Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Mandy, de Panos Cosmatos
Dirección: Panos Cosmatos
Guión: Panos Cosmatos y Aaron Stewart-Ahn
Música: Jóhann Jóhannsson
Fotografía: Benjamin Loeb
Reparto: Nicolas Cage, Andrea Riseborough, Linus Roache, Bill Duke, Richard Brake, Hayley Saywell, Line Pillet, Ned Dennehy, Clément Baronnet
Duración: 121 min
Productora: Piccadilly Pictures / Son Capital / SpectreVision / Umedia / XYZ Films / Legion M. Distribuida por XYZ Films
Nacionalidad: Estados Unidos
“When I die
Bury me deep
Lay two speakers at my feet
Wrap some headphones
Around my head
And rock and roll me
When I’m dead”
En 2010 se estrenó en los círculos del cine independiente internacional una producción canadiense sorprendiendo a propios y extraños. Beyond the Black Rainbow, debut cinematográfico del cineasta Panos Cosmatos, supuso una rara avis con la que el hijo de George P. Cosmatos (Rambo II, Cobra: El Brazo Fuerte de la Ley, Tombstone) homenajeaba al David Cronenberg primigenio, aquel de cortos y mediometrajes como Transfer, From the Drain, Stereo o Crimes of the Future con historias localizadas en entornos asépticos y protagonizadas por personajes de psicología torturada y retorcida analizados por el director con el distanciamiento y la precisión de un entomólogo. Dicha ópera prima abrazaba una premisa argumental similar a la de estas (farragosas y en ocasiones muy aburridas) piezas, pero desde un punto de vista estilístico Cosmatos apostaba por una lisergia visual capaz de convertir Beyond the Black Rainbow en un viaje psicotrópico a la psique humana con hallazgos formales merecedores de ser destacados, pero un desarrollo argumental bastante plomizo y redundante. Ocho años han tenido que pasar para que Panos Cosmatos estrene su segundo largometraje detrás de las cámaras llegando hoy mismo a nuestras carteleras.
Mandy tuvo su puesta de largo internacional en el pasado Festival de Cannes y contra todo pronóstico allí gustó de manera generalizada tanto a la crítica como al público, algo no muy común en la croisette cuando hablamos de propuestas cinematográficas de género como esta, moviéndose entre el terror y el drama, pero con una estética, heredada de Beyond the Black Rainbow, muy peculiar por parte de Panos Cosmatos. La trama está localizada en el año 1983 y se centra en Red Miller (Nicolas Cage) y Mandy Bloom (Andrea Riseborough) un matrimonio, guarda forestal él y artista ella, viviendo felices y aislados del mundo en las inmediaciones de Shadow Mountains. Todo se tuerce un día cuando una secta de reminiscencias hippiescas llamada Hijos del Nuevo Amanecer capitaneada por Jeremiah Sand (Linus Roacher) se cruza por la carretera con Mandy y el líder del culto se encapricha con ella hasta el punto de secuestrarla. Desde ese mismo momento Red se embarca en una orgía de muerte y sangre contra los captores de su pareja llevándole a una bajada a los infiernos donde la muerte, el sadismo, el asesinato y la imposibilidad de distinguir fantasía de realidad se apoderan de la pantalla.
Un proyecto como Mandy se desdobla claramente en dos mitades muy diferenciadas, revelándose ambas casi como dos películas dentro de una misma. La primera mitad es una historia romántica protagonizada por dos outsiders viviendo una plácida existencia lejos de la civilización expuesta en pantalla con tono calmado y contemplativo, pero abordado por Panos Cosmatos con una puesta en escena alucinatoria y mística no alejada del Alejandro Jodorowsky de Santa Sangre o el Nicolas Winding Refn de Sólo Dios Perdona. Tras esa tensa calma anida una violencia a flor de piel apunto de explotar (la anécdota de su infancia que Mandy cuenta a Red mientras ambos están abrazados) tomando forma con la llegada de Jeremiah y sus acólitos. La segunda hora de metraje es una clásica historia de venganza con el protagonista dando caza a los secuestradores de su novia, con un Red cada vez más desatado y embarcado en una espiral de violencia en cruento aumento sirviendo de excusa para que Panos Cosmatos recrudezca su puesta en escena hasta el punto de convertir la recta final del film en un viaje psicotrónico a ritmo de riffs de guitarra eléctrica, siniestros sintetizadores y luces de neón capaz de embriagar o repeler a distinto tipo de espectadores.
Pudiera parecer que una vez Mandy se introduce en su tercer acto Panos Cosmatos se entrega a los prostituibles brazos del exceso por el exceso y a la anarquía formal sin medida. Nada más alejado de la realidad, el italocanadiense posee un control férreo de todo lo acontecido e pantalla, mostrando unos conocimientos brillantes de técnica y planificación de tomas dando ejemplos de una elaborada realización hasta en los pasajes supuestamente más caóticos. El aroma a cine Grindhouse, literatura pulp y acabado pictórico con un uso alucinatorio de una imperante paleta de colores rojizos capaces de convertir el encuadre en un sempiterno viaje de ácido con destino indeterminado se acentúa gradualmente en el proceso, con Cosmatos jugueteando con una estilización extrema y mutante, incluyendo hasta pasajes animados deudores de piezas de culto del género como Heavy Metal (1981). Mientras tanto ahonda en reflexiones metafísicas algo farragosas como si fueran espetadas por un filósofo adicto al peyote e inyecta a todo el conjunto una pátina de tristeza y melancolía focalizada en el personaje de Mandy capaz de insuflar verdadero corazón a una propuesta simplista desde el punto de vista argumental, con una historia mil veces vista, que no destacaría en ningún aspecto si no fuera por la visceral puesta en escena de su principal responsable.
Pero si hay un apartado en el que Panos Cosmatos ha demostrado ser una persona harto inteligente es en el de elegir al reparto principal de su segundo largometraje. Nicolas Cage, ese hombre, actor reputado capaz de colaborar con maestros como David Lynch, Joel y Ethan Coen, Martin Scorsese, Oliver Stone o su tío, Francis Ford Coppola, deviene desde hace años en meme andante, objeto de befa y mofa en la red desde que se lanzó a una ruta suicida de películas lamentables y postizos capilares no menos horrendos. El director de Beyond the Black Rainbow es consciente de tal hecho y por ello le ha entregado un papel que desdobla sus dos vertientes interpretativas. Durante la primera mitad nuestro protagonista apela a la contención, la mesura con un rol muy parecido al que dio vida en la recuperable Joe e interactuando con mucho acierto a la hora de compartir plano con su parteneire femenina. Pero ya en la segunda parte del film, mientras el relato comienza a transitar la senda de la demencia, el histrionismo propio de los últimos años de su carrera se materializa en pantalla con una memorable sobreactuación inasequible al desaliento en la que el protagonista de Leaving Las Vegas despliega todo su abanico de tics, muecas, excesos para goce del respetable, esta vez con toda la justificación del mundo gracias al material puesto en sus manos por un co guionista y director amante de la ambibalencia dramática de su actor protagonista.
Completan el peculiar “triángulo amoroso” (forma geométrica imperante a lo largo de todo el metraje, con presencia hasta en el cartel de la película) los británicos Andrea Riseborough y Linus Roache. Ella, abordada por el objetivo de Panos Cosmatos con una estética poco favorecedora ajena a cualquier canon establecido de belleza se revela hipnótica y etérea en pantalla, haciendo comprensible para el espectador el amor depositado en ella por Red a pesar de mostrarse como una taciturna y pálida mujer menuda y de aspecto poco reseñable. Como previamente hemos apuntado, y delata el título de la película, ella es el alma del largometraje y la trágica historia que la rodea parece ofrecer apuntes autobiográficos posiblemente relacionados con el mismo Panos Cosmatos. Él en cambio da vida a una especie de emulo o sosias de Charles Manson con ínfulas mesiánicas. Un rol nada sencillo con propensión a caer en el ridículo en no pocos pasajes si hubiese sido abordado por el intérprete inadecuado. Algo no acontecido en este caso gracias al talento del actor de Vikingos acometiendo una criatura capaz de bascular sin mayor dificultad entre la amenaza física y psicológica y el patetismo sin adentrarse nunca en la parodia o la sátira malintencionada.
Mandy es una historia de amor, terror y venganza a ritmo de rock duro y música electrónica, con estética de videoclip de death metal y reparto en continuo estado de trance. El descomunal trabajo detrás de las cámaras de Panos Cosmatos se ve potenciado hacia la estratosfera gracias a la soberbia dirección de fotografía de Benjamin Loeb y la memorable banda sonora del tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson engendrando una rara avis tanto en el cine de autor como en el de género. Alabada de manera casi unánime por crítica y público y ganadora del premio a mejor director en el pasado festival de Sitges para su máximo responsable la segunda cinta del cineasta italocanadiense es la confirmación de un enorme y particular talento capaz de dejar en paños menores al de su progenitor. Quedamos a la espera del próximo proyecto de Panos Cosmatos del que por ahora nada sabemos con la esperanza de no ser un paso en falso dentro de una prometedora filmografía, o peor todavía, una superproducción de ese Hollywood capaz de fagocitar el prometedor futuro de realizadores independientes convertidos por el peligroso arte del “golpe de talonario” en un engranaje más de su mastodóntica maquinaria.
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