Javier Vázquez Delgado recomienda: Green Arrow: entre el superhéroe, el justiciero urbano y el bandido social
Green Arrow es el superhéroe de perfil político más reconocido del Universo DC. No debería resultar extraño. El personaje se concibió en su origen como un Robin Hood con la tecnología y el modus operandi de Batman y como tal, entroncaba con el particular sentido de justicia del forajido de Sherwood. Sin embargo, el peso de esta influencia resultó más bien anecdótico frente a un descarado seguidismo del Guardián de Gotham en cuanto a gadgets, identidad civil o aliados.
La cosa cambió a finales de los años sesenta. Desde entonces, por una serie de circunstancias y de la mano de destacados autores, Green Arrow se convirtió en el estandarte de las causas sociales del Universo DC. Su personalidad quedó marcada por ello, confiriéndole un discurso explícitamente político en general y orientado a la izquierda en particular (veremos en seguida los debates asociados a esta afirmación).
¿Cómo se produjo ese cambio? ¿A qué se debió? Vamos a intentar dar respuesta a estas preguntas a través del comentario de tres etapas emblemáticas del personaje: la de Dennis O´Neil y Neal Adams a principios de los años setenta, la de Mike Grell a finales de los años ochenta, y la de Kevin Smith a principios del presente siglo.
Hablar del carácter político de Green Arrow es hablar de los años sesenta. A finales de esa década, el personaje va a sufrir un importante ajuste estético y de carácter. El rediseño visual fue realizado por Neal Adams en The Brave & the Bold #85 (09/69). Adams cambia el traje, que parecía el de Robin Hood pero versión aliexpress, por otro más elegante y superheroico y añade una perilla a lo Errol Flyn al rostro de Ollie confiriéndole un toque de distinción y carácter (pese al ridículo rizado del bigote). Este cambio en el aspecto fue complementado con un nuevo planteamiento de la conducta del personaje que corrió a cargo de Dennis O´Neil y que se pudo ver en las páginas del número 75 de la JLofA (11/69). En este número Queen pierde su fortuna debido a las maquinaciones de uno de sus socios. Esto, según nos cuenta el propio personaje, le hace entrar en contacto con la realidad de los más desfavorecidos. En ambos números, sin embargo, el drama se centra en la crisis de identidad del personaje, que se debate entre su existencia como superhéroe y como millonario filántropo, a la vez que duda de sus verdaderas motivaciones como justiciero enmascarado. “Sólo buscas emociones y aventuras”, le espeta un doppelgänger.
La pérdida de la fortuna se añadiría a ese conflicto interno dando lugar a un Ollie explícitamente comprometido con la causa de los desfavorecidos, como se vio a los pocos meses ya en la etapa que se abre en Green Lantern/Green Arrow #76 (04/70) con O´Neil y Adams.
Es en esa etapa en la que se nos presenta a un Oliver Queen politizado. “¡Algo va mal! ¡Algo nos está matando a todos! ¡Una especie de cáncer moral corrompe nuestras almas!” afirma. Apela al ejemplo de Martin Luther King y Robert F. Kennedy (ambos asesinados hacía apenas dos años) y propone a Los Guardianes, máximos exponentes de las autoridades alejadas de la realidad, que participen en primera persona de los problemas de la Tierra. Los Guardianes quedan impresionados con los argumentos de Ollie y envían a uno de ellos para que acompañe a Oliver y Hal en un viaje por el corazón de EE UU. “Ahí fuera, en algún lugar, hay un buen país. ¡Partamos en su busca!”, cierra Ollie.
Empieza así “Hard-travelling Heroes”, la saga que abre la etapa de O´Neil & Adams en Green Lantern/Green Arrow. A lo largo de seis números, el trío compuesto por Hal Jordan, Oliver Queen y el Guardián viajan por la América profunda a lomos de una destartalada camioneta.
La saga es una road movie en toda regla y, como tal, un viaje de maduración. La tensión se centra en la contraposición entre un Ollie apasionado, explosivo y locuaz y un Hal más sereno y confiado aunque crecientemente dubitativo. Es el Guerrero Esmeralda el verdadero protagonista de la aventura y el personaje que sufre un cambio, un crecimiento.
Situando a los personajes en medio de conflictos totalmente inusuales para un cómic de superhéroes, éstos acaban en enfrentándose debido a sus puntos de vista divergentes. Esa es la clave de la saga: aunque ambos estén en el mismo bando, aunque ambos busquen “el Bien”, no lo entienden de la misma manera. Se oponen “dos ideas diferentes de justicia”. Hal Jordan opera con un enfoque estrictamente maniqueo donde “el Bien” siempre coincide con “la Ley” y “la Autoridad” y “el Mal” con los que rompen “la Ley”, habiendo una línea divisoria perfectamente definida entre lo uno y lo otro. Oliver, por su parte, entiende que a veces hay que forzar la ley o incluso oponerse a ella en aras del bien y que incluso la autoridad más legal puede llegar a proteger o encubrir el mal.
Los conflictos que presencian son un buen muestreo de problemas sociales: desahucios, racismo, explotación laboral, etc. A través de ellos, Hal va cambiando su enfoque, cuestionando el papel de la autoridad y preguntándose por las causas de los problemas sociales que en muchas ocasiones engendran comportamientos delictivos. Hasta tal punto experimenta un cambio que su estatus en los Corps queda en suspenso al desoír las órdenes directas de sus superiores.
Tras la saga, vienen una serie de episodios variados, donde sigue estando presente la crítica social y política, ya sea en forma de sátira contra el presidente Nixon y el vicepresidente Agnew, el consumismo o la contaminación. De entre todos ellos destacarán los números 85 y 86 por afrontar el problema de las drogas. En sus páginas se revela que Roy Harper, pupilo de Queen, está enganchado a la heroína.
Esta pequeña saga tenía, sobre todo en el apartado gráfico, aspectos más crudos y realistas de lo que se pueden ver en la trilogía de las drogas de Spider-Man, de apenas un mes antes. En todo caso, ambas quedaron como los exponentes de un nuevo tiempo en los cómics de superhéroes. Un tiempo que daría cabida a temas más sociales y tramas más realistas.
La saga ganó el premio al mejor comic del año de la recientemente fundada Academia del Cómic de EE UU y contó a su vez con una carta de felicitación del John Lindsay, el entonces Alcalde de Nueva York.
Tras este clímax, los últimos números de la etapa prosiguen la línea de los anteriores. John Stewart, un arquitecto negro, se convierte en el suplente de Hal Jordan como Green Lantern en otra aventura en la que este debe afrontar sus prejuicios.
En el último número vemos a Isaac, un líder ecologista de aspecto similar a Jesucristo que trata de sabotear las pruebas de un avión supersónico altamente contaminante de Ferris Aircraft, la compañía aeronáutica de Carol Ferris, pareja de Hal Jordan. En este episodio hay una cierta inversión de papeles. Tras haberse sumado a su causa, Isaac increpa a Oliver por la falta de coherencia entre sus ideales y su práctica superheróica, ya que también emplea gases contaminantes en sus flechas trucadas. Esta vez es Ollie el que debe cuestionarse lo adecuado de su conducta. El choque con Isaac le afecta hasta el punto de que se sume en otro de sus momentos de auto-desaprobación que tanto veríamos en el futuro. Por su parte, tras la dramática resolución del episodio, con la muerte de Isaac crucificado en el ala de un avión, Carol afirma con cierta condescendencia hacia el fallecido que “siempre habrá víctimas del progreso”. Hal reacciona con un arrebato propio de Ollie, destrozando el avión con un rayo de su anillo y afirmando desafiante “envíame la factura”. Oliver se ha vuelto un poco Hal y Hal se ha vuelto un poco Oliver.
Hasta aquí un resumen de la etapa. En cuanto al comentario, parece que O´Neil vio en Oliver el vehículo perfecto para transmitir sus propias inquietudes políticas, que en ese momento eran las de todo el país: el racismo, la emergencia medioambiental, la creciente desigualdad, la irrupción de las drogas, los límites de la autoridad, etc. Poner por boca de un personaje las inquietudes del autor no era algo extraño, ni siquiera en cómics de superhéroes. Stan Lee llevaba haciéndolo años. La originalidad está en que el discurso político no es un comentario lateral a la trama, como solía ser el caso, sino que emerge de la trama misma. Los conflictos que se plantean son de naturaleza social y política, apenas hay supervillanos. Ni siquiera se intenta “disfrazar” de supervillano a una problemática social, como había hecho Marvel con el Aborrecedor (Fantastic Four #21, 12/63) o los Centinelas (X-Men #14, 11/65), entre otros.
El carácter político de las tramas llega a su máxima expresión en una de las últimas historias, curiosamente en un número dividido en dos episodios separados para cada personaje. En ella, Oliver Queen recibe una sorprendente oferta: ser candidato a Alcalde de Star City. Mientras madura su respuesta, Arrow presencia unos disturbios en los barrios populares de Star City en los que un niño es disparado por la espalda. Arrow le lleva al hospital más cercano, pero es en vano: el niño muere. Desolado, decide asumirla candidatura. El mensaje está claro: piensa que como Alcalde, a través de la política, puede hacer más por aquellos que quiere defender que con su actividad de justiciero.
El punto del niño asesinado me parece polémico. No se aclara en ningún momento quién es el responsable pero, desde mi punto de vista, los autores exponen la situación de tal manera que sólo puede haber sido la policía y no creo que sea fortuito. De lo contrario, habrían dejado alguna pista que llevara a la duda señalando la presencia de manifestantes armados, o de grupos saboteadores.
También es polémica la candidatura de Queen. No se aclara qué partido se la ofrece, aunque sí sabemos que es el que ocupa la alcaldía en ese momento. Sin embargo, teniendo en cuenta que es un partido que está en el gobierno de una ciudad importante (pese a no estar a la altura de Gotham o Metrópolis, Star City es una de las ciudades más importantes del Universo DC) sólo puede ser el Demócrata o el Republicano. Por obvio descarte ideológico, es harto probable que se trate de los Demócratas.
Esta trama no sería resuelta hasta muchos años después (World Finest #255, 03/79), revelándose que Jack Major (!?), el alcalde en el cargo que le hace la propuesta a Oliver, tenía tratos con la mafia local. Una de las muchas decepciones políticas en la vida de Oliver Queen.
Pese a que ya se ha comentado que Hal Jordan es el protagonista de la etapa, pues es quien sufre una evolución, el nuevo Green Arrow queda perfectamente definido y presentado en estos números. Se ha rebajado su tono superheroico y su caracterización “estándar” para dar paso a una personalidad distintiva con muchísimo potencial, aunque por desgracia, también proclive a la caricatura.
La nueva actitud de Arrow daría mucho juego en JLofA, otra serie donde Oliver era asiduo. Su confrontación con Hawkman (que se inicia en el #100 -08/72- por obra de Len Wein) se convertiría en uno de los leitmotiv de la serie. En buena medida era una reproducción de la relación con Lantern, pues Hawkman también era un policía interestelar, y además contaba con un nombre de lo más oportuno, ya que “halcón” es como se conoce a los políticos de EE UU, generalmente conservadores, de tendencias militaristas. Sin embargo, el contexto y naturaleza de su confrontación va a orientarse más al choque de temperamentos que a las diferencias políticas.
También marcaron el tono de la serie sus frecuentes dudas acerca de su aportación al grupo. Al final, acabaría abandonando la Liga (JLofA #181, 08/80), para retornar poco después (JLofA #200, 03/82) y finalmente abandonarlo por muchos años.
Hay que señalar a su vez que en las páginas del supergrupo, veríamos al Green Arrow más pendenciero, respondón, irritante e insoportable. Y es que no basta con tener un buen personaje, hay que saber manejarlo.
En la segunda mitad de los ochenta Mike Grell, que ya se había encargado de los lápices de Green Lantern/Green Arrow tras Neal Adams, se hizo cargo del personaje. Era un momento propicio para realizar nuevos enfoques. El reinicio del Universo DC operado tras la reciente Crisis en Tierras Infinitas y el impacto de Watchmen y The Dark Knight Returns ofrecían una gran oportunidad para arriesgar con nuevos planteamientos.
El Green Arrow de Mike Grell se enmarca en ese contexto de renovación editorial y exploración creativa. A esto se añade otro elemento. Si el Green Arrow de O´Neil está inevitablemente marcado por la época “sesentayochista”, el de Grell se va a desarrollar en un contexto antagónico: el del reaganismo y la revolución conservadora.
Grell hace que el personaje abandone definitivamente la estela de Batman en lo que respecta a artilugios y “arrow-family”, pero propone un vigilante urbano, severo y vengativo que remite inmediatamente al Batman de Miller e incluso a su Daredevil. Tal vez no fuera casualidad que Miller colara a Queen como colaborador de Batman en The Dark Knight Returns. También realiza un modesto rediseño del traje, simplificándolo y eliminando el gorro emplumado en favor de una capucha que le da un aspecto más misterioso y amenazador.
La obra que inaugura esta etapa fue un indicador: una novela gráfica en tres números de formato prestigie recomendada para lectores adultos, en la más puro estilo de The Dark Knight.
En The Longbow Hunters (1987) vemos a un Oliver Queen pausado, reflexivo. Taciturno. Melancólico incluso. Menos impulsivo e irascible. Quizá inspirado en la crisis de identidad esbozada hacía veinte años, Grell sitúa a Ollie en medio de una crisis de la mediana edad. Para ello lo sitúa en los cuarenta y dos años, toda una innovación para un género protagonizado por eternos treintañeros. El personaje se debate entre su paternidad frustrada, el rumbo de su relación con Dinah, la consciencia de su mortalidad y la confusión acerca de su lugar en el mundo.
Para añadir más extrañamiento en la vida de Oliver Queen, la acción se ha trasladado de Star City, típica ciudad deceíta entre lo futurista y lo grotesco, a Seattle. Una decisión totalmente acertada. Seattle tiene fama de ser la ciudad más izquierdista, lluviosa y verde de EE UU. No en vano la llaman “evergreen”. Parece que todos los aspectos del personaje, el político, el dramático y el cromático, confluyen en esa ciudad.
En cuanto a la trama, se centra en una red criminal que implica a empresarios, narcotraficantes y agentes de la CIA en el contexto del escándalo Irán-Contra: el apoyo financiero que el Gobierno de EE UU prestó a la contrainsurgencia en Nicaragua con dinero de la venta ilegal de armas a un Irán en guerra con Irak.
Al realismo y actualidad de la trama se le añaden momentos de gran crudeza y polémica: el secuestro y tortura de Dinah y la aceptación por parte de Arrow del dinero dela última y frustrada venta que le ofrece un agente de la CIA. Estos elementos tienen su importancia a la hora de redefinir el nuevo trasfondo político en el que se mueve el personaje.
Por un lado, y como en otras obras de la época, pese a su carácter innovador, vemos cómo sigue operando el cliché de la damisela en apuros, solo que dándole una vuelta truculenta. No parece importar demasiado que se trate de superheroínas o personas con entrenamiento e indudable capacidad de autodefensa: Selina Kyle en The Dark Knight, Dinah Drake en The Longbow Hunters o Bárbara Gordon en The Killing Joke acaban invariablemente vejadas, humilladas y torturadas.
Por otro, el dinero. No se trata de una “expropiación”, de “robar al rico para repartirlo al pobre”. Se trata de un dinero sucio proveniente de la venta ilegal de armas a Irán, aunque blanqueado. Dinero que Arrow acepta para sí como un “aumento de salario”, dejando un regusto inquietante al finalizar la obra.
La visión de Grell pudo expandirse en una serie regular que aparecería en febrero de 1988 con éste en los guiones hasta el número 80 (11/93). Sería la primera serie regular de Green Arrow en casi cincuenta años de trayectoria del personaje. También tendría ocasión de consolidar su versión recontando el origen en Secret Origins #38 (03/89) y en la miniserie Green Arrow: the wonder year (02-05/93).Desgraciadamente, todo este material, salvo los doce primeros números de la serie y la novela gráfica, permanecen inéditos en nuestro país.
El aspecto superheroico desaparece casi por completo. En contadas ocasiones se habla del héroe como “Green Arrow”, apelativo que Ollie odia. Las tramas se centran en asesinatos, corrupción política, tráfico de armas y la yakuza, omnipresente en los ochenta.
No se percibe un discurso reivindicativo explícito en el Arrow de Grell. Si con O´Neil las tramas implicaban una toma de posición por parte de personajes y autores, con Grell no hay tal cosa: no hay dos bandos en lucha donde unos defienden una causa justa aunque empleando métodos equivocados, como podría ser el típico planteamiento de O´Neil. Aquí las víctimas no son grupos o colectivos, son individuos aislados e indefensos. Tampoco tienen una causa ni se plantean resarcir una injusticia social. Sólo quieren venganza. Y esa se la va a proporcionar Arrow.
El personaje, por su parte, se aleja de las figuras románticas del bandido o del defensor de causas perdidas y se acerca al arquetipo del anti-héroe. Más próximo, en parte, a los justicieros anti-sistema tipo Harry el Sucio o Paul Kersey. Estos justicieros urbanos, que vivieron su apoteosis en el cine de acción de los reaganianos ochenta, son individuos solitarios que actúan allí donde “la Ley y el Orden” no consiguen llegar, generalmente por culpa de la burocracia u oscuros intereses que conectan la política y el crimen.
Con este enfoque, Grell arrastra a Oliver a los bordes del orden establecido, al límite del “sistema” pero en la dirección opuesta a la de O´Neil. Se trata de una aproximación descreída, casi desengañada, que contrasta con la visión de O´Neil.
Se pueden rastrear trazos de esta versión en la serie televisiva.
La etapa de Kevin Smith como guionista de Green Arrow fue breve. Apenas los dieciséis primeros números de su nueva serie, que arranca en 2001. Sin embargo, su importancia radica en que fue el encargado de traer desde la tumba al personaje, que había muerto en Green Arrow vol.2 #101 (10/95).
Poco se puede decir del Arrow de Kevin Smith en lo político. Es declaradamente liberal (en EEUU se entiende “liberal” como “de izquierdas”) aunque en un sentido totalmente convencional. Esta etapa alberga tramas políticas y temas sociales en su arranque, como la corrupción institucional, los menores marginados, etc. pero poco a poco van desapareciendo en favor de una trama sobrenatural que explica el regreso del héroe de forma un tanto rocambolesca.
Las referencias a sus opiniones políticas están muy presentes, pero más como comentarios coloquiales o recursos cuasi-cómicos. Así, Ollie llama “fascista” a cualquiera a la mínima ocasión. Aquaman, Batman o por supuesto Hawkman son el blanco de sus soflamas. Una JLA plagada de sucesores de héroes veteranos se convierte en la “Liga Fascista de Niñatos”. Que Ollie acuse reiteradamente de “fascista” a sus compañeros no aporta nada político al relato, es más, despolitiza al banalizar la cuestión. Es un mero chascarrillo. Y en eso se resume la etapa desde el punto de vista político, a la política como una peculiaridad caricaturizable del personaje. No hay denuncia ni toma de posición en un sentido u otro. Estamos, en fin, ante una versión del personaje con una politización tan light, tan convencional o, si se prefiere, tan “mainstream” que resulta anecdótica.
Esta etapa se caracterizada, por el contrario, por un regreso por todo lo alto del Green Arrow más superheroico, rodeado de todos sus compañeros y amigos de la “arrow-family” y de la Liga. Esta senda sería continuada por Brad Meltzer en su brevísima estancia en la serie pero añadiéndole su entrañable e íntima sensibilidad por los personajes, su pasado y sus interrelaciones. Cabe mencionar también el trabajo de Meltzer con el personaje en Crisis de identidad (2004), donde lo retrata de manera magistral como el alma del grupo y se limita a dejar entrever las tensiones políticas del equipo de manera sutil, elegante y verosímil.
No obstante, esta etapa consigue dotar de una base sólida al poso anímico del personaje y ese es su principal punto a favor. Diría que Smith trata de integrar en su versión al apasionado y joven mitinero de O´Neil y al taciturno y descreído cuarentón de Grell. Ollie se muestra más consciente que nunca de las cagadas monumentales que comete por culpa de su volcánico temperamento. Al mismo tiempo vemos cómo tras sus fanfarronadas muchas veces le atenaza el sentimiento de culpa, cómotras su alegría desbordante se esconden múltiples heridas auto-infringidas. Esos contrastes alimentan sus dudas y su conducta muchas veces errática, hasta el punto que él mismo acaba definiéndose como su “peor enemigo”. Eso le hace más complejo y contradictorio, pero también más entrañable, más humano. Es altruista y egoísta, desprendido y posesivo, concienciado e inmaduro. Una especie de eterno adolescente radicalizado e impertinente tratando de reconciliarse consigo mismo y madurar.
Esta estrategia de integración de los distintos humores del protagonista le confirió un perfil claro y sólido y abrió un tratamiento interesante del pasado del personaje. El seguidismo con respecto a Batman se integra en la ficción como un sentimiento de inicial admiración de Oliver que posteriormente devino en envidia, como se pudo ver en JLA#125 (04/06). Un planteamiento que se beneficia enormemente del breve affaire de Batman y Canario Negro en JLofA #84 (11/70) y que incluso tiene potencial político. Más que Hawkman o Lantern el compañero de armas que representa lo opuesto a Oliver en muchos aspectos es, irónicamente, su modelo, su inspiración: Batman.
Con la resurrección de Oliver, DC consiguió por una vez desarrollar de manera orgánica a un personaje, integrando sus distintas etapas y versiones y dotándolo de tridimensionalidad, pese a los inevitables y engorrosos fallos de continuidad.
Las inquietudes políticas de Ollie encajan en este cuadro de evolución del personaje de manera natural: una juventud airada y contestataria (etapa de O´Neil), una crisis de la mediana edad donde se muestra desencantado con sus ideales (etapa de Grell) y una madurez de creciente serenidad, reconocimiento de los errores pasados y con una politización más bien complaciente, casi auto-paródica (etapa de Smith).
Sin embargo, pese a dibujar una evolución tan fluida, hay dudas en la caracterización que siguen abiertas. ¿Es Oliver Queen otro niño rico jugando a revolucionario? ¿O por el contrario es una persona sinceramente asqueada por un ambiente elitista, hipócrita e insensible que percibió en las clases altas de las que proviene?
¿Es sólo un provocador o un sincero activista?
Conclusión: ¿radical o moderado?
A raíz de todo lo expuesto cabe preguntarse por el origen o la causa de la politización de Oliver Queen, el momento en el que se da esa politización y la naturaleza o profundidad de la misma.
Aunque en el Green Arrow de O´Neil no se establece de manera clara, la cadena de acontecimientos parece indicar que Oliver toma conciencia de los problemas sociales después de perder su fortuna. Se indica algo en el sentido de que antes podía tener inquietudes de tipo filantrópicas (el dinero que pierde pertenece a la Fundación Queen, dedicada a la beneficencia). Pero lo que está claro es que su giro “activista” es posterior a su bancarrota. Un punto importante en este cambio parece jugar su traslado a un piso a pie de calle en un barrio conflictivo de Star City, donde sorprende la plena accesibilidad del héroe y su inaudita despreocupación por proteger su identidad secreta.
Sus motivaciones como superhéroe pasan así de una búsqueda de emoción y aventura a un ánimo justiciero afianzado cuando empieza a convivir con los desfavorecidos. Es un punto crítico, pues en sentido estricto no estamos ante un justiciero sino ante un aventurero que deviene justiciero una vez ha sufrido una injusticia y hace suyas las injusticias que sufren los demás. Esto suele ser un esquema de actuación de los bandidos clásicos.
Decimos que Arrow se ha convertido en un activista, en un contestatario dispuesto a romper la ley para ayudar a los desfavorecidos. Pero no es un revolucionario, un “anti-sistema” en el sentido de que condene globalmente un sistema como principal causante de los problemas sociales y quiera sustituirlo por otro. Quiere que el sistema cambie, no cambiar de sistema. Se mueve en los márgenes del marco establecido pero dentro del marco establecido. Sus referencias a Robert Kennedy o Luther King así lo demuestran: quiere abrir el marco, ampliarlo para que pueda dar nuevas soluciones a los nuevos problemas, no sustituirlo por otro aunque a veces su temperamento le haga parecer más exaltado y radical.
Hay además un elemento que, en su clamorosa ausencia, nos indica que no estamos ante una obra que busque provocar o subvertir con un ánimo rupturista, tan sólo concienciar y sensibilizar. Se trata de la Guerra de Vietnam. Que el principal problema de la época ni se mencione en esta etapa no puede ser fortuito. Su ausencia delimita el perfil del cómic, que es, a su vez, el del propio Green Arrow: no estamos ante un cómic underground, estamos ante un cómic mainstream. Ya es un desafío que en él se cuestione a “la Autoridad”, expresamente prohibido por el Comics Code, pero no deja de ser un cómic hecho por la industria y desde la industria. Un cómic realizado en una época de cambios que quiere reflejarlos y posicionarse. Su mérito reside en que trata de sensibilizar tanto a público como industria de esos cambios y reorientar a un personaje para que sirva de altavoz de los mismos.
En todo caso, el tema de Vietnam sería empleado por O´Neil una suerte de precuela de su etapa en Green Lantern/Green Arrow que vería la luz en Legends of the DC Universe #7-9 (08-10/98).
Dentro de las posibilidades del género y la época y a pesar de su simplicidad e ingenuidad, las historias intentan reflejar la complejidad de los temas planteados. Los problemas no se resuelven, tan sólo quedan encauzados o en suspenso, sin aportarse soluciones definitivas o plenamente correctas y eficaces. O alguien pierde sin merecerlo o la victoria es pírrica o la lucha se encauza por el lento y engorroso cauce legal.
A pesar de las evidentes simpatías del autor por las posiciones del personaje, que son las suyas, no se traza un retrato ejemplar de Oliver. En ningún momento se fija una equivalencia absoluta entre el personaje, sus ideales y lo moralmente correcto. A veces su carácter le hace resultar antipático. Parece que nunca está contento ni conforme con nada. Suele exponer su punto de vista a voces y en forma de reproche o burla. Cuando se encuentra con Roy inyectándose heroína reacciona golpeándole y echándole de su casa. Es decir, que en el momento en el que su pupilo más le necesita le repudia. Una actitud que quizá sea verosímil pero no deja de ser despreciable. El propio relato trata de dejárnoslo claro yal final, un Roy limpio le devuelve el golpe.
Tampoco tiene una actuación políticamente coherente. Cuando unos mineros deciden iniciar una revolución armada en su pequeña localidad, Arrow está a punto de abandonarles a su suerte pese a ser consciente de que van al matadero. Se apunta a la cruzada ecologista de Isaac sin importarle que sea un saboteador pero luego le echa en cara su intransigencia cuando éste renuncia a un acuerdo aunque eso le cueste la vida. Desconfía del cauce legal que emprenden los nativo-americanos para reclamar unos derechos sobre un territorio sin aportar una solución alternativa. Puede plantearse que, debido a su temperamento, es incapaz de aportar una visión política eficaz, posicionándose por arrebatos más que por un análisis político. En este sentido, Arrow denuncia, acusa, pero rara vez propone algo.
Sin caer en la moraleja, el mensaje claro que quiere transmitir la etapa sería que hay que ser conscientes de los crecientes y múltiples problemas que aquejan a la sociedad, que combatir supervillanos puede ser muy vistoso pero hay otras formas más dañinas y menos visibles de hacer el mal y que, desgraciadamente, la ley y la autoridad no siempre son suficientes ni cumplen con su cometido en la defensa de los desfavorecidos. Por eso hay que reclamar con firmeza a los que hacen las leyes y a las autoridades para que se conciencien y tomen cartas en el asunto.
No hay un solo conflicto en esta etapa que se resuelva por la vía violenta o al margen de la ley. Al final, siempre hay una vía legal que encauza el problema, pese al escepticismo de Oliver. En este sentido, aunque los problemas planteados rompen los esquemas de Lantern y reafirman los de Arrow, es aquel el que se siente más conforme con las soluciones. Ese es el punto de equilibrio de la etapa: Arrow denuncia los nuevos problemas y Lantern los encauza debidamente.
En cuanto a la versión de Grell, ya ha quedado claro que se mueve en una época antagónica con la anterior. Desconozco si, como era el caso de O´Neil, Grell usa a Oliver como altavoz de sus propias inquietudes y opiniones. Lo que está claro es que, intentando sintonizarle con un clima de época que trata de enterrar el “sesentayochismo”, Grell imagina a Oliver como una persona desencantada con el rumbo del mundo. El momento es propicio, con la revolución conservadora en su punto más alto, EE UU a punto de ganar la Guerra Fría y los viejos radicales sesentayochistas instalados en el poder aquí y allá como parte del establishment. Sin embargo, hay un matiz que no podemos pasar por alto.
La miniserie The Wonder Year, en la onda del batmaniano Year One, es la que aporta más información sobre el aspecto político del Oliver Queen de Grell. En ella vemos a Ollie a finales de los años sesenta participando de diversas iniciativas estudiantiles pero de la mano de militantes radicales y desde un distanciamiento que se opone expresamente a las teorías de sus compañeros. “Soy un capitalista empedernido y creo en la democracia” afirma de manera provocadora. “¿Cómo puedes defender un sistema que permite tal opresión?” le replican, a lo que responde: “Defiendo un sistema que permite que la gente como nosotros lo cambie (…) esa es la diferencia entre Jefferson y Marx”. Está claro que para Grell, el joven Queen no fue un hippie ni un radical. Simpatizó, coqueteó, pero siempre tuvo claro que lo suyo no era ni los cambios radicales ni la violencia. Con el paso de los años, al comprobar que los jóvenes radicales se acomodaban en el poder renegando de lo que antes defendían, se reafirmó amargamente en sus opiniones. De nuevo encontramos la referencia a los hermanos Kennedy y a Luther King pero no como aliciente para buscar ese país que merece la pena, según había defendido con O´Neil, sino para confirmar que ese país se ha perdido.
Los años sesenta marcaron profundamente a EE UU, y en concreto la muerte violenta de esos tres protagonistas de la década representa un punto de inflexión en la “conciencia ciudadana” que se menciona con frecuencia. O´Neil viene a decir que por su ejemplo merece la pena continuar su lucha. Grell parece decir que ni si quiera su ejemplo ha servido para cambiar las cosas.
Grell no sólo rebaja el mordiente contestatario de Ollie aportado por O´Neil sino que lo transforma en desengaño. Este no-tan-radical Oliver pierde algo del gancho político que albergaba la exaltada versión de O´Neil. Si el Oliver universitario de Grell se dedicaba a defender a los padres fundadores de EEUU frente a sus compañeros marxistas, ¿por qué se siente desengañado justo cuando el viento de la historia parece confirmar su punto de vista? Esto podría explicarse echando mano una vez más de su carácter contradictorio: pro-establishment en los sesenta, cuando lo normal era estar en contra, anti-establishment en los ochenta, cuando su triunfo es abrumador. Oliver Queen, siempre en yendo en el sentido contrario a lo que marcan los tiempos. ¿Un provocador, por tanto? No parece que Grell lo entienda así.
Con Smith no hay tanta contradicción porque apenas hay posiciones polémicas. Se presenta a Ollie como el típico votante demócrata de mediana edad con humorísticos e inofensivos ramalazos radicales, recuerdos de una juventud cada vez más lejana.
Todas estas cuestiones tienen una derivada que me resulta muy divertida: la relación entre Green Arrow y sus compañeros de la Liga. Al definirse políticamente condiciona a los demás de manera indirecta.
En la medida que Arrow ha ido consolidando su imagen como héroe anti-establishment oficial de DC, su participación en un grupo tan consumadamente establishment como la Liga de la Justicia de América resultaba incomprensible. Así, tras la etapa clásica del satélite, la participación de Arrow en la Liga ha sido muy escasa. Es más, se ha tendido a agruparle en formaciones de anti-héroes o proscritos. Sin embargo, creo que su presencia en la Liga aportaba algo distinto y especial, un contrapunto necesario y fuente de interminables e interesantes conflictos internos. En JLA: Incarnations #3 (09/01) Ostrander lo sintetiza de manera tan ficticia como brillante. Si en la serie original las broncas entre Arrow y el resto de la Liga estaban más cerca de los chascarrillos que de discusiones políticas, Ostrander las imagina como un conflicto entre estrategias de actuación. Así, un Arrow en la onda de O´Neil pero más radical se opone al traslado al satélite, denuncia el elitismo del grupo y defiende un papel activo en política, derribando gobiernos autoritarios e imponiendo mejoras a pie de calle sin rendir cuentas a nada ni a nadie.
Una escena del la Liga del DCAU ha reflejado esa tensión mejor que muchos cómics. En el episodio 10 de la excelente cuarta temporada (“Flashpoint”), la del proyecto Cadmus y la presidencia de Luthor, Superman está dispuesto a sobrepasar todos los límites con tal de desenmascarar a su archienemigo. La Liga le previene contra el uso de su poder al margen de la ley. Es un sereno y calmado Arrow el que confronta con él, afirmando que muchas veces “tiene miedo” de lo que gente como él podrían hacer si decidieran detener a los que ellos consideran culpables sin rendir cuentas ante nadie. Arrow llega así a justificar los intentos de Cadmus por neutralizar a la Liga en base al peligro que supone un poder tan enorme no sometido a control alguno.
Para la política de EE UU la cuestión de la concentración de poder es básica desde su debate constitucional. Es, de alguna manera, la cuestión política por excelencia del país. Implícita en ella se encuentra la gran pregunta que sigue abierta en el universo superheroico desde 1986: ¿Quién vigila a los vigilantes?
Controles y contrapesos, separación de poderes, rendición de cuentas… mecanismos para que el poderoso no lo pueda todo. También se vio algo de esto en la Civil War marvelita.
Desgraciadamente, y llegados a este punto se puede apreciar el meollo de la cuestión: no es tan fácil definir políticamente a Green Arrow y menos en un mundo donde las categorías políticas se están reconfigurando con increíble velocidad e intensidad. Lo que en los sesenta podía ser radicalismo de izquierdas en EE UU ahora puede ser parte de un orden establecido furiosamente atacado por la derecha.
En este sentido, al lector atento no se le habrá escapado que enfoques como el de Ostrander, donde Ollie defiende derribar gobiernos sin responder ante nadie y el del DCAU, donde entiende que su propio gobierno quiera vigilar y controlar a la Liga por mera prevención, son políticamente antagónicos.
Aquí radica la dificultad de definirlo políticamente: cada autor puede entender su “radicalismo” desde una orientación u otra. Si bien se puede afirmar que, sobre una base tendencialmente izquierdista, las versiones de Arrow que hemos visto aquí se diferencian en matices e intensidades, es decir, que no ha sufrido el intenso vaivén de, por ejemplo, otro gran personaje político de DC, Anarkia, removido de su anarquismo “izquierdista” inicial a un campeón del anarcocapitalismo, bandera de las nuevas derechas del s.XXI.
La correspondencia de estas elucubraciones políticas con las figuras del bandido o el justiciero son una opinión puramente personal. Sin embargo, no me parece descabellado afirmar que hay una conexión entre las inclinaciones políticas que uno u otro autor coloca en Oliver Queen y el tipo de figura enmascarada que asume.
La figura del bandido se ha utilizado como la de alguien que desafía a la autoridad y al poderoso, aunque en raras ocasiones enarbola una causa concreta. Ese desafío, en las peculiares claves de la política de EE UU puede tener un sesgo más individualista o más comunitario. Cuando los autores aportan una visión de Oliver más apegada al individualismo o al desengaño, parece que se alejan de la figura del bandido para aproximarse al justiciero.
El Green Arrow como superhéroe, por el contrario, es tan flexible y elástico como la propia figura pero a la vez, pierde casi completamente el encanto que hace especial a este personaje, reduciendo su carisma a una personalidad explosiva y a su repertorio de flechas-truco.
Lo que echo en falta en todas estas versiones es un Green Arrow que verdaderamente encarne un Robin Hood moderno: forajido temido por los poderosos, cantado por los oprimidos y admirado por todo el pueblo.
Este enfoque estaba ya presente en el mismo origen del género con el Superman de Siegel y Shuster. El superhéroe como “paladín de los oprimidos” tenía cierta conexión con los románticos bandidos-héroes de vistosos ropajes, que imparten justicia e incluso venganza para satisfacción del oprimido con las dosis justas de violencia restitutoria. Sin embargo, en seguida fueron tolerados por la autoridad y, rápidamente, alistados como parte especial de las fuerzas de la ley y el orden. Para cuando regresaron a los márgenes de la ley, a finales de los ochenta, ese aspecto socializante se había convertido en una relación tensa con el orden establecido desde un individualismo descreído y desconfiado. Y eso ha marcado la evolución política de muchos personajes, afectando incluso a Arrow la etapa de Grell, como vimos.
No es difícil imaginar a un Oliver casi niño, en un Seattle de ficción denominado Star City observando fascinado los disturbios de la Contra-cumbre de la OMC de octubre de 1999 desde los cristales tintados de la limusina familiar. O que agarre una mochila y se dedique a viajar por el mundo sin un duro y leyendo a Noam Chomsky mientras reniega de su etapa de adolescente grunge. O incluso que renunciara o entregara voluntariamente su fortuna para abrazar con fervor la causa a la que ha decidido consagrarse. Todo un carácter. La misma determinación de Batman, sin su autocontrol y sin su pulsión vengativa.
Resulta un tanto decepcionante, por tanto, que un personaje que tanto debe a Robín “El Encapuchado” no se haya orientado con más determinación por la senda del desafío al orden establecido en nombre de la justicia social. En ningún episodio de las etapas referenciadas se ejecuta la acción distributiva clásica del bandido social: robar al rico para repartirlo entre los pobres. Pero, como decía el mismo Oliver en The Wonder Year: “¿qué voy a hacer?, ¿robarme a mí mismo?”.
Esa es la contradicción de un personaje contradictorio.
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