Javier Vázquez Delgado recomienda: La Aguja, de Simon Spurrier y Jeff Stokely

 
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Edición original: The Spire Nº 1-8 USA (BOOM! Studios, 2015-2016).
Edición nacional/ España: Planeta Cómic (2018).
Guión: Simon Spurrier.
Dibujo: Jeff Stokely.
Entintado: Jeff Stokely.
Color: André May.
Formato: Tomo cartoné de 208 páginas.
Precio: 18,95€.

 

“Dejemos a un lado nuestras diferencias y concentrémonos en aquello que tenemos en común. Entendámonos, si bien la historia dice que nunca ha sido así. En resumen, seamos amigos.”

Normalmente pensamos que el mayor poder de la fantasía es su capacidad para teletransportarnos a mundos increíbles y hacernos disfrutar con las imposibles aventuras de sus héroes. Pero, realmente, este tipo de historias nunca se construyen desde cero; la imaginación, para bien o para mal, siempre parte de la experiencia, de nuestra realidad más inmediata y, por supuesto, de ese amalgama que conforman nuestras pasiones, sueños y terrores más profundos. Por ello, la principal virtud de la fantasía no es “llevarnos de viaje”, sino darnos la oportunidad de entender nuestras propias contradicciones, poner de relieve las desigualdades del mundo real, asomarnos al lado oscuro de la humanidad y, en definitiva, ofrecernos perspectiva sobre temas muy universales. Es por ello que estas historias se articulan habitualmente como viajes iniciáticos, un rito en el que un protagonista pasa por una serie de pruebas y/o calamidades que le hacen crecer como persona y, con suerte, abandonar algunos de sus prejuicios e ideas preconcebidas.

La fantasía es una herramienta para hablar de nosotros mismos y nuestra relación con ese etéreo concepto de ser humano, aunque durante mucho tiempo sus universos infinitos han sido conservadores, prototípicos y convencionales. Pese a hablar en muchas ocasiones de sociedades caracterizadas por una supuesta diversidad de especies, razas y formas de entender la vida, en la práctica las cuestiones de género, identidad y sexo han sido abordadas -en el mejor de los casos- superficialmente. Pero hay una nueva generación de autores que han empezado a romper con esto, superando la recreación medievalista para dar cabida a opciones de todo tipo y condición, incluyendo abiertamente -y con mayor o menor fortuna- personajes del colectivo LGTBI en sus historias. En mundo del cómic no ha sido ajeno a esta revolución, como atestiguan la publicación de obras como Nimona de Noelle Stevenson, las Rat Queens de Kurtis J. Wiebe, la popular Saga de Brian K. Vaughan y Fiona Staples, o la presente La Aguja de Simon Spurrier, Jeff Stokely y André May.

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Este cómic publicado en Estados Unidos en 2015 por la editorial BOOM! Studios, y editado por Planeta Cómic en España el pasado año, es una buena muestra de esta nueva fantasía de la que hablamos, una que pone a prueba al lector y que se hace eco de otras sensibilidades. La Aguja es una de esas obras que deberían estar en boca de todo el mundo, pero que se antoja que no han tenido la repercusión y la atención que merecen a tenor de su calidad. Y eso que estamos hablando de un cómic nominado en 2016 a los Premios Eisner en la categoría de Mejor Serie Limitada y de la que han hablado maravillas autores tan dispares como Rick Remender, Kieron Gillen, Gail Simone o Jeff Lemire. No es para menos, La Aguja en solo ocho números logra edificar un universo que no se limita a los recovecos acostumbrados del género fantástico, sino que además añade recursos, temáticas y un estilo propio que la convierten en una pequeña pieza de orfebrería secuencial.

La Aguja parte de una premisa muy recurrente, pero lo original de la historia es su contexto y unos personajes que cuestionan tanto lo que está pasando como a sí mismos. La Aguja es una ciudad en mitad de un desierto radiactivo, hogar de humanos e inhumanos, los llamados ‘esculpidos’ que viven casi al margen de una sociedad que se aprovecha de sus talentos y al mismo tiempo los teme relegándolos a la parte más baja de una metrópolis en forma de Torre de Babel en cuya cima se mueven los más poderosos. Es la contradicción de una ciudad de estética neo-steampunk en la que encontramos tecnología olvidada y biología moderna conviviendo con la conservadora mentalidad de algunos de sus ciudadanos, el culto a las tradiciones de sus gobernantes y el miedo a una inminente guerra con otras naciones extranjeras. No hace falta aguzar mucho los sentidos para darse cuenta de las similitudes y paralelismos de este ecosistema con el complejo panorama sociopolítico de nuestro día a día.

La gran protagonista de La Aguja es Shâ, la última de las medusas y Capitán de la Policía de la Guardia de la Ciudad, encargada de resolver una serie de asesinatos de lo más misteriosos. El caso pondrá en peligro su puesto debido y su vida debido al odio que por su especie y condición -¡aunque no por su sexualidad!- siente la nueva baronesa. De esta manera, y como se desprende de estos detalles de la sinopsis, La Aguja no es solo un cómic de fantasía, es una historia de género negro con un toque de ciencia ficción postapocalíptica en la que caben influencias al mágico cine de Hayao Miyazaki, el arte de Moebius o las estimulantes ideas del novelista China Miéville (‘Dial H‘). Su guionista Simon Spurrier (‘X-Men: Legacy‘,’Six-Gun Gorilla‘) echa más leña al fuego al considerar este cómic como si fuese el resultado de “mezclar Blade Runner con Cristal Oscuro y, para ir de uno a otro, eligiésemos un camino a lo Mad Max.” En cualquier caso, Spurrier afirma que en su opinión “los mejores cómics son aquellos en los que sus creadores no tienen un verdadero interés por el control y su trabajo acaba siendo mayor que la suma de sus esquizofrénicas influencias colectivas.”

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No obstante, las referencias no son gratuitas; si pensamos en Blade Runner veremos que la obra toma de ella alguna referencia estética, pero principalmente intenta “replicar” su discurso sobre la identidad que aquí se extrapola de manera muy interesante al género y el sexo; por su lado, de Mad Max extrae Jeff Stokely la ambientación y el tono postapocalíptico que acompaña la obra; y, finalmente, de esa joya del cine de animación stop motion de Jim Henson que resulta ser Cristal Oscuro -habrá que estar pendientes de esa secuela en forma de serie que Netflix estrenará este verano- La Aguja, aparte de rendirle homenaje directo con esa extraña y simpática gárgola llamada Pag, adapta parte de su discurso y filosofía sobre un mundo en conflicto carcomido por la guerra, el odio y el miedo. El híbrido resultante tiene una sorprendente autonomía que el británico Spurrier y su compañero Stokely dotan de una cáustica personalidad y humanidad, superando la clasificación de género que Spurrier describe como “un sistema lamentable, insano e incapaz de acomodar a todas las obras” castigando la originalidad y la fusión.

Los autores de La Aguja siguen el ejemplo de Andrzej Sapkowski en La Saga de Geralt de Rivia, definiendo a sus personajes no en tanto al arquetipo, sino a su misma identidad que tiene que ver con su carácter, sus metas, su sexualidad e incluso su manera de hablar. Todo un conglomerado que suma tridimensionalidad, grises y matices a una historia que nunca es todo lo que aparenta. La trama en sus primeros pasos nos puede parecer prototípica y hasta previsible, pero a medida que se desarrolla sabe cómo mover el foco para pillarnos desprevenidos, con vueltas de tuercas sorprendentes pero naturales que nos obligan a reflexionar y conectar con sus personajes de una manera genuina. La Aguja es ciencia ficción con corazón y una fantasía entregada a un sentido de la maravilla crudo y emotivo, sin por ello despreciar el humor y la acción -con alguna inevitable reminiscencia superheroica- que tan bien saben dosificar sus autores. Esto sumado a unos diálogos muy trabajados y una narrativa fluida y agradable, hacen de La Aguja una obra que se lee de forma ágil y rápida.

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En sucesivas relecturas podremos comprobar como la diversidad se cuela por la historia en todos sus aspectos y también el mensaje social que sobrevuela la historia. Su universo es complejo, porque en él encontramos una interesante representación de las minorías, pero también porque sus personajes tienen que hacer frente a la discriminación y a problemáticas contemporáneamente familiares. La sociedad de La Aguja es jerárquica, xenófoba y clasista, como lo son también otras naciones que nos retrata la historia cuya mentalidad es todavía más cerrada. Las interpretaciones están al pie del cañón, pero Spurrier es lo suficientemente inteligente como para hacernos creer que lo importante son otros temas que vehiculan la trama. Y esto es así porque en su guion hay una naturalidad que rehúye, o palía en gran medida, las vueltas de tuerca más efectistas de la historia que se van planteando con milimétrica maestría a través del uso de flashbacks y escenas de gran calado emocional.

La representación LGTBI que encontramos en La Aguja tiene su mayor aladid en su personaje principal, una “esculpida” con una visión del mundo algo cínica y pesimista, pero que en ningún momento le lleva a eludir sus responsabilidades, defender sus principios y plantar cara a una sociedad en la que no acaba de encajar. Y si no lo hace no es por su condición de homosexual, una faceta que no oculta en ningún momento ni por la que suele ser cuestionada, sino simplemente por no ser una persona “normal y corriente” a ojos de sus conciudadanos. Si Shâ es un personaje interesante es por la complejidad con la que nos la describen Spurrier y Stokely y, especialmente, en su relación con un mundo en el que la discriminación sigue presente pese a poder estar superada en otros aspectos. Lo que encontramos en La Aguja es una advertencia parecida a la vista en El cuento de la criada de Margaret Atwood, una llamada a poner en valor una lucha y reivindicación constantes, plantando cara a visiones más conservadoras y reaccionarias que buscan lastrar conquistas sociales que han llevado siglos alcanzar. En sí misma, Shâ también resulta ser una idea, una sobre nuestra manera de entender la identidad; aunque este es un punto que solo se abre a nosotros al finalizar la historia.

En el apartado gráfico Jeff Stokely (‘Corazón Oscuro’) propone un trazo incómodo, por su uso de las desproporciones y sus líneas abruptas, pero que de la misma manera transmite mucha personalidad y carisma gracias a la arrebatadora imaginación que el autor pone sobre la mesa. El resultado nos recuerda ese sentido de maravilla sucio y emborronado cultivado por Brandon Graham en su reinvención de Prophet. Las dos son obras en las se evidencia la influencia del manga y el cómic europeo, una curiosa simbiosis que en el caso de La Aguja da lugar a una propuesta más clara y luminosa pese a su sórdida trama. En ello tiene su responsabilidad el colorista André May (‘Dead Inside’) que realza y potencia los lápices de Stokely de manera excelente. El último elemento de una obra de la que sus autores pueden sentirse muy orgullosos, con una historia que deja huella gracias a la construcción de un mundo y unos personajes que tienen mucho que enseñarnos. ¡Orgullosa se alza la Aguja!

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