Javier Vázquez Delgado recomienda: Los 4 Fantásticos: Este hombre… ¡Este monstruo!

 

Edición original: Fantastic Four Vol. 1 #51 USA (1966).
Edición nacional/España: Incluido en Marvel Gold. Los Cuatro Fantásticos: La Edad Dorada.
Guión: Stan Lee.
Dibujo: Jack Kirby.
Entintado: Joe Sinnott.
Color: Desconocido (no acreditado).
Formato: Tomo en tapa dura. 488 páginas a color.
Precio: 34,95€.

 

Se han escrito ríos de tinta sobre la edad dorada de los Cuatro Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby… y se seguirán escribiendo mucho después de que nosotros hayamos desaparecido. Se ha debatido arduamente sobre el proceso creativo que seguían los dos autores y sobre la contribución a la obra que realizó cada uno… y se seguirá debatiendo mucho después de que nosotros ya no estemos aquí. Se ha estudiado, reseñado y analizado esta etapa del cuarteto fantástico de todas las formas imaginables… y se seguirá haciendo cuando ya nadie se acuerde de nosotros. Estamos hablando de uno de los grandes hitos no sólo de la historia de Marvel… no sólo del cómic de superhéroes… no sólo del cómic americano… sino del propio cómic como forma de arte. Su importancia… su contribución… su impacto… son inabarcables, casi inconcebibles. Las nuevas generaciones de lectores volverán una y otra vez a esta etapa, al igual que lo han hecho las anteriores. Los Cuatro Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby son inmortales, son eternos. La obra ha sobrevivido a sus creadores y nos sobrevivirá a todos, pues ya forma parte de la cultura popular, ya es parte de nuestra historia colectiva. Lee y Kirby ya no están entre nosotros, pero su legado perdura. Hoy más que nunca sobran los motivos para volver a esta etapa maravillosa, pero no para realizar análisis sesudos sino para dejarse llevar por las emociones y disfrutar del sentido de la maravilla que transmiten estos cómics. Por eso he elegido el número 51 del primer volumen americano de Fantastic Four para celebrar este Stan Lee Day en Zona Negativa, porque para mí este cómic recoge como ningún otro la emoción que los autores imprimieron en su obra. Este número bien podría ser el corazón de la edad dorada de los Cuatro Fantásticos.

Aún hoy resulta difícil de creer la oleada de creatividad que inundaba las páginas de la colección del cuarteto en aquel momento. Los Inhumanos, el Vigilante, Estela Plateada, Galactus, Pantera Negra, Klaw… todos estos personajes llegaron con apenas unos pocos meses de diferencia. Puede que la célebre trilogía de Galactus fuese la cúspide de este momento creativo sin igual, pero la historia no se detuvo ahí. Justo después de haber concluido ese mítico arco argumental, Lee y Kirby nos presentaron un relato autoconclusivo que, si bien podría considerarse una simple historia de relleno, concentraba en unas pocas páginas todo lo que había hecho grande a la colección de los Cuatro Fantásticos. Es un número repleto de drama, poblado por imposibles y sugerentes fantasías y dotado con un apartado artístico tan innovador que aún hoy cuesta encontrar las palabras adecuadas para describirlo.

Este número 51 se titula “Este hombre… ¡este monstruo!” y no está protagonizado por la Cosa, como pueden hacernos pensar su portada o sus primeras páginas. De hecho, no está protagonizado por ninguno de los personajes habituales sino por un personaje anónimo que se había introducido en un par de viñetas en la entrega anterior y que parecía ser el nuevo villano contra el que se enfrentaría el equipo. A través de los ojos de este curioso personaje redescubrimos a Ben Grimm, el auténtico corazón y alma del grupo. Y no sólo eso, sino que a través de sus ojos también descubrimos lo que significa ser miembro de los Cuatro Fantásticos: ser aventurero, explorador y héroe, pero también formar parte de una familia que va más allá de los lazos de sangre.

Nuestro protagonista es un científico que siente que Reed Richards le ha robado la atención y la fama que se merecía. Como otros muchos enemigos del genio titular del cuarteto, ansía demostrar que es su superior intelectual… y de paso destruir a los Cuatro Fantásticos, claro. La primera fase de su plan consiste en atraer a la Cosa a su guarida mediante influencias subliminales, dando así comienzo a nuestra historia. Temeroso de que su amada Alicia Masters prefiera la compañía de Estela Plateada a la suya propia, la Cosa recorre las oscuras y lluviosas calles de la ciudad mientras se compadece de sí mismo. Gracias a la invisible influencia de su enemigo, Ben llega hasta su casa, donde es drogado y conectado a una máquina que le transfiere su apariencia al científico. De esta forma, la Cosa recupera su aspecto humano mientras el impostor adquiere su piel de rocas naranjas y su prodigiosa fuerza. La intención del villano es entrar de esa guisa en el Edificio Baxter y acabar con el líder de los Cuatro Fantásticos.

El momento elegido para tal fin no podría ser más idóneo, ya que Reed se encuentra preparando un experimento de vital importancia. Puesto que la llegada de Galactus puso en evidencia que el planeta se encuentra indefenso ante amenazas espaciales, Mr. Fantástico pretende explorar una nueva dimensión a la que llama “el subespacio” para obtener el secreto del viaje más rápido que la luz. Reed está dispuesto a depositar su vida en manos de la Cosa, que sostendrá el cable que le mantendrá anclado en el Edificio Baxter mientras se sumerge en esa dimensión compuesta por materia negativa. A su señal, debe tirar del cable y ponerle a salvo antes de que sea demasiado tarde.

Nuestro malvado protagonista no tiene más que ignorar la señal de Reed y dejar que muera en el subespacio para cumplir con sus siniestros fines. Sin embargo, el hecho de haber ocupado el lugar de la Cosa le ha permitido observar a Reed Richards de una forma que sólo los miembros de su fantástica familia habían podido ver. Al constatar que su rival no está motivado por el dinero ni la fama, el impostor empieza a sentir dudas. Después de todo, Reed estaba ampliando las fronteras de la ciencia por el bien de la humanidad. ¿Y qué estaba haciendo nuestro protagonista mientras tanto? ¿Qué había hecho con su vida que mereciese ser recordado? ¿Acaso había hecho algo digno de recordarse?

El drama llega a su punto álgido cuando el cable supuestamente irrompible se rompe y Reed queda perdido en el subespacio para desesperación de la Chica Invisible. En un giro inesperado, nuestro protagonista se lanza al rescate, adentrándose también en la otra dimensión. En ese momento, Reed ha alcanzado la zona en la que la materia negativa del subespacio entra en contacto con la atmósfera de materia positiva de la Tierra. Cuando esto sucede, la materia negativa se destruye creando devastadoras explosiones. Creyendo que ya no pueden escapar de una muerte segura, Reed le dedica unas emotivas palabras de despedida a quien cree que es su amigo. Sin embargo, aún no le ha llegado la hora: nuestro protagonista usa la fuerza de la Cosa para lanzarle de vuelta a casa a través del portal. Entonces, sabiendo que ese último acto de heroica abnegación ha servido para darle sentido a su vida, el impostor hace las paces consigo mismo mientras se dirige hacia su destino final.

Por supuesto, aún queda un último giro dramático por desvelarse. Ajeno a esos hechos, el auténtico Ben Grimm se dispone a visitar a su querida Alicia con la esperanza de que le reconozca pese a su cambio de aspecto. El momento en el que va a llamar a la puerta coincide exactamente con la muerte de aquel que le había suplantado, lo cual hace que recupere su aspecto rocoso habitual. Consumido por el autodesprecio y sabiéndose un monstruo de nuevo, la Cosa huye del lugar ignorando que Alicia le esperaba al otro lado de la puerta. Poco después, Ben regresa junto al resto del equipo para aclarar lo sucedido y así llegamos a la conclusión del número.

Esta es una trama sencilla, incluso predecible. No obstante, los niveles de dramatismo que despliega son sorprendentes. Los personajes no hablan, sino que declaman sus diálogos como si estuviesen interpretando una obra de Shakespeare sobre el escenario. Los diálogos de este cómic son de una grandiosa teatralidad y transmiten una pasión difícil de igualar. Sirva como ejemplo el monólogo que recita Mr. Fantástico mientras atraviesa la barrera entre dimensiones con destino al subespacio, que desprende sentido de la maravilla en cada una de sus palabras. Son expresiones surgidas de una imaginación entusiasta y exacerbada.

“He rasgado el tejido del infinito, donde toda la materia positiva se convierte en negativa. Y ahora… caigo por el vacío que he creado en la barrera dimensional del espacio-tiempo. Es casi más de lo que los ojos humanos pueden abarcar. De hecho, estoy viendo un universo de cuatro dimensiones, pero el efecto de verlo con una visión tridimensional es indescriptible. […] ¡Lo he conseguido! ¡Estoy entrando en un mundo de interminables dimensiones! Es la encrucijada del infinito, ¡la unión que lleva a todas partes!”

Este es el sello inconfundible de Stan Lee, el gran showman que pretendía que cada uno de los cómics de Marvel fuese un espectáculo único. Para él nunca había aventura pequeña o insignificante, sino que todo era un nuevo hito, una nueva leyenda y un nuevo acontecimiento memorable dentro de la gran Era Marvel de los Cómics. Lee nunca escribía historias de relleno porque incluso sus historias más nimias eran más grandes que la vida. Todas debían ser grandilocuentes e hiperbólicas. Todas debía mantener el corazón del lector en un puño. El punto medio era para los cobardes, no para The Man: en Marvel cada nueva amenaza era el peligro más letal al que se habían enfrentado nuestros héroes y cada nuevo misterio era la intriga más insondable de la historia de la Casa de las Ideas; cada romance era el más ardiente y cada amistad, la más honorable; cada victoria, el logro más dulce y cada derrota, la bilis más amarga.

Por fortuna, el ímpetu de Lee obtuvo el mejor aliado posible en Jack Kirby. Las rimbombantes palabras de Lee y su capacidad para vender incluso las historias más irrelevantes se habrían quedado en papel mojado de no ser por el talento desbordante de Kirby. Durante lo que hoy conocemos como la edad dorada de los Cuatro Fantásticos, Kirby producía más ideas brillantes en cada uno de los números que dibujaba de las que muchos de nosotros llegaremos a tener a lo largo de toda nuestra vida. Lo suyo era un auténtico torrente de creatividad, inventiva y originalidad. Aunque no estaba exento de carencias técnicas, cada una de sus páginas era como asomarse a una ventana hacia un mundo nuevo y asombroso.

En “Este hombre… ¡este monstruo!” Kirby se superó una vez más. Recordemos que venía de haber dibujado una de las obras cumbre del cómic de superhéroes, la trilogía de Galactus, pero The King aún tenía mucho que ofrecer. Desde los más pequeños detalles hasta los más grandiosos, Kirby puso lo mejor de sí mismo en este cómic… sencillamente porque era la única forma en la que sabía trabajar. Repasando este número salta a la vista el cuidado que puso el artista en la expresión corporal de los personajes, en especial la de la Cosa. Tanto la portada como la página inicial que abre el cómic son dos de las imágenes más icónicas del personaje por una razón. Cuánto pueden llegar a transmitir unas simples líneas y cuánto pueden llegar a definir a un personaje.

Pero si algo caracteriza el estilo de Kirby por encima de cualquier otra cosa es su pasión por la tecnología. Las páginas en las que plasma sus enrevesadas y gigantescas máquinas son un auténtico regalo para la vista y este número cuenta con una de las más memorables: la que muestra el mecanismo que abre el portal al subespacio. Esa impensable amalgama de metal retorcido en formas imposibles es una oda a la imaginación en su forma más pura y arrolladora; la que mira el mundo a través de los ojos de un niño y no deja que sus ideas se vean coartadas por algo tan irrelevante y absurdo como las leyes de la física.

Además, este número coincidió con la época en la que Kirby estaba experimentando con nuevas técnicas como el collage, lo que dio lugar a otra página histórica: la de Reed adentrándose por primera vez en el subespacio. Gracias al uso de materiales ajenos al cómic, el artista consiguió plasmar una impagable sensación de irrealidad en esa página. En verdad parecía que Reed había atravesado las fronteras del mundo conocido y se había adentrado en un reino completamente diferente en el que cualquier cosa era posible.

Lee y Kirby. Kirby y Lee. Este cómic combina lo mejor de ambos en su mejor momento. Como suele decirse, el resultado obtenido es superior a la mera suma de sus partes individuales. ¡Y esto no es más que un solo número! Ni siquiera es el más popular de la edad dorada de los Cuatro Fantásticos. Probablemente ni siquiera sea el mejor. Pero tiene corazón. Tiene alma. Está hecho con una pasión tan honrada, tan veraz, tan sincera, que arrastra al lector como si se tratase de un huracán. Quizá eso sea lo que mejor define a los Cuatro Fantásticos de Lee y Kirby y, por extensión, a todo el Universo Marvel que surgió tras ellos. ¡La emoción! ¡El dramatismo! ¡La pasión! Lee y Kirby. Kirby y Lee. Ambos sabían cómo llegar a los lectores a través de sus emociones, regalándoles constantes sorpresas y humanizando a sus héroes hasta convertirlos en ídolos con pies de barro con los que no costaba nada empatizar. Esta metáfora es especialmente apropiada cuando hablamos de la Cosa, el primero de estos héroes humanizados que se atormentaba a sí mismo, dudaba constantemente de su valía y se pasaba la vida discutiendo con su familia pese al amor que sentía hacia ellos.

Pero no les bastaba con hacernos empatizar con el héroe, no. Después de todo, es relativamente sencillo que los lectores se sientan atraídos por un personaje al que consideran digno de admiración. La jugada magistral de Lee y Kirby se produjo cuando descubrieron que lograr que el lector empatizase con el villano podía ser incluso más efectivo… y eso es justo lo que logran en este número, con un villano anónimo al que sólo habíamos visto en un par de viñetas del número anterior y al que nunca más volveríamos a ver. De esta forma, lo que podía haber sido una aventura maravillosa que habría quedado enterrada entre la avalancha de aventuras maravillosas que la rodeaban se convirtió en una historia absolutamente trascendente.

Nuestro protagonista, nuestro villano anónimo, tenía la oportunidad de observar el mundo a través de los ojos de uno de los héroes de Marvel y, al hacerlo, no le quedaba más remedio que abrazar los ideales del héroe hasta el punto de entregar su vida en un acto de sacrificio desinteresado. De esta forma, Lee y Kirby nos transmitían el mensaje de que creer en los héroes te cambia la vida por completo. Más importante aún, Lee y Kirby nos transmitían que lo que define a un héroe no es su aspecto o su poder. Ni siquiera sus actos pasados lo determinan. Lo que define a un héroe es la voluntad de ayudar siempre a quien lo necesita sin esperar nada a cambio y, por tanto, todos podemos ser héroes. Qué enseñanza tan valiosa.

“Nunca sabremos qué monstruosos actos cometió en el pasado, o qué terribles planes había fraguado. Pero una cosa es cierta… pagó de sobra por ello, y lo hizo como un hombre.”

Lee y Kirby. Kirby y Lee. Su legado es realmente abrumador. Incluso el mero hecho de comentar uno solo de los números de sus Cuatro Fantásticos me resulta complicado. No me siento a la altura de la tarea. Le debo tanto a esos cómics que estoy convencido de que mi vida habría sido muy distinta sin ellos. De hecho, estoy seguro de que no estaría escribiendo esto aquí de no ser por esos cómics. Diablos, es muy posible que esta página ni siquiera hubiese llegado a existir como tal sin esos cómics. Volviendo el número 51 de Fantastic Four… ¿Sabéis qué nombre recibió más adelante el subespacio que explora Reed Richards en esta historia? Efectivamente, recibió el nombre de Zona Negativa.

Lee y Kirby. Kirby y Lee. Me cuesta separar al uno del otro. Ahora, tras la muerte de Stan Lee, ambos vuelven a estar juntos. Ojalá estén en un mundo mejor donde las disputas del pasado hayan quedado olvidadas; donde no importe quién creó qué y quién se merece el mérito de tal cosa y tal otra. Ojalá estén en un mundo en el que sólo importe seguir imaginando… y ojalá estén creando juntos de nuevo.

Gracias, Jack. Gracias, Stan. Muchas gracias por haberme hecho soñar los sueños más fantásticos que se pueden imaginar. Pero, sobre todo, muchas gracias por haberme hecho creer en los héroes.



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