Javier Vázquez Delgado recomienda: God Country

 

Edición original: God Country #’s 1-6, Image Comics.
Edición nacional/ España: Panini/Evolution.
Guión: Donny Cates.
Dibujo: Geoff Shaw.
Color: Jason Wordie.
Formato: Libro en tapa dura, 184 páginas (18,3×27,7 cms).
Precio: 20 €.

 

La ira de Dios yace dormida. Fue escondida un millón de años antes de que el hombre existiera, y solo el hombre tiene el poder de despertarla. En el infierno queda sitio de sobra. Escuchadme bien. Si llevais la guerra iniciada por un loco a tierra extraña despertareis a algo más que a los perros.”

Con esta cita de Cormac McCarthy, abre God Country, la autoconclusiva miniserie de Donny Cates y Geoff Shaw; un tándem creativo que en el panorama independiente ya nos dejó cosas tan interesantes como Buzzkill y The Paybacks, y que en su salto a Marvel rápidamente ha ascendido fulgurantemente al estrellato con trabajos como Thanos (tras la etapa de Jeff Lemire) y la miniserie spin-off de ésta, Cosmic Ghost Rider (uno de los tebeos más entretenidos que publicase el año pasado la Casa de las ideas a pesar de su enajenadísima premisa), y que actualmente en USA se ha puesto al cargo de poner patas arriba y dotar de renovado interés la franquicia de Guardianes de la Galaxia. Toda esta meteórica carrera se cimenta probablemente en este God Country, una obra notable publicada por Image, de merecedísimas buenas críticas, con la que sin duda llamaron la atención de los jerifaltes de Marvel. En ella, Cates y Shaw se internan en la Texas profunda para mostrarnos un épico relato que aúna dioses de aspecto como diseñado por Jack Kirby con un drama humano que nos lanza un estimulante puñetazo al estómago.

Emmet, el padre de Roy Quinlan sufre del mal de Alzheimer. Su familia vive en una granja al oeste de Texas, donde se han mudado desde Austin hace no mucho, precisamente para atender a Emmet después de que muriese su esposa, quedándose solo. Pero las cosas no van bien: el anciano está empezando a ser peligroso, especialmente en sus fugas de casa, le advierte con pesar el sheriff local a Roy. Janey, la esposa de este, está de acuerdo con el oficial, y teme por la vida de Deena, su hija, ante la crecientemente violenta actitud —debida a su desorientación— del abuelo Emmet. Roy está desesperado y no sabe qué hacer: su padre es un buen hombre y no quiere abandonarle, pero su familia se está resquebrajando con la situación.

Una noche, un espectacular y sobrenatural tornado sacude la zona y destruye la casa de los Quinlan. Antes de que Roy pueda comprobar si su padre ha sobrevivido, una monstruosa criatura llegada con el misterioso torbellino, como si hubiese recorrido el camino inverso a la tierra del Mago de Oz, les ataca. Y un artefacto perteneciente a un dios de una desconocida (pero de aspecto familiar para los aficionados al cómic) mitología, aparece para cambiar para siempre sus vidas.

Donny Cates, que creció en Texas leyendo tebeos de Jack Kirby, definía en una entrevista God Country como “Un relato Texano del Cuarto Mundo”, y no ocultaba que hay elementos de su vida personal que han percolado en esta obra, con la que pretende contar una epopeya mítica de grandes dimensiones que gire en torno a una familia anclada en la realidad, con sus tragedias cotidianas. El guionista señalaba entonces que en la mayor parte de sagas épicas, el viaje del héroe suele tener un tercer acto con éste ya maduro y habiendo adquirido sabiduría, y que aquí había querido jugar con ese concepto: y así, los dos primeros actos le han sido arrebatado por el Alzheimer al héroe de esta historia, Emmet, que está desvalido ante el tercero. La prosa de Cates nos sumerge en duros momentos familiares en los que contrasta de manera escalofriante la terrorífica demencia de Emmet con la tierna y heroica serenidad que éste muestra cuando todo se desata y vuelve a ser él mismo.

La historia está muy bien equilibrada y la transición entre los acontecimientos de gran escala con los otros, anteriores, más íntimos, va sin fisuras. Los momentos en que se pasa de la tragedia humana (con la que Cates consigue que el lector conecte y que le duela) a la trepidante acción sobrenatural, están muy bien medidos: el cambio llega antes de que aquello tenga posibilidad de ser percibido como un rutinario dramón televisivo, suficientemente aliñado para que verdaderamente nos importe, pero sin saturar. La mitología que Cates inventa para esta historia mezcla y resume las creadas por Jack Kirby en Marvel y DC (hay tanto de Thor como de Los Nuevos Dioses en ella), y aunque está impecablemente elaborada, no se deja llevar por la fácil tentación de ser esclavo de su creación; la usa y resuelve de manera totalmente satisfactoria, pero todavía supeditada a lo que nos venía a contar: el relato de Emmett, y una reflexión sobre lo que nos decimos entre seres queridos, lo que no, y de cómo querremos que nos recuerden en el futuro. Y de ese modo, el sentido de la épica, de dimensiones colosales en escenas que recuerdan tanto a Kirby como a Walt Simonson, cobra aún mayor relieve.

Quizás por todas esas virtudes, y también por el trabajo que desempeñó en Redneck, otra obra para Image con el dibujante Lisandro Estherren, ese rapidísimo ascenso a la primera línea de popularidad en Marvel del que hablábamos antes haya recaído más en Cates (que además de lo ya citado junto a Shaw se ha encargado también del Venom dibujado por Ryan Stegman, y de sustituir a Jason Aaron al frente del Doctor Extraño, con excelentes resultados) que en el dibujante que completa la otra mitad de este tandem. Y es verdad que se nota cierto desnivel entre guion de Cates y el dibujo de Geoff Shaw, ya que mientras que al primero es muy complicado ponerle ningún pero, el apartado gráfico no llega a las mismas cotas de excelencia. Pero sería muy injusto e inexacto quedarnos con la idea de que el trabajo de Shaw y el colorista Jason Wordie son de bajo nivel: se nota una patente evolución y mejoría página a página en los lápices, completada hacia el final, y el modo y narrativa en que se plasman tanto los momentos de épica brutal (pero BRUTAL, háganme caso) como de escenas más íntimas terminan siendo sencillamente dignas de aplauso con su oscuro tono.

Entre lo uno y lo otro, quizás podríamos jugar a elucubrar que God Country podría perfectamente haber sido un título del sello Vertigo de los años noventa, si hubiesen decidido dar al Cuarto Mundo de Kirby el mismo tratamiento que otorgaron a otros conceptos del universo superheroico de su casa madre.

Toca alabar la edición de Panini bajo su sello Evolution. Quizás resulte un poco elevada de precio, pero la tapa dura y el formato, ligeramente superior en tamaño a la edición original, le sientan de maravilla a esta obra autoconclusiva y autocontenida; definitivamente, a ojos del que suscribe estas líneas, merece la pena.

Habrá quien pueda pensar, en algunas conversaciones me han comentado, que quizás todo se resuelve algo rápido y que se podría haber extraído más de la historia y haberla prolongado. No puedo estar de acuerdo. God Country, con su peliagudo tema central y la cosmogonía que plantea, es un extraordinario ejercicio de síntesis, de contar lo que se viene a contar sin artificios superfluos ni tomaduras de pelo al lector estirando el chicle más allá de lo deseable. Cada elemento está puesto donde debe para cumplir una función en la obra. Es honesta. Es directa. Es rápida, conmovedora y espectacular. Es uno de los mejores tebeos que van a tener ocasión de leer en materia de cómic independiente USA durante este año.



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