Javier Vázquez Delgado recomienda: ZNCine – Crítica Doble de Midsommar, de Ari Aster
Dirección: Ari Aster
Guión: Ari Aster
Música: Bobby Krlic
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Vilhelm Blomgren, Ellora Torchia, Archie Madekwe, , Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal, Isabelle Grill
Duración: 145 min
Productora: B-Reel Films / Parts and Labor. Distribuida por A24
Nacionalidad: Estados Unidos
Hacía tiempo que no teníamos una reseña doble en Zona Negativa. Esa especie de “versus” en el que un par de redactores dan una opinión, bastante opuesta, de una misma película y cuya última entrega, si no nos fallan los cálculos, tuvo lugar hace tres años cuando nuestros compañeros Luis Javier Capote y Juan Luis Daza se batieron el cobre para defender, el primero, y desacreditar, el segundo, ¡Ave César!, hasta ahora penúltimo largometraje de los hermanos Joel y Ethan Coen. En esta ocasión es el mismo Juan Luis Daza el que se erige como voz favorable, mientras Sergio Fernández Atienza toma el relevo de nuestro veterano colaborador para sacar los colores al largometraje elegido. Midsommar, segunda incursión en la dirección por parte de Ari Aster después de su sobresaliente Hereditary, es la obra designada para que los dos miembros de la redacción de cine den lugar a un cara a cara en el que las alabanzas e improperios a favor y en contra del último proyecto de la productora independiente A24 se sucederán de manera continuada. Ya sólo queda preparar la maleta, coger los pasaportes, no olvidar meter en el equipaje nuestras túnicas más vaporosas y coronas de flores más coloridas, poner rumbo a Suecia y allí, en la encantadora localidad de Hårga, ser recibidos cariñosamente por una comunidad que espera desde hace 90 años un Solsticio de Verano que, para bien o para mal, no olvidaremos jamás.
A poco más de un año del estreno de su ópera prima detrás de las cámaras, Hereditary, el cineasta estadounidense Ari Aster vuelve a las pantallas españolas, y de medio mundo, con su segunda propuesta cinematográfica. Al igual que sucediera con el largometraje protagonizado por Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff y Milly Shapiro la crítica, en líneas generales, se ha volcado con la película. Pero con el público no ha encontrado su hueco debido a algunas características que más tarde pasaremos a mencionar. Florence Pugh (Lady Macbeth) Jack Reynor (Detroit), Will Poulter (Black Mirror: Bandersnatch), William Jackson Harper (Paterson) y Vilhelm Blomgren (Gösta) son cinco estudiantes estadounidenses que viajan a Suecia para pasar la festividad del Midsommar, el solsticio de verano, con la familia de uno de ellos procedente del país europeo. Dentro de este grupo destaca la pareja formada por Dani y Christian, ella sumergida en la depresión por culpa de un suceso trágico relacionado con su vida personal y él con intención de abandonarla por no soportar más la presión ejercida por dicha situación. Una vez en Suecia y reunidos con la peculiar, y aparentemente afable, comunidad a la que pertenece Pelle las sustancias psicotrópicas comienzan a alternarse con los preparativos de un Midsommar que se antojará imposible de olvidar para todos los implicados.
El prólogo de Midsommar, planteando el conflicto que vertebrará el relato y mostrando algunas conexiones con Hereditary como si se mostrara continuista con respecto a ella, es uno de los trabajos audiovisuales más potentes y compactos de lo que llevamos de 2019. Poco más de diez minutos en los que Ari Aster demuestra que una corta carrera como cineasta no es obstáculo para confirmarse como un fuera de serie con la puesta en escena. Posicionamiento y movimiento de cámara, interpretación de los actores, iluminación, efectos de sonido y una mímesis gloriosa entre dirección de fotografía y banda sonora alumbran una cristalina muestra de alta cinematografía en la que una manguera se convierte en un cordón umbilical conectado con el horror y la tragedia. Tras este pletórico y desgarrador arranque Midsommar ejecuta una ruptura tonal y argumental de naturaleza transicional desembocante en una acertada elipsis temporal sirviendo como antesala de la verdadera película. Aquella que cristaliza cuando el vehículo de los protagonistas se cruza con el cartel de localidad sueca de Hårga a la que se dirigen y su mundo, en el sentido literal, se invierte como mal presagio de lo que está por acontecer.
A partir de entonces las pocos más de dos horas de metraje restante suponen la personal mirada de Ari Aster hacia el folk horror. Dentro de este subgénero encontramos clásicos como The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), The City of the Dead (John Llewellyn Moxey, 1960), The Blood on Satan’s Claw (Piers Haggard, 1971) o Los Chicos del Maiz (Fritz Kiersch, 1984), así como acercamientos más recientes como The Witch (Robert Eggers, 2016). The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012) o The Ritual (David Bruckner, 2017) que dan forma a un nuevo revival de este tipo de celuloide. Apuntado esto debemos dejar claro desde un principio que Midsommar queda lejos de ser una película de terror. Es más un drama con algunos apuntes de suspense e intriga. De hecho las cintas tomadas por Ari Aster como referencia para crear la suya y que recomienda visionar antes o después de la misma son Tess (Roman Polanski, 1979), Macbeth (Roman Polanski, 1971), Narciso Negro (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1947) o Qué Difícil Es Ser Un Dios (Aleksey German, 2013). Un compendio de trabajos que poco o nada tienen que ver con un género como el terror y que también delata el buen gusto del director estadounidense a la hora de valorar cine europeo.
Como ya hemos apuntado a la hora de hablar del prólogo de Midsommar, y teniendo en cuenta que se extiende a lo largo y ancho de todo su metraje, debemos hacer parada obligatoria en la impresionante labor de Ari Aster detrás de las cámaras. Acabamos de confirmar que la última pieza del director de Hereditary no pertenece, al menos de manera ortodoxa, al género de terror, pero esto no es óbice para que una atmósfera mórbida y malsana sobrevuele todo el producto. Aster consigue que la prístina luminosidad que envuelve sus encuadres se convierta en el mayor de sus aliados al crear paralelismos con el supuestamente encantador comportamiento de los habitantes de Harga mientras los contados, pero muy potentes y medidos, arrebatos violentos resquebrajan una tensa calma que llega a crispar los nervios del espectador. Los grandes angulares, la profundidad de campo, aquello que acontece sutilmente en segundo plano o la brillante dinámica entre lo que puede ser realidad y lo que aparenta ser resultado de los efectos psicotrópicos ingeridos por los protagonistas, siendo extrapolados al apartado visual del film, hacen de su puesta en escena la más destacada virtud de Midsommar, confirmando el enorme talento de su máximo responsable.
Si en lo concerniente a la labor de Ari Aster como realizador no hay una sola queja, la cosa cambia cuando tenemos que evaluar su trabajo con la escritura del guión. A pesar de sus 145 minutos de metraje Midsommar no aburre en ningún momento, ya que en el discurrir cadencioso y minimalista de una trama sin grandes aspavientes siempre están aconteciendo hechos estrechamente relaciones con los personajes protagonistas y la cuestionabilidad de su bienestar físico o psicológico. Pero desgraciadamente el creador de la obra se embriaga de su propio discurso y parece dispuesto a sacrificar la cohesión de su narrativa en pos de marcar a fuego, y de manera harto innecesaria, una impronta como autor que nadie le exige. Antojándose caprichosa la idea de querer convertirse en una voz personal, intransferible y diferenciable con sólo dos películas en su filmografía. Esa delectación enfermiza en el folclore autóctono y la parafernalia ritualista que conforma el grueso de su relato en ocasiones juega en contra de su adecuado desarrollo, manteniendo un peligroso contraste entre pasajes muy poderosos y otros algo más irregulares.
Ya hemos apelado al acierto que supone la tendencia por diseñar personajes sólidos y con cierta profundidad psicológica de Ari Aster iniciada en Hereditary y consolidada en Midsommar. Pero también es reseñable su olfato a la hora de elegir los actores para protagonizar sus productos. Es posible que los personajes, al menos los secundarios, estén sustentados en ciertos estereotipos reconocibles, pero la labor del casting es tan meritoria que no es difícil empatizar con ellos y las desdichas en las que se ven implicados. Los dos protagonistas destacan sobremanera con respecto al resto del reparto, ya que al núcleo central del relato, como por otro lado es lógico, disecciona con más precisión sus roles. Florence Pugh, que ya llamó nuestra atención en Lady Macbeth (William Oldroyd, 2016), sostiene sobre sus hombros todo el poso dramático del argumento con una composición llena de matices y desgarro. Mientras, Jack Reynor, ejecuta a un pusilánime cuyo empequeñecimiento personal va en aumento a lo largo del metraje desembocando en confusión y terror. Culminando Este proceso con una escena sexual que podía haber facturado el Alejandro Jodorowsky de Fando y Lis, El Topo o La Montaña Sagrada.
Midosommar no es una película de fácil digestión y es hasta cierto punto comprensible el rechazo que ha causado entre algunos sectores del público generalista. Algo parecido a lo que sucedió con otra propuesta nada acomodaticia como Madre! (Darren Aronofsky, 2017), aunque la respuesta negativa hacia aquella fue mucho más visceral. Si el espectador no entra en el juego propuesto por Ari Aster y sus colaboradores, delante y detrás de las cámaras, su reacción natural será la de tomar a broma mucho de lo acontecido en pantalla, sobre todo en ese clímax final en el que el autor difumina tanto la línea que separa la tragedia de la comedia que se antoja difícil no saber cuando empieza una y acaba la otra. En cambio aquellos que decidan imbuirse en esta historia y sumergirse sin miramientos en el conjuro propuesto por Ari Aster, siendo conscientes de las exigencias que la misma obra propone a su interlocutor, posiblemente disfrute de una de las piezas más interesantes del 2019 y la confirmación de encontrarnos ante una interesante nueva voz que en su próxima propuesta, esperemos, lleve a cabo una necesaria cura de humildad.
Vaya por delante que disfruté sobremanera Hereditary. La cinta protagonizada por Toni Collette fue una de las sensaciones del pasado curso y en mi particular ranking de películas favoritas del año se coló en posiciones de privilegio. Ari Aster debutaba en el séptimo arte con matrícula de honor, ofreciéndonos una inquietante cinta de terror con varias capas cuya atmósfera insana impregnaba el conjunto de su trama. Con tal tarjeta de presentación, el joven cineasta neoyorkino entraba de lleno en el radar con cualquier proyecto que llevase a cabo. De esta forma, apenas un año después de estrenar su ópera prima, llegaba a nuestras carteleras Midsommar.
Tengo que reconocer que las primeras imágenes que vi de esta nueva película escrita y dirigida por Aster llamaron poderosamente mi atención. La cinta se postulaba como una perturbadora historia de terror a plena luz del día en el viejo continente. Y aunque Midsommar cuenta con virtudes que la gran mayoría de filmes que pueblan las salas de cine carecen, el resultado final resulta fallido por diversos lastres que comentaré a continuación.
Antes de desenvainar la katana y ejecutar mi particular harakiri, mencionaré los puntos fuertes a los que hacía referencia anteriormente. Ari Aster posee un inmenso talento cuando se sitúa detrás de las cámaras y lo vuelve a demostrar manejando con tino cada secuencia, cada escena y cada plano. Apoyado en el magnífico trabajo de, su ya habitual director de fotografía, Pawel Pogorzelski, Midsommar es una auténtica delicia a nivel visual que goza con una claridad impropia del género. Si con Hereditary ya existía cierto run run cuando se evaluaba la calidad de Aster a la hora de escribir, Midsommar confirma que el Ari Aster guionista dista mucho del nivel de su homólogo director.
A pesar de que soy consciente que esta cinta ambientada en Suecia tiene un buen número de seguidores, me atrevo a asegurar que lo mejor de la misma es la interpretación de Florence Pugh. Esta actriz británica ya había llamado nuestra atención por su gran trabajo en la muy reivindicable miniserie La chica del tambor, dirigida por el maestro Park Chan-wook y que adaptaba la novela homónima de John Le Carré. En esta ocasión, Pugh construye un personaje depresivo que verá agravado su delicado estado mental como consecuencia de una tragedia familiar aderezado con un posterior consumo de drogas. Su único bote salvavidas parece ser su novio, a quien da vida Jack Reynor. Sin embargo, ese barco hace tiempo que zarpó y lo que queda ahora son tan solo las olas de su marcha. La relación entre ambos personajes no funciona en ningún momento y Aster se empeñará en mostrarnos la crónica de una muerte anunciada. Quizás habría estado bien haber enseñado algo de luz previa antes de caer en la crisis sentimental puesto que el espectador no puede atisbar química alguna entre ambos protagonistas.
La planitud de sus personajes secundarios es un denominador común y la toma de decisiones de los viajeros estadounidenses y británicos es cuanto menos discutible. No sentiremos empatía por ninguno de ellos y tampoco nos importará mucho lo que sus anfitriones escandinavos hagan con su futuro. Tras su magnífica interpretación en Detroit, resulta sangrante ver a Will Poulter relegado a alivio cómico. He aquí otro de los problemas de Midsommar, el humor utilizado en ocasiones y alguna que otra escena extravagante (¡Ay! Esa cópula con animadoras…) provocará carcajadas al personal, confundiendo al espectador liberando a la cinta del tono necesario. Y es que, salvo un par de escenas tan secas como grotescas (destacando los saltos olímpicos), el mal rollo que se le presupone brilla por su ausencia.
Una vez identificamos el subtexto y jugueteamos con las semillas que Aster va dejando a lo largo y ancho de su excesivo metraje (debería haberse recortado media hora de la misma), el esqueleto de la trama se muestra endeble y mucho menos original de lo que en un principio podíamos esperar. Juntemos Hostel con Wicker Man y ¡voilà! Tenemos nueva remesa de Folk Horror lista para servir.
Ari Aster, emborrachado de sí mismo, nos ofrece una obra pretenciosa cuyo prólogo es sobresaliente, su nudo despierta cierto interés, pero su desenlace se alarga hasta la extenuación con atisbos de serie B y una definición un tanto confusa. El descenso a los infiernos del personaje interpretado por Pugh mientras encuentra su sitio en una sociedad una vez asimilado el choque cultural es el punto fuerte de un largometraje destinado a convertirse en obra de culto pero, como ha quedado claro, ha decepcionado a quien escribe estas palabras. No obstante, como dijo Palpatine al pequeño Anakin Skywalker, seguiremos la carrera de Aster con gran interés.
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