Javier Vázquez Delgado recomienda: Atom: The Beginning #7
Edición original: Atom: The Beginning VOL.7 (アトム ザ・ビギニング), Shogakukan 2017.
Edición nacional/ España: Milky Way Ediciones 2018.
Guión: Masami Yūki y Macoto Tezka (supervisión).
Dibujo: Tetsuro Kasahara.
Traducción: Marc Bernabé.
Formato: Tomo manga rústica con sobrecubierta (13×18), 196 páginas.
Precio: 8,50€.
Este mes se cumplen 90 años del nacimiento de Osamu Tezuka, el autor que revolucionó para siempre el mundo del manga con su obra. Y la primera de esas obras que sirvió para romper moldes y fronteras fue Astroboy, la historia de un pequeño androide con poderes y habilidades superiores que llegaba a desarrollar la capacidad de experimentar las emociones humanas. Más de medio siglo después de la llegada de Atom, como se le conoce en Japón, nos llegaba una nueva historia que sirve a modo de precuela o reimaginación del mundo, los personajes y las temáticas que Tezuka creó en Astroboy. Atom: The Beginning ha llegado ya al volumen 7 en nuestro país, a solo uno de alcanzar el ritmo de publicación japonesa, y lo hace más en forma que nunca, con un tomo que consigue aunar la parte más metafísica del manga con el divertimento de la acción pura, en un tomo con dos actos bien diferenciados que siguen dando un paso detrás de otro en el desarrollo de una historia más interesante que nunca.
El tomo 6 de Atom: The Beginning suponía un soplo de aire fresco para una obra que, pese a resultar interesante a rabiar, coqueteaba demasiado con los capítulos plagados de diálogos y cuestiones morales. Al fin y al cabo estamos ante un manga de mechas, y aunque las cuestiones metafísicas son un elemento capital en el desarrollo de la historia y personajes, la necesidad de acción es igualmente palpable. El sexto volumen se convertía así en el tomo más shônen hasta el momento, concentrando personajes y acciones en un mismo y único lugar durante todos los capítulos que albergaban sus páginas. Nos encontrábamos de esta manera con los protagonistas, Ochanomizu, Tenma y compañía, probando las capacidades de Yuran, la pequeña robot que supone la gran esperanza de éxito para el Laboratorio 7 de la Universidad de Nerima, en la World Robot Battling, una competición entre robots a nivel internacional que se celebra en Australia. La versión más avanzada de la serie A100 creada por Tenma y Ochanomizu demostró una superioridad más que patente ante sus rivales, pero el desarrollo cada vez mayor de su conciencia y sentimientos, a través del complejo Sistema Bewusstsein que rige su IA, provocaba que la pequeña Yuran se descontrolase por completo, obligando a detener la competición y a que las creaciones de la Dra. Roro, Mars y los Balt, actuasen para detener la destrucción.
El séptimo volumen arranca justo ahí, con Yuran y Mars enfrentándose sin aparentes limitaciones en un escenario destruido, con los restos de los demás participantes de la World Robot Battling decorando un paisaje apocalíptico. Yuran es una creación con una IA más avanzada, y características técnicas y tecnológicas superiores a Mars. Pero esa IA supone al mismo tiempo su talón de Aquiles. Al otorgarle el Bewusstsein una mayor libertad de pensamiento y una capacidad de autoconsciencia de ella misma y sus habilidades, Yuran se vuelve prepotente, viéndose superior a su rival, por lo que se confía. Ello es utilizado por Mars para atacarla y reducirla, incluso motivarla con el objetivo de dejarla inutilizada, mientras Ochanomizu y Roro, que no es otro sino que Moriya, su archirrival universitario, disfrazado, se enzarzan en una discusión acerca de la peligrosidad del uso de la consciencia del Sistema Bewusstsein.
Roro básicamente explica que el aprendizaje se basa en el desarrollo y aumento de unas percepciones siguiendo unos patrones de entendimiento ya dados, algo que el Bewusstsein elimina por completo al dar libertad a los robots de reescribir su propio código y rutinas en base a sus vivencias y una escala de valores que, aunque les viene dada, es mutable y moldeable a lo largo del tiempo. Esos valores, como explica Roro, mal entendidos o llevados al extremo pueden acabar convirtiéndose en idealismo, y que el robot se convierta en una máquina imparable con tal de llevar a cabo aquello que le parece bien. Por ello, ordena a Mars que destruya a Yuran, solo para ver como Six entra en escena, reparado conjuntamente por Ran y Motoko. Un Six más desatado que nunca al ver como Mars ha dejado casi inservible a su hermana pequeña, pero aun intentando el diálogo.
Mars y Six se envuelven entonces en una discusión filosófica acerca de los sentimientos y las emociones humanas, relacionando esas reescrituras de código que su IA considera bugs por ser algo desconocido, con las emociones humanas. Se habla en ese momento de “el cuarto de Mary” un experimento mental en el que se cuestiona sobre la posibilidad que tiene una persona de entender o saber que algo existe pese a que nunca haya sido capaz de verlo o sentirlo. Ambos robots llegan a la conclusión de que esos bugs que surgen en sus IA podrían ser una suerte de sentimientos humanos, que en ellos no requieren de la segregación de sustancias químicas para generarse. Y que la unión de muchos de estos sentimientos estaría dando lugar a su propio corazón robótico, haciendo único a cada uno de ellos. Pero sin embargo, mientras que para Six eso es algo bueno y una muestra de su evolución, para Mars solo es un impedimento a la hora de seguir sus órdenes de programación, su razón de ser. Ambos se vuelcan en una pelea a muerte en ese instante, en la que la propia Yuran, malherida, intercede a favor de su hermano, quedando aun más dañada. Esto enfurece a Six, que se ciega por esos sentimientos y confirma la teoría de Mars: dejándose llevar por las emociones, Six es incapaz de seguir incluso sus rutinas más básicas, desaprovechando todo su potencial. Pero aun así, Six saca fuerzas de flaqueza y logra igualar una contienda que solo concluye con la intervención del Conde Bremner, que se lleva a las dos creaciones del Laboratorio 7 a un lugar seguro.
La historia se corta en ese momento y con un flashforward avanzamos unos días, con los protagonistas ya a salvo en Japón después de la suspensión de la competición de robots, siendo su accidentada existencia ocultada por los altos dirigentes acusando a una mancha solar de crear interferencias en las máquinas. Bremner vuelve a enviar a Six y Yuran reparados al Laboratorio 7, donde Ochanomizu descubre que la propia Yuran ha capado sus características y potencia por miedo a volver a hacer daño o que se lo hagan. Por su parte Six comienza a hablar con Ochanomizu sobre los registros de la conversación que tuvo con Mars y con Ivan, el robot ruso, consiguiendo darle pistas sobre la conspiración detrás del misterioso “Proyecto T” pese a que es complicado encontrar conceptos para definir lo hablado en esas conversaciones a nivel de gramática humana.
Por su parte, Tenma se encuentra abatido y frustrado por el fracaso de Yuran y el suyo propio con la Dra. Roro, pero hablando con Motoko comienza a sospechar acerca de la posible identidad de la misma, y cae en la cuenta de la necesidad de superar el mal momento y volver a trabajar en sus creaciones para recuperar su vínculo con Ochanomizu y a la vez impresionar y desenmascarar a Roro. Parece que todo va a volver a la normalidad en el Laboratorio 7 de la Universidad de Nerima pero un par de “obstáculos” se cruzan en su camino: la petición de colaboración de Bremner, que parece que ha descubierto algo acerca del gran desastre que asoló Japón años atrás; y la llegada de un nuevo personaje, el abuelo de Ochanomizu. Un anciano que se parece demasiado al profesor Ochanomizu original creado por Tezuka y que además parece estar buscando pistas sobre un curioso robot con aspecto de niño que conoció cuando era joven…
Creo que este gran final opaca todo lo interesante que tiene este séptimo tomo, por un lado por la desconcertante aparición de un Ochanomizu que hace temblar la concepción de este manga como precuela de Astroboy, y por otro por la primera mención “indirectamente directa” a la existencia de un androide con aspecto infantil, cuya descripción y silueta no puede ser otra que la de Atom. Pero más allá de ese bombazo final, este volumen parece poner los pilares de un avance grande e interesante en la trama, no solo por esa mención a Astroboy, sino también por ese decubrimiento del Conde Bremner sobre el desastre de Japón. Las piezas se colocan y los personajes siguen su desarrollo interesante e imparable. Especialmente me gusta el planteamiento que se hace de Tenma en esta ocasión, que siempre aparecía obsesionado por conseguir robots potentes y punteros, en apariencia por su carácter competitivo y prepotente, pero que descubre en este tomo la verdad que hay detrás de esa obsesión por la creación perfecta: el dolor y frustración de no haber podido hacer nada por la muerte de sus padres en el desastre y su necesidad de inventar algo que ayude a que nadie más tenga que pasar por ello. Un desarrollo que lo acerca mucho más al Tenma original creado por Tezuka, y ese dolor y motivación que le llevaron a crear a Atom tras la muerte de su hijo.
Por otro lado, tenemos una vuelta bastante poderosa a las cuestiones metafísicas, pero con una gran habilidad de Masami Yûki para poder compaginarla con las poderosas escenas de acción. Muy interesante esa interpretación del experimento mental del “cuarto de Mary” a la hora de ejemplificar como se sienten los robots (o los humanos) a la hora de enfrentarse a aquello que saben que existen pero que no pueden cuantificar o hacer físico. Es genial el paralelismo que se establece en todo momento en lo que ocurre con los robots y su contraparte en el lado humano, pues el guion en todo momento utiliza la excusa de la máquina para explicar, entender o criticar ciertos aspectos de la manera de ser del humano. En este caso me parece realmente interesante esa concepción de los sentimientos como la antítesis del libre albedrío. Precisamente porque pensamos todo lo contrario, que cuando nos dejamos llevar por los sentimientos es cuando somos libres, cuando realmente esos sentimientos nos condicionan a actuar de una manera u otra, nublando nuestros sentidos o haciendo más difícil el tomar la decisión más correcta.
Pero no hay que olvidarnos de la acción, y de nuevo en este tomo encontramos a raudales, con algunas de las escenas más potentes y visuales del manga. Creo que Yûki y Kasahara se combinan mejor que nunca en esta ocasión para transicionar entre la narrativa escrita y la visual, con un dibujo más poderoso que nunca a la hora de reflejar alguna de las viñetas más cruentas de esta serie. La mano de Kasahara es capaz de reflejar con el trazo toda la rabia, la ira, el placer y la tensión de la batalla, y todo ello con unos personajes que realmente no tienen más capacidad de expresar las emociones que sus movimientos y poses, sus diseños. Eso, unido a los espectaculares planos (genial sobre todo en los últimos compases a la hora de dar el protagonismo y la pompa que merece la llegada del abuelo Ochanomizu) hace del dibujo uno de los puntos cada vez más fuertes de la obra.
Pero si bien los porcentajes de acción y diálogo están bien medidos y ayudan a conseguir una narración fluida e intensa del primer acto, con una pelea espectacular y que nos dice cosas sin resultar un tedio de dos robot parados hablando entre sí, la estructura narrativa comienza a resentirse un poco en otro sentido. Se comienza a notar que Atom: The Beginning es un manga con un ritmo imparable, en el que acaba de terminar un asunto y en seguida estamos con el siguiente. No hay tiempo para el sosiego, para reposar las interesantes ideas que suelta el guion cada dos por tres, y aunque la trama avanza y se desarrolla a fuego lento, esta velocidad de narración provoca que de una sensación de mayor precipitación. No es que sea un punto negativo, pero se echaría más de menos algún tomo de transición en el que los personajes asienten el desarrollo que van sufriendo y que sirva de transición al siguiente arco de la trama. También se puede notar en este tomo que hay una, quizá demasiada, diferencia de tono entre los dos actos del volumen, entre la acción del principio y la calma posterior. Aun así, nada que empañe la calidad de una obra que deja más que nunca con la miel en los labios al lector con esa reveladora última escena.
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