Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de El Hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia

Dirección: Galder Gaztelu-Urrutia.
Guión: David Desola, Pedro Rivero.
Música: Aránzazu Calleja.
Fotografía: Jon D. Domínguez.
Reparto: van Massagué, Zorion Egileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Eric Goode, Algis Arlauskas, Miriam Martín, Óscar Oliver.
Duración: 94 minutos.
Productora: Basque Films, Mr Miyagi Films, TVE, ETB, Consejería de Cultura del Gobierno Vasco, Zentropa Spain, Eusko Jaurlaritza, Instituto de Crédito Oficial, ICAA.
Nacionalidad: España.

“Hay tres tipos de personas: los de arriba, los de abajo y los que caen.”

Galder Gaztelu-Urrutia ha llegado para quedarse. Tras dedicarse al mundo de la publicidad y dirigir los cortometrajes 913 y La casa del lago, el realizador bilbaíno debuta, a sus 45 años, con una ópera prima que se ha convertido en una de las sensaciones del año. El Hoyo ganó, sorprendentemente, el Premio del público en la categoría Sección Locura de medianoche del prestigioso Festival de Toronto. No se quedó ahí. Recientemente, en el último Festival de Sitges, la cinta escrita por Pedro Rivero y David Desola se hizo con cuatro galardones, incluyendo el de Mejor Película. Ante tal éxito, Netflix se apresuró en comprar los derechos para su distribución a lo largo y ancho de todo el planeta, exceptuando en Asia donde la película rodada en la capital bizkaina aspira a tener una próspera vida comercial.

El Hoyo se ambienta en un mundo distópico que cuenta con una estructura vertical, dividida en niveles. En cada uno de ellos, habitan dos personas que deberán subsistir con la comida que, una vez al día, baja de una plataforma rebosante de alimento. De esta forma, en la planta 0 se elaboran los más exquisitos manjares que, teóricamente, podrían nutrir al conjunto de los sujetos. Sin embargo, cada x tiempo, dichos individuos son cambiados de planta, lo que facilita que se comporten como alimañas egoístas. Según va bajando la plataforma, los platos se convierten en migajas, las migajas en nada, y en los niveles inferiores acaba desatándose la locura. Suicidios, asesinatos y canibalismo están a la orden del día en un espacio que recuerda a la construcción de Cube. Varios son los puntos comunes de El Hoyo con aquella cinta dirigida por Vincenzo Natali. Para empezar, ambas producciones pertenecen al mismo género y contaron con poco presupuesto. Además, la acción transcurre, al completo, en el lugar que da nombre a ambas películas, obviando de manera consciente el exterior (aunque el espectador desee saber que hay más allá de sus muros).

Sin ser discursiva, El Hoyo es un claro reflejo de la sociedad capitalista. El individualismo prima sobre el colectivo y ante el temor de que nuestro estatus social fluctúe, preferimos quedarnos como estamos, aunque ello implique tener que tragar mierda y mirar para otro lado. El Darwinismo hablaba sobre la selección natural. La ley del más fuerte es la única que existe en un estado de naturaleza como El Hoyo, donde no existen las normas (salvo que no te puedes quedar con comida una vez que la plataforma descienda al siguiente nivel). Somos animales racionales capaces de entender que, no sólo tenemos hambre hoy, sino que también lo vamos a tener mañana. El miedo atenaza a la razón y es aquí cuando entra la máxima de Thomas Hobbes, padre del absolutismo político, el hombre es lobo para el hombre. El Hoyo es una película pesimista a la hora de abordar la naturaleza humana, si bien es cierto que deja un lugar para la esperanza con la solidaridad espontanea.

Concebida inicialmente como obra de teatro con marcado sentido del humor, El Hoyo mutó de la mano de Pedro Rivero (director de la maravillosa Psiconautas, los niños olvidados) y David Desola, quienes firman un inteligente libreto cargado de diálogos chispeantes y cuya analogía es más que evidente. El Hoyo es una original propuesta que resulta refrescante e, incluso, necesaria. Pese a considerarnos una especie inteligente, muchas veces necesitamos un espejo que nos muestre nuestras miserias y bajezas cotidianas. La cinta de Gaztelu-Urrutia lo hace de manera sutil con un ejercicio de supervivencia en el que el caos tiene las de ganar y el sentido común es un bien escaso.

Ivan Massagué, actor que ha ido alternando, sin pena ni gloria, papeles secundarios entre la pequeña y la gran pantalla, da un golpe encima de la mesa realizando una notable interpretación como Goren, protagonista de la historia. Si la mediocre dicción es un mal endémico del cine español, el actor catalán rompe ese tabú y acompañado del Quijote, se enfrentará a enemigos mayores que los molinos de viento que atentarán contra su cordura. Secundando a Massagué, nos encontramos a Antonia San Juan como rostro más reconocible. La actriz de Todo sobre mi madre da vida a Imoguiri, una funcionaria que nos desvelará algunos entresijos de la Administración para la que trabaja. El veterano Zorion Eguileor se mete en la piel de Trimagasi, compañero de “celda” de Goren, mientras que Emilio Buale hace las veces de Baharat, personaje que acabará siendo un aliado clave del protagonista.

Uno de los aspectos más curiosos de El Hoyo es la procedencia de sus reclusos. Si bien algunos acaban allí por sus crímenes (Trimagasi), otros, como Goren, lo harán voluntariamente. Lo cierto es que, si aún no habéis visto la película, os recomendamos que no perdáis el tiempo preguntándoos el porqué de dicha construcción y centréis vuestra atención en las relaciones entre los distintos personajes y su juego de supervivencia. El Hoyo es una película cruda que no escatima sangre en sus escenas más desagradables. Si la sobresaliente Parásitos de Bong Joon-ho resultaba ser una sátira salvaje sobre la lucha de clases, en la cinta que hoy nos ocupa la jerarquía social no sólo es piramidal, sino que también incide en el aspecto de que estamos a un mal día de salirnos del sistema. El elitismo gastronómico, al que sólo pueden acceder unos pocos, contrasta con la exclusión social a la que se ven sometidas las clases más bajas. La basura generada por el despilfarro y el derroche de los más privilegiados supone el sustento de los menos favorecidos.

“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy” parece decirle Trimagasi a Goren al comprobar que este último comienza en el nivel 48. Cada interno de El Hoyo puede llevar consigo el objeto que desee. Nadie hasta la llegada de Goren había elegido un libro. La cultura surge como elemento salvador capaz de purgar la más absoluta de las negruras. En el lado opuesto, su compañero de habitación optó por un cuchillo de teletienda. Dos palos en uno: al consumismo desenfrenado y a la posesión de armas. La violencia acabará desatándose y el protagonista tendrá que descender a los infiernos para que su alma (y nuestra esperanza como especie) pueda transcender. El “vencer no es convencer” de Miguel de Unamuno es replicado aquí en medio de la odisea de Goren. Se nos muestra la violencia como elemento disuasivo hasta que las conciencias despierten y los individuos funcionando como un ente común consigan salir del mencionado estado de naturaleza.

El Hoyo es una cinta de rabiosa actualidad en la que también se aborda temas como la religión o el racismo. La Divina Comedia de Goren le pondrá contra las cuerdas en más de una ocasión. En multitud de escenarios postapocalípticos (Desde La Carretera hasta The Walking Dead) se ha explorado la deshumanización de nuestra especie en un escenario de extrema supervivencia. El Hoyo juega en esa liga y lo hace con poderío, demostrando que el éxito no reside en el capital (en este caso su exiguo presupuesto), sino en el talento y el trabajo que su equipo ha invertido.



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