Javier Vázquez Delgado recomienda: Stan Lee – El autor

No hay nada como morirse para que hablen bien de uno, se suele decir. Y a veces hasta se cumple. Sin embargo, hay personajes a los que la polémica les acompañará siempre. Forma parte de su propia leyenda. Por lo que se ha visto en estos días, Stan Lee es uno de esos casos.

Es difícil precisar cuándo ha pasado el tiempo de respeto suficiente para que se puedan realizar valoraciones sosegadas sobre un difunto. Quizá todavía es prematuro en este caso. No obstante, en este tiempo de constante aceleración y presente continuo, lo cierto es que ya no hay margen para el duelo. Desde el respeto y el cariño, allá vamos.

El Génesis

Las polémicas en torno a Lee se suelen concentrar en un núcleo muy específico: la autoría del Universo Marvel.

En el tiempo que va desde la aparición de los Cuatro Fantásticos (11/1961) hasta la partida de Kirby (su último número de Fantastic Four es de 09/1970) aparecieron el Hombre Hormiga (01/1962), Hulk (05/1962), Thor (08/1962), Spider-Man (08/1962), Iron Man (03/1963), Nick Furia (05/1963), Avispa (06/1963), Dr. Extraño (06/1963), X-Men (09/1963), Los Vengadores (09/1963), Daredevil (04/1964), Pantera Negra (06/1966) o el Capitán Marvel (12/1967). Con esto tenemos el núcleo fundacional del Universo Marvel.

La labor creativa no concluyó con la marcha de Kirby ni con el ascenso de Lee a tareas exclusivamente ejecutivas, pero serían protagonizadas por una nueva hornada de autores.

En origen, las personas directamente implicadas en esa explosión suman poco más de media docena: Jack Kirby, Steve Ditko, Bill Everett, Larry Lieber, Don Heck, Gene Colan… y Stan Lee.

En un medio visual como es el cómic nadie duda de la importancia de la imagen, del dibujo, para el triunfo de un personaje o serie. En este sentido, el trabajo de los dibujantes implicados en la génesis de Marvel es impresionante. Diseñaron unas figuras que, a día de hoy, más de medio siglo después, son reconocibles por millones de personas en todo el planeta. Salvo excepciones, las líneas maestras de sus diseños han sido respetadas en el salto a la gran pantalla de esos personajes, demostrando su versatilidad y negando el viejo augurio de que los superhéroes siempre se verían ridículos fuera de las viñetas.

Pero a nadie se le escapa que no basta un diseño magistral para que un personaje perdure. Hace falta un mínimo de caracterización. Fuera de los casos de autores completos, esa suele ser la tarea del guionista. Precisamente una de las características de Marvel era hacer hincapié en los personajes más que en las tramas. Esa orientación al personaje no podía ser resultado exclusivo del trabajo de los dibujantes, sino que necesariamente precisaba del concurso del guionista y, por supuesto, el beneplácito del redactor-jefe que, en este caso, coincidían que eran la misma persona, dato sobre el que volveremos más adelante.

De esta manera, quizá se pueda criticar con bastante justeza a Lee por sus argumentos simples o reiterativos, pero a su vez se le debe reconocer el mérito a la hora de perfilar el carácter de los personajes gracias a dos herramientas que caían por entero entre sus atribuciones: los diálogos y los monólogos/soliloquios.

Todavía hoy es moneda corriente despreciar esa aportación específica de Lee arguyendo su pésima calidad. Es cierto que a día de hoy y en su gran mayoría se trata de un trabajo totalmente desfasado. Pero eso no quita que para lo que ofrecía el género en ese momento se elevara muy por encima del resto. El que lo quiera comprobar, que pruebe a leerse un cómic DC de la misma época.

Los más veteranos del lugar quizá recuerden una carta anónima dirigida al correo de Classic Spiderman de Fórum, que se publicó en su último número (el 16, en 08/1995) y que trataba sobre este tema. En ella se ponía un ejemplo muy ilustrativo: si bien Kirby por su cuenta y riesgo había introducido a Estela Plateada en el Fantastic Four #48 (03/1966) es Lee el que le aporta la voz grave, bíblica, la pulsión humanista que tanto le caracterizaría. ¿Quién fue entonces el creador?

Universo Marvel

Más allá de esto, el éxito de Marvel descansó en algo más que un puñado de personajes, por muy buenos que fueran. Los conceptos de universo compartido y de continuidad fueron un reclamo irresistible. No eran innovaciones propias de Lee, ni de Kirby ni de Ditko. Eran recursos que ya se habían utilizado en otros medios, en otros personajes o en otros tiempos. Pero el uso intenso y sistemático que le dieron en Marvel los convirtió en su seña de identidad. Su importancia es tal que el Universo Cinematográfico pivota básicamente sobre ellos y buena parte de su éxito se explica por ellos.

No se trataba sólo de que Namor apareciera en Fantastic Four #4 (05/1962) situando todos los cómics Marvel desde 1940 en la misma continuidad, o que los Cuatro Fantásticos hiciera un cameo en Amazing Spider-Man #1 (03/1963) o que la Patrulla-X hicieran lo mismo en Avengers #3 (01/1964) sino de establecer un mismo hilo, un mismo escenario para todos ellos. Es algo que iba más allá de un guiño al lector o un proto-fanservice: se trataba de otra forma de narrar.

En la misma escena del cameo de la Patrulla en Los Vengadores referido anteriormente, Iron Man se refiere a un encuentro previo entre Ángel y él… y la nota al pie nos avisa de que para saber acerca de ese encuentro debemos leernos el Tales of Suspense #49. ¿Quién fue el responsable de esas referencias? No se llamaban “Nota del Editor” por nada. Por tanto, ¿quién se aplicó a afianzar la noción de universo compartido a través de la interacción de personajes y su continuidad? En razón de su cargo, sólo Stan Lee podía conectar unos personajes con otros o moverlos de una esquina a otra de Nueva York o del universo. Consecuentemente, el mérito principal en lo que tiene que ver con ese uso tan crucial del universo compartido y la continuidad le corresponde a él.

¿Un mérito menor, por tanto, ya que era “el jefe”? Cabría preguntarse si otro jefe menos dedicado, o con menos talento, hubiera sido capaz de hacer lo mismo.

¿Fue entonces la génesis del Universo Marvel una decisión editorial y no un resultado creativo? Ambas. Igual que fue decisión editorial relanzar la Patrulla X como un grupo internacional y Len Wein primero y Chris Claremont con Dave Cockrum y John Byrne después hicieron uno de los cómics de superhéroes por excelencia. Como también fue decisión editorial poner orden en el caos multiversal de DC y Marv Wolfman y George Pérez se marcaron el evento superheroico definitivo con Crisis en Tierras Infinitas.

A nadie se le escapa que los recursos narrativos marvelitas resultaron ser un formidable reclamo comercial. En este sentido, Lee sería tan “culpable” de explotar comercialmente una fórmula creativa como cualquier otro autor de éxito. En su caso, teniendo en cuenta que tuvo bastante que ver a la hora de deducir la fórmula, aunque no aportara la totalidad de sus elementos.

El Bullpen

En este debate no podemos perder nunca de vista que hablamos de una industria, que las editoriales son empresas y que los autores son sus empleados. Ni más ni menos. Lee también lo era. No se le puede demonizar porque hiciera bien su trabajo. Más aún: al aportar algo innovador, al saber rodearse de talento, al ser consciente de que habían conectado con los nuevos anhelos del público y orientar los esfuerzos de su equipo en esa dirección, Lee dotó a su trabajo de un sello personal. Un sello de autor.

Dicho esto, parece que se hace necesario afirmar una obviedad: la génesis del Universo Marvel fue una obra colectiva donde cada autor volcó algo propio. Lee propició esa obra colectiva como redactor-jefe y contribuyó en ella como guionista.

Carecen de sentido las caricaturas de un bullpen sombrío organizado como una cadena de montaje donde talentosos autores cedían sus plusvalías creativas al capataz Lee o, tristemente, la alocada e idílica Casa de las Ideas que vendía el propio Lee. Si las editoriales funcionan como cadenas de montaje, no parece que fuera cosa de Lee. Si alguien se llevaba el beneficio, ese era Martin Goodman, el propietario. Lee en todo caso hizo que los profesionales tuviera un poco más de reconocimiento, en tanto que jefe, y como autor sus creaciones le eran tan ajenas en términos de propiedad como le ocurría a Kirby o Ditko.

El Universo Marvel sigue siendo una obra colectiva. Los personajes que lo habitan siguen adelante más allá de la labor de sus creadores. En algunos casos han sido redefinidos con tanta intensidad que cabe preguntarse si fueron los creadores o los continuadores los que verdaderamente completaron al personaje. Hay ejemplos notorios: el Magneto de Claremont, el Daredevil de Miller… o incluso el Iron Man de Robert Downey Jr.

En la medida que lo fundamental de ese universo ya estaba allí cuando otros ocuparon la silla de Lee, su mérito creativo es inevitablemente menor pero en ningún caso es nulo. Lo atestiguan Jim Shooter o Joe Quesada, probablemente los más exitosos sucesores de Lee. Ambos dejaron huella, para bien y para mal. De ahí se puede deducir que la labor de un editor-in-chief no es meramente ejecutiva y menos en Marvel. La veta creativa, casi autoral, del cargo es, precisamente, una reminiscencia de la modélica ejecutoria de Lee. No hay en DC o en Image nada parecido.

El Método

Otro elemento clave de la polémica está en el método Marvel. Éste se habría constituido en el ardid supremo de Lee para escamotear el mérito a los auténticos creadores.

A este respecto, se sabe que los argumentos de Lee podían llegar a ser asombrosamente escuetos, tipo “Spider-Man pelea contra el Rino”, pero otros detalles apuntan a una mayor implicación de la que afirma la leyenda negra.

En una colección tan significativa como Spider-Man encontramos ejemplos en las dos direcciones y sobre el mismo personaje. Cuando Lee presenta el argumento del número 14 de Amazing a Ditko con la primera aparición del Duende Verde, éste resultaba ser un demonio salido de un sarcófago egipcio. Fue Ditko quien lo convirtió en un misterioso individuo disfrazado. Y fue todo un acierto. La insistencia de Ditko en mantener a Spider-Man en los márgenes del vigilantismo urbano eludiendo todo exceso fantasioso proveniente de Lee fue decisiva para definir al amistoso vecino arácnido.

En el sentido contrario, encontramos la famosa disputa acerca de la verdadera identidad del villano, con Ditko queriendo a alguien fuera del reparto tras la máscara y Lee imponiendo su criterio de que se tratara de un secundario. Si el Duende Verde hubiera terminado siendo un desconocido, en coherencia con la inclinación al realismo y la verosimilitud de Ditko, el impacto de la revelación hubiera sido infinitamente menor y las consecuencias en el decurso de la serie escasas. Se habrían perdido momentos definitorios de la colección y rebajado irremediablemente el calibre del Duende como villano. La decisión de convertir al Duende en Norman Osborn permitió cargar de tensión el entorno de Peter y dotó de un matiz decisivo el antagonismo entre Spider-Man y el Duende Verde, que quedó complementado (y casi eclipsado después) por el de Peter y Norman, con Harry siempre en medio.

Este tipo de decisiones, como dejar fuera de Los Vengadores a Spider-Man o hacer miembro de los mismos a Hulk, eran las que iban perfilando a los personajes y sus interacciones. Esas decisiones eran competencia de Lee. Y no sólo se limitaba a imponerlas como decreto editorial, contribuía a darlas forma en el argumento y los diálogos.

Co-autoría y reconocimiento

Así las cosas, parece que el término que mejor describe esta génesis creativa es el de co-autoría, que desde hace años parece que se ha impuesto definitivamente.

Habida cuenta de que durante años Lee ha sido popularmente conocido como el creador casi exclusivo del Universo Marvel, hablar de co-autoría hace justicia a la labor de Kirby o Ditko, aunque éste no viera así colmadas sus reclamaciones autorales y aquel ya no estuviera para verlo.

Ahora la polémica parece extenderse al establecimiento de cuotas dentro de esa co-autoría. Esto no solo es casi imposible, sino irrelevante. Lo que está claro es que su obra fue colectiva y la hicieron todos juntos.

Cuando estos autores tuvieron ocasión de trabajar por separado no produjeron nada ni remotamente tan exitoso como lo que crearon juntos. Ditko se enfrascó en cómics crecientemente minoritarios al tiempo que se enrocaba en sus principios político-personales. Kirby pudo dar rienda suelta a su amor por el drama, la mitología y la ciencia ficción. Acreditó su talento descomunal, creó algunos personajes sensacionales e ideó mundos colosales, pero también evidenció carencias y lagunas. Lee se volcó en las relaciones públicas, algo para lo que estaba especialmente dotado, y en la expansión del Universo Marvel a otros medios.

Las diferencias en el reconocimiento de uno y otros fueron el resultado tanto de las habilidades personales de cada uno como de los devenires personales y profesionales y de la estructura de una industria que ellos conocían en profundidad. Ditko fue progresivamente encerrándose en sí mismo hasta extremos inquietantes. Kirby emprendió una durísima campaña contra Marvel para recuperar sus originales de la que salió escaldado. Lee nunca dejó de ser el hombre de la empresa y como tal, promocionado y agasajado. Ninguno recibió pago específico por su autoría, ninguno fue receptor de nada parecido a un royaltie por su trabajo en la génesis del Universo Marvel. Hasta Lee tuvo que demandar a empresa cuando se estrenó “Spider-Man” en 2002 para ver compensada su labor creativa. En este sentido, los tres estaban en la misma situación: sus creaciones no les pertenecían. Pero Lee, al continuar en la editorial y gozar del reconocimiento público a veces ha parecido que era propietario de las creaciones o de la misma Marvel.

Es obvio que la peor parte se la llevó Kirby. En este sentido, su enfrentamiento con Marvel tuvo el mismo resultado que cuando Siegel y Shuster decidieron demandar a DC allá por 1948: el ostracismo. Pero el injustísimo trato deparado por Marvel al Rey no puedo atribuirse a Lee sino a la alta dirección de la empresa. Lee era el editor pero no el propietario, como había sido Goodman. Si intercedió o no a favor de Kirby o si lo hizo con suficiente convicción es algo que seguirá siendo motivo de polémica.

En todo caso, creo que es ilustrativo comparar la situación de Kirby y Ditko con la de Bill Finger. Su aporte en la génesis de Batman fue absolutamente decisivo, sin embargo Bob Kane se negó sistemáticamente a darle crédito, no digamos a Jerry Robinson o a cualquier otro de la legión de dibujantes en la sombra que le hicieron el trabajo por más de dos décadas. Bastantes años después de muerto Finger (1974) y tras disfrutar de nuevo de las mieles de la popularidad con el estreno de “Batman” (1989), Kane entonó el mea culpa en sus memorias. Un gesto tan gratuito como intrascendente: el difunto ya no podía disfrutar de reconocimiento y Kane poco podía hacer al respecto. Como en el caso de Kirby eso era cosa de la empresa. No ha sido hasta 2014 cuando DC ha accedido a reconocer a Finger como co-creador de Batman. Si la leyenda negra afirma que Lee fue un aprovechado sin escrúpulos que vivió del talento ajeno, no sé qué dirá de Kane.

Por gratitud a hacia ellos, es casi una obligación reivindicar la labor de Kirby o Ditko, entre otros, en la génesis del Universo Marvel y hacer lo posible para que se les reconozca y valore de la misma manera que a Stan Lee: como los autores de uno de los universos de ficción más importantes del presente.

Y a su vez, recordar a Stan Lee no sólo como un excelente redactor-jefe y un astuto comercial sino como un consumado autor de cómics.



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