Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Star Wars: El ascenso de Skywalker

Dirección: J.J. Abrams.
Guion: J.J. Abrams, Chris Terrio.
Música: John Williams.
Fotografía: Daniel Mindel.
Reparto: Daisy Ridley, Adam Driver, John Boyega, Oscar Isaac, Domhnall Gleeson, Kelly Marie Tran, Joonas Suotamo, Ian McDiarmid, Carrie Fisher, Keri Russell, Billie Lourd, Lupita Nyong’o, Naomi Ackie, Richard E. Grant, Billy Dee Williams, Anthony Daniels, Dominic Monaghan, Mark Hamill, Matt Smith.
Duración: 155 minutos.
Productora: Lucasfilm, Bad Robot, Walt Disney Pictures.
Nacionalidad: Estados Unidos.

Corría el año 2015 y millones de fans en todo el mundo contaban cada día, hora, minuto y segundo que quedaba para el estreno de Star Wars: El despertar de la fuerza. La cinta dirigida por J.J. Abrams nos presentó a Rey, Finn y Poe, los nuevos héroes de la franquicia, mientras que el Líder Supremo Snoke y Kylo Ren se posicionaban como villanos de la función, liderando una Primera Orden de la que nunca conocimos muy bien su periodo embrionario. Lo cierto es que el director de Super 8 pecó de un conservadurismo excesivo, repitiendo la estructura con la que la saga galáctica vio la luz 38 años atrás. La siguiente pieza de la cacareada nueva trilogía (por llamarla de alguna manera) llegó a salas de cine en las navidades de 2017. Detrás de las cámaras se encontraba Rian Johnson, quien actualmente está cosechando todo tipo de elogios gracias a la estupenda Knives Out o, como horriblemente se ha decidido traducir en España, Puñales por la espalda. Posiblemente, este octavo episodio tuvo el honor de ser la entrega más controvertida de todas las que habíamos podido ver en la gran pantalla, hasta ese momento. El realizador de Looper puso al borde del ataque de nervios a los seguidores más puristas, manipulando la mitología a su antojo con momentos tan hilarantes como esa Leia emulando a Superman. Personalmente pienso que Star Wars: Los últimos Jedi tuvo bastantes más aciertos que fallos, regalándonos algunos de las escenas más épicas de la historia de la guerra de las galaxias. El lavado de cara era necesario para una franquicia que comenzaba a dar síntomas de agotamiento como consecuencia de su particular esclavitud a la hora de elegir el marco temporal de la trama. En un universo increíblemente vasto, los hechos tienden a girar alrededor de un determinado número de personajes en un periodo de tiempo muy concreto.

De aquellos barros, estos lodos. Star Wars se ha convertido en una de las muchas gallinas de los huevos de oro del emporio Disney. Una vaca a la que hay que ordeñar hasta que no quede una gota por exprimir. Ahí tenemos las innumerables colecciones de cómics, los diversos videojuegos y, con la aparición de la nueva plataforma streaming Disney +, series como The Mandalorian, que ya ha visto la luz en el país del Tío Sam y de manera menos legal en el país del Buscón de Quevedo, u otros productos como la continuación de The Clone Wars o los centrados en personajes como Obi Wan Kenobi o Casian Andor. “Es la economía, estúpido” fue un lema utilizado por Bill Clinton en la campaña presidencial de 1992 contra George W. Bush, y que todo buen experto en marketing podría espetarnos a la cara a la hora de hacernos entrar en razón para que comprendiésemos esta sobreexplotación de la que somos testigos. Sin embargo, ante dicha avalancha no puedo poner ni un pero. Quien quiera que consuma lo que le de la gana. Eso sí, espero que al menos en su fruto estrella, la trilogía cinematográfica, pongan toda la carne en el asador y, aparte de los maravillosos fuegos de artificio, pueda observar un plan elaborado, me guste más, o me guste menos. Desgraciadamente, esto no ha sido así.

Star Wars: El ascenso de Skywalker es el resultado de la pelea entre dos directores que quisieron hacer cosas muy diferentes. La única continuidad que tiene esta película con sus predecesoras son las rencillas entre Abrams y Johnson. Si en la entrega anterior, como ya hemos comentado, Johnson hizo lo que le dio la real gana, el creador de Perdidos reconduce las decisiones tras saberse ganador al tener la última palabra. Desde el casco de Kylo Ren, pasando por el sable de Luke, hasta el romance entre Finn y Rose y, lo más sangrante, el origen de Rey. Johnson había subrayado en Los últimos Jedi que no importaba la procedencia de sus progenitores. Cualquier forma de vida era susceptible de ser sensible a la fuerza y, gracias a ello, el abanico de posibilidades se ensanchaba hacia el infinito, dejando de ser “los de siempre” quienes coparan el absoluto protagonismo. Se ve que al bueno de Abrams no le hizo gracia alguna. En El Despertar de la fuerza había plantado una semilla de misterio en torno a los padres de Rey, y prometía ser un tema clave en futuras entregas. Como ya hemos hecho en otras ocasiones cuando ha tocado analizar las películas de DC en acción real (perdón por el paréntesis), resulta sangrante comprobar la nula elaboración a la hora de planificar una serie de películas de esta escala. Las líneas maestras van cambiando a diestro y siniestro produciendo una sensación de autoparodia que se aleja absolutamente del canon de la franquicia.

Seamos claros, el guion de Star Wars: El ascenso de Skywalker es sonrojante ya se analice como cierre de trilogía, como cierre de clan familiar (las nueve películas de los Skywalker) o como cierre de cinta autoconclusiva. Porque sí, el filme que hoy analizamos tiene de episódico lo mismo que Han Solo: Una historia de Star Wars e, incluso, menos que la notable Rogue One, pese a que su objetivo era otro. Quitando que tenemos los mismos personajes que en las dos películas anteriores, desde el momento en que se apagan las luces y aparecen las icónicas letras de la intro de Star Wars, nos damos cuenta de que el director de Misión Imposible III se ha querido sacar un nuevo (o viejo, depende como se mire) conejo de la chistera. No sólo eso, la inserción de Palpatine es el eje sobre el que gira toda la trama cuando, hasta el momento, no habíamos tenido ni una mínima pista sobre ello. Su aparición propicia una gincana en cuya última parada aguarda el otrora Emperador. No estaba muerto, estaba de parranda. Probablemente, cuando se hizo con los mandos de la saga, J.J. Abrams pensó en Snoke como el heredero natural de Darth Sidious. Pero Johnson, no sabemos si influenciado por el lado luminoso u oscuro de la fuerza, decidió cargárselo en una escena memorable de Los últimos Jedi.

Por aquello del “Citius, Altius, Fortius” y en su empeño por homenajear/calcar situaciones de la trilogía original, Abrams peca de abusar, en exceso, del todo vale/vale todo, creando situaciones inverosímiles y dejando, las ya cuestionables licencias de Rian Johnson, a la altura del betún. A pesar del buen hacer de Daisy Ridley y Adam Driver (probablemente el mejor actor que haya tenido nunca la saga galáctica), la historia se deshace como un azucarillo por lo inverosímil de algunas situaciones y lo poco explicadas que están otras. Como si de un productor loco y sin sentido se tratase, Abrams llena la pantalla de naves de destrucción masiva por una parte y un conglomerado, cual Dunkerque, de utiliatarios que vienen a aportar su granito de arena en una misión suicida pero que, intuimos, no acabará del todo mal.

A nivel visual, Star Wars: El ascenso de Skywalker resulta arrolladora y deslumbrante. Junto a la banda sonora de John Williams (¡cómo te vamos a echar de menos!) es, de largo, lo mejor de la película. Un diseño de producción para quitarse el sombrero unido a un CGI a la altura de las circunstancias (salvo el pequeño borrón en un momento en el que vemos a ciertos personajes rejuvenecidos) hace disfrutable el visionado sin necesidad de hacer caso a lo que está aconteciendo. Si algo hay que aplaudir a esta nueva trilogía es que abraza, sin rubor, la estética artesana de las primeras cintas y de la que el propio George Lucas, entregándose por completo al CGI, se olvidó cuando realizó los episodios I, II y III.

Además del mencionado Palpatine, el noveno capítulo de Star Wars sirve para que Lando Calrissian (a quien vuelve a dar vida el veteranísimo Billy Dee Williams) retorne a la que fue su casa. Todo un clásico que siempre estuvo en segundo plano y que, en esta ocasión, sirve para despedir a la Princesa Fisher (¿O era Carrie Organa?), la melliza de Luke, que siempre estará presente en nuestros corazones. Del resto de personajes, comentar que Poe Dameron (que en una parte lleva un look muy a lo Nathan Drake de Uncharted) gana cierto protagonismo tratando de conseguir el testigo espiritual de Han Solo, pero quedándose lejos del carismático cazarrecompensas corelliano. Tanto Poe, como Finn y los droides acompañan a Rey en la mayor parte de la aventura, dejando de lado las subtramas, consiguiendo de esta forma que la acción sea continua y el entretenimiento, salvo por los gravísimos problemas de guion, no decaiga.

J.J. Abrams no ha sabido dar con la tecla en este cierre de trilogía, más preocupado por corregir las fallidas elecciones que, a su modo de ver, había tomado Rian Johnson en la entrega anterior, que en dotar de coherencia interna al conjunto de las películas. Si bien es cierto que todo fan de la franquicia encontrará multitud de guiños al conjunto del universo Star Wars (¡por fin se hace justicia con Chewbacca!), Abrams zarandea la mitología sin un propósito claro, reviviendo un personaje que mejor estaba muerto para poner el punto final de una manera un tanto anticlimática, después de haber caído en el típico tópico que tod@s intentamos cambiar.



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