Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNSeries – Juego de Tronos. Octava temporada. La redacción opina

 
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Género: Fantasía, Drama
Creador: David Benioff y D. B. Weiss
Reparto: Peter Dinklage, Nikolaj Coster-Waldau, Lena Headey, Emilia Clarke, Kit Harington, Aidan Gillen, Carice van Houten, Sophie Turner, Maisie Williams, Rory McCann, Liam Cunningham, Nathalie Emmanuel, Isaac Hempstead-Wright, Kristofer Hivju, Gwendoline Christie, Jonathan Pryce, Alfie Allen, Gemma Whelan, David Bradley
Producción: Home Box Office (HBO) / Management 360
Canal: HBO
País: Estados Unidos

 
Aviso de Spoilers: El artículo que sigue a continuación desvela detalles y secretos de Poniente largamente perseguidos. Si nos has visto la octova temporada de Juego de Tronos ahora mismo no debes saber a qué rey/reina debes pleitesía así que primero infórmate y vuelve cuando ya estés preparado.

Sólo tú puedes decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado. Eso decía Gandalf a Frodo Bolsón en El Señor de los Anillos. Y eso parece que les dijeron los productores de HBO a los creadores de Juego de Tronos, la pareja formada por David Benioff y D. B. Weiss, que han llevado hasta las últimas consecuencias su visión de la historia original de George R.R. Martin en la octava temporada de esta ya legendaria serie. Porque a pesar de descontentar a muchos, desconcertar a otros tantos y motivar la nostalgia de una gran mayoría, Juego de Tronos ha sido una de las series en boca de todos en los últimos años y su desenlace no podía ser menos. En Zona Negativa después de madurar bien nuestras opiniones -y lejos de nuestras impresiones en caliente que hemos vertido en nuestro podcast durante la emisión de la temporada- volvemos a la carga para homenajear a Juego de Tronos de la mejor manera posible: con una batalla de críticas entre detractores y fervientes defensores de esta última temporada. ¿Y a vosotros? ¿Qué os ha parecido la temporada final de la serie? ¿Cuáles han sido vuestros momentos favoritos o los que preferirías olvidar? Siéntate en el Trono de Hierro con nosotros y cuéntanoslo.

Una Canción de Hielo y Fuego, por Daniel Gavilán

 

Siempre hay dos finales, el que queremos y el que se nos da. La muerte del primero es necesaria para poder apreciar realmente el segundo, sobre todo en casos de series que juegan tanto con nuestras expectativas cómo ha sido Juego de Tronos. Si La Boda Roja se hubiera estrenado sin preparación de libro de por medio, HBO se hubiera visto inundado de críticas, alegando que aquella forma de quitarse de en medio a dos de los principales protagonistas de la serie era totalmente incoherente con lo que se había venido contando. No pasó entonces, sino ahora. No por un mero golpe de efecto para sorprender ni para apelar a ese lado chungo adolescente que tenemos todos, y al que le encanta ver ganar los malos y sufrir los protagonistas. Porque al contrario que en la Boda Roja, aquí no había ni buenos ni malos, y se hizo para poner sobre la mesa muy potentes cuestiones sobre los cegados que podemos llegar a estar, respecto a quiénes seguimos y a quiénes odiamos.

Cada vez que alguien alega que esta última temporada no ha tenido suficiente desarrollo, mi respuesta es la misma: El desarrollo que buscas no está delante, sino detrás. Haber visto la octava temporada de Juego de Tronos a la vez que revisaba momentos clave de las pasadas temporadas no ha hecho otra cosa que dejarme una absoluta certeza del descomunal trabajo que han hecho David Benioff y D.B. Weiss. Trabajo en el que sin duda mucho hace la obra original de G R R Martin. Pero no olvidemos qué decisiones fundamentales como la de traspasar la resurrección de Mance Rayder a Jon Snow, la trama de de Jeyne Poole a Sansa Stark, la de Lady Stoneheart a Arya y brindarnos momentos como el enfrentamiento entre El Perro y Brienne o la Batalla de los Bastardos han venido de ellos.

Vino de ellos, tanto como la revalorizacion de los personajes femeninos de la serie, los cuales seguramente acaben siendo los que la hagan pasar a la historia. Y la Cersei del Septon Mayor fue de Benioff y weiss. Arya pasando de su obsesión por la muerte a luchar desesperadamente por la vida, de Benioff y Weiss. Sansa Stark culminando su transformación en Meñique tras darle a probar de su caldo a Ramsay Bolton, de Benioff y Weiss. Brienne de Tarth haciendo justicia en el Libro Blanco, de Benioff y Weiss. Convertir a Daenerys Targaryen en el gran personaje trágico de esta generación, como todo lo que debió ser Anakin Skywalker en su día, Benioff y Weiss.

Se puede entrar en cuestión de si La Larga Noche, la caída en los abismos de Daenerys, el asedio de Desembarco del Rey y el capítulo epílogo podrían haberse desarrollado durante más espacio. Pero una vez dejamos de lado lo que creemos podría haber sido, para centrarnos en lo que es, no queda más remedio que entre rendirse ante la evidencia de que lo que han construido en base a Canción de Hielo y Fuego de G RR Martin es algo único. Algo único, que lejos de ir a por la resolución fácil que dejase a todo el mundo contento, ha acabado como una herida abierta que nos invita a cuestionarlo todo. A cuestionar porque creíamos que los Caminantes Blancos eran el foco de la historia, cuando desde el primer momento se les tenía dando vueltas sin apenas señales de vida, para centrarse en el desarrollo de personajes dónde teníamos una perfecta encarnación del fuego (Daenerys) y una perfecta encarnación del hielo (Jon Snow).

A cuestionar porqué pensábamos que Cersei Lannister era una mala malísima, cuándo revisando la primera temporada -y sabiendo quién está detrás de qué- queda tan claro que solo es una pobre mujer obligada a casarse con un tipo miserable, qué quiere proteger a sus hijos más que a nada en el mundo y a cuyo hermano amante se le va la pinza tirando un chaval de un torreón. A preguntarnos porqué íbamos con Daenerys Targaryen, cuando desde el primer episodio estaba dando tan claro signos de estrés postraumático severo, prometiendo que conseguiría lo que quería “a sangre y fuego” y arrasando ciudades, bajo proclamas tan absurdas como que era la legitima heredera de un tipo cuyo mayor mérito fue intentar quemar a medio millón de personas, asegurando que cuando la vieran llegar la aclamarían como verdadera reina. A preguntarnos porque creíamos que Jon Snow acabaría en el trono, cuando la serie siempre ha insistido en que su lugar está en el norte -dónde han sido sus verdaderas hazañas-, mostrándolo como alguien completamente perdido al cruzar esa frontera tras la que siempre tenía que aparecer Sansa con la caballería, Arya con el puñal y Daenerys con sus dragones para darle un golpe de realidad, y que cada vez que ha estado una posición de poder, han aparecido quiénes lo ponían de nuevo en su sitio a base de puñal, recordándole que siempre sería el eterno traidor. A preguntarnos, porque insistimos en la lista de Arya Stark, cuando ya hace varias temporadas que decidió volver al norte para proteger a su familia, en lugar de marchar al sur para continuar sus planes de venganza. A preguntarnos porque nos extraña tanto que Tyrion Lannister fuera engañado, cuándo desde hace tanto tiempo se viene insistiendo que su gran defecto a esperar lo mejor de la gente, y dejarse fácilmente engañar por una cara bonita. A preguntarnos, cuál es la incoherencia en qué -una vez redimido- Jaime Lannister marcharse de vuelta a por su hermana, cuando sea lo estaba claro, es que -si dejaba de ser el cabrón mezquino de las primeras temporadas- en la vida iba a dejar que la persona que más amaba en el mundo muriese, por terribles que fueran los actos que ésta pudiera haber cometido. ¿Con qué derecho juzga el lobo al león? Jaime sabía mejor que nadie que incluso a los que las circunstancias convierten en villanos guardan algo merecedor de ser salvado y no dejado atrás. Su hermana, más que nadie.

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Pero lo realmente interesante es lo que Juego de Tronos ha acabado dejando tras de sí. Esa incómoda Canción de Hielo y Fuego, dónde más allá de la amenaza de la aniquilación global que eran los Caminantes Blancos, todo ha girado sobre el eterno conflicto entre dos fuerzas. Dos fuerzas tan presentes en la batalla entre el Señor de la Noche el dios del fuego Rh’llor, cómo la inevitable confrontación entre Daenerys Targaryen y Jon Snow. La chispa revolucionaria necesaria para el cambio y el eterno guardián que no está allí para vivir, sino para proteger a los que viven. El fuego y el hielo. La que ardió de forma tan intensa, que acabó consumiéndose a sí misma porque mientras siguiera empujando el cambio no podría haber calma para que la vida pudiera volver a florecer, y el eterno fantasma frío y sin vida, condenado a vivir como un espectro blanco mientras el resto se nutren de los frutos de la primavera.

La serie comenzó con una partida de hombres, adentrándose más allá de lo desconocido para encontrar la muerte. Ahora, los que lo hacen encuentran tallos verdes trayendo vida al brotar entre la nieve. La estampa de las casas reunidas, nos muestra la imagen de un reino transformado, en el que los que ocupaban las sillas entonces han sido sustituidos por sus hijos y herederos. Las casas que ya no están, por las que han surgido nuevas. El relato de una sociedad fratricida enfrascada en un eterno conflicto por una silla de hierro bañada en sangre, y que ahora se redefine en torno a una silla de madera sobre la que reposa la memoria histórica de una constitución pre-democratica. La herencia está, pero a la vez de sangre deja de ser importante, en una historia que con todos sus pros y sus contras nos ha embarcado en un apasionante relato sobre la necesidad de la transformación. Sobre la necesidad encontrar renovación entre el hielo y el fuego.

Ahora Benioff y Weiss viajaran a Star Wars, pero para quien se haya quedado con la espina clavada de un final completamente ajeno a lo que aguardaba, decirle que la revisión a una experiencia completamente nueva, con la que va a encontrar una lectura completamente diferente hala que tuvo en su primer día. Para recuerdo, el momento de las campanas, y la retransmisión la reacción en directo de los parroquianos del Burlington Bar de Chicago. Ese paso del clamor de la épica por los héroe victoriosos, al horror absoluto de ver como los héroes se transforman en verdugos. Ese recordar que la guerra no es un juego, ni un espectáculo agradable. Es recordar que las campanas no son para la victoria, sino que hay que odiarlas, porque siempre que suenan anuncian horror. Porque el objetivo no era que lo viéramos venir de lejos, sino que nos dividiésemos entre los de la duda razonable qué -como Varys– nos olíamos que algo iba mal, y los que como Tyrion y Jon se encontraron el infierno estallando en su caras.

Lo mejor – Las Campanas, momento cumbre de la historia de la televisión, e insuperable fruto de diez años de desarrollo de personaje como plasmación del horror de la obsesión por el poder, consagrando a Daenerys Targaryen como el personaje al que todo el mundo recordará cuando se hable de la serie.
Lo peor – La abrupta resolución de la trama de los Greyjoy.
Los 3 momentos de la temporada – 1) La espeluznante tensión ante el sonido de las campanas, convirtiendo un relato cargado de épica en una insoportable inmersión en el horror de la guerra. 2) La ejecución de Varys. 3) Revisar paralelamente las temporadas anteriores de la serie, y comprobar lo fínamente hilado que lo tenían todo.
Valoración global de la serie – Sobresaliente. Aun con sus puntos flacos -esa quinta temporada y los volantazos de la séptima…- Benioff y Weiss han creado sin duda una serie única, que con su última temporada no ha tenido miedo de salirse de la línea de puntos de la mera conclusión formal, para dejarnos como legado un producto histórico de la televisión.

 

La agridulce despedida de Poniente, por Jordi T. Pardo

 

Si pasa el suficiente tiempo -entiéndase, las temporadas necesarias- cualquier serie de éxito puede acabar en decepción, malas críticas y amenazas de muerte. Hoy en día, incluso puede acabar con una petición Change.org y una masa humana solicitando que se vuelvan a rodar sus últimos capítulos, como ha pasado con Juego de Tronos. Esto que solo es un anécdota no deja de ser síntoma de cómo los aficionados nos apropiamos y hacemos nuestras las ficciones de otros. Estaba claro que Juego de Tronos no podía convencer a todo el mundo y no vamos a negar que hay ciertos defectos de fábrica, derivados principalmente de la reinterpretación de los libros no-escritos hasta la fecha de Canción de Hielo y Fuego de George R.R.Martin. No obstante, David Benioff y D.B. Weiss son tan fans con el que más de esta obra y, pese a su posible torpeza en algunos aspectos de las últimas temporadas, eso es palpable en esta parte final de la serie.

Si uno se molesta en informarse, revisar capítulos y abandonar a un lado la idea preconcebida sobre lo que debería ser el final de esta serie podrá ver que siempre ha habido un cuidado por el detalle, por la autoreferencia y la conexión cíclica de acontecimientos en las tramas de la serie. Es normal que el final de una serie como esta no nos convenza la mayoría de ocasiones, siempre que se juega con el misterio, la intriga y el culto al personaje se corre ese riesgo. No digo nada original si aventuro que para mí el problema del final de Juego de Tronos es, en gran medida, un problema de tiempo y presupuesto. El desenlace y el devenir de los personajes está bien llevado -hilvanado al milimetro en ocasiones- pero en las últimas temporadas ha faltado espacio para madurar ciertas ideas, para que esas elipsis no nos sacasen en ocasiones de la fantasía, para que a algunos personajes se les hiciese verdadera justicia y las tramas no se sintiesen precipitadas.

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Seguramente sus creadores han querido mantener el control creativo de la serie hasta el último momento y eso ha hecho que traguen con alguna que otra imposición. No obstante, Juego de Tronos perdurará en el imaginario colectivo, porque pese a algunas meteduras de pata, nos ha mantenido durante ocho temporadas pendientes de la pantalla de televisión -o de la tablet, el ordenador y los hashtag en Twitter- dándonos algunos de los mejores momentos que hemos podido ver a nivel audiovisual en los últimos años. Eso suple la traición a la trama fantástica de la última temporada, un apartado que sus creadores no han sabido rematar ni potenciar para que a nivel simbólico y metafórico la serie fuese tan interesante como en su disección política y sus luchas de poder. También nos hace perdonar -aunque no olvidar- momentos puntuales que no estuvieron a la altura y lo forzado de algunas situaciones (sobre todo en esta temporada final).

Por suerte, David Benioff y D.B. Weiss no se han marcado un Perdidos, para bien o para mal han arriesgado y han llevado sus planteamientos hasta las últimas consecuencias. Y eso quiere decir que han sabido reflejar muy bien el espíritu de los libros de Canción de Hielo y Fuego, pero sobre todo el de su propia creación, un Juego de Tronos que ha tenido que volar libre y en solitario a mitad de camino afrontando sus propios problemas. El final de la serie puede haber provocado el desencanto o la ira de muchos, pero pasado el trance lo que quedará en todos nosotros es nostalgia por la despedida. Esa que solo puede dejar una gran obra, imperfecta en su definición, pero fuerte e intensa, como la mayoría de los personajes supervivientes al final de la serie. Nos despedimos de Poniente por ahora, porque seguro que volveremos a él, en la ficción de George R.R. Martin, pero también en las posibles secuelas y spin-offs de Juego de Tronos.

Lo mejor – El destino de casi la totalidad de los personajes. Bastante coherente, salvo excepciones, con lo que hemos ido viendo a lo largo de la serie.
Lo peor – Las enormes elipsis de la temporada, las tramas mal rematadas o desaparecidas en combate (como la de Yara Greyjoy) y la aceleración de los acontecimientos.
Los 3 momentos de la temporada – 1) Daenerys masacrando Desembarco del Rey 2) Brienne investida caballero por Jaime Lannister 3) La despedida de Varys.
Valoración global de la serie – Si nos quedásemos solo con esta temporada final el resultado podría ser agridulce, pero Juego de Tronos es toda una experiencia por la que vale la pena pasar.

 

Ha sido un extraño viaje, por Pablo Menéndez Fernández

 

Todavía tendrá que pasar un tiempo, pero tarde o temprano todos seremos conscientes de todo lo que Juego de Tronos ha significado realmente.Si Twin Peaks demostró que era posible construir un producto de autor dentro del medio televisivo, si Los Soprano convirtió la tele en teatro y si Perdidos dio el pistoletazo de salida a la narrativa transmedia, Juego de Tronos echa por tierra todo lo anterior. Porque la serie de David Benioff y D.B. Weiss ni siquiera estaba planteada como una serie de televisión, si no como una enorme película de ochenta horas de duración. Y es esta precisamente su mayor fuerza y su mayor debilidad.

Es su mayor fuerza porque es lo que ha permitido a esta obra diferenciarse de otros productos televisivos de fantasía contemporáneos (dejando aparte, por supuesto, todo el capital invertido). Es su mayor debilidad porque mientras Netflix, por ejemplo, ha aprendido la lección y serializa sus productos en packs de consumo rápido, HBO sigue insistiendo en mantener una periodicidad semanal con sus productos estrella. Ello, sumado a todo el hype generado y a la necesidad contemporánea de subirse al carro del amor o del odio después de leer el primer titular, ha conseguido que no se haya tratado con justicia a este, por lo demás magnifico, final de Juego de Tronos.

Un final en el que el equipo de guionistas no se han olvidado de seguir reinventando las convenciones del género de fantasía y aventuras. De hecho, si por algo tiene éxito Juego de Tronos es porque integra esas convenciones universales dentro del cínico, cruel y desencantado mundo moderno. Por ejemplo. El parlamento final de Tyrion es el parlamento de Puck al final de Sueño de una noche de verano. Mientras Puck habla de los hombres como productos de un sueño, Tyrion hace apología de las historias como medio de control social (algo que por algún oscuro motivo a todo el mundo le resulta muy divertido, sin darse cuenta de que incluso el mismo Tyrion es castigado dentro de la historia por ese tipo de actitudes). Jon Nieve desaparece a lomos de su caballo, comandando a los últimos hombres libres, cual Natty Bumppo. Por no hablar de esa despedida de los Stark que es directamente un calco de la despedida de Frodo en los Puertos Grises.

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Este último punto es interesante. Porque, ¿de qué tratan realmente Juego de Tronos y El Señor de los Anillos? De la inevitable corrupción que todos experimentamos al crecer (se puede formular esto de muchas maneras: el poder absoluto corrompe absolutamente, el tiempo es una larga derrota, etc). No es casualidad que los protagonistas de la obra de Tolkien sean hobbits (“son como niños a nuestros ojos”), ni que los personajes de Martin sean niños al comienzo de la historia (y por cierto, tampoco es casualidad que muchos actores de la serie provengan de Skins, serie británica con la que Juego de Tronos tiene muchísimo en común, aunque parezca mentira). Niños que han crecido en el largo verano, creyéndose que se van a comer el mundo nada más cruzar la puerta de su casa. Resultado – violaciones, amputaciones variadas, pérdida de seres queridos, la muerte de toda inocencia y de todo amor. Como la vida misma.

Y, como en la vida misma, estos niños pueden alcanzar un necesario momento de catarsis y redención al decidir luchar por los vivos y por la memoria del mundo. Pero la vida no se detiene, y estos niños encuentran que, al día siguiente, siguen siendo ellos mismos, y que sus acciones solo han servido para hacer girar la eterna rueda del tiempo, como hicieron sus padres y sus abuelos antes que ellos. Una lección demasiado dura para los paradojicamente duros tiempos en los que vivimos.

Lo mejor – Jenny of Oldstones interpretada por Podrick.
Lo peor – Bran, así en general.
Los 3 momentos de la temporada – 1) Jenny of Oldstones 2) La batalla por Invernalia 3) Jon Nieve al frente de los últimos hombres libres
Valoración global de la serie – Una de las mejores series de la historia, lastrada por haber prometido demasiado a demasiada gente.

 

De Aquellos Juegos, estos Tronos, por Raúl Gutiérrez

 

No odio Juego de Tronos, de verdad que no. Vaya por delante esta declaración porque la crítica que voy a hacer a semejante esperpento de temporada es dura, muy dura, y es que creo haber experimentado el peor producto televisivo del año con diferencia, y eso que todavía falta medio 2019 por llegar. Seamos serios, no me sorprende, ya desde la quinta temporada inclusive Juego de Tronos presentaba unos personajes que cambiaban de repente sin evolucionar en absoluto por conveniencia del guión, con unas tramas que carecían de sentido y que vivían a golpe de efectismo. Y es que, lo que hasta la Boda Roja fue uno de los mejores productos de HBO y televisivos en general, pensando para un público más exigente, hoy ha finalizado siendo un pastiche facilón hecho sin mimo ni cariño alguno, a sabiendas de que la audiencia estaba asegurada. Y es que, eso es lo único que puedo reconocerle a Juego de Tronos, que como fenómeno televisivo ha generado un antes y un después que como único precedente quizás solo tenga a la ya hoy mítica Perdidos, puesto que es la serie que todo el mundo veía al tiempo de su emisión y que hoy, ya cerrada, todo el mundo está o revisionando o viendo por primera vez.

Sin embargo, la cantidad de incoherencias y desaguisados que ocurren en esta temporada son imperdonables. Y dejaré algo bien claro antes de continuar: No me molesta el qué, no me molesta el final ni lo que ocurre en cuanto a tal, si no el cómo. Y es que, si los giros en la trama no se explican, si nada se desarrolla de conformidad con lo que la propia serie ha mostrado hasta ese momento, la decisión que se tome está condenada argumentalmente al fracaso. Es decir, que si la temporada hubiera terminado con Jon Nieve a bordo de una nave espacial surcando la Vía Láctea, a mí me habría dado igual siempre y cuando aquello estuviera bien explicado.

Por eso, si algún día vemos el final de los libros de Canción de Hielo y Fuego, y el final es idéntico, no me importará esto siempre y cuando George RR Martin lo explique todo al milímetro, y diseñe un buen camino para que los personajes lleguen a esa meta, porque como decía Machado, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

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Y en el caso de HBO, ni se ha hecho camino, ni se ha trazado previamente, ni se ha andado en absoluto.
Tenemos una Daenerys que en capítulo y medio pasa literalmente del blanco al negro. Sí, ha sufrido mucho, ha perdido a uno de sus hijos. Pero ello no justifica que de repente se sienta rodeada de traidores y que pase por el fuego a toda una ciudad llena de personas inocentes. Una Daenerys que los guionistas deciden que nunca será aceptada como Reina de Poniente sin explicarnos jamás por qué, convirtiéndola de la noche a la mañana en una asesina sanguinaria que la hace irreconocible no ya con la Daenerys Rompedora de Cadenas, si no con la Daenerys que ese mismo capítulo se toma su desayuno.

Por otro lado, siempre se ha dicho en la serie, que la gran amenaza eran los Muertos, los Otros, por mucho que la serie se titule Juego de Tronos. Se dice, que ocho mil años antes de la serie, estos Otros atacaron Poniente, que el Muro se creó para prevenir su segunda venida, y que hoy en día, nadie se cree su existencia, la cual atribuyen a una leyenda propagada por la Casa Stark para ganar un reconocimiento inmerecido. Sin embargo, y a pesar de todo esto, los Otros son derrotados a mitad de temporada, sin que los grandes señores lleguen apenas a enterarse de su existencia, por lo que de aquí a unos pocos años, nadie recordará a estos Otros, y se volverá a atribuir su existencia a una leyenda propagada por los norteños.

La segunda mitad de temporada, dedicada a la batalla final por el trono, nos muestra a la Daenerys incapaz de evolucionar como personaje para convertirse en lo que es al final de la serie, con un Dragón que de repente se revela inteligente, capaz de culpar al Trono de Hierro de todo lo ocurrido, sin que jamás se haya atribuido tal empatía a las grandes sierpes de este mundo.
Para colmo, tenemos un Gusano Gris que se conforma con nada, y que ve pasar al asesino de su señora sin ni siquiera matarlo, lo que se contradice con el personaje, y con las acciones de éste justo un capítulo antes, cuando mata a todo el que se oponga a las órdenes de su Reina, por locas que éstas sean.

Se dirimen las desavenencias del reino con un Consejo en el que no sabemos si se vota por ser un Gran Señor, si se vota por haber tenido un papel destacado en la guerra, o si se vota porque sí, pero en el que sí sabemos que la mitad de los votos están a favor de la Casa Stark. El resultado del Consejo no puede ser más antinatural: Se crea una monarquía electiva lo que seguro que no dará problemas a futuro, cuando el Rey muera o se retire y cada casa quiera su propio Rey en el trono, se da la independencia a uno de los reinos ante los ojos de las Islas del Hierro y de Dorne que parecen no tener ningún problema con ello, y se nombra Rey a Bran, un personaje que en función de la querencia de los guionistas o es un Dios ajeno a toda humanidad, o es un adolescente proclive al chascarrillo y a la chulería.

Podría seguir hablando durante horas y horas, páginas y páginas, haciendo la barra del scroll interminable, pero simplemente me conformo con decir que el suspenso es mayúsculo en una obra en la que sus creadores deberían haberse esforzado muchísimo más, al menos tratando de dar coherencia a lo ocurrido con lo contado hasta entonces, y explicando el cómo de las cosas, no limitándose a un qué insufrible y efectista al que a quien le perdona todo simplemente por sus momentos sorprendentes.

Lo mejor – Los efectos especiales, cuando se invierte más dinero del habitual.
Lo peor – Concretamente, los capítulos 8×01 a 8×06.
Los 3 momentos de la temporada – 1) La vergonzosa y fácil muerte del Rey de la Noche 2) Los cambios de humor de Danerys Targaryen 3) La vuelta de Jon Nieve a una Guardia de la Noche que ya no existe.
Valoración global de la serie – Desgarradoramente vergonzosa en lo relativo a esta temporada. Magnífica en sus temporadas 1 a 4. Regular en su temporada 5. Mediocre en sus temporadas 6 y 7.

 

Abrásame, como si fuera ahora la primera vez por Sergio Fernández

 

La anunciada llegada del invierno, finalmente, se quedó en una borrasca de tres al cuarto. Los males endémicos de la séptima temporada volvieron a reproducirse, de manera más sangrante si cabe, en el arco final. Las prisas nunca fueron buenas compañeras de viaje y en un producto como Juego de Tronos, que durante años se caracterizó por el cuidado en su narrativa, han dejado un mal de boca. Ya no es que nos tuviéramos que saltar a la torera la suspensión de la incredulidad, ni que sospecháramos de la existencia de portales de teletransporte desperdigados a lo largo y ancho de Poniente, sino que, en su afán por avanzar la trama, evoluciones de ciertos personajes como Daenerys o Jaime Lannister han resultado tan atropellados como incoherentes. Personalmente, intento ser comprensivo. No tiene que ser sencillo el remate de una serie que se ha convertido en un auténtico fenómeno de masas y cuyos protagonistas habrán exigido tanto dinero que a buen seguro los mandamases de HBO tuvieron que llegar a un acuerdo con el Banco de Hierro de Bravoos para que estos les financiaran los costes de una obra que, no nos engañemos, ha contado con una factura técnica brillante a la altura de las mejores producciones cinematográficas.

Dos son los factores que han sido claves para que, en sus dos últimas temporadas, Juego de Tronos haya bajado su nivel considerablemente. Por un lado, lo comentado anteriormente, se puede comprobar como pasamos de los diez capítulos habituales por temporada a trece episodios entre las dos últimas. Nos quedan, pues, siete horas de metraje nunca grabadas que habrían servido para fortalecer la trama. Es probable que, aun con dicho desarrollo, muchos fans habrían quedado descontentos con el giro final o con el desenlace de alguno de los personajes pero, seguro, el ruido de las protestas habría sido menor. Por otra parte, desde que George R.R. Martin dejara huérfanos a los creadores de la serie sin materia prima a la que agarrarse (más allá de las pinceladas que a modo de semillas han ido siguiendo hasta el último fundido en negro), los guiones palidecieron en comparativa con los de los primeros arcos, que sí tuvieron como reflejo las novelas del orondo autor nacido en Bayonne, Nueva Jersey.

Aunque mis palabras puedan parecer lo contrario, lo cierto es que he disfrutado con esta octava temporada. Es cierto que en más de una ocasión he torcido el gesto, pero sería muy injusto extender esa sensación al conjunto de los seis últimos capítulos y, no digamos ya, a la serie al completo. Tras un primer episodio que sirvió para poner las piezas en el tablero, llegó un segundo que recordó al de las mejores épocas. Una calma tensa antes de la tempestad que sirvió para que numerosos personajes tuviesen conversaciones pendientes, confesiones inconfesables, canciones ante la chimenea e, incluso, un poco de sexo para dejar bien a las claras que el drama y la tragedia estaban llamando a la puerta.

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Con un hype desmedido, la batalla contra los caminantes blancos tuvo lugar. O eso cuentan algunos afortunados que pudieron verla porque, servidor, acabó con un mareo considerable intentando seguir la acción desenfrenada en un ambiente tan oscuro como nevado. El Rey de la Noche y sus secuaces apenas dieron muestra de su poder en el capítulo más anticlimático de la serie. Unas cuantas bajas “de segunda” por el camino como fueron las de Jorah Mormont o Theon Greyjoy no llegaron a emocionar lo que se les presuponía pero, en el otro lado de la balanza, surgió Arya. El malabarismo con la daga de acero valyrio que realizó la hija menor de los Stark para acabar con la versión Frozen de Darth Maul, estuvo a la altura del mejor Ronaldinho haciendo justicia a un auténtico personajazo.

Presuponíamos que aún quedaba una batalla y no nos equivocábamos, pero antes tuvimos un capítulo de transición en el que las comentadas prisas emborronaron el acabado final. Comenzamos con un bello funeral para honrar a los caídos en la última batalla celebrada en Invernalia, para continuar con un ataque sorpresa (y ridículo) comandado por el peor personaje de toda la serie (Euron Greyjoy) y finalizar con la ejecución, un tanto gratuita, de Missandei en las murallas de Desembarco del Rey. Todo ello para justificar la posterior enajenación (no) transitoria de la Khaleesi que vio como sus seres más cercanos (Jorah y la traductora más sosa de todo el mundo conocido) morían ante sus ojos en dos capítulos consecutivos.

De esta guisa, el penúltimo capítulo de la temporada se antojaba crucial y vaya si lo fue. En el apartado visual, Campanas resultó una auténtica delicia y rivaliza con La Batalla de los Bastardos como el episodio más espectacular de toda la serie. Entretenimiento en estado puro que, seguro, envidiaron varios blockbusters que esperan su estreno en salas de cine el presente año. En el terreno argumental lo de Daenerys se veía venir pero no con esa contundencia y fatalidad. Cierto es que el irregular desarrollo final del personaje desluce el destino de La Reina de los Dragones, pero no es menos cierto que desde el comienzo de la serie habíamos sido testigos de su divismo y, en contadas ocasiones, de su crueldad. En el polo opuesto nos encontramos con Cersei, última persona en sentarse en el Trono de Hierro y de la que esperábamos un As en la manga que nunca tuvo. La viuda de Robert Baratheon siempre fue uno de los grandes personajes de esta serie y su presencia en esta última temporada ha sido, prácticamente, testimonial, quedando su amenaza en agua de borrajas.

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Algo olía a chamusquina en Desembarco del Rey gracias a la incursión de la hija del Rey Loco (en la sangre lo llevaba) a lomos de su único dragón con vida. El estandarte de los Targaryen ondeó en la capital de los Siete Reinos tras la masacre mientras unos cariacontecidos Tyrion y Jon Nieve se arrepentían de su apoyo ofrecido. El menor de los Lannister fue encarcelado y aprovechó su encierro para espolear al antiguo Lord Comandante de la Guardia de la noche de que acabara con el presumible régimen tiránico de su tía. Hasta aquí todo bien. El resto del capítulo final fue un constante epilogo en el que daba la impresión de que las cosas pasaban porque sí y no por la lógica aplastante que las palabras de nuestro enano favorito nos hacían ver. Un Bran con síndrome de Asperger avanzado rompió todas las quinielas para hacerse con la corona mientras Sansa conseguía la tan ansiada independencia del Reino del Norte. A pesar de haberse caracterizado por no acertar con casi ningún consejo dado a Danny, Tyrion es nombrado Mano del Rey con un tercer monarca por lo que el futuro de Poniente quedará en entredicho. Jon Nieve, a quien nunca le gustaron las intrigas de palacio, queda libre de responsabilidades políticas gracias al castigo en forma de exilio que, seguro, agradeció enormemente mientras que Arya (¡cómo te echaremos de menos!) ya sin lista negra, decide labrar su propio destino alejándose de la tierra que le vio nacer.

Lo mejor – ARYA, así en mayúsculas, el nombramiento como Caballero de Brienne, Emilia Clarke demostrando (por fin) que sabe actuar y la espectacularidad del quinto capítulo.
Lo peor – El episodio 3 en general y Euron Greyjoy en particular.
Los 3 momentos de la temporada – 1) Drogon calcinando Desembarco del Rey 2) El juego de manos con la daga de acero valyrio que Arya realiza para acabar con El Rey de la Noche 3) La conversación final alrededor de la hogera del segundo capítulo.
Valoración global de la serie – Por muchos mazazos que haya recibido, Juego de Tronos es historia viva de la televisión. Probablemente, nos encontramos ante la serie más espectacular jamás creada y que, durante años, coqueteó con la idea de entrar en el Olimpo de las mejores de siempre. Las dos últimas temporadas, sin ser ni mucho menos suspendibles, han estado más orientadas a lo espectacular de la acción que a la coherencia lógica de los guiones.

 

¡The Queen in the North!, por Víctor José Rodríguez

 

“El amor es la muerte del deber. A veces el deber es la muerte del amor”. Me ha encantado esa frase, en esa gran conversación entre Tyrion y Jon. Y ha sido de lo que más me ha gustado de esta temporada final. Como otros de mis compañeros, estoy poco satisfecho con la pseudocoronación de Brand. No me gustó que fuese Arya quien matara al Rey de la Noche, aunque me encantó ese memorable tercer capítulo con luz casi natural de llamas en la noche. Sí me gustó la transformación de Daenerys, aunque siempre diré que no se volvió mala, sino que siempre fue así, ya que siempre abrasó a todo y todos los que se le opusieron. No estoy del todo satisfecho con cómo ha terminado la serie, pero ha habido un desenlace que sí me ha gustado: Sansa es la nueva reina en el Norte. Y esta es mi oportunidad de escribir mi personal carta de amor a este personaje. Voy a pasar de analizar más a fondo los demás aspectos de la trama, porque para eso ya hay unas cinco mil palabras encima de mi opinión, así que daré un punto diferente al resto.

Sansa ha sido mi personaje favorito de la serie. De entre las hermanas Stark casi todo el mundo con quien he hablado estos años prefiere a Arya, la aventurera, la asesina, la feminista, la que no quería ser princesa y soñaba con ser guerrera. La mujer rompedora. Y entre los personajes femeninos, todos más fuertes, duros y complejos que los masculinos, era Daenerys siempre la elegida por todos. La que pasa de ser una mujer objeto a convertirse en la madre de dragones que amenaza Poniente desde casi el primer día. Pero Sansa ha tenido una evolución mucho más trabajada y casi lógica que las demás.

La pelirroja era es estereotipo de niña noble de la Edad Media. Nacida en una familia bien, hijadalgo, soñaba con ser princesa y reina algún día. Y desde la primera escena en que aparece le dicen que va a serlo, porque la comprometen con el heredero del Trono de Hierro, de quien lógicamente se enamora. Y ese plan perfecto en su cabeza se transforma con el tiempo. O más bien, se da de bruces con la realidad. Pierde a su lobo huargo injustamente, siendo éste el primer mazazo que sufre. Y al final de la primera temporada, recordemos, está en primera fila ante la decapitación de su padre. Sansa se ve obligada a vivir con sus enemigos buena parte de la serie. Convive con Cersei Lannister, quien la desprecia sin miramientos. Tiene que apechugar con una situación impensable, pues vive con quienes han matado a su padre y están en guerra con su familia. Y es una niña que no puede hacer nada. No sabe hacer nada. La casan con un hombre mucho mayor que ella (aunque de menor tamaño) con fama de putero, que afortunadamente decide no tocarla, pero piensen en lo que su cabeza tiene que soportar hasta ese momento. Está en primera fila, otra vez, cuando Joffrey es asesinado. Huye de la mano del meñique, la peor compañía que podía encontrar, y tras pasearla por el valle la vende (así de claro) a los Bolton, a la familia que ha traicionado a la suya y matado a su madre y uno de sus hermanos. Otra vez tiene que vivir con el enemigo.

La casan por tercera vez (aunque la primera nunca llegó a ejecutarse) con un despreciable. Con el peor villano de la serie, Ramsey Bolton, quien no tiene problemas en violarla y pegarle todas las noches. Y, para más inri, en su casa. Llega a pasar un tiempo prisionera en su propia casa. La niña que soñaba con ser reina tuvo que sobrevivir a los momentos realmente duros de la vida. Diferentes a los de Arya y Daenerys, pero igualmente duros, o puede que más.

Y sin embargo el destino quiere que sobreviva a todo. Que vuelva al lado de Jon Snow, que pueda reconducir su vida. Y es entonces cuando aparece la espectacular Sansa. Una vez que deja atrás el sueño de la fama y la gloria de la niña bien, empezamos a ver a la auténtica reina del Norte. Decide preservar el legado de su familia. Se vuelve calculadora y trabaja en una dirección: recuperar su casa. Para después recuperar su tierra. Liberar a su gente. Cumplir con el deseo de los Stark de librarse del yugo del Trono de Hierro. Se convierte en la auténtica heroína de la Batalla de los Bastardos. Cuando Jon planeaba el ataque directo ella pensaba en buscar otra estrategia y en un movimiento político tremendo usa su influencia para llevar al ejército del Valle al frente y recupera Winterfell. Se deshace de Ramsey (qué tremenda escena aquella, con los perros). Y, en la temporada siguiente, se deshace de Baelish y ya se muestra como la verdadera gestora de los asuntos del Norte.

Jon se marcha en busca de ayudas para proteger al mundo de los Caminantes Blancos y regresa con un gran ejército y grandes aliados. Pero cuando unos solo piensan en combatir ella piensa en cómo dar cobijo y alimento a todo el mundo. Gestiona los tratados con las demás familias del Norte. Cuando pasa la batalla de la Larga Noche ella solo piensa en la salud y la recuperación de sus hombres mientras su hermano piensa en seguir a la Reina a Kings Landing y terminar su particular reconquista. Y cuando todos los nobles votan a favor de coronar a su hermano, ella solo habla de la independencia del Norte. Es la auténtica merecedora de un trono en esta serie. Por méritos y no por sangre. Pero sus actos han quedado sepultados por la espectacularidad de los dragones, las batallas, las luchas, las traiciones y todo lo demás. En cambio, me quedo con ese final en que va caminando, con un vestido precioso, que tiene el arciano en señal de sus creencias, legado de su familia y su tierra, y todo el mundo se arrodilla ante ella. Para darle su momento, espada en ristre y al aire, gritándole “The Queen in the North”. Son solo unos segundos que no tienen la espontaneidad ni la emoción de las dos que vivieron sus hermanos. Pero son unos segundos de justicia para el personaje. Le ha pasado de todo. Ha tenido ayuda inesperada, pero también ha sabido aprender de todo lo que ha vivido y aprovecharlo en favor de su familia. Finalmente, es la única Stark que queda con vida en Winterfell.

No quiero terminar sin lamentar la escena de la coronación de Brand. Pues se pierde un momento que hubiera supuesto un final más redondo. En mi opinión, ante la falta de rey, hubiera quedado mejor que todos los reinos se independizaran y coronaran a sus propios reyes. Como hace el Norte. No hay trono de hierro, no hay siete reinos bajo una corona, sino siete coronas. Hubiera preferido ese momento al de la estúpida votación real.

Lo mejor – Sansa en el trono del Norte.
Lo peor – Brand en el trono ya inexistente.
Los 3 momentos de la temporada – 1) Sansa llegando a su trono con todos los nobles postrándose ante ella. 2) La tremenda escena de Daenerys ante sus tropas. 3) Jon Snow, Tormund y los hombres libres del norte encaminándose hacia su hogar.
Valoración global de la serie – Ha marcado una época en la historia de la televisión. Ha conseguido que personas a las que las historias de fantasía épica normalmente les importan un carajo se enganchen a este tipo de series. Ha sido transgresora, revolucionaria, ha contado una gran historia que no ha sido bien rematada al final, pero que es un final. Lo importante, lo disfrutable, ha sido el camino. Y eso es lo que debemos recordar para evitar supuraciones.

 

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