Javier Vázquez Delgado recomienda: Los buenos veranos 4 El descanso del guerrero
Edición original: Les beaux étés 4 Le repos du guerrier FRA, Dargaud
Edición nacional/ España:Norma Editorial
Guión:Zidrou
Dibujo:Jordi Lafebre
Color:Jordi Lafebre y Mado Peña
Formato:Cartoné, 56 páginas
Precio:16€
Llevamos veinte años yéndonos de vacaciones a la aventura… ¡Digamos que este año serán aún más a la aventura que de constumbre! ¡Solo eso!
Los Faldérault llegan puntuales a su cita veraniega de cada año. Zidrou y Jordi Lafebre, con la ayuda de Mado Peña en el color, nos llevan contando sus vacaiones familiares desde el año 2015 cuando comenzaron la serie Los buenos veranos. Este cuarto número se titula El descanso del guerrero y nos lleva al verano de 1980. Como los tomos anteriores edita Norma Editorial. En Francia a finales del 2018 apareció el quinto álbum titulado La fugue.
Zidrou es un guionista belga nacido en 1962. Durante su ya larga carrera ha tocado todos los géneros, pero su fama se ha forjado en las series y álbumes que tienen un marcado tomo sentimental como Lydie, Bufón, El cuentacuentos, El paseo de los sueños, ¿Quién le zurcía los calcetines al Rey de Prusia mientras estaba en la guerra? o La anciana que nunca jugó al tenis. Todas ellas son historias que se alejan de los temas tópicos de la BD, pero que sirven para ensanchar horizontes no solo geográficos sino también sentimentales.
Jordi Lafebre es un historietista nacido en Barcelona en 1979. Tras colaborar en varios fanzines y revistas comienza su andadura en el mercado francófono en 2009. Una carrera que está íntimamente ligada a la de Zidrou junto al que ha colaborado en varios proyectos como La anciana que nunca jugó al tenis, Lydie o La Mondaine. Unos proyectos que cada vez son más largos, señal inequívoca del éxito que están cosechando. Y que dure ya que se han convertido en una pareja imprescindible para entender la BD.
Verano del 80, la familia Faldérault espera como cada año a que Pierre acabe sus páginas para poder emprender sus vacaciones. Por increíble que parezca este año cumple con las fechas de entrega así que la familia podrá salir a tiempo, además hay otra sorpresa ya que son los orgullosos propietarios de un chalé en la campiña francesa. Pero los imprevistos están a la vuelta de la esquina.
En los tres primeros álbumes de la serie vemos los diferentes estadios de la relación entre Pierre y Mado, pero aquí está consolidada, con una complicidad fruto de los años de convivencia y el amor que se profesan el uno al otro. Un amor que se encuentra lejos del ideal del efímero amor romántico. Así el foco de la historia pasa a estar centrado en las dos hijas mayores de la familia que deben afrontar su paso definitivo a la edad adulta con las decisiones que ello conlleva. Una historia sobre las pequeñas decisiones que todos debemos tonar a lo largo de nuestra vida y que sirven para forjar nuestro futuro. Un tipo de historia en la que Zidrou consigue retratar la grandeza de los pequeños momentos.
En este álbum los conflictos que afronta la familia son menos dramáticos que en álbumes anteriores y su reacción ante ellos resulta algo menos creíble y más idealizada. Pero la maestría de Zidrou para contarla, además de conseguir que empatícenos con los personajes y que la historia nos despierte recuerdos alegres hace que no sea un gran problema. Aunque la historia se puede leer por separado sin problemas, la cantidad de chiste internos y autorreferenciales como las fechas de entrega de Pierre, la parada para comer patatas fritas, etc. hacen que se disfrute mucho más si se han leído los anteriores tomos.
A pesar de que el protagonismo está más centrado en otros personajes hay dos que resultan claves: Jean-Manu y Pétète. Jean-Manu sirve para mostrarnos las diferencias entre las vacaciones entre una familia rica como la suya y los Faldérault, que durante la serie han servido como reflejo de la realidad de las clases medias en Bélgica en las décadas de los años sesenta y setenta. Además, también sirve para relativizar que para ser feliz es necesario el dinero. Pétète por su parte sirve de alivio cómico, robando la gran mayoría de las escenas en las que aparece.
Los buenos veranos es una serie de emociones y el trabajo gráfico debe lograr reflejarlas, algo que Lafebre lleva consiguiendo desde el primer número de la serie. Estamos ante una historia que no requiere ni espectacularidad, ni alardes de cámara simplemente mostrarnos con claridad lo que sucede. Todos sus personajes son una muestra de su talento para mostrar expresiones faciales creíbles de personajes que siguen siendo identificables a pesar de que cumplen años. En cada álbum se ve el trabajo de documentación para conseguir trasladarnos a la época en la que se desarrolla. El color está plagado de tonos cálidos y luz como no puede ser de otra manera en una historia que se desarrolla durante el verano, pero no solo tiene un uso descriptivo, sino que sirve para reforzar las emociones que experimentan los personajes. A cada nuevo álbum Lafebre demuestra un progreso que cada vez le va convirtiendo en un dibujante mejor.
Una buena edición de Norma Editorial, siguiendo el trabajo realizado en los tres números precedentes, en esta ocasión se incluyen varios bocetos previos. Zidrou es uno de sus autores estrella y cada poco tiempo aparecen sus nuevos trabajos en nuestro país. Esperemos que el quinto número vea la luz este año.
Cada nuevo número de Los buenos veranos es un reencuentro ineludible con la familia Faldérault, los hemos visto en sus mejores y peores momentos y hemos llorado y reído junto a ellos. Y cada vez que cerramos un álbum de la serie sentimos una punzada en el corazón, la misma que cuando te despides de alguien muy querido que nos sabes cuándo volverás a ver. Así de bueno es el trabajo Zidrou y Lafebre.
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