Javier Vázquez Delgado recomienda: Alien: La historia ilustrada

 

Edición original: Heavy Metal Communications/ Titan Books.
Edición nacional/ España: Diábolo Ediciones.
Guión: Archie Goodwin.
Dibujo: Walter Simonson.
Color: Walter Simonson, Louise Simonson, Deborah Pedlar, Polly Law y Bob Lerose.
Formato: Libro en tapa dura, 66 páginas.
Precio: 15, 95 €.

 

Ya conocen ustedes la historia: La astronave-refinería USS Nostromo se encuentra surcando el cosmos, de regreso a La Tierra. El ordenador de a bordo, designado con el nombre de Madre, pilotando en automático, recibe una transmisión que inicia un protocolo por el cual los tripulantes del bajel interestelar, sumidos en un sueño de hibernación criogénica, son despertados con la obligación de atender el misterioso mensaje. Así, aunque con ciertas reticencias, los siete operarios cambian el rumbo del Nostromo y se dirigen al planetoide de donde procede la indescifrable transmisión. En ese inhóspito lugar de atmósfera incompatible con la vida humana, encuentran una vetusta y gigantesca nave cuyo diseño descarta haber sido elaborada por la humanidad. También hallan el momificado cadáver del colosal alienígena que la tripulaba, y un vasto cultivo de unos extraños huevos.

Con ellos, comenzará la pesadilla de los tripulantes de la Nostromo, cuyos pasillos se teñirán de sangre vertida por un horror que se ha colado en la nave y que ataca repentina y brutalmente cuando sus víctimas se encuentran solas, surgiendo de los oscuros recovecos de esa estructura que hasta hacía poco era su tranquilo lugar de trabajo y transporte.

En 1979, la 20th Century Fox estaba cerca de estrenar una película que mezclaría los géneros de terror y ciencia ficción, y pasaría a convertirse en uno de los clásicos de la historia del cine. Hablamos, claro de Alien: El octavo pasajero, dirigida por un por aquel entonces novato pero prometedor realizador llamado Ridley Scott. Se decidió hacer una adaptación al cómic y se optó por ofrecer el proyecto a la editorial Heavy Metal, que publicaba en Estados Unidos el magazine del mismo nombre que venía a ser la réplica del mítico Metal Hurlant europeo, quizás, quién sabe, por encontrarlo adecuado al estar el artista Moebius involucrado en el proyecto cinematográfico, diseñando los trajes espaciales. Para realizar la traslación a viñetas, se seleccionó a Archie Goodwin y Walter Simonson, que estaban probando dar resultados solventes en cómics publicados por Marvel basados en franquicias audiovisuales de ciencia ficción, Star Wars y Battlestar Galactica respectivamente. Los autores trabajaron con diversos borradores del guion (recordemos que mientras trabajaban en el proyecto, la película todavía no se había estrenado) y gozaron de tiempo para echar lo mejor de sí mismos en él. Y vaya que si lo hicieron. Si hablamos solo del éxito comercial del cómic en sí mismo cuando se publicó, para hacernos una idea, podemos destacar el dato de que fue el primer tebeo que figuró en la lista de Best sellers del New York Times, a pesar del para entonces elevado precio de los ejemplares (unos 4 dólares) y de que fue durante un año de crisis editorial en el que, por ejemplo, DC sufrió su famosa implosión del final de los setenta.

Simonson ha comentado alguna vez que ese éxito no puede en justicia atribuírsele al fallecido Goodwin y él, ya que con el impacto de la película, cualquier producto relacionado hubiese vendido lo mismo, pero lo cierto es que venía totalmente justificado por las cotas artísticas que allí alcanzaron. Normalmente, las adaptaciones de películas al cómic no suelen ser gran cosa, y suelen oscilar entre lo correcto y lo mediocre, con las consabidas y célebres excepciones del Drácula de Roy Thomas y Mike Mignola, el Atmósfera Cero de Jim Steranko, y quizás también el Blade Runner de Goodwin y Al Williamson y el Dune de Ralph Macchio y Bill Sienkiewicz. Pues rotundamente, este Alien pertenece a esa corta pero contundente lista en las que la traslación al noveno arte arroja resultados como mínimo tan brillantes como el material en el que está basada.

Abriendo con una cita de Joseph ConradVivimos como soñamos: solos”” (adecuada ya que pertenece a su novela Nostromo, de la que la nave de Alien sacó el nombre), el libreto de Goodwin comienza desplegando una prosa lógicamente ausente en el filme de Scott que reaparece en la adaptación de manera intermitente, en momentos clave de la historia: además de en la secuencia de la recepción del mensaje por parte de Madre y el consiguiente inicio del protocolo de despertar de los tripulantes de la nave, recibimos sabrosas pinceladas de textos de apoyo durante la escena en la que el Chestburster irrumpe a través del pecho de Kane, en la primera aparición de cuerpo entero del xenomorfo, o durante la revelación de la traidora naturaleza de Ash, por ejemplo. Pero por lo demás esos textos de Goodwin permanecen ausentes, dejando el fluir de la historia en manos de los diálogos, y de por supuesto, la narrativa y arte de Simonson.

Y aquí llegamos a lo verdaderamente bárbaro de esta obra: el apartado gráfico del marido de Louise Jones. Por mucho que el talento del escritor condensando los diversos guiones originales de Dan O’Bannon y Ridley Scott en 66 páginas sea encomiable, y dote a estas de una atmósfera perfecta y una economía de secuencias y palabras óptimas, es difícil que una historia tan archiconocida como la de Alien a estas alturas pille a nadie de nuevas y le impacte. El relato en sí, deudor a su vez tanto del pasaje de la travesía del Demeter del Drácula de Bram Stoker como de la novela The Voyage of the Space Beagle de A.E. Van Vogt (que llegó a poner una querella contra la película por plagio), ha sido copiado, remezclado y homenajeado en mil obras durante los cuarenta años que hace desde su estreno, y probablemente podamos decir que haya hasta generado un tópico hoy por hoy. Un servidor leyó de niño esta adaptación, publicada en España por Bruguera, un par de años antes ver la película en sí, y quedó cautivado con ella, así que tiene cierto vínculo emocional con ella. Pero incluso a pesar de esto, es complicado no entender a quien le parezca que lo que sucede en sí ha perdido frescura, incluso en el improbable caso de que se acercase a Alien por primera vez aquí, por mucho que esto no sea demerito de Goodwin o la historia original, sino por la absorción de sus tropos por parte de la cultura popular que ha sufrido en cuatro décadas.

Sin embargo, lo que no ha perdido un ápice de su fuerza es cómo se cuentan, como se plasman y desglosan las escenas en papel, con un Simonson que francamente nos da aquí nada menos que uno de los mejores trabajos de toda su carrera. Y eso, señores, hablando de quien estamos hablando, no es decir mucho: es decir muchísimo. Alien: La historia ilustrada, además de estar soberbiamente dibujada, es un tebeo extraordinariamente bien realizado en el resto de aspectos visuales, que no se conforma con trasladar fotogramas a viñetas, con juntarlas y ponerle bocadillos encima para replicar lo que se dice. Que aprovecha los recursos propios del noveno arte para ser su propia bestia, y no solo el hermano pequeño y pobre del cine, sin movimiento, luz ni sonido.

Las viñetas de la escena introductoria, la doble splash page de la nave encontrada en el inhóspito planeta, la ilustración del cadáver del tripulante de la misma, la ilustración de página entera del momento chestburst, o las sanguinarias y escasas apariciones a plena luz y cuerpo entero del xenomorfo, transmiten un impacto distinto pero de igual o superior medida que en la cinta protagonizada por Sigourney Weaver. La construcción de la atmósfera y la trama nos mantiene en tensión a pesar de que sepamos perfectamente qué va a suceder a continuación, y el desglose en viñetas de las acciones fluye perfectamente, incluso permitiéndose colar algún elemento de diseño gratuito entre viñetas sin que el adorno reste un micra de fluidez en la lectura. El diseño de John Workman (con el que Simonson colaboró por primera vez aquí, y ya permanecerían casi inseparables), con las onomatopeyas y efectos de rotulación en los bocadillos (las comunicaciones de radio en fuente azul para diferenciar, las rayas rojas para indicar el corte de comunicación de Kane en el momento en que resulta facehugged) contribuyen a que el lector experimente mediante diversos recursos otros elementos, los auditivos, de la historia.

Y luego está el color. Como comentaba antes, uno tuvo contacto con esta obra por primera vez en su edición de álbum en tapa blanda de Bruguera, en la que por supuesto el trabajo de Workman lucía mucho menos con la rotulación mecánica; pero es que además como era costumbre por algún motivo en la editorial barcelonesa, los cómics extranjeros eran recoloreados con tonos planos que poco tenían que ver con los originales. Y este Alien no es una excepción. Por tanto, un servidor no tenía forma de saber lo absolutamente bella que era la paleta original, fruto del trabajo del propio Simonson, de su esposa Louise, de Deborah Pedlar, de Polly Law y de Bob Lerose. Alejada de los colores que finalmente tuvieron varios diseños en el filme, pero preciosa más allá de toda medida; cada página pide ser contemplada varios minutos sin siquiera leer.

Podemos gozar de este coloreado hoy por hoy debido a que la obra fue escaneada directamente de las planchas originales y remasterizada en 2012. Titan Books decidió apostar por reeditar este incunable del cómic (no lo había sido desde su aparición en 1979, aunque algunos ejemplares fueron distribuidos de nuevo en los años noventa en librerías norteamericanas, cuando Kevin Eastman adquirió Heavy Metal y encontró un palé de ellos en un almacén) en el 2012, para capitalizar el estreno de aquella finalmente poco celebrada precuela fílmica de Alien perpetrada por un Ridley Scott ya en horas bajas, Prometheus. A su vez, Diábolo Ediciones la publicó en castellano en un cuidado tomo en tapa dura que hasta hace poco no pude adquirir, y saldar la deuda de reseñar esta pieza en esta página, un imprescindible que debiera figurar en la biblioteca de cualquier aficionado al cómic. Los valores de producción son magníficos, hasta el punto de que el valor de aquel tan querido álbum en tapa blanda de Bruguera, lleno de recuerdos y sensaciones de casi cuatro décadas, con todo el peso emocional que pueda tener, palidece ante el del nuevo libro, cosa que para los que empezamos a peinar canas, no siempre llega a suceder por mucho que la edición que disfrutamos en años lejanos fuese a todas luces inferior. Ni la ceguera de la nostalgia puede oscurecer a la belleza del nuevo tomo, así que figúrense.



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