Javier Vázquez Delgado recomienda: ZN 20 años – Casi no tengo tiempo para releer cómics por Alberto Morán

Por Alberto Morán

Casi no tengo tiempo para releer cómics. Para leerlos sí: te sumerges, nadas, sacas la cabeza; si el trabajo está bien hecho, paladeas un rato; dejas el cómic en la sección de la biblioteca, un espacio perenne que resiste las periódicas cribas, los arrebatos de minimalismo. Es algo rápido, asequible. Cualquier sitio es bueno para zurcir ratos libres. El gran acontecimiento cósmico te encuentra vigilando el reloj por el rabillo del ojo o esperando al autobús. Visión está a punto de derrotar a Thanos con la incongruencia de que la gema del espacio no esté supeditada a la del tiempo, basándose a un interesantísimo argumento kantiano, y tú ahí, leyendo de pie. Como un animal.

Para leer cómics hay tiempo porque a la lectura de cómics solo puedo darle las migas. El achatamiento del presente, el trabajo remunerado, el doméstico, el otro, etcétera. Lo que te pasa a ti, y a ese, y a esa, y a todo aquel que no se hizo heroicamente a sí mismo sin otra ayuda que la fortuna familiar y un alguien que conoce a alguien.

No puedo releer cómics porque no es algo que pueda hacerse de cualquier manera. A veces lo intento. Poso el dedo en el canto, lo saco unos centímetros y suenan las primeras notas de una obertura. ¿Y qué voy a hacer? ¿Coger butaca para irme a los pocos minutos, como si me estuviese levantando en mitad de una función? No puedo. Releer cómics no es un mero transcurrir de las páginas: es un concierto de veinte años de imágenes. Es recordar el bullicio de los festivales, la expectación de las entradas en las que llevas tiempo trabajando, los rostros, los momentos, los amigos, las conversaciones. Es un viaje esencialmente emocional, y es sencillo interrumpir una tarea, pero no una emoción. Cada año cuesta más echar el freno.

Podríamos decir, para satisfacer la necesidad malsana de hallar culpables -el reverso tenebroso de pensar en causas y consecuencias-, que Zona Negativa contribuyó en gran medida a mi agridulce situación. Quizá, sin ella, los recuerdos contenidos en cada tebeo serían pequeñas píldoras de digestión fácil. Bien; no lo son. Son, como he dicho, conciertos. Banquetes. Y uno no empieza una comida de catorce platos en la parada del autobús. «Guarde la espuma de rodaballo, por favor, que voy a esperar a que se libere el asiento individual para seguir». Venga ya. Uno reserva dos horas y media, se sienta y se entrega a la experiencia. Saca tú dos horas y media. Sí, maestro zen, si no puedes sacar dos horas y media, es que necesitas sacar dos horas y media. Váyase a rastrillar arena, que tengo que corregir noventa exámenes.

Tampoco preferiría la alternativa, también os lo digo. Zona Negativa convirtió mis recuerdos en una cabalgata de Satoshi Kon. Transformó los cómics en teseractos; veinte años en veinticuatro páginas. Merece la pena saber que todo eso está ahí, en la biblioteca, esperando. Con un poco de suerte, sacaré tiempo para releer. Cualquier día de estos. Ilusionado como un adolescente.



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