Javier Vázquez Delgado recomienda: Joker – Locura y moralidad

Alan Moore y yo, en una ocasión (cuando Alan todavía hacía cómics), tuvimos un debate de casi seis horas acerca de El Joker; él creía que Batman y Joker eran casi paralelos (gemelos) que fueron separados al nacer. Alan iba mucho más allá y tenía una especie de relativismo moral acerca de qué era BUENO y qué era MALO. Yo tomé un punto de vista mucho más extremo, porque creía que El Joker no es tan loco como malévolo. Él es el mal encarnado; tan malicioso que va más allá de lo que podemos comprender. Eso es lo espantoso acerca de él, que simplemente quiere dañar y lastimar lo máximo posible.
Frank Miller.

En 1943, Walter Lenger elaboró un perfil psicológico de Adolf Hitler por encargo de la Oficina de Servicios Estratégicos de EEUU. Desde la perspectiva psicodinámica, concluyó que Hitler era “un narcisista con un evidente incapacidad para acercarse a los demás”. ¿Podríamos nosotros hacer lo mismo con un personaje de comic? ¿Qué utilidad tendría? Porque, ¿qué se puede decir de El Joker que no se haya dicho ya?

Bueno, todo. Solo el siglo XX podría haber convertido a un psicótico asesino de masas disfrazado de payaso en un icono pop. Probablemente todos miraríamos extrañados a quien se atreviera a llevar por la calle una camiseta con el careto de Adolf Hitler o de Iosif Stalin, pero nos parece perfectamente normal que los niños lleven al Príncipe Payaso del Crimen en sus mochilas y en sus cuadernos. “Solo es ficción. Es inofensivo”, dirán algunos. Ya, claro.

El bufón de la corte: ¿Quién puede reírse del rey?

Una costumbre peculiar de la antigua Roma. Cuando un general romano desfilaba victorioso por las calles, un esclavo caminaba detrás suyo recitando sin parar Respice post tel Hominem te ese memento. O sea: Recuerda que tú también morirás. La imagen del bufón como el único hombre con la potestad, el derecho y el deber de decir la verdad ha sido tremendamente fecunda a lo largo de la historia de la literatura. El potencial empático de esta idea es tremendamente potente.

Ejemplos. El Falstaff de William Shakespeare. Don Quijote. Lucifer en El Paraíso Perdido. Un momento. Detengámonos aquí porque es este un punto esencial en el camino que nos llevará a entender la psicología de El Joker.

El Paraíso Perdido es un poema épico compuesto por John Milton a mediados del s.XVII. Es básicamente la transposición de los hechos narrados en el Antiguo Testamento (desde la Caída hasta el destierro de Adán y Eva) a través de los ojos de Lucifer. Toda la parafernalia religiosa no es más que una metáfora utilizada por Milton para hablar sobre los procesos revolucionarios ocurridos en la Inglaterra de su época. Además, por primera vez, no solo el protagonista, si no también la razón, recaía sobre el mal, o sobre lo que hasta ese momento se había considerado como mal. Desde entonces, y como dijo William Blake, los verdaderos poetas se posicionan a favor del partido del diablo.

El Satanás miltoniano, en la versión de Pablo Auladell

Si avanzamos hasta el final del s. XIX nos encontramos con otro romántico y diabólico personaje. Que me perdone Stephen King, pero el atractivo de Drácula no se basa, o al menos no del todo, en su potencial sexual. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”. Aunque está frase no aparezca en el libro original resume a la perfección su pathos dionisiaco. Drácula, como el Lucifer de Milton, está equivocado por los motivos correctos. Oswald, la biografía de Lee Harvey Oswald escrita por Norman Mailer, termina con esta frase: ¿Quién puede decir que su sueño de oscuridad no es parte de su propio sueño? Es decir, ¿quién de entre todos los hombres de este mundo no puede identificarse con la rebeldía y el amor? ¿Quién puede decir que el amor y la rebeldía son perversos?

Jung, Moore y los ciclos sin final.

Claro que el caso de El Joker es un poco más complejo, o va un poco más allá, que las tradicionales distinciones entre Apolo y Dionisio. El Joker no se mueve por ideales, rebeldía o amor. Se mueve y hace el mal porque sí, porque hay que moverse, por el crimen, por el mal. Si Carl Gustav Jung pudiera ver en lo que hoy se ha convertido nuestro Príncipe Payaso del Crimen, probablemente lo identificaría con su arquetípica Sombra: el mal absoluto, el reverso tenebroso del héroe, oscuridad insondable entre las nieblas y las tormentas de la mente. Así pues, ¿por qué nos fascina tanto?

Unas breves puntualizaciones antes de seguir. El primer pensador que planteó que las conductas conscientes provenían de un territorio oculto de la mente que escapaba a nuestra vista y control fue Sigmund Freud. Las teorías de Freud enfatizaban la dominancia de los impulsos psicosexuales en nuestras conductas incontroladas. Gracias a su discípulo, Carl Gustav Jung, sabemos que las cosas son un poquito (bastante) más complejas que eso. Por decirlo así, Freud descubrió el mar pero se quedó en la orilla.

Jung, en cambio, sabía (lo había experimentado en carne propia) que las conductas irracionales venían marcadas por algo que existía antes de la propia persona. Si la perspectiva de Freud era materialista, la de Jung era espiritual. Jung nombró a ese “algo” inconsciente colectivo, y lo definió como una suerte de pozo donde se acumulaban las experiencias y los recuerdos de toda la humanidad, sedimentados en forma de arquetipos universales.

Entre estos arquetipos, destacaba la figura de El Héroe (a quien otro pensador espiritualista, Joseph Campbell, dedicó el famoso Héroe de las mil caras) y La Sombra. Este último símbolo representa todas las facetas de nuestra personalidad (individual y social) no necesariamente malas, pero si reprimidas por nuestra mente consciente. La Sombra ya se había hecho presente en la literatura y en la mitología antes de que Jung la iluminara con un nombre. Dios y El Diablo. El Capitán Ahab y Moby Dick (o viceversa). Jeckyll y Hyde. Mina Harker y Drácula. Batman y El Joker.

El primero en plantear esta perspectiva jungniana de El Joker fue Alan Moore en su seminal La Broma Asesina. La trama de esta breve obra maestra es sencilla y desgarradora a la vez: El Joker planea volver locos a sus adversarios del mismo modo en el que perdió la cabeza. Tiene una tesis: solo hace falta un pequeño empujón para caer en la locura.

La broma asesina como magistral uso de los recursos del comic para establecer significantes psicológicos.

Es los flashbacks protagonizados por Arthur Fleck (la ¿verdadera? identidad de El Joker) es difícil no ver plasmadas ciertas experiencias personales de Alan Moore. También él fue un trabajador de baja cualificación casado con una mujer embaraza que lo dejó todo por el sueño de ser comediante. O guionista, que para el caso es lo mismo. Tenía veintidós años cuando tomó esa decisión, y el miedo al fracaso, a esa mala mano del perro destino, se percibe en todas las páginas del comic. Pero más allá de eso, el cambio de paradigma protagonizado por El Joker fue total, y no ha podido desprenderse de tamaño cambio desde entonces.

Hasta aquel momento (con honrosas excepciones como es el caso de los comics de Steve Englehart y Marshall Rogers) nuestro guasón favorito había sido presentado como una amenaza ridícula o como un jefe criminal especialmente perverso. No había mucho más que rascar. Tenía que llegar alguien como Moore, con su relativismo moral de punk herido, para cambiar las cosas. Porque, como bien se deja entrever en La broma Asesina, ¿qué significa realmente estar loco o hacer el mal en un mundo malvado que ha perdido la cordura? Es decir, ¿tenemos de verdad claro que lo que está haciendo El Joker está mal? Y, por favor, no penséis que estoy hablando de lo que le hace a Bárbara o a Gordon, ni nada parecido. Nos movemos en terrenos ontológicos donde las fronteras morales se debilitan. ¿Es El Joker una especie de Doctor Manhattan? ¿Está más allá del bien y del mal? ¿Y Batman? ¿Qué sabemos de Batman? ¿Está tan loco como El Joker? ¿Y qué pasa con el comisario Gordon?

Jung tiene varias respuestas, pero no todas. La visión cosmológica de Jung (que en esencia, aunque no del todo, implica un equilibrio constante entre la luz y la oscuridad) lleva implícito cierto relativismo moral, fundamentado en la creencia de que tanto el bien como el mal son fuerzas de la naturaleza que están más allá de nuestro control, partes de un círculo que se repite una y otra vez hasta la eternidad. La broma asesina comienza y acaba con círculos propagándose en ondas, y su propia estructura remite a un círculo sin final.

Ahora bien, según empieza la historia vemos que Batman se comporta de forma extraña. Está “enajenado”, en el sentido filosófico del término; es decir, fuera de su ser habitual. He venido a hablar, dice. Y desde luego, no es algo que Batman haga muy a menudo y menos con sus adversarios. El Joker, por otra parte, parece más él que nunca, llevando hasta el extremo su psicopatía y su dolor. Desde la perspectiva de Moore, el verdadero heroísmo de Batman consiste en su intento de cambiar su programación habitual, mientras que la villanía de El Joker consiste en su aceptación diríase karmica de su papel en el orden jungniano de las cosas.

Hola. He venido a hablar.

Moore no quiso mostrarnos que pasaba al final del encuentro entre estos dos tarados, pero la estructura del comic (con los ciclos que vuelven a empezar) sugiere que es El Joker quien lleva la razón. No obstante, eso no le convierte en un héroe. Todo lo contrario. Un héroe es romántico por naturaleza, y si algo es El Joker es tremendamente realista. En palabras de Foucault, lo ha perdido todo, menos la razón.

No obstante, la figura más interesante de todo este puzle es el comisario Gordon. Las historias de Moore siempre tienen un protagonista claro: el abismo de la mera existencia, el sinsentido de las cosas. Gordon es quien, en este caso, se asoma al vacío, y el vacío, claro, le devuelve la mirada. ¿Cuál es la reacción del comisario ante la destrucción de todo lo que conoce y ama? Una terca resignación situada a medio camino entre el idealismo de Batman y el realismo de El Joker. ¿De dónde saca Jim Gordon esa fuerza interior? Moore no lo sabe, pero si sabe que el fuego que arde en el corazón de un hombre común arde con más fuerza y durante más tiempo que el fuego de las estrellas.

Por supuesto (y al igual que ocurrió con V de Vendetta y con Watchmen), Moore no sabía, no podía saber todavía, que el público objetivo de los comics de la época no estaba preparado para semejantes lecciones. Los lectores lo entendieron todo al revés, y creyeron que Moore ensalzaba las posturas del villano. Lo único que hacía en realidad era retratar a un psicópata bajo la luz de una fría y dolorosa compasión.

Frank Miller y las manifestaciones físicas del mal.

Si consideramos que una postura ideológica de izquierdas (o idealista) es aquella que cree en la bondad natural del ser humano y en el equilibrio, el amor y la libertad como el estado ideal en que podría situarse el individuo, Moore es un escritor de izquierdas, y el conflicto de sus historias proviene de hombres y mujeres que han perdido su equilibrio en el orden natural de las cosas por circunstancias que escapan a su control. Si consideramos que una postura ideológica de derechas (o realista) es aquella que cree en una suerte de maldad inherente al ser humano y en el control, la organización y la razón como el estado ideal en el que podría situarse a la sociedad, Frank Miller es un escritor de derechas, y el conflicto de sus historias proviene de sociedades que han perdido su equilibrio en el orden natural de las cosas por individuos que escapan al control de cualquier estado.

Posturas tan diferentes (y a la vez tan semejantes) tenían que producir por fuerza visiones diferentes sobre los mismos personajes. La postura filosófica de Miller es más ética que metafísica, y por tanto más rígidamente moral, más cálida, más realista y menos idealista que la de Moore, a quien muchas veces se la ha achacado ponderar las cuestiones de este mundo desde puntos de vista que están fuera del mismo.

Si Moore está muy cerca de Jung, Platón y demás idealistas, Miller está muy cerca de Hobbes y Locke. Este último fue el primer pensador en definir en qué consistía exactamente ser un “vigilante”. Según Locke, uno de los pilares del estado de derecho es el contrato social por el cual todos los ciudadanos delegan la búsqueda de venganza y el ejercicio de la violencia en el Estado. Por supuesto, hay excepciones. Todo ciudadano tiene el derecho de ejercer la violencia en defensa propia. Y según Locke, si uno se sale de las normas sociales para buscar violencia con el pretexto de la autodefensa es un “vigilante”.

Claro que, ¿qué pasa si el Estado no es capaz de aplicar de manera eficaz la violencia, si se produce esa temida distinción entre justicia y ley? ¿Y si surge alguna amenaza más allá de todo control, como El Joker? Esas son las preguntas básicas a las que Miller intenta responder en El regreso del caballero oscuro, aderezándolo todo con una perspectiva psicosexual más que interesante con respecto a El Joker.

Morrison y la levedad de todo mal.

La aproximación de Grant Morrison a la figura de El Joker era muy similar y muy diferente de la aproximación de Moore, y era a la vez muy diferente y muy similar a la aproximación de Miller. El Joker que vemos en Arkham Asylum es un villano eminentemente jungniano (una fuerza oscura de la naturaleza), pero su campo de juegos no es el mundo realista y moral del noir y el crimen, si no los procelosos, coloridos y terribles pantanos del inconsciente colectivo. Y, al igual que hizo Miller, Morrison también se apuntó a la moda de la psicosexualidad freudiana.

Freud postuló que la mente humana se regía por tres principios básicos. El principio del placer se encuentra dominado por el ello, la parte inconsciente de nuestra mente que solo busca una gratificación inmediata. El principio de realidad es el territorio del yo, la parte de nuestra mente que busca placer de maneras socialmente aceptables. El superyo se rige por el principio del ideal, una abstracción moral del mundo en el que habitamos.

Dicho de un modo un tanto simplista, Morrison postula que el superyo de Batman es la propia idea que tiene de si mismo como Batman. Su yo es Bruce Wayne, y su ello es El Joker. El quiz de la cuestión, el conflicto del asunto, es que el superyó freudiano puede ser consecuencia o producir sentimientos de orgullo o de culpa. El viaje de Batman hacia el interior de Arkham Asylum (o hacia el interior de su mente) es una búsqueda para intentar dilucidar porque demonios su superyó es una rata gigante fascista que se dedica a apalear criminales por las noches.

Para Freud, la libido es la energía de las emociones vinculadas a una pulsión concreta. La pulsión de vida se denomina “Eros” y la pulsión de muerte se denomina “Thanatos” (sí, como el malo de Los Vengadores). Cuando la libido se estanca o no se produce su liberación o satisfacción, se da lo que se conoce como “fijación”, una sensación de malestar asociada a un objeto del deseo.

Miller y Morrison plantean (cada uno a su modo) que el origen del conflicto entre El Joker y Batman es la fijación sexual del primero por el segundo. La primera vez que vemos a El Joker en El regreso de El Caballero Oscuro sonríe de forma lasciva al ver a Batman en televisión, mientras exclama un espeluznante “cariño”. Hacia el final del libro, el payaso criminal está a punto de causar la muerte de Batman con una serie de puñaladas que remiten a una violación. Es bien sabido que Morrison quiso que su Joker vistiera durante toda la novela con tacones y medias de rejilla, pero que por algún motivo inexplicable no se lo permitieron.

Miller y Freud.

No obstante, y aunque tuvo que esperar veinte años, Morrison vio cumplido su deseo de ver a El Joker travestido. Ocurrió en El Caballero Oscuro, la celebérrima cinta de Christopher Nolan, pero antes de acabar ahí nuestro viejo propongo que nos detengamos en un elemento relacionado con la psiquiatría en el mundo de Batman. El Asilo Arkham es la archiconocida residencia para criminales dementes de la ciudad de Gotham City. Ahora bien, ¿cuál es realmente su función? ¿Por qué no está Batman internado en el psiquiátrico si obviamente tiene un desorden? La respuesta a la primera pregunta relaciona de manera inevitable locura y moralidad.

Según nos explicó Michael Foucault las cárceles y los manicomios no tienen ni mucho menos una finalidad curativa: no sirven para sanar a los locos, si no para proteger a los cuerdos. Ahora bien, tener un comportamiento extravagante o antisocial no implica tener plaza en el psiquiátrico de tu barrio. El problema llega cuando la locura del loco atenta contra las nociones preestablecidas de la sociedad, cuando existe un conflicto entre el ello del loco y el superyó social.

Si nos centramos en Gotham City, podemos llegar a la conclusión de que el “ello” social de la ciudad es El Joker, mientras que su “superyó” es Batman. Lo trágico y lo injusto del asunto es que el más alto ideal de Gotham sea una personalidad terriblemente perturbada, aunque legitimada por las instituciones sociales.

Nolan y la maldad como icono pop.

Antes de meternos en materia con la que hasta la fecha ha sido la última encarnación exitosa de El Joker, es necesario señalar que la interpretación de Heath Ledger debe mucho a la construcción del personaje ofrecida por Brian Azzarello y Lee Bermejo en la novela gráfica Joker, una revisión en clave de realismo sucio de la psicología de nuestro villano.

Una de las primeras frases (sí no la primera) que El Joker de Heath Ledger pronuncia en El Caballero Oscuro es una tergiversación de la famosa frase de Nietzsche (ya de por si tergiversada): “Lo que no te mata te hace más fuerte”. El Joker en cambio exclama: “Lo que no te mata te hace más…extraño”. La referencia al filósofo alemán no es casual, ya que El Joker de esta película es, en esencia y sobretodo, una figura nihilista, una figura más allá del bien y del mal.

El Joker de Heath Ledger.

Desde una perspectiva psicológica, podría decirse que este Joker peliculero es víctima de un trastorno de estrés post-traumático, aquel en el que el “yo” de una persona es incapaz de asumir un daño físico o mental excesivo. No obstante, algo en nuestro interior nos dice que esto es una racionalización a posteriori. Nunca sabremos con exactitud que ha convertido a El Joker en lo que es, pero si sabemos que sea lo que sea ha destruido su concepción del universo. En esencia, el credo de El Joker podría ser el famoso aforismo nihilista “si Dios niega o mata al hombre, nada puede impedir que este mate o niegue a sus semejantes”.

Más que un villano, El Joker es un partidario del partido del diablo, un poeta del mal al estilo Milton o Blake. Desarrolla su voluntad a través de actos “artísticos”, como sucede en la performance con la que consigue corromper a Harvey Dent, un hombre definido y destruido por su absoluta confianza en la capacidad del ser humano para decidir su propio destino.

El fin de la moralidad

Heath Ledger convirtió a El Joker en un icono pop. Por desgracia, la muerte prematura del actor sirvió de acicate a la leyenda, y añadió pólvora a la concepción del villano como icono aspiracional. El riesgo asumido por Nolan y su equipo al convertir en “ganador” a un psicópata nihilista fue mayúsculo.

Una estructura clásica hollywoodense provoca por definición que uno sienta empatía por el vencedor, y la generación post 11-S, traumatizada por la guerra, la crisis económica y la telebasura masiva, solo necesitaba una excusa, un pequeño empujón, para dar rienda suelta a sus instintos más bajos. Nolan quiso encender una cerilla en medio de las tinieblas y mostrarnos la oscuridad, pero no contaba con el apremiante deseo del ser humano para apagar cualquier luz.

La reflexión última que define a El caballero oscuro es la misma que compete a todas las historias de superhéroes, o por lo menos a aquellas que de verdad merecen la pena, y a todas las grandes tragedias de la historia de la humanidad: ¿qué es ser moral? El final de esta segunda parte de la trilogía de Nolan es absolutamente desgarrador. Los héroes se corrompen. Los vigilantes matan. Los protectores mienten. El mal gana. ¿Por qué es entonces Harvey Dent el villano? ¿Y por qué Jim Gordon y Batman son los héroes de la historia? Porque en su caída hacia la locura Dent decide dejar de ser moral, decide entregarse a fuerzas que operan fuera de él. Gordon y Batman, cada uno a su manera, deciden mantener la fachada de razón y cordura, porque saben que más allá de los muros de ese hogar mental solo hay caos.

El Joker se equivoca. Todo es una cuestión de elección.

Tanto La broma asesina como El regreso del caballero oscuro, Arkham Asylum y las películas de Nolan hablan directamente al corazón del hombre común con una reflexión política que podría resumirse así: no necesitaríamos delegar el poder, entendido como la capacidad de decidir nuestro propio destino, si fuéramos lo suficientemente fuertes, como individuos y como sociedad, como para luchar por lo que creemos que es justo.

Creo que a estas alturas podemos ya tener bastante claro quién es El Joker tanto a nivel psicológico como a nivel político. Solo nos queda entonces responder a una pregunta, la primera de este artículo: ¿por qué nos fascina tanto?

Hasta mediados del siglo XX las instituciones sociales (monarquías, estamentos religiosos, etcétera, etcétera) se consideraban inamovibles y eternas. La locura y el nihilismo (o la locura del nihilismo) se consideraban atentados contra el “superyó” social. Solo cabían entonces dos opciones: represión o destrucción. No obstante, con la llegada de la post-modernidad absolutamente todas las instituciones sociales han perdido su función, su utilidad y (más importante) su legitimidad. Por más que esto, en teoría, tenga fines últimos considerados positivos, es evidente que la sociedad actuó precipitadamente al matar a Dios, al olvidar todas las teorías, y al dinamitar entes sociales que llevaban funcionando milenios. Nos olvidamos que detrás de la fachada de la civilización, más allá del proverbial muro de nuestra aldea, solo hay caos y oscuridad. Al abrir la caja de Pandora de la postmodernidad, surgieron, además de luz, criaturas monstruosas.

Una de esas criaturas es el psicópata. Si el “superyó” social ha perdido su sentido, la locura ya no puede ser percibida como amenaza. En cierto sentido, se legitima, se convierte en un mito, en una aspiración, en un arquetipo. El Joker es el arquetipo definitivo del psicópata moderno. Y todos deberíamos estar un poco asustados.

Lo que tu corazón siempre te ha pedido: Joker, una creación de Joaquin Phoenix

¿Tienen algo que decir Todd Philips y Joaquin Phoenix respecto a este tema? Pues sí, resulta que sí. Y resulta también que su mensaje es incendiario, polémico y revolucionario. Pocas veces una película (una película contemporánea habría que puntualizar) ha llevada hasta tales extremos sus tesis básicas.

El Joker de Phoenix es una víctima. Una víctima de un sistema incapaz de tratar de manera adecuada a los enfermos mentales. Una víctima de un sistema en el que violadores y asesinos en potencia son tratados como héroes porque su estatus social es superior. Una víctima de un sistema en el que todo el mundo miente: los presentadores de televisión, los políticos y hasta tu propia madre. Una víctima de un mundo tan demencial que es capaz de convertir a un psicópata en líder revolucionario. Una víctima de un mundo sin empatía. ¿Qué importancia puede tener barrer de la faz de la Tierra a violadores, asesinos, mentirosos y presentadores de Late Nights? No mucha, parece decirnos está película.

Claro está que podría argumentarse que lo que realmente muestra el film es el punto de vista de su personaje principal. Bueno, pero la elección de ese punto de vista ya implica ciertas consideraciones éticas ¿no es cierto? Y la mayor de esas consideraciones es el tan temido argumento (por cierto) de que somos nosotros, y solo nosotros, los que creamos monstruos como El Joker. Nos lo hemos buscado.



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