pero si con la segunda parte torcimos el morro, con Predators, realizada por Nimrod Antal y apadrinada por Robert Rodriguez, nuestro nivel de ruborización hizo saltar todas las alarmas. De entrada, poner a Adrien Brody como héroe de acción sitúa a su elección entre las más fallidas en el mundo del séptimo arte. Siguiendo el rebufo de la serie Perdidos, Predators arrancaba con un grupo de desconocidos en un extraño entorno. No tardaríamos mucho en descubrir que el escenario era otro planeta y que la cinta no iba a revitalizar una saga que parecía herida de muerte.
Tras una travesía de ocho años por el desierto, 20th Century Fox decidió darle una nueva oportunidad a la saga. El elegido para ponerse detrás de las cámaras, Shane Black, era un viejo conocido en la franquicia. Black había participado como actor en la entrega de McTiernan interpretando a Hawkins, un miembro del comando de operaciones especiales que sólo abría la boca para contar chistes verdes y era el primero del grupo en caer por culpa del Yautja. Pero Black había sido contratado por su reciente escritura del guion de Arma Letal, un éxito que junto a otros como El último Boy Scout le convertirían en el guionista mejor pagado de Hollywood a comienzos de la década de los 90. Sin embargo, su debut en la dirección no tuvo lugar hasta el año 2005 con Kiss Kiss Bang Bang, recomendabilísimo thriller con toques de comedia que supuso el relanzamiento de la carrera de Robert Downey Jr. tras un periodo oscuro de coqueteo con sustancias poco recomendables. Desde entonces Black, especializado en las denominadas “Buddy Movies”, había realizado un par de películas más: la controvertida Iron Man 3 (nuevamente con Downey Jr.) y Dos buenos tipos.
No sólo eso, sino que el guion también es obra de Black que trabajó mano a mano con Fred Dekker. Ambos, amigos desde la universidad, ya habían colaborado hacía treinta años en el libreto de Una pandilla alucinante. Pues bien, para los más familiarizados con el cine de Black, tenemos que afirmar que, en Predator, está totalmente desatado. Se buscaba dar una vuelta de tuerca a una franquicia moribunda y amén que lo han conseguido. Lo primero que llama la atención de esta secuela es su desbordante humor. Si bien es cierto que nos encontraremos con secuencias descacharrantes (ese Thomas Jane con síndrome de Tourette…) o diálogos chispeantes (comparar al Depredador con Whoopi Goldberg…), el índice de comedia es tal que, por momentos, roza la autoparodia y puede llegar a saturar al personal. Por supuesto, tendremos guiños a las entregas anteriores aunque verbalmente sólo se tomarán como referencia las dos primeras partes. Por ejemplo, el personaje de Casey, interpretada por Olivia Munn, al tener su primer contacto con la criatura le soltará un “eres toda un preciosidad, cabrón” que contrasta con el famoso “qué feo eres cabrón”.
La acción, en otro claro homenaje a la película primigenia, arranca en la jungla de México. Black no entiende de sutilezas y ya muestra a un Depredador desde bien pronto. Este primer enfrentamiento es toda una declaración de intenciones puesto que, si el humor es una de las señas de identidad de esta nueva entrega, no lo es menos el gore y la casquería. A lo largo de la hora y media larga de metraje disfrutaremos de todo tipo de mutilaciones y desmembramientos que dejarán a los antiguos desollamientos (que por supuesto también serán homenajeadas) a la altura del betún. Este toque desenfadado y macarra funciona bastante bien y sólo echaremos de menos que, en varios combates cuerpo a cuerpo, la cámara vaya demasiado rápido y nos perdamos ciertos detalles. ¡Cuánto daño ha hecho John Wick! No obstante, la mayor parte del metraje transcurrirá en suelo estadounidense. Aunque como veremos más tarde, el enfrentamiento final tendrá lugar en un bosque. Y es que, nuestro querido visitante disfruta de la caza rodeado de árboles y ríos. El arsenal marca de la casa propio del conjunto de la franquicia (veremos armas que sólo salían en los Spin-Off que co-protagonizaban con los xenomorfos) hará las delicias de los fans más acérrimos.
En el reparto destacan unos cuantos rostros relacionados con la pequeña pantalla. Boyd Holbrook, el agente Murphy en Narcos, tiene la mayor cuota de protagonismo interpretando a Quinn McKeena, un Ranger francotirador que disfruta matando. Yvonne Strahovski, la odiada Serena Waterford en The Handmaid’s Tale, es la mujer de McKeena, Emily. Mientras que Alfie Allen, todo un Theon Greyoy en Juego de Tronos, se mete en la piel de Lynch. Tanto McKeena como Lynch forman parte de un grupo de soldados parias que por un motivo u otro han acabado encerrados en el mismo autobús. Trevante Rhodes (Moonlight), Keegan-Michael Key, Augusto Aguilera y el citado Thomas Jane son el resto del equipo. Aunque viendo la película, uno duda si estos personajes eran soldados o realmente son cómicos disfrazados. El espíritu del conjunto de las “Buddy Movies” escritas por Black vuelve a estar presente, con la diferencia de que en vez de ser una pareja de colegas, en esta ocasión son seis (más una) quienes lo conforman. Del resto del plantel no podemos olvidarnos de, la ya comentada, Olivia Munn (X-Men: Apocalipsis) que se destapa con un rol algo más protagonista de lo que para ella es habitual y, por supuesto, Jacob Tremblay. El joven actor de 11 años que nos robó el corazón en La Habitación hace una interpretación meritoria de un niño con autismo llamado Rory. Por otra parte, Jake Busey interpreta al hijo del personaje a quien dio vida su padre (Gary Busey) en Depredador 2. Bonita forma de cerrar un círculo.
Precisamente, dicha enfermedad se presenta como un punto clave en la película. A la hora de refrescar un producto con claros achaques de desgaste, como ya hicieran en Jurassic World, se opta por introducir un Depredador más temible alterado genéticamente. La justificación de tal tropelía resulta sonrojante (por lo innecesario) y la presa final no será otra que Rory puesto que presentan el autismo como el próximo paso en la escala evolutiva. Así pues, es mejor pasar por la trama de puntillas puesto que el conjunto de la historia se puede coger con pinzas. Como comentábamos anteriormente, el acto final se desarrollará en un frondoso bosque donde a nuestro villano favorito no le faltarán víctimas para disfrute del personal. Como si de una partida de Mortal Kombat se tratara, cada muerte será un “fatality” diferente y ningún cuerpo quedará intacto. Lástima de lo precipitado de esta parte y de lo alejado de la entrega original. La tensión y el terror brillan por su ausencia pese a ser una película de calificación R, consecuencia de la carnaza y palabras mal sonantes. La entrega, que deja un final abierto para una posible continuación, juega a ser una película de serie B pero de gran presupuesto (88 millones de dólares). Da la sensación de que, a poco que se hubiese buscado el equilibrio en el tono, la experiencia habría sido más gratificante.
En definitiva, Predator es una película que unos odiarán y otros disfrutarán enormemente. Personalmente, la cinta escrita y dirigida por Shane Black me parece entretenidísima y algunos de los gags me resultaron fabulosos (como ese unicornio hecho con albal). Sin embargo, el abuso del humor en cada diálogo hace que resulte, en ocasiones, cargante. Si vemos el vaso medio vacío, recordaremos la sutileza y la sobriedad de Depredador y echaremos de menos esa atmósfera magistral en la jungla centroamericana creada por McTiernan. La banda sonora de Henry Jackman, pese a recuperar el tema principal de Silvestri, carece de la potencia de aquél. Si vemos el vaso medio lleno, recordaremos a Brody con el torso desnudo corriendo por un planeta desconocido. Predator no es una digna heredera de la película interpretada por Arnold Schwarzenegger pero, aunque eso no sea decir mucho, si puedo afirmar que es la secuela con la que más he disfrutado.
Desde que su primera película debutara en 1987 con un rotundo éxito de taquilla y aspiraciones de convertirse en una obra de culto dentro del cine de acción y ciencia ficción contemporáneo la saga Predator ha extendido su microcosmos por medio de secuelas, croossovers, cómics, videojuegos y todo tipo de figuras de coleccionismo. Centrándonos sólamente en su faceta cinematográfica tras el film primigenio escrito por los hermanos Jim y John Thomas, dirigido por John McTiernan y protagonizado por Arnold Schwazenegger llegó tres años después una dignísima secuela con Stephen Hopkins detrás de las cámaras y Danny Glover encabezando un memorable reparto de secundarios entre los que reconocíamos a Bill Paxton, Rubén Blades, Gary Busey o María Conchita Alonso entre otros. La trama abandonaba ya la jungla centroamericana y tomaba como localización una ciudad de Los Ángeles convertida en un hervidero de violencia entre policías y pandilleros.
La pasada década, cuando habían transcurrido catorce años de la última aventura de los cazadores intergalácticos, el director británico Paul W. Anderson fue contratado por 20th Century Fox para resucitar la franquicia, junto a la de Alien, dirigiendo una adaptación muy libre de los cómics Alien vs. Predator publicados por la editorial independiente Dark Horse. El resultado, mediocre, tuvo el suficiente éxito como para dar lugar a una secuela, Alien vs: Predator: Requiem, cuyo engañoso trailer vendía una interesante película de acción y ciencia ficción cafre que no era tal. Ya en 2010 el cineasta Robert Rodríguez, en su faceta de productor, se encargó de retomar las correrías en solitario de los Predators con la película homónima, un film tan entretenido como intrascendente que tampoco consiguió insuflar nueva vida a la creación cinematográfica ideada en su origen por los hermanos Jim y John Thomas a pesar de contar con bastantes medios y un reparto con Adrien Brody, Danny Trejo y Laurence Fishburne.
Ya en 2014 un Shane Black recién salido de su exitosa y controvertida aventura en Marvel Studios con la polémica Iron Man 3 fue asignado para dirigir un nuevo intento por relanzar la saga y para ello contó con la colaboración en el guión de su viejo amigo Fred Dekker, con el que colaboró en la entrañable Una Pandilla Alucinante (Monster Squad) allá por los lejanos 80. Sin contar la tercera entrega protagonizada por el alter ego superheróico de Tony Stark Black venía de rodar dos cintas muy bien recibidas, al menos por parte de la prensa especializada y el fandom, como Kiss Kiss Bang Bang y Dos Buenos Tipos (The Nice Guys) parodiando con ellas el subgérno buddy movie que le dio fama como guionista con piezas como Arma Letal o El Último Boy Scout y al que ya sacó punto con la infravalorada y reivindicable El Último Gran Héroe (Last Action Hero). Además Black ya era un viejo conocido de la franquicia, interpretó a Hawkins en el largometraje de 1987 y estuvo a punto de colaborar en su escritura.
Por este y otros motivos los fans esperábamos mucho de The Predator, pero por desgracia lo que nos han ofrecido es un desastre mayúsculo. Hace unos meses se hizo público que la 20th Century Fox mandó rodar numerosos reshoots para “mejorar el film” y conociendo los habituales encontronazos de Shane Black con la industria aquello no transmitía buenas sensaciones. Una vez estrenada internacionalmente, acompañada de alguna que otra polémica, todos los malos augurios que podían habernos pasado por la cabeza se materializan uno a uno a lo largo de los 102 minutos de metraje que dura la película. En el resto de la entrada nos adentraremos en los incontables fallos que convierten Predator en un fracaso casi total y trataremos de dilucidar por qué los responsables del proyecto han dado como bueno semejante disparate sin pies ni cabeza cuya única misión parece ser querer hundir la saga en la inmundicia de manera intencionada.
Después de un arranque prometedor, aunque ya con alguna estridencia fuera de lugar, The Predator se convierte en una “película frankenstein” sin una intención clara con respecto a lo que quiere ser. Un guión eludiendo todo tipo de evolución narrativa, un montaje calamitoso en el que se dejan notar los cortes mal ejecutados y los reshoots peor insertados (atentos el continuo aparecer y desaparecer de la peluca de Boyd Holbrook) personajes antojándose parodias de los que tan divertidamente suele escribir Shane Black y un quebradizo desequilibrio entre humor y acción hunden irremisiblemente la última entrega de la saga “yautja”. El desastre se materializa bien pronto en pantalla cuando en los primeros compases de la obra la arbitrariedad, la inconsistencia argumental y los disparates dispuestos en fila india invaden la proyección dejando en el espectador la impresión de que, o bien la productora intercedió de manera abrupta en el trabajo del director y su co guionista, o estos no tenían en ningún momento las aptitudes adecuadas para realizar una buena entrega de la franquicia.
Hay una película de la saga Predator debajo de la película homónima y también una de Shane Black con todo su sentido de la parodia hacia un género conocido por él tras años escribiéndolo y dirigiéndolo. Encontramos apuntes de la violencia explícita y el salvajismo gore adscrito a la franquicia intentando amalgamar en las secuencias más dinámicas un tono de thriller y ciencia ficción . También hay una intencionalidad paródica inyectada en la trama por el grupo de personajes formado por soldados trastornados mentalmente identificable con la impronta habitual del guionista y director detrás del proyecto. Pero todo lo planteado está expuesto de manera incongruente, tosca, sin un sentido lógico de la secuencialidad, como si alguien desde las sombras quisiera sabotear todo el planteamiento inicial sin que las distintas vertientes genéricas que habitan en Predator puedan convivir armónicamente y por el contrario se encuentren continuamente chocando la una contra la otra.
La acción y la ciencia ficción (los apuntes de terror de los dos primeros films de la saga brillan por su ausencia) no cubren los mínimos exigibles por culpa de un desaprovechamiento casi total de las criaturas diseñadas por el mítico y añorado Stan Winston. No hay casi ningún tipo de interés por seguir indagando en el microcosmos, el ritualismo y la parafernalia relacionada con los predators, aquí la única idea es que los dos alienígenas presentes en el film (después de haber visitado el planeta del que proceden con decenas de ellos en pantalla durante Predators esta pareja sabe a muy poco) protagonicen contadas secuencias donde podamos ver muestras de su brutalidad y poco más. Para colmo el mayor aliciente con respecto a esta vertiente de la obra, el “Ultimate Predator”, ha sido diseñado con unos CGI muy cuestionables menoscabando alarmantemente su presencia en el metraje. Porque por muy bestial que Shane Black quiera mostrárnoslo su pobre trazo en ningún momento nos hace olvidar su endeble y paupérrima naturaleza digital.
En lo referente al humor el resultado no es mucho más exitoso al venirnos dos preocupantes ideas a la cabeza a la hora de analizar la faceta “gamberra” de Predator. Podría ser que la intención de Shane Black y Fred Dekker fuera rodar una parodia de la franquicia, una Starship Troopers buscando hacer escarnio con los preceptos establecidos por las anteriores tres entregas, en ocasiones llegando a conseguirlo, y 20th Century Fox respondiera con una negativa y ordenando realizar cambios a lo largo y ancho de todo el proyecto por medio de los consabidos reshoots. Pero también es cierto que los personajes cómicos introducidos en la trama, básicamente todos, se antojan malas copias de los previamente vistos en films como Kiss Kiss Bang Bang o Dos Buenos Tipos, sin apenas gracia y apelando a una comicidad infantil y escatológica sólo efectiva en muy contadas ocasiones. Con respecto al machismo vergonzante con el que está abordado, ya desde la escritura, un rol como el de Olivia Munn otro día podríamos dedicarle una entrada tan o más extensa que la presente.
El éxito de Predator hubiera supuesto muchas cosas buenas tanto para sus precursores como para los fans de la saga. Podría haber revitalizado la carrera de un tipo talentoso como Fred Dekker que después de rodar piezas entrañables como El Terror Llama a Su Puerta (Night of the Creeps) o la ya citada Una Pandilla Alucinante (Monster Squad) hundió su carrera al aceptar en aquel caramelo envenenado llamado Robocop 3. Habría reconciliado a Shane Black con el fandom, en gran parte molesto por su visión del Mandarín en Iron Man 3, pero ahora ha conseguido enfadar a los seguidores de dos universos ficcionales a la vez, todo un mérito por su parte. Habría supuesto la resurrección perfecta para un microcosmos extenso, rico y en muchos sentidos todavía fértil para acercarlo a las nuevas generaciones. Por desgracia el resultado ha sido un despropósito con un par de secuencias de acción y humor aisladas funcionales rodeadas por poco más de hora y media de disparates en fondo y forma que, lamentablemente, mantendrán alejados durante otros cuantos años a estos depredadores de nuestra órbita cinematográfica.
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