Javier Vázquez Delgado recomienda: Astro City: La Edad Oscura Parte II

Edición original: Astro City: The Dark Age vol. 3 núms. 1 a 4 USA, Astro City: The Dark Age vol. 4 núms. 1 a 4 USA
Edición nacional/ España: Astro City: La edad oscura Parte II
Guión: Kurt Busiek
Dibujo: Brent Anderson
Formato: 240 pags a color.
Precio:23.00€.

Hoy vamos a hablar sobre esperanza y luz, porque solo se puede hablar sobre esperanza y luz hablando sobre tinieblas, al igual que solo se puede hablar de valentía hablando sobre cobardía y de fuerza hablando sobre debilidad. También veremos que incluso sobre la esperanza puede haber distintos puntos de vista.

En los años 80, tanto Astro City como el mundo de la historieta estaban sumidos en las más densas tinieblas. El viaje lisérgico, mágico y cósmico que había marcado los años 60 y 70 había acabado. Los cosmonautas y los apóstoles del LSD habían atravesado el horizonte de sucesos de la disolución de la conciencia, y habían descubierto, o habían creído descubrir, que al otro lado no había nada. May Lai y el caso Watergate habían destruido las ilusiones de los norteamericanos acerca de su propio país. En Gran Bretaña, el modelo del bienestar (que había permitido el surgimiento de una revolución cultural que a su vez se había exportado a EE.UU) se autodestruyó. De las ruinas de estos imperios, surgió una generación de escritores y dibujantes que lo cambiaron todo, o que creyeron cambiarlo todo.

El primer supertipo de esta nueva generación se convirtió en un icono. Juez Dreed (creado por John Wagner y Carlos Ezquerra) impartía lecciones de fascista brutalidad policial a base de sarcasmo y mala leche. Las páginas de la revista donde había nacido (2000 A.D, la revista donde también nacieron profesionalmente hablando los miembros de esta generación) estaban repletas de punks británicos camuflados como marcianos del espacio.

Tiempos oscuros en Astro City.

Uno de ellos, Alan Moore, sentó las bases del deconstructivismo post-moderno del superhéroe con Miracleman. La visión de Moore se componía a partes iguales de nostalgia y política, y nos presentó un mundo en el que los superhéroes eran dioses, con todas las implicaciones que esto conllevaba: muerte, dolor, destrucción, maravillas sin fin, terror sagrado y distopias totalitarias.

Moore siguió refinando su concepto y su visión con una serie de obras cada vez más complejas y atrevidas, hasta desembocar en Watchmen, la consecuencia última del planteamiento de Miracleman llevada al extremo desde todos los posibles puntos de vista.

Mientras tanto, en EE.UU, un joven amante de los comics llamado Frank Miller llegaba hasta las mismas conclusiones realistas de Moore, pero desde una óptica distinta. Tanto Miller como Moore consideraban al superhéroe como una metáfora de la pérdida del poder del hombre común. Pero mientras Moore teñida esa reflexión de compasión, Miller era mucho más cruel y taxativo con la debilidad humana, como dejó bien claro en obras como El regreso del caballero oscuro.

A efectos puramente literarios esto vino a significar que los comics de superhéroes se llenaron de vigilantes urbanos, dioses alejados del corazón de la humanidad, oscuridad y profundas reflexiones. Desde la perspectiva que da el tiempo, es sencillo (y lógico) recordar todo excepto lo último. A día de hoy, muchos de aquellos comics (sobre todo los realizados por imitadores de Moore y Miller que no tenían tanto talento) son tan risibles como la afición adolescente a hacer air guitar delante del espejo vestidos solo con unos calzoncillos con palominos.

No obstante, fueron esas profundas reflexiones (ese terremoto hormonal en el ADN del comic) los que dieron pie a la posterior madurez del medio. Al comic le cayó una maceta en la cabeza. El golpe fue duro, pero el paciente lo necesitaba (y lo mejor es que luego tanto Moore como Miller siguieron sus propios caminos y no cayeron en el estancamiento, pero eso es otro tema).

Homenajes a nuestro querido Swampy.

Busiek es plenamente consciente de todo esto. Tiene en cuenta que los ciclos de vida del comic reproducen los ciclos de vida de cada lector, su significado, significante y sentido profundo, a la vez que su intrincado, complejo y multi-referencial guion no deja de lado cuestiones esenciales (y a la vez anodinas, si solo se cuenta con ellas) como son la estructura, la caracterización, el diálogo naturalista y la amenidad.

Su macrocosmos es igualmente intrincado y complejo, y por una circunstancia muy concreta, además. Los superhéroes de Astro City viven fuera del “tiempo del sueño” de Umberto Eco; es decir, tienen una existencia temporal concreta y limitada en el tiempo. Eso, además de convertirlos en seres más humanos, añade un surtido de salsas sabrosas a la ecuación, puesto que cada generación cuenta con un repertorio concreto de personalidades destacadas que pueden alcanzar su zenit o su ocaso simultaneándose con otros héroes situados en puntos distintos del camino de la existencia. O sea, como en la vida misma.

El fuego es la escuela en la que aprendemos, el fuego es el tiempo en el que ardemos.

Desconfiad de cualquiera que diga que siente pasión por los comics. No se puede sentir pasión por un constructo. Las matemáticas, el audiovisual, los insectos, la narrativa dibujada o cualquier otra cosa parecida pueden generar interés, curiosidad, pretensiones intelectuales o ambiciones económicas; pero no pueden crear pasión. Lo único que puede despertar un sentimiento es otro sentimiento; es decir, la pulsión particular de una obra particular con la que rimamos o sintonizamos de manera particular. El arte es por definición individualista e inútil, y expresiones como la de la antes solo sirven para burocratizar y democratizar lo que hay de único en nosotros. Dicho todo esto, siento pasión por Astro City.

Al sumergirme en uno de los libros de Busiek, soy un hombre muerto que vive encubierto, estoy enajenado, fuera de mí, y lo único que me apetece hacer es abandonar el reino, ahogar los libros, romper los báculos y contemplar el horizonte mientras pienso en el infinito. ¿Por qué me ocurre esto? Todo en la vida tiene una respuesta, excepto las cosas que no la tienen, y creo que la respuesta a esta pregunta se encuentra en la pulsión particular que encierra Astro City y con la que sintonizo de forma particular.

¿Y cuál es esa pulsión particular? Si hubiera que ponerle un adjetivo, ese sería sin duda “optimista”. Busiek cree de todo corazón en las bondades del american way of live, de la familia, el trabajo y el gobierno. Los conflictos de sus personajes, como ya he escrito en alguna otra ocasión, se deben a su incapacidad para alcanzar esos altos estandartes. Por supuesto, nadie que no sea americano y este en sus cabales puede creer ya en el american way of live. Demasiadas guerras, demasiadas desilusiones, demasiados muertos, demasiados magnicidios.

Y sin embargo, por debajo de todo eso, subyace en Astro City lo esencial: optimismo. Confianza ciega en la fuerza del espirítu humano para levantar cualquier peso, para soportar cualquier castigo. Una confianza metamorfoseada en forma de metáfora, en forma de pájaro, en forma de avión, en forma de…

…esperanza.


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