Javier Vázquez Delgado recomienda: Las crónicas de Corum: El caballero de las espadas
Edición original: Titan Comics.
Edición nacional/ España: Yermo Ediciones.
Guión: Mike Baron.
Dibujo: Mike Mignola.
Entintado: Rick Burchett, Kelley Jones.
Color: Ripley Thornhill, Linda Lessmann.
Formato: Libro en tapa dura, 112 páginas.
Precio: 22€.
Corum Jhaele Irsei es el hijo del príncipe Khlonskey, de los Vadhagh, una raza de seres que, aunque superficialmente son muy similares a los humanos, en rigor no pueden ser considerados como tales: son, digamos, más elevados, civilizados, menos prolíficos y más longevos, como si estuviesen un sutil punto más evolucionados, además de tener mayor potencial para blandir poderes mágicos. Corum vive en un mundo fantástico de nivel tecnológico y social equivalente a nuestro medievo, en el que los Vagdagh están en patente retroceso frente al avance de los Mabden, los numerosos y más salvajes, pueblos humanos. Ante este empuje, han caído incluso los Nhadagh, los enemigos ancestrales del pueblo de Corum, de aspecto incluso más bestial que los hombres. El padre de Corum está preocupado por la pérdida de contacto con otros enclaves de los Vadhagh, y le envía a descartar o confirmar las terribles sospechas que tiene sobre el destino de éstos.
Y así, Corum, también conocido como El Príncipe de la Túnica Escarlata, un joven gentil que jamás había alzado la mano contra otro ser vivo, recorre los parajes más allá de los muros de su palacio, encontrándose por doquier con un espectáculo desolador de pillaje y matanza perpetrados por los Mabdem: el mundo entero ha caído presa de la barbarie. Y a su regreso a casa, descubrirá con horror que, en su ausencia, ya ni su hogar ha permanecido a salvo de esta marea de seres que solo parecen ansiar la locura de la guerra.
El dolor de la perdida de todo lo que conocía, le lleva al odio, a la ira, a matar por primera vez, pero que no le exime de caer en cautiverio, ni de la tortura y hasta la amputación, a manos de quienes ya le habían arrebatado demasiado. Sus andanzas posteriores le guían por un errático camino a través de extraños reinos, que le hace toparse con los distintos bandos de los humanos y otros prodigiosos seres. También conocerá el amor, acabará matando a amigos y familia, y se verá convertido en un peón en las misteriosas luchas de poder entre las terribles y místicas deidades conocidas como los Señores del Orden y del Caos, mientras sus miembros amputados se ven sustituidos por otros monstruosos que le otorgarán considerables capacidades mágicas.
La saga de Corum vio originalmente la luz a partir de 1971 como dos trilogías de libros escritos por el novelista británico Michael Moorcock, las cuales estaban adscritas a su ciclo del Campeón Eterno del Multiverso, del cual Corum es una encarnación más, al igual que otras creaciones de Moorcock, como Elric de Melniboné, Erekosë, Dorian Hawkmoon o Jerry Cornelius. Durante los años 80, las historias de Elric fueron adaptadas al cómic, primero en Marvel, serializadas en la revista Epic Illustrated y recopiladas en una novela gráfica que aquí pudimos ver gracias a aquella primera tanda de Ediciones Forum, y luego por la independiente First Comics. First se fue animando a traspasar más personajes de Moorcock a las viñetas, y además de a Hawkmoon, en un momento dado le tocó el turno a Corum.
A este avatar del Campeón Eterno, que por otro lado resultaba el que quizás menos interés despertaba entre los aficionados a Moorcock (era, después de todo, demasiado parecido a Elric, pero bastante más anodino) le tocó la fortuna de que su adaptación al cómic recayese en las manos de dos estrellas emergentes en el panorama de los años ochenta. Por un lado, Mike Baron, aclamado por la crítica debido a los guiones de su maravillosa Nexus, dibujada por el colosal Steve Rude y publicada por la propia First. Además, Baron venía siendo un guionista superventas encargado del revival post Crisis de Flash en DC (en el que Wally West asumía el legado de su fallecido mentor Barry Allen), y de la muy rentable serie regular del Punisher, un auténtico fenómeno durante esa década y parte de la siguiente. Por otro, el apartado gráfico contó con nada menos que con un Mike Mignola, que aunque todavía le faltaban unos años para alumbrar a Hellboy, a pesar de su característico y extraño estilo para los estándares superheroicos de la época, ya empezaba a tener un nutrido grupo de seguidores dentro del fandom.
Juntos adaptaron a las viñetas el primer libro del material original de Moorcock en seis números. Y lo hicieron con tino, cosa que a menudo no es sencilla: ya se sabe que lo que funciona bien en un medio no tiene por qué hacerlo en otro. Baron supo encontrar equilibrio entre mantener la prosa del escrito londinenese y dejar que la historia, a camino entre un Cantar épico medieval, un cuento de hadas, un sueño y una pesadillesca historia de terror, fluyese de manera bastante orgánica con los mecanismos narrativos propios del cómic.
Pero donde realmente brilla Corum a pesar de la esforzada tarea de Baron, es en realidad en el apartado gráfico de Mignola. Su estilo en ese momento todavía no había desembocado en ese sintetismo tan característico con el que hoy por hoy le asociamos, pero el mayor detalle y juego de perspectivas que por aquel entonces mantenía, le sienta de maravilla al resultado final. Estamos por tanto ante un Mignola muy distinto al actual, pero no por ello ante un dibujante menos soberbio. Las batallas, los combates singulares, los extravagantes diseños de atavíos y armaduras, de oníricos lugares y fantásticas (y a menudo pavorosas) criaturas, convierten a Corum en un auténtico festín visual. Las tintas, al principio de Rick Burchett, y luego de Kelley Jones, subrayan con belleza, desde sus dos puntos de vista artísticos distintos, la fuerza de los lápices. Y el trabajo al color de Ripley Thornhill y Linda Lessmann, ponen la guinda al delicioso pastel gráfico. Llama la atención sobre este último aspecto, que en el primer número se coloreó a Corum como albino con el pelo blanco (con lo cual ya resultaba totalmente indistinguible de Elric de Melniboné), pero que ya en el segundo esto se vio corregido, luciendo el protagonista una melena rubia oscura.
Siguiendo ese hilo, el del color, es necesario comentar que el papel satinado de la magnífica edición en tapa dura de Yermo resalta todas estas virtudes: uno recuerda que en la otra ocasión en que pudimos disfrutar de estos cómics en castellano, allá por los ochenta, de manos de la desaparecida Tebeos S.A., en aquellas grapas de papel poroso normal algo sucedía con el resultado final, que, si bien le confería bastante personalidad y un sabor característico, no resultaba demasiado atractivo. Gracias, como decimos a esta edición basada en la que hace relativamente poco realizó Titan Comics, esos mismos colores cobran nuevas dimensiones y tonos, probablemente más cercanos a lo que sus autores tenían en mente. La combinación de todo ello, hace de este volumen de la Biblioteca Michael Moorcock de Yermo otro imprescindible, merecedor con orgullo de figurar junto a los de Elric de Melniboné de Roy Thomas, P. Craig Rusell y Michael Gilbert, cosa que no es que sea precisamente poco meritoria.
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