Javier Vázquez Delgado recomienda: Corto Maltés. El día de Tarowean
La tercera entrega de la serie Corto Maltés que han realizado Juan Díaz Canales al guion y Rubén Pellejero al arte es un trabajo tan digno como poco original. El día de Tarowean es una historia atractiva y, a ratos, emocionante pero con un tono general tan comedido que aporta bastante poco a la hermosa leyenda del personaje creado en 1967 por Hugo Pratt.
La premisa inicial es interesante. Se trata de explicar lo que le pasó al marino de Malta antes que le arrojaran al océano Pacífico, atado a una balsa y abandonado a su suerte. Es justo el episodio anterior a su presentación como personaje en La balada del mar salado de Hugo Pratt y que supuso el inicio de la serie.
Para ello los autores españoles construyen una trama que está localizada en la región Austral, concretamente en Tasmania, Borneo, los archipiélagos de Melanesia y Micronesia, la isla de Kabakon en Papúa Nueva Guinea… Es, además, una historia con múltiples referentes a parte de los meramente prattianos. Hay ecos de Emilio Salgari, Robert L. Stevenson, Jack London, Joseph Conrad pero también de Platón o Calderón de la Barca.
Si en La balada del mar salado las acciones de Corto Maltés eran claras y comprensibles, en su intento de proteger a los hermanos Groovesnore, en El día de Tarowean el protagonista deambula un poco sin rumbo, sin que sepamos a ciencia cierta que pretende y cuál es su plan de actuación. A parte de hacerle la puñeta a Rasputín… Sin duda, los momentos más interesantes – algunos sublimes – son los que protagonizan los numerosos personajes secundarios de esta historia. Como ejemplos se pueden citar la reunión de La Hermandad de los Monjes y los ácidos comentarios de Sbrindolín y Cráneo respecto a ella, la tierna relación entre Calaboose y Ratu Sidul – más conocida como la Sirena o la Diosa de los Mares – y las trágicas intrigas palaciegas entre el rey de San Eugenio llamado Goravaka y Bauleni, una de sus múltiples esposas.
También podemos asistir en este álbum a hermosos momentos con una fuerte inspiración en la obra original del maestro de Rímini. Son los paseos al atardecer por las hermosas playas de La Escondida, las incursiones nocturnas de Corto y Rasputín en los lóbregos bares de Kuching, los diálogos con las tumbas en los camposantos de Tasmania o las locuras homicidas de El Monje que nunca defraudan.
Sin embargo, en general impera un excesivo tono de contención, de respeto casi reverencial al legado dejado por Pratt que impide que el relato adquiera una personalidad propia, que vuele con sus propias alas. La anécdota de la balsa y Corto Maltés se acaba resolviendo al final y no pasa de ser eso; una curiosa anécdota que explicar unos años más tarde, acompañado de gente agradable y compartiendo una botella de licor.
En el apartado gráfico, Rubén Pellejero consigue transformarse en el digno sucesor de Hugo Pratt. Su trabajo de mimetización es admirable y no solo se circunscribe en el apartado estilístico, sino que también adopta el ritmo narrativo y el sentido poético de la imagen del creador de la serie Los Escorpiones del Desierto.
Pellejero asume el esquema de página característico de Pratt, con cuatro tiras de dos o tres viñetas. Su descripción de los personajes principales es perfecta y el diseño de los secundarios perfectamente coherente con las obras anteriores. Tanto el entintado como la composición son muy similares a las primeras obras de la serie, aunque en el plano narrativo el autor español utiliza una mayor variedad de ángulos de visión, con un especial énfasis en los picados y contrapicados que le sirven tanto para describir escenarios como para resolver situaciones llenas de acción. El color – a cargo de Sonia Pellejero, también conocida como Sasa – acompaña delicadamente el arte de su padre, sin estridencias y sin sobresaltos. En general, el autor de Dieter Lumpen consigue un resultado artístico superior al de algunos de los últimos álbumes de Pratt, situándose cerca de obras como La Casa Dorada de Samarcanda o La juventud de Corto Maltés.
A pesar del buen nivel de la obra, el lector veterano no puede evitar hacerse varias preguntas: ¿Aportan algo nuevo estas tres historias? Y sobre todo ¿No sería más interesante que sus autores se dedicaran a crear nuevos proyectos o continuar alguna de sus obras anteriores? No las hago para desmerecer esta historia; Corto Maltés está en buenas manos. Las formulo porque respeto muchísimo la trayectoria de Canales y la de Pellejero. Me encanta Blacksad y obras como Dieter Lumpen, El silencio de Malka o Lobo de lluvia me parecen admirables. Personalmente preferiría que siguieran por este camino, más propio y original, a que sigan transitando por estas veredas ya exploradas, por mucha solvencia y calidad que demuestren con su labor.
El mercado europeo se ha vuelto conformista y conservador por lo que estamos padeciendo un alud de versiones de personajes antiguos que alargan la vida de series que seguramente estarían mejor cerradas. No solo es un problema de Corto Maltés, también pasa con el Asterix de Ferri y Conrad, con el Mickey Mouse de autores como Cosey o Lewis Trondheim, con Blake y Mortimer, El teniente Blueberry, Spirou y Fantasio… Nos enfrentamos a una falta de originalidad, a un ataque de cobardía global que puede incluso llegar a ser peligroso para la buena salud de la industria del cómic europeo, por mucho que las ventas a corto plazo acompañen. Pero este debate da para mucho más que el reducido espacio de esta reseña…
La edición a cargo de Norma Editorial cumple con las expectativas. El libro es en cartoné, con un papel excelente y una reproducción muy buena, también. Contiene dos textos breves a cargo del escritor Maylis de Keragal y del propio Juan Díaz Canales que nos sitúan en el contexto de la obra y que están bellamente ilustrados por algunas fotos antiguas y por acuarelas de Rubén Pellejero. La editorial barcelonesa ha sacado tres versiones de la obra; la original en castellano y en color, una en blanco y negro y una tercera en color y en catalán. El precio es razonable.
El día de Tarowean es un producto eficaz, digno y de calidad contrastada. Los autores se han aproximado a una serie legendaria de una manera solvente y respetuosa y el relato resultante no decepciona pero tampoco acaba entusiasmando. Quizás este sea un buen momento para dejar descansar la colección y que tanto Rubén Pellejero como Juan Díaz Canales nos ofrezcan otros proyectos más personales y, casi con toda seguridad, más estimulantes. Aunque todos sabemos que al final será el Mercado quien dicte la última palabra…
Salut!
Otras reseñas del Corto Maltés de Canales y Pellejero:
Reseña de Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche a cargo de Alejandro Ugartondo.
Reseña de Corto Maltés. Equatoria a cargo de Diego García Rouco.
Y la reseña de La balada del mar salado de Hugo Pratt a cargo de Tristan Cardona.
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