Javier Vázquez Delgado recomienda: Salto. La historia del vendedor de caramelos que desapareció bajo la lluvia
Salto de Mark Bellido y Judith Vanistendael es una novela gráfica atractiva, interesante pero incompleta.
Parece increíble que tras 360 páginas queden muchas cosas que decir sobre un aspecto del conflicto vasco como es el trabajo de los escoltas de cargos públicos y políticos amenazados a muerte por ETA. Pero es así. Bellido se centra en los aspectos personales y familiares de la historia y sin embargo obvia – supongo que voluntariamente – los políticos o sociales y es una pena porque el asunto tenía, sigue teniendo muchas implicaciones y muy interesantes.
Miguel es un joven, casado y con dos hijos que vive a su manera en Costur, provincia de Castellón. Trabaja de repartidor de caramelos y es demasiado despreocupado con su dinero y con el ajeno. El hombre es bastante feliz pero tiene un sueño; ser escritor, aunque no consiga escribir una sola línea.
Su mujer le recrimina que no tienen suficiente dinero, sus hijos le reclaman más atención, los vecinos le distraen, su jefe le regaña… y al final, frente al teclado no consigue encontrar la inspiración. Cuando se entera que en el País Vasco buscan desesperadamente gente que trabaje de escolta para proteger a los cargos públicos amenazados por la banda terrorista ETA, Miguel decide mudarse a Pamplona con toda la familia y dedicarse a ello; para ganar más dinero y para adquirir ciertas experiencias que le ayuden a escribir su novela. Nada será como tenía previsto y la experiencia le destrozará la vida…
Esta historia personal nos permite adentrarnos en el poco conocido mundo de los servicios de escoltas privados a cargo del Ministerio del Interior español. Este servicio gestionado por empresas contratadas por el Estado, cubría una necesidad que se volvió imperiosa en la década de los noventa del siglo pasado y principios de este.
Los autores nos describen con detalle la angustiosa rutina de los escoltas, sus problemas laborales, los personales y su relación con la sociedad vasca.
Los mejores momentos son los que comparten Miguel – ahora le llaman Mikel – y Rosa, su compañera de trabajo, su 50%. La jornadas interminables, el aburrimiento, la falta de horarios fijos o días festivos son el menú diario de los dos colegas, además de los conflictos familiares que causan esta situación laboral, la incomprensión y el desprecio de los dos bandos en conflicto y el miedo, siempre presente, a un atentado.
Sin embargo, a pesar de estar en primera línea de fuego, cuando la banda armada dejó de atentar, los cerca de 3.800 escoltas que trabajaron en Euskadi en aquella época fueron abandonados a su suerte. Las empresas los despidieron, los indemnizaron de manera injusta y los relegaron a la cola del paro. Además, las promesas de reconversión y recolocación que el Ministerio les prometió no llegaron a materializarse y la mayoría no pudo reciclarse adecuadamente, viviendo una situación precaria durante años. Todo esto fue posible porque algunas de las empresas más importantes estaban gestionadas por altos cargos del Ministerio del Interior o familiares de políticos relevantes del País Vasco, por lo que sus demandas fueron silenciadas y olvidadas tanto en los juzgados como en los medios de comunicación.
Esta situación no se refleja en esta novela gráfica, si acaso de manera tangencial se incluye la escasa formación laboral de Miguel y la avaricia de su jefe. En Salto, Bellido privilegia lo humano, lo cotidiano, lo personal a la denuncia social. Lo mejor de este enfoque es el retrato de los personajes protagonistas, tanto Miguel como Rosa están descritos de manera convincente, sus motivaciones son reales y sus diálogos son creíbles y divertidos. Existe química entre ellos y los dos juntos nos muestran un universo bastante desconocido y profundamente desalentador.
En el aspecto gráfico, el trabajo de Judith Vanistendael es una auténtica revelación. La artista consigue que la narración sea increíblemente fluida y cómoda. Su estilo, cercano a la ilustración infantil, se adapta sorprendentemente a la historia y su narrativa es rica y llena de recursos atractivos. La estructura básica de sus páginas es la formada por tres tiras de dos viñetas cada una, a menudo cuadradas, pero es un esquema que abandona con frecuencia. Destacan las páginas donde los cuadros no están delimitados por bordes precisos y a menudo encontramos planchas con una sola viñeta, casi siempre para reflejar una situación dramática o espectacular.
Sus personajes están bien caracterizados, se distinguen fácilmente, cada uno con su propia personalidad y el entorno geográfico está perfilado con pocos trazos, nerviosos pero precisos.
El color es el aspecto más destacado de la obra. El contraste entre la cegadora luminosidad del ambiente Mediterráneo y la oscura monotonía de la cuenca Cantábrica es brutal. Para la primera parte, Vanistendael utiliza una paleta de colores primarios; amarillos, naranjas, rojos y azules de manera explosiva, casi fauvista. En el segundo segmento de la obra dominan los grises, los marrones y los azules desvaídos de forma que cuando se hacen de golpe presentes los paisajes del norte, nos deslumbran sus verdes colinas. Los colores no son planos sino irregulares, llenos de materia y con personalidad propia que adquieren tintes verdaderamente inquietantes en las escenas oníricas. La artista belga sabe navegar entre la comedia y el drama de manera ejemplar y con su estilo desenvuelto y asequible nos guía de manera segura y firme por cada una de las escenas de la trama. Su rotulación, casi infantil, contribuye a agilizar una lectura que resulta asombrosamente sencilla y agradable pese a las más de 300 páginas de relato.
Mark Bellido (Marco Antonio Fuentes Bellido) nació en Sevilla en 1975. Ha estudiado Bellas Artes en Sevilla, enfermería y psicología. Ha ejercido de escolta en Pamplona y de fotoperiodista en diversos conflictos bélicos. Firma como Marco Antonio Fuentes la novela Venus vestida de azul (1998) y como Mark Bellido los cómics Salto (2016) junto a Judith Vanistendael y El mesías (2017) con arte de Wauter Mannaert. Actualmente reside en Bruselas.
Judith Vanistendael nació en Lovaina, Bélgica, en 1974. Es autora de cómics, ilustradora de libros infantiles y profesora del arte de la historieta. En sus primeras obras ilustra cuentos cortos escritos por su padre, Geert van Istendael, poeta y periodista flamenco. En 2008 empieza la publicación de La jeune fille et le nègre, una historia casi autobiográfica que causará cierto revuelo en su país natal. Posteriormente publica David, les femmes et la mort (2012) con guion y arte propio, publicada por Le Lombard y con la que recibió tres nominaciones a los Premios Eisner. En 2016 ilustra la novela gráfica Salto con guion del sevillano Mark Bellido y en 2018 empieza la serie juvenil Rosie et Moussa, junto a Michael De Cock. Finalmente este año ha escrito y dibujado Les deux vies de Pénélope publicada también por Le Lombard.
La edición de esta novela gráfica a cargo de Astiberri es muy correcta. El libro es en cartoné, está bien impreso y el papel es bueno. Quizás su tamaño es un poco pequeño pero esto no dificulta la lectura. El precio es ajustado por lo que esta obra ofrece.
Salto de Mark Bellido y Judith Vanistendael es un buen trabajo que sobresale en su aspecto gráfico pero que resulta incompleto temáticamente. La situación de los escoltas está bien reflejada en el aspecto humano, pero en cambio no explica algunos conflictos sociales y políticos que son fundamentales para entender el conjunto de aquella situación. Tal vez alguien opine que todo esto es otra historia, no creo que sea así. Estos condicionantes son esenciales en una ecuación que acabará resolviéndose de manera injusta y dramática para este colectivo laboral.
Salvo excepciones, la mayoría de los escoltas estaban muy cualificados para realizar su trabajo. Habían realizado cursos de formación públicos de conducción evasiva, explosivos y armamento. Esta experiencia les jugó en contra a la hora de reciclarse en las empresas de seguridad privada que estaban en manos de gente mucho menos preparada que ellos. Los políticos y profesionales a los que protegieron no movieron ni un dedo para aliviar su situación y los partidos políticos que medraron electoral y económicamente con la situación de terror, creando un ambiente de propicio a sus intereses; los acabaron traicionando tras prometerles una reconversión que nunca llegó.
Ellos vivían de prever cualquier peligro que pudiera amenazar a sus protegidos y, paradójicamente, no vieron venir la mayor amenaza que les acechaba. Una vez el conflicto vasco pasó a su fase terminal y ya no fueron necesarios, los escoltas sufrieron el engaño, el abandono y la exclusión social. No supieron verle las orejas al lobo…
Salut!
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