Javier Vázquez Delgado recomienda: Timeless Tales. 80 años de géneros en Marvel Comics

Con el inicio de 2020, se torna obligado dejar atrás los fastos del año pasado, en lo que respecta a Marvel Comics, pero parece ser que no. Y es que recordamos que en 2019 se cumplieron nada menos que 80 años de periplo editorial de aquello que comenzó siendo Timely Comics. Para tamaña ocasión, se pusieron en marcha diversas iniciativas, que iban desde juntar equipos artísticos con solera, pasando por la edición de una línea especial llamada Décadas, en la que se seleccionaban cómics representativos de cada época, hasta el lanzamiento de números unitarios que homenajeaban los géneros en la editorial. Es a este último aspecto al que vamos a prestar atención, ya que la Casa de las Ideas preparó varios one shots, cada uno de una temática concreta, y los recopiló a mediados del 2019 en un Tpb al que denominó Timeless Tales.

En el plan editorial de Panini Comics para el 2020, se nos anuncia la recuperación de este tomo, adaptado al mercado hispano como “Leyendas de Marvel. Relatos de siempre, con fecha estimada de abril de este año. Es un volumen que conecta de manera directa con el espíritu de “Décadas”, puesto que se trata de sublimar una forma de publicar cómics que ya no se estila. Gente de la casa como Al Ewing, Cullen Bunn o Dennis Hopeless se hacen cargo de los diversos géneros, a saber, romance, bélico, ciencia ficción, etc., que una vez fueron santo y seña de la compañía que fundó Martin Goodman. Por eso, y para poner fin a las celebraciones acerca del feliz acontecimiento, se ha decidido plantear esta entrada como un especial, una suerte de carta de amor al cómic antológico, lo que nos va a llevar a tiempos lejanos. Esperamos que sobrevivan a la experiencia.

Martin Goodman y la moda de los géneros

Toca retrotraernos a los comienzos para entender el gusto por los distintos géneros, por parte del creador de Timely. Hay que recordar que el Publisher se subió al comic-book gracias al empuje de una temática en boga, la del superhéroe. Cierto es también que los pijamas no dejan de ser un género lleno de géneros (ciencia ficción, terror, noir, aventuras, etc.) pero Goodman decidió apostar por estos cuadernillos grapados cuando observó el éxito de Superman y sucedáneos en los distintos puntos de venta. En consecuencia, Timely nació siguiendo la moda del momento, la del superhéroe.

Ahora bien, es importante para nuestro relato comprender la personalidad del bueno de Martin. Era un tipo hecho a sí mismo, que con mucho esfuerzo había montado un pequeño emporio, con prácticas, en algunos casos, de dudosa moralidad. Cuando pensamos en aquellas primeras figuras de la Golden Age, los viejos editores, hay que quitarse de la cabeza una imagen romántica de los mismos. Solían ser personas poco interesadas en la parte artística y mucho en la económica. Y Goodman era tal que así. Jamás se preocupó por el medio como expresión artística, es más, hay declaraciones suyas donde prácticamente lo ninguneaba. Nuestro empresario solo mantenía algo a flote porque le daba rendimientos, obviando cualquier tipo de valoración crítica.

No era algo raro en el mundillo del noveno arte norteamericano. Quitando casos excepcionales, el cómic era considerado una forma chusca y barata para que los niños pasaran el rato. No había intenciones de ir más allá. Quizás por eso, los profesionales no se pusieron cortapisas ni se ciñeron a la ortodoxia, generando tal cantidad de historias, repletas de influencias miles, que difícilmente se podía localizar algo de similar calado en otro medio, que no fuese la literatura pulp, caldo de cultivo evidente para todo el comic-book americano. Cualquier temática que pudieran imaginar la teníamos en aquellas incipientes editoriales que empezaron a asomar en el mercado: terror, crimen, ciencia ficción, humor…. a veces incluso rompiendo las barreras y fusionando varios de esos géneros.

Martin Goodman tenía muy claro cuál iba a ser su proceder con respecto a su pequeña división encargada de montar los tebeos, arrimarse al género que más vendiese en el momento. Por ello, jamás le tembló el pulso al cortar de raíz colecciones en curso ni abrir otras nuevas, en aras de sublimar la moda del momento, llevando el corazón de sus esforzados empleados en un continuo carrusel de emociones, puesto que no pocas veces tocó despidos de plantilla, ni muchas menos amenazó con cerrar la división de cómic. El Publisher planteó así su negocio porque era cuestión de pura supervivencia, sobre todo cuando se produjo el cambio a Atlas, con el medio y la propia editorial en una crisis galopante, de la que pudo salvarse de la quema basando su producción en copiar descaradamente la temática en alza que triunfará en ese instante, fuese la que fuese.

Lo importante es que se trata de un hecho incontestable el que los géneros han sido una parte consustancial de Marvel Comics, desde que se creara allá por 1939 como Timely Comics. Es esta misma razón por la que, en su ochenta aniversario, los mandamases han decidido rendirle tributo y homenaje a esa producción de género en forma de one shots, episodios unitarios y autoconclusivos. El terror, el bélico, la ciencia ficción, el romance, el western y el humor, siempre al estilo Marvel, vuelven a estar de moda, para disfrute del aficionado del S. XXI. Algunas de las plumas y lápices punteros del momento actual sublimando el pasado; una bella y poética manera de resaltarlo. Nosotros nos hemos propuesto indagar un poco en esas temáticas, en cómo afectaron a la compañía de Goodman y en qué forma han llegado hasta nuestros días. De ahí que hayamos decidido ceñirnos en exclusiva a aquellos a los que la compañía ha decidido honrar en este aniversario, a sabiendas de que alguno que otro se nos ha quedado fuera (por ejemplo, el de los crímenes tuvo una importancia capital en su momento).

Tras ponernos en situación, toca acometer los mentados géneros. Solo queda desear que el viaje resulte de su agrado. Que dé comienzo la aventura.

El western Marvel

Si hay algo quintaesencial en la sociedad norteamericana es sin duda el western. La cultura de frontera ha calado de manera profunda en el imaginario yanqui, tanto que a veces la llevan hasta su máxima expresión (véase la cuestión de la posesión de armas de fuego). Probablemente por ello, el género viene representado en la primerísima publicación de Goodman en el noveno arte, aquel Marvel Comics #1 de 1939. Junto a las rutilantes estrellas que suponían ser los superhéroes (la Antorcha Humana, Namor, El Ángel) encontrábamos a un temerario vaquero dispuesto a enfrentarse a la injusticia del oeste. Jim Gardley se tapaba la cara con un vistoso pañuelo negro y a lomos de su caballo Relámpago se convertía en el Jinete Enmascarado (Masked Raider en su idioma original). Creado por uno de los pioneros del medio, Al Anders, habitual del círculo de LLoyd Jacquet, se puede decir que tuvo una andadura exitosa durante una temporada. Fue parte fija del elenco durante los primeros números de Marvel Mistery Comics, aunque a la altura de agosto de 1940 su estrella empieza a decaer. Seguramente, su caída en desgracia tuviera que ver con el cese de negocios entre Goodman y Funnies Inc., el estudio de Jacquet.

Desde ese momento, su figura había pasado a formar parte del panteón de los héroes olvidados puesto que no ha sido recuperado hasta el pasado 2019, en el mastodóntico Marvel Comics #1000, toda una proeza para alguien tan minoritario como él. Un momento; parece ser que Marvel sí publicó otro cómic con el título de Masked Raider en 1996….. solo que se trataba de un personaje relacionado con los Power Rangers, ya que la Casa de las Ideas poseía, en aquellos entonces, la licencia de las creaciones de Saban. Nada que ver, como es obvio, con el viejo justiciero del oeste.

A partir de este molde maestro, tendríamos una pléyade de personajes que se irían haciendo hueco por los recovecos de la producción de Timely: Kid Colt, Two Gun Kid, Apache Kid, Texas Kid, etc. Como se puede apreciar, la palabra kid (chico, en castellano) se repite de una manera constante. Esto era una fijación del Publisher, que estaba convencido en que era un gancho perfecto para captar a muchachos desprevenidos. Así nos lo cuenta un estudioso del medio como Mark Evanier: “Goodman amaba la palabra kid….. Le encantaban los westerns…. decidió en algún punto en los cincuenta que, si querías vender westerns, kid era la palabra”. Por supuesto, tenemos algunos de estos vaqueros que prescinden de la palabrita de marras, como Blaze Carson, Rex Hart o Tex Taylor, pero lo cierto es que la fijación por el vocablo da para análisis en profundidad.

Ya hemos comentado que durante los años 40 el género estuvo representado en historias varias, formando parte de las cabeceras de la editorial, pero su momento de mayor profusión fue durante la década de los 50. Nos encontramos ante el surgimiento de la Era Atlas, un tiempo basado exclusivamente en los géneros, por lo que es de recibo que el oeste recibiera su buena dosis, esta vez con revistas exclusivas de la temática. Así se popularizaron títulos como Wyatt Earp, Gunsmoke Western, Western Gunfighters o Annie Okaley, porque las muchachas también saben disparar. Éste es un caso de los de estudio puesto que la cabecera apenas duró cuatro números en 1948, que fue su fecha de publicación inicial. Los lectores de la época no estaban preparados para una fémina de gatillo rápido. Sin embargo, el editor Stan Lee decidió apostar de nuevo por ella en 1955, continuando la numeración y aprovechando que el género estaba boyante. Tampoco funcionó, pues se echó el cierre de cara a su #11, publicado en junio de 1956 (fecha de portada).

Quizás de aquella hornada sea importante destacar Gunsmoke Westerns, dado que era la más popular y el modelo a seguir, como revista contenedor de varios episodios. Aquí podíamos ver desplegado el talento de creativos como Stan Lee a los guiones y de Jack Keller, Joe Maneely, Dick Ayers o John Severin, por citar unos pocos, al dibujo. Talento a raudales tratando de dignificar el entorno del salvaje oeste.

Realmente, el western no era de los top ventas en la editorial de Goodman. Otros como el romance o el humor traían mejores beneficios, pero el gusto del dueño de Atlas por la temática mantuvo la llama encendida hasta la entrada de la Era Marvel. Nos encontramos ante la eclosión definitiva del superhéroe y la compañía se llena de pijamas por doquier: los 4 Fantásticos, Thor, Hulk, el Hombre Hormiga….. En plena época de cambios, Goodman había dado la orden de continuar Rawhide Kid, que se había paralizado en 1957. Así, en 1960 y llegando a la friolera de 151 ejemplares, el pistolero se mantuvo en los puntos de ventas al lado de sus vecinos, los empijamados, cerrando las puertas, de manera momentánea, en mayo de 1979 (fecha de portada). Stan Lee, Jack Keller, Gene Colan o Dick Ayers son nombres habituales de la colección a inicios de los sesenta, mientras que a finales de la década y comienzos de los setenta destacan los aportes de Larry Lieber, ya fuera escribiendo, dibujando o actuando como autor completo. Su parte final, previa a su cancelación, se compone básicamente de reediciones, por lo que cierto tirón se le debe admitir a este carismático pistolero.

Los sesenta también nos trajeron a un veterano del género, el vaquero totalmente vestido de blanco fantasmal, el temible Ghost Rider. Ésta era una creación de Vicent Sullivan, Ray Krank y Dick Ayers fechada en 1948, que había desarrollado sus aventuras en la editorial Magazine Enterprises, hasta el cese de negocio de la misma. Ayers se encontraba asentado en Marvel en los años sesenta, tras colaborar activamente en la Era Atlas, y allí coincidió con un Roy Thomas que se manifestaba entusiasta de su personaje, por lo que obtuvieron el permiso de Stan Lee para revivirlo en las páginas de la compañía, junto a otro guionista de la casa, el bueno de Gary Friedrich, a inicios de 1967. El Ghost Rider volvió a cabalgar en plena Era Marvel, aunque apenas duró siete números, cerrando en ese mismo año 67. Friedrich y Thomas agarrarían el nombre y le darían un nuevo rediseño con respecto al terror, instaurando el definitivo Ghost Rider de la editorial, el motorista de cráneo llameante que casi todo el mundo asocia a la nomenclatura. Pocos lectores quedan que recuerden a Carter Slade, cuyo apodo pasó a reformularse como Phantom Rider, cuando se incluyó como parte de la continuidad Marvel.

En los setenta, aparte del ya citado Rawhide Kid, que ya fuera con material nuevo o reediciones ocupaba su espacio en los puntos de venta, se hizo otro intento de revitalizar el género con la cabecera denominada Gunhawks, la historia de Reno Jones y Kid Cassidy (uno caucásico, el otro afroamericano) viviendo aventuras en el peligroso oeste. Tampoco es que tuviera un recorrido relevante, pues cayó a los siete ejemplares, pero fue una forma de traer a los viejos vaqueros de los cincuenta (el mismo Rawhide u Outlaw Kid, entre otros) al público de los setenta, ya que se incluían como complementos de la revista. Lo que parecía más o menos claro es que el western no encontraba su público entre la audiencia de la Marvel de los superhéroes.

Desde aquellos entonces, pocas cabeceras con la temática se han podido ver por estos lares, aunque sí reminiscencias del género, por aquí y por allá. El nacimiento de Red Wolf en Avengers #80, a cargo de Roy Thomas y John Buscema, puede ser una de ellas. En la mejor tradición de la diversidad, se trata de un nativo americano llamado William Talltrees, que en pleno conflicto con un mafioso local, acabó colisionando con los Vengadores. A partir de ahí, el concepto gustó pero se decidió a darle una vuelta de tuerca que lo acercara a las esencias del oeste. En Marvel Spotlight #1 debuta Johnny Wakely (nombre americanizado puesto que es un nativo), más conocido como Lobo Rojo. Creado por Gardner Fox y Syd Shores, se diferencia del presentado por Thomas en que éste ubica sus aventuras en el S.XIX, en la década de 1870 concretamente. Contaría con una serie regular de solo nueve números, escrita en su mayor parte por Mike Friedrich y dibujada por Shores. Volviendo a nuestro ejemplar contemporáneo, tras el cruce con los Vengadores se quedó con un puesto de simple secundario, pasando a compartir cartel con Tigra en Marvel Chillers o luchando contra los West Coast Avengers como parte de la iniciativa Rangers, un grupo formado por caracteres que recuerdan el viejo oeste. De manera contemporánea, se le ha llegado a ver en eventos recientes como Civil War o Invasión Secreta. Su paradero en Tierra Primordial es un completo misterio.

Lo vaqueros del oeste tenían difícil empaque para incluirlos en la continuidad de los superhéroes. Excepto si eras un valiente como Steve Englehart. Corría el año 1975 y Steve se había convertido en arquitecto y mente pensante detrás de los Vengadores. En un arco conocido popularmente como “La Saga de la Corona de Serpiente“, el guionista planteó una saga multiversal (con el Escuadrón Supremo), además de viajes en el tiempo, que llevaría a interactuar a los Héroes más Poderosos de la Tierra con destacados pistoleros de la editorial: Dos Pistolas Kid, Kid Colt, Rayo Kid y el Ghost Rider versión Far West. Más de diez años después, en 1987, Englehart repetía la jugada en Los Nuevos Vengadores (perdón, los West Coast), en la que tuvimos un ciclo muy recordado con el desplazamiento temporal como leit motiv primordial, donde una parte del equipo acabó en el medio oeste del S. XIX (números 17 al 22). Contamos con una aventura de relativa importancia para el Jinete Fantasma, desatando un conflicto con Pájaro Burlón que traerá consecuencias en el futuro.

Los West Coast viajan al pasado

También relevante es el cruce entre los dos Ghost Rider de la editorial, hasta ese momento (estamos en los ochenta). Ghost Rider #50 trajo el encuentro de John Blaze con Carter Slade, en los términos que los Espíritus de la Venganza demandan. Además, se añaden un par de intentonas para popularizar el género. El más importante es el surgimiento del volumen dos de Rawhide Kid, en 1985, con firma autoral de Bill Mantlo y Herb Timpe, como garantes del proyecto. Únicamente cinco ejemplares cuentan en su haber. En Marvel Premiere #54 (junio de 1980) debuta un nuevo héroe del western Marvel, Caleb Hammer, obra de Peter Gillis y de Gene Day, aunque su vida editorial no tendría mucho recorrido. De momento, nada más se supo de él en toda la década. Ya en los noventa, Fabián Nicieza lo rescató en su X-Force para darle una muerte digna. En apariencia…..

Esos temidos noventa fueron años nefastos para otros géneros que no fuera el del superhéroe, exceptuando quizás lo relacionado con el terror, siempre centrados en la Casa de las Ideas. Y pese a ello, tenemos un especial en 1990 llamado The Punisher: A Man Named Frank, que como su propio nombre indica, era una reconversión del justiciero por excelencia al entorno del “wild wild west”. Escribía Chuck Dixon y dibujaba John Buscema. Continuando con las anomalías les presentamos Two Gun Kid: Sunset Riders, un especial de dos números con el sello de Marvel Select, en el que Fabián Nicieza y Christian Gorney recuperaban al personaje clásico de Stan Lee y Jack Kirby para las nuevas generaciones. No hubo más continuación, ni nuevas oportunidades para el bueno de Matt Hawk.

Frank Castle, en el salvaje oeste

Ubicados en el S.XXI, es de destacar el recurrente intento de rescatar a Rawhide Kid, con un tercer volumen, en 2003. Enclavado en la Línea MAX, el territorio adulto de la administración Quesada, estaría pensada como una mini serie de cinco números en la que el guionista Ron Zimmerman, uno de esos talentos atraídos desde el cine y la televisión, aspiraba a convertir a Jonathan Clay en un icono gay para este siglo, poniendo en tela de juicio ciertos elementos de la masculinidad más caduca, precisamente en un entorno propicio para refugiarse. Puede parecer una idea polémica, aunque si decimos que dibuja John Severin creemos que toda sombra de duda se disipa. Otra opción fue el lanzamiento de los especiales Marvel Westerns en 2006, por el que pasarían autores actuales revitalizando a clásicos del oeste, junto a la pertinente reimpresión de añejos de los años 40 y 50. Y dejamos para el final la serie limitada Blaze of Glory, un producto de mucha calidad a cargo de John Ostrander y Leonardo Manco, que vio a la luz en el año 2000. Es en esta serie donde volvemos a recuperar a Caleb Hammer, aquel vaquero que Nicieza había pretendido jubilar de manera anticipada. Pero no viene solo: Rawhide Kid, Kid Colt, Reno Jones, etc. Un catálogo de nombres de sobra conocido para el aficionado a las pistolas.

Nos queda esta segunda década de siglo, que la verdad, ha sido bastante rácana para los viejos vaqueros del oeste. Solo recordar 1872, mini serie perteneciente a las Secret Wars de Jonathan Hickman, por tanto, una tierra paralela donde los grandes rostros editoriales (Tony Stark, Steve Rogers, Bruce Banner) se vestían con las galas del western. De allí surgió un spin off en forma de Red Wolf, volumen dos. El Sheriff del pueblo de Timely viaja hasta Tierra Primordial para darse de bruces con un mundo que no entiende, volviendo los autores a explotar el concepto de “hombre fuera de su tiempo”. Guioniza Nathan Edmonson y dibuja Dalibor Talajic, con portadas del artista nativo Jeffrey Veregge; se trata de un experimento fallido, que en España no llegó siquiera a ver la luz, prueba de su marcada marginalidad. Mal cierre para el tercer Lobo Rojo de la editorial.

El Humor Marvel

La risa es esa compañera a la que tantas veces anhelamos en los momentos de tristeza. Tan necesaria y a la vez tan incomprendida. La obsesión del ser humano por hacer reír a sus congéneres es tan antigua como la humanidad. Por eso, no es nada descabellado pensar que el comic-book tuvo su origen en las historias de humor. Sí, en esas mismas. La temática era una de las estrellas en las tiras de prensa de finales del S. XIX. Uno de sus principales personajes era Yellow Kid, una creación de F. Outcault, repetimos, con el mantra del humor por bandera. En 1897, la empresa Street&Smith decidió sacar una revista semanal con el simpático infante en la portada. En ese #1 se podía apreciar la leyenda “first comic-book”, un término que acabaría por asentarse algunas décadas después, pero el hito está ahí. Y también denota la preeminencia, el tirón de un género como el humor.

En Timely Comics es obvio que no se iba a dejar de lado. La temática estaba en todos los lados, desde las tiras semanales, pasando por los especiales dominicales, hasta llegar al flamante comic-book. Marvel Comics #1, cuyo emblema era el superhéroe, comienza con una página de chistes, a cargo de Fred Schwab, un especialista en la materia. Una simple página, cinco chistes diferentes y la risa se comienza a asociar a la empresa de Martin Goodman. Pronto, estas historias hilarantes fueron encontrando su propio espacio, en cabeceras específicas para ellas, donde autores como Vince Fago pudieron desarrollar su estilo en títulos con nombres tan gráficos como Terry-toons Comics, Comedy Comics o Krazy Comics. Citamos específicamente el nombre de Fago porque tendrá una importancia capital en el desarrollo del género en nuestra editorial.

Vincenzo Francisco Gennaro Di Fago era un chico estándar de inicios del siglo XX en Nueva York. Primera generación americana, hijo de emigrantes italianos, Fago no lo tuvo sencillo, aunque sí logro hacerse con una educación mínima que llegaría hasta la secundaria. Su gran oportunidad vino en los Estudios Fleischer, dedicados a la animación, en los que entró a trabajar en su ciudad natal y acompañó en su traslado a Florida (caso análogo al de Jack Kirby, con la diferencia de que la madre del Rey no le permitió la mudanza). Con experiencia en el campo de los dibujos animados, no tardó en entrar a colaborar en el mundillo del cómic, a su vuelta a la Gran Manzana, recalando como freelance en Timely. Fago recordaba con cariño sus primeras reuniones con Goodman: “Martin y Stan sabían que tenían que poner un nuevo acento en sus revistas. Goodman puso su interés en mí por mi pasado con el humor; querían más comics hilarantes para disfrute de los soldados”. Esta pequeña conexión se puso de manifiesto cuando Lee, que era el editor jefe, tuvo que coger sus bártulos para marchar al frente. La II Guerra Mundial no perdonaba a casi nadie. Vincent tuvo la suerte de eludir los deberes militares y el Publisher decidió elevarlo hasta el máximo puesto creativo, que le duró hasta 1945, fecha efectiva para el retorno de Stan.

Con el reinado del nuevo editor jefe, los libros con temática humorística predominaron en el catálogo de Timely. No es que los superhéroes desaparecieran, pues seguían siendo un puntal en ventas (Capitán América, Namor, la Antorcha) pero sí dejaron un espacio mayor para tebeos protagonizados por simpáticos animalitos. Eso es, dentro del humor, los animales parlantes con comportamientos antropomórficos se convirtieron en sensación. Eran la especialidad de Fago, como bien se pudo notar a su salida de Timely, donde se asoció con su hermano Al, en aras de seguir expandiendo la temática. Así, como ejemplo de personajes que triunfaron en la época, podemos citar a Ziggy Pig y Silly Seal, dos graciosos mamíferos que comenzaron por separado, llegaron a juntarse en la revista Krazy Comics #2 e incluso contaron con una serie propia con su nombre en el encabezado, durante los años 1944-46. Hay que comentar que no se trataba de una colección regular, sino de una serie de especiales que salían un par de veces al año, de ahí su larga duración en el tiempo, pese a ser únicamente seis ejemplares. Se trata de dos creaciones del mítico Al Jaffe, que pocos años después se haría un nombre en la revista MAD, uno de los faros del humor en la cultura norteamericana.

El caso es que bajo el reinado de Fago, la comedia y los animales antropomórficos multiplicaron su representación. Y la razón básica es que vendían. Según datos facilitados por el propio autor, en una entrevista a Alter Ego, se colocaba en puntos de venta el noventa por cierto de la tirada de estos tebeos, que oscilaban entre las 250 y las 500 mil unidades, con al menos cinco publicaciones semanales….. las cuentas le salían a Goodman. De ahí la tendencia hacia nuevos lanzamientos, un proceso costoso (lo habitual era cancelar y continuar numeraciones) que el Publisher asumía alegremente, ante el éxito de la temática. Destaca sobremanera el título Joker Comics, pues de aquí saldría un gran número de personajes, con el cometido de sublimar la comedia como labor más relevante: Snoopy y el Dr. Nutzy, Happy el Pesimista, el león Lester y Winnie la comadreja, Powerhouse Pepper y muchos más.

Esta colección destaca por contar con algunos nombres bastante respetados en el medio. Ya sabemos que la Golden es una época complicada para reconocer autorías, al menos en la mayoría de editoriales de la historieta americana. Mucho trabajo sin firmar, hecho a varias manos, viñetas realizadas de manera mecánica en estudios, todo lo que queramos, pero para un gran número de obras cuesta identificar a los autores materiales de las mismas. Pues en el caso del humor, la problemática se multiplica de manera exponencial. En Timely Comics (y sus continuadoras) no existen registros claros en cuanto a los creadores que se hicieron cargo del género del humor. Afortunadamente, en Joker Comics sí contamos con algunas certezas, como los firmantes de las diversas tramas de debut que conformaron la revista.

Nombres como Arts Gates, un habitual Funnies Inc., que posteriormente se hizo colaborador de Charlton, en un buen número de géneros, no solo en el humor; Clive Yeadon, especialista en comedia, con numerosos créditos en Comedy Comics y en esta Joker, cuya pista se perdió finalizada la década de los 40; Ernie Hurt, dibujante que se hizo fuerte con el tema de los animales antropomórficos en sus inicios (Super Rabbit fue su más afamada creación), y que mantuvo relación ininterrumpida con la empresa de Goodman, durante Timely, Atlas e incluso en la Era Marvel; Al Fagaly, cuyo trazo se convirtió en leyenda en MLJ Comics (hoy conocida como Archie Comics) y creador de Super Duck, una popular parodia con animal de por medio del kryptoniano (para que se hagan una idea, su serie duró de 1944 hasta 1960, sin faltar un solo mes a su cita); Harry Ramsey, otro especialista en géneros asociado a Funnies Inc.; Red Holmdale repite el adjetivo de ser un creador muy circunscrito a la Golden Age, pues no llegó a pasar de ahí, con los animales antropomórficos como sello reconocible, aunque también trabajó en géneros varios y en diferentes editoriales (Archie, Fawcett, Better Publications, etc.). Estas serían algunas de las firmas que incluye Joker #1, a lo que habría que añadir un relato en prosa de Mickey Spillane (sí, el mismo, el gran escritor de novela negra) y un nombre muy especial, el de Basil Wolverton. A éste le dedicamos un poco más de espacio.

Wolverton fue uno de los grandes pioneros en la historieta americana, de esos que se le suele reconocer bien poco. Y eso que el bueno de Basil siempre colaba su firma, de manera visible, en sus tebeos. Sus primeros acercamientos artísticos datan de finales de los años 20, donde intentó meter el hocico en el mundillo de las daily strips, con cierta dificultad. Viendo que la cosa no era sencilla, recaló en el entorno del comic-book, con encargos en Lev Gleason Publications o Fawcett Comics. Su primer gran bombazo lo dio en Timely Comics, precisamente en el género del humor, con el entrañable Powerhouse Pepper, que debuta en Joker #1. Se trata de una especie de forzudo con pocas luces que trata de sobrevivir de manera despreocupada. Esa extraña combinación, de un superhombre con fuerza sin igual pero con cerebro de chorlito, lo que daba para rocambolescas situaciones, lo convirtió en todo un fenómeno editorial. El arte de Wolverton, que representaba la violencia de una manera exagerada, provocaba un gran impacto en el lector. Tal fue el calado del bueno de Pepper que llegó a contar con cinco especiales dedicados a su persona, en el periodo que va de 1943 a 1948. La mayoría con implicación de Wolverton, aunque es bien sabido que otras manos de Timely colaboraron en esas revistas. Ya saben, la dificultad de la autoría.

En 1946, el dibujante ganó un curioso concurso propuesto por el autor de la tira diaria “Lil’ Abner“, ya que Al Capp quería introducir un nuevo personaje llamado Lena, The Hiena, que se definía como la mujer más fea del mundo. La interpretación de Wolverton, grotesca como pocas, le planteó una deriva hacia ese tipo de arte que le llevaría directo al mundo del terror y a la editorial señera de la temática, EC Comics. Tampoco es que dejara el humor totalmente de lado, ya que fue colaborador de la revista MAD, pero en el imaginario de una generación se le considera como el dibujante de lo grotesco. El influjo de este autor ha sido reconocido en artistas de la valía de Al Feldstein o Harvey Kurtzman, lo que nos habla de alguien que se merece resaltar. Y todo comenzó con Powerhouse Pepper.

Otra revista bandera de la época fue Gay Comics, que abrió sus puertas en marzo de 1944 y que llegó a arribar a los cuarenta números, previo paso a ser renombrada para convertirse en otro activo del fenómeno romántico. Antes de comenzar, aclarar el término “gay” de su encabezado, que hoy tendría claras connotaciones sobre cierta identidad sexual. En los cuarenta el término se aplicaba cuando se definía algo como ligero o libre de preocupaciones, un vocablo actualmente desfasado en inglés. Por tanto, evitamos cualquier tipo de equivoco y declaramos que estamos ante un cómic de humor. Y lo vamos a destacar de manera deliberada puesto que trae el primer intento de que una fémina comandara un título de comedia. Hablamos de Tessy, the Typist, el principal reclamo de Gay Comics #1. Es indudable que esta Tessy será el molde maestro para personajes como Millie the Model o Nelly the Nurse que, ¡¡oh sorpresa!!, se convirtieron en el eje principal de la cabecera, a lo largo de los años.

La era de grandeza del humor en Timely se focaliza en los años cuarenta, sobre todo durante la administración Fago. Un tipo que sentó una forma manera de editar cómics y que tiene el honor de ser el tercer editor jefe de la compañía de Goodman, tras Joe Simon y Stan Lee (que lo era, a pesar de que el Publisher lo ocultaba al público en general). Por eso cuesta entender que nadie de acuerde del bueno de Vincent. Parece que no existe en los anales de la compañía. Para muestra, un botón : no se le menciona en el obituario del Marvel Comics #1000, cuando su influjo es mayor al de algunos que solo pasaron de refilón por la casa y ahí están. Totalmente incompresible.

Que su máxima popularidad se hubiera dado en la década de los cuarenta no quiere decir que se dejase de lado durante otras épocas. En los cincuenta el humor se personifica en Crazy, cuyo principal interés es la parodia cultural, tratando de ir un poco más allá del humor blanco que se representó en los años anteriores. Se puede considerar un paradigma de lo que vendrá en años venideros, a pesar de contar con únicamente siete ejemplares en su primer volumen, entre 1953 y 1954. Por aquí pasean artistas todoterrenos como Bill Everett, Joe Maneely, Russ Heath o Sol Brodsky, haciendo de las suyas con la temática. La impronta de Crazy durará varias décadas, puesto que dispondrá de varios intentos de reflotar el encabezado. Uno fallido, a inicios de 1973, donde únicamente se reeditaban viejos tebeos ya publicados, y otra que sentó cátedra, en formato revista, el que se considera mejor y más inspirado acercamiento de Marvel al humor, el Crazy Magazine, en octubre de ese mismo año 73. Casi cien números, multitud de especiales, creadores de todo tipo y condición….. Crazy Magazine es la bandera de la temática para una generación de lectores americanos. En 2019 se lanzó un número unitario, con nombres punteros de la editorial (Tini Howard, Gerry Duggan, Scott Koblish, Frank Tieri, etc.), recordando al personal, en pleno Marvel Legacy, que este título tenía un consideración especial.

En la Era Marvel, con los superhéroes convertidos en superventas, se abrieron nuevas posibilidades con Not Brand Echh, hija espiritual de Crazy. Stan Lee decidió apostar fuerte por la temática con un título que rompía muchos moldes, puesto que los mismos creadores que sublimaban el género de los supers (Stan en persona, Roy Thomas, Gary Friedrich y demás integrantes del Bullpen) se dedicaban a parodiarlos. Not Brand Echh, el singular hogar de Forbush Man, llegó a durar trece ejemplares, a lo largo de los sesenta, en su primer y único volumen (más un #14, como parte de la iniciativa Legacy, que se publicó en 2018). Resaltar el trabajo gráfico en estas lides de Marie Severin, Gene Colan, Tom Sutton y tantos otros buenos artistas, que otorgaron ese acabado cartoon, totalmente descacharrante, que provocaba impacto en unos lectores que a la vez que veneraban a esos personajes, en sus versiones canónicas, también sabían reírse de los mismos, cuando era necesario. El influjo de Not Brand Echh se puede rastrear en continuadoras naturales como What The–?, que desde el año 1988 hasta su cierre en 1993 colocó veintiséis ejemplares en puntos de venta, demostrando que en Marvel siempre tienen ganas de reírse de sí mismos.

Los años setenta fueron los años de la Contracultura, días de crisis, por lo tanto de temáticas más trascendentes. Aun así, parece que el fenómeno de los animales antropomórficos se volvía a poner de moda con la aparición de Howard The Duck en 1973, la simpar creación de Steve Gerber, dibujada por Val Mayerik en una colección de terror, Adventure into Fear. Poco tenía que ver este pato venido de un mundo de animales parlantes con aquellos simpáticos caracteres de los cuarenta. Howard aportaba un lado paródico, casi humorístico en determinadas cuestiones, pero también un grado superior de socarronería, una ácida y mordaz crítica social que lo alejaba de lo infantil y lo acercaba a un público adulto, más propenso al underground. El invento de Gerber estaba conectando, en su trasfondo, con Comix Box, aquel magazine editado por Dennis Kitchen con el que Stan Lee pretendía atraer a ese público con sensibilidades más complejas. Evidentemente, mucho más que con Ziggy Pig y Silly Seal.

Parece que los hechos buscan llevarnos la contraria porque, en 1976, tenemos un nuevo ejemplo de animal parlante, el inefable Rocket Racoon, o Mapache Cohete en nuestro idioma, creación de Bill Mantlo y Mike Mignola, en la revista Marvel Preview, número siete. Este mamífero agresivo con tendencia a las armas de gran calibre, en realidad funciona mejor en el contexto de los superhéroes, como bien ha demostrado su imbricación en los Guardianes de la Galaxia, que lo ha aupado no solo a ser un personaje popular en el medio, sino a ser un icono de fama mundial. La tendencia a utilizar el concepto de animales dentro de su universo ha sido una cuestión recurrente en Marvel, como transformar a Thor en rana o a los Vengadores en monos (¿alguien se acuerda de los Marvel Apes?). Sin duda, lo más curioso, y lo que más se acerca a la vertiente humorística de este punto, puede que sea la creación de los Pet Avengers, al mando de Mandíbulas, el perro teletransportador de los Inhumanos, para una mini serie de cuatro números en al año 2009.

El humor, como aspecto tangencial, no ha desaparecido nunca de la editorial. Durante los años sesenta podías encontrar como complementos historias humorísticas donde se incluían los propios autores (Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko, básicamente) en los que, de manera velada, nos hablaban de la creación de los cómics y de la dificultad de la profesión. Herederas directas de aquellas, en la década de los ochenta surgieron iniciativas curiosas, como “el mes de los editores asistentes”, donde los autores tenían vía libre para abordar temas no esperados (así, por ejemplo, la inclusión de David Letterman en Avengers fue todo un puntazo), o plantear un especial con un payaso feo y malcarado llamado Obnoxio, creación total de un Alan Kupperberg que buscaba un toque de humor algo más negro. Un hallazgo muy especial es la Hulka de John Byrne, donde el canadiense sublimaba la unión del tebeo de acción con la comedia ligera, con esa tendencia a romper la distancia entre personaje y espectador a la que tanto rédito se ha sacado en épocas posteriores.

Como ven, estamos en los ochenta y esos años son sinónimo de Fred Hembeck en la temática. Historietista que comenzó en la vertiente independiente, publicando en Eclipse y FantaCo Enterprises, el gran salto hacia la popularidad lo dio en una major como Marvel Comics. Sus tiras cómicas, sus parodias de superhéroes, se hicieron en populares en la Marvel Age, revista propia de la editorial para facilitar información al usuario. De ahí a ocupar complementos en títulos mensuales, realizar trabajo al uso con el género superheroico (el Hermano Vudú de Marvel Super-Heroes Vol. 3 #1 así lo corrobora) o tener sus propios especiales era cuestión de tiempo. El bueno de Fred obtuvo luz verde para un ciclo de varios one shots donde daba rienda suelta a su talento humorístico. Cabeceras como Bah, Hembeck, Fred Hembeck Sells the Marvel Universe o Fred Hembeck Destroys the Marvel Universe (antes que Sergio Aragonés, Masacre o el Motorista Fantasma Cósmico) son algunos ejemplos. Para homenajear a este autor nos vamos a quedar con Fantastic Four Roast, un maravilloso festival que aúna hilaridad en cada viñeta junto con un profundo amor y respeto por los personajes marvelitas. Digno de destacar.

El mayor esfuerzo de la administración Shooter por el género se transformaría en la línea Star Comics, surgida en 1984. Se trataba de un intento de atraer al público infantil, con la compra de licencias de personajes que se aireaban en programas de televisión, animación (el más famoso, el gato Heathcliff) o juguetes. De este amplio espectro extraemos obras tan variadas como los cómics de Alf, de los Ewoks, los protagonizados por The Flinstones Kids (los niños de los Picapiedra), otros con The Muppets (es decir, los Teleñecos para el usuario español) o los clásicos Masters del Universo, por citar unos pocos, porque la lista es amplísima y como ven, no todo alrededor del humor.

La línea Star también se nutrió de creaciones propias, como Planet Terry, Royal Roy o Top Dog. Pero la estrella de este sello, además buscando el carácter paródico y humorístico de manera deliberada, es Peter Porker, the Spectacular Spider-Ham. Ideado por Tom DeFalco y Mark Armstrong para un especial, Marvel Tails #1, publicado en 1983, la araña Peter mordida por la cerda May Porker se convirtió en un personaje popular durante los ochenta gracias a sus diecisiete ejemplares, enmarcados en la línea Star. Pero claro, su fama actual no viene específicamente de las diferentes apariciones especiales que ha tenido durante su más de treinta años de vida, sino que se debe a esa maravilla animada denominada Into The Spider-Verse, que de nuevo lo vuelve a colocar en el radar de Marvel Comics, puesto que ya lo tenemos con nueva serie limitada en curso.

Hablar del género en este siglo nos lleva a buen puñado de intentos desperdigados. Merece la pena recordar a ese personaje tan peculiar como Howard el Pato, que tuvo un intento de revival en la Línea MAX con su creador original, Steve Gerber, aparte de especiales (Amazing Spider-Man. Back to Quack) o series regulares fallidas, como el volumen cuarto, a cargo de Ty Templeton y Juan Bobillo. El último de ellos ha corrido a cargo de Chip Zdarsky, autor canadiense que lleva en su ADN el tema del humor (ver sus variantsHow To Draw” o cualquier intervención pública suya, para no alargarnos en demasía). En fechas recientes cabe resaltar la excelente labor de Ryan North y Erica Henderson en Squirrel Girl, Skottie Young con sus Marvel Babies y con el bueno de Rocket Raccoon, o la perfecta síntesis de humor meta y superhéroes en la Gwenpool de Christopher Hastings y Gurihiru.

Sin embargo, el mayor adalid del humor en Marvel Comics en este siglo es Masacre, el gran Deadpool, el Mercenario Bocazas. Cierto es que se trata de un personaje creado a inicios de los noventa, a cuatro manos, cortesía de Rob Liefeld y Fabián Nicieza, que no parecía estar ideado para tales menesteres. Sus primeras apariciones tendían al estereotipo de la década, con perfil testosterónico y basado en el género de la acción. Autores como Joe Kelly o el propio Nicieza le irían metiendo un punto de humor absurdo, con esa tendencia a saberse un personaje de cómic y romper la cuarta pared de manera continuada, dando pábulo a que la parodia y el exceso se colara entre sus aventuras. Como no podía ser de otra forma, ha sido el cine el que lo ha convertido en un representante de lo irreverente y lo escatológico, incorporando muchos elementos vistos en los cómics, de eso no hay duda, pero añadiendo el carisma de una estrella mundial como Ryan Reynolds. Con el recordatorio de quién es el rey de la comedia en el entorno Marvel actual, despedimos este punto hasta nuevo aviso.

La Ciencia Ficción Marvel

El género fantástico es consustancial a la editorial. Sus primeras creaciones ya incluían la temática con la incorporación de la Antorcha Humana original, nada menos que un organismo artificial dotado de vida, o Namor, príncipe de un imaginario reino submarino. No cabe duda de que la ciencia ficción vendrá de serie en la mayor parte de las aventuras protagonizadas por superhéroes. Así, genios como Joe Simon y Jack Kirby ya dejaron constancia de sus capacidades en la recién creada editorial con personajes como Red Raven, Marvel Boy o The Vision. El Rey de los cómics siempre fue un entusiasta de la temática; recordaba con cariño su primer acercamiento al mundo de la lectura y ese fue un ejemplar de Wonder Comics, una revista pulp donde la historia principal hablaba de viajes a otros planetas a bordo de fantásticos cohetes espaciales. Muy fácil es que esas lecturas de juventud se traspasasen a sus primigenios pasos en el medio.

El caso es que, tras su buena sintonía con Simon y hacerse un nombre en el taller de Victor Fox, ambos recalaron en la Timely de Goodman para sublimar cualquier tipo de género que se necesitase, la ciencia ficción entre ellos. En cuanto a Red Raven, hablamos de un concepto imaginado por Joe Simon basado en algo tan fantástico como la existencia de un misterioso pueblo-pájaro, un híbrido alienígena que vive en una isla flotante. Para Marvel Boy toca recordar a los émulos del Capitán Marvel de la Fawcett, es decir, muchacho corriente al que le se asignan los poderes de un ente mitológico. Por último, la Visión o Aarkus, como se le reconoce actualmente, es un ser incorpóreo venido de una dimensión alternativa. Estamos ante una gran demostración, ante un inesperado torrente de creatividad en la figura de estos dos autores….. y eso que solo nos encontramos en los albores de los años 40.

En pleno boom del superhéroe, está claro que la ciencia ficción iba a bañar diversos territorios de la producción Timely. No vamos a pararnos en todos los ejemplos, porque la entrada se haría eterna. Pero sí vamos a destacar una colaboración literaria muy particular, la del escritor Ray Cummings, alguien que se considera santo y seña para el género, a inicios del S. XX. Habitual de la producción pulp, en revistas de todo tipo y condición, estableció contactos con Martin Goodman en el ocaso de su carrera, por lo que firmó varios guiones de tebeos, en primeras espadas como Captain America Comics (#25 y #26), Human Torch o Sub-Mariner.

La gran explosión de lo fantástico se produce en los años 50, de eso no hay duda. Multitud de cabeceras pueblan la editorial, mezclando cualquier rudimento de la ciencia ficción, sacados de cualquier esquina de la cultura popular: desde invasiones extraterrestres, pasando por viajes por el espacio exterior, llegando hasta la imagen distorsionada de monstruos varios. Es la época de Atlas, aquella que mejor sublimó esta temática, a lo largo de su historia. Como casos a nombrar tenemos una de las revistas pioneras, Journey into Unknown Worlds, que comenzó su andadura en septiembre de 1950, a la que siguieron Strange Tales, en junio del 51 (cabecera que acabaría reciclada en la Era Marvel con las aventuras de la Antorcha Humana de los 4F), Space Squadron, en la misma fecha que la anterior y que apenas duró seis números en el mercado, o Adventures into Weird Worlds, en junio de 1952. La totalidad de ellas comparten características básicas, a saber, un gusto por el género, ser básicamente historias antológicas, sin continuación aparente, y por las firmas incluidas, profesionales contrastados que se habían forjado en la casa, gente como Stan Lee, Gene Colan, George Tuska, Russ Heath, John Romita, Bill Everett o Jim Mooney.

Como cabeceras serializadas, es decir, con la intención de que esos personajes durasen algo más en el imaginario del lector, tenemos un nuevo intento de popularizar a Marvel Boy, esta vez en un volumen propio, a cargo de Stan Lee y Russ Heath. La dupla creativa reconvirtió al emulo del Capitán Marvel en un humano venido del lejano Urano, planeta al que se trasladó en tiempos una colonia de terráqueos. Su llegada a la Tierra se transforma en una suerte de deriva superheroica, en aras de mantener la paz y la justicia, pese a que sus bases pertenecen claramente a la temática. Solo se publicaron dos ejemplares con el encabezado Marvel Boy, entre finales de 1950 e inicios del 51, aunque sus aventuras continuaron en Astonishing, otra cabecera contenedor que se nutrió de ciencia ficción. Este personaje todavía continúa se mantiene en la continuidad tradicional con el sobrenombre de Uraniano, miembro de los Agentes de Atlas de Jimmy Woo. El último intento remarcable se trata de Spaceman, colección en la que conocíamos a Speed Carter, un explorador de lo desconocido que vagaba por el espacio exterior. Sus creadores originales fueron Hank Chapman y el gran Joe Maneely, allá por septiembre de 1953. Desgraciadamente, el concepto no caló lo suficiente, por lo que fue cancelada en su #6, que se data del año 1954. La ciencia ficción era preferida por el aficionado en pequeñas píldoras, en cabeceras contenedor.

Otro cambio importante de paradigma se iba a producir de cara al final de la década de los 50. Con el género en franca decaída, los cines estadounidenses se llenaron de películas de serie B, ciencia ficción barata, donde monstruos que trataban de lucir imponentes y amenazantes (pese a la falta de medios) causaban sensación en la juventud de la época. Goodman supo intuir las apetencias de esos espectadores, y con una crisis que amenazaba con cierre de la sección tebeística, mandó a su principal guionista, el bueno de Stan Lee, a que reconvirtiera algunas de sus cabeceras para dar gusto a los aficionados a los monstruos. Así ocurriría con viejas conocidas como Strange Tales o con Journey into Mistery. Suerte que Stan contaba con el impagable talento de un retornado al redil, el inmenso Jack Kirby, que supo insuflar su genio en un subgénero que estaba agotado casi desde su misma salida, pero que el Publisher se empeñó en mantener a toda costa.

De todas maneras, la verdadera ciencia ficción no terminó desapareciendo a finales de los cincuenta en Atlas. Hay que agradecérselo al ya citado Jack Kirby, que entre monstruo y monstruo, logró ser el artista principal de Strange Worlds, una colección que trataba de ser algo más respetuosa con el género, y que abrió sus puertas en diciembre de 1958 (fecha de portada). Cubierto el cupo de las monstruosidades, Goodman permitió a sus guionistas de cabecera, Stan Lee y el hermanísimo Larry Lieber, a que trabajaran en la temática de una manera más estándar. Con Kirby como estrella destacada, también podemos citar nombres como Steve Ditko, Don Heck, John Buscema, Dick Ayers, Gene Colan, Al Williamson y tantos buenos profesionales en sus créditos. Historias autoconclusivas que se mantuvieron en puntos de venta solo cinco números, echando el cierre en agosto de 1959.

El canto de cisne de la temática monstruosa es Amazing Adventures. En una fecha tan tardía como junio de 1961 (siempre de portada), Goodman abrió otro título orientado a lo monstruoso con Lee y Kirby como principales responsables. En esta revista quedaba un pequeño hueco para asignar complementos y el editor jefe pensó en darle un toque de ciencia ficción algo más elaborado, al estilo Strange Worlds. Así es como entra en escena Steve Ditko, un dibujante forjado en Charlton, y que había colaborado de manera ocasional en la Atlas de los cincuenta. Curiosamente, esos complementos llamaron la atención del respetable, que no dejaban de solicitar una ampliación de contenidos en esa línea. Lee fue capaz de corresponder a esos aficionados y le dio una vuelta de tuerca a la colección, llenándola de ciencia ficción de la buena, acompañado de Ditko. Lo primero que era necesario es el cambio de nombre, para romper con viejas asociaciones, por lo que pasaba a ser Amazing Adult Fantasy en diciembre de 1961. “La revista que respeta tu inteligencia” rezaba el encabezado. Puede que suene a frase publicitaria, pero la verdad es que el subidón de calidad con respecto a lo anterior es bastante notable. La increíble imaginación de Ditko, al plasmar elementos fantasiosos, su dominio de la estructura y la narrativa, junto con una mayor sofisticación de los guiones de Lee, nos dejan un título que conecta con la producción de los 50 y que supone un cierre más que digno a una forma de elaborar cómics en la editorial. Para Amazing #15 tendríamos el debut de Amazing Spider-Man, aunque eso debe quedar de momento en el tintero.

Esta revista convivió con el surgimiento de la Era Marvel de los Comics. En noviembre de 1961 (fecha de portada) se produce un hito sin igual, el lanzamiento de Fantastic Four, el gran triunfo de Stan Lee y Jack Kirby. Durante sus más de cien números conjuntos, muchos han calificado a esta serie como la gran obra de la ciencia ficción serializada, puesto que por sus páginas vemos pasar cualquier atisbo del género. Estos exploradores de lo desconocido, estos Imaginautas, viven un sinfín de peripecias que incluyen invasiones extraterrestres, viajes siderales, visitas a otras dimensiones, desplazamientos temporales, seres cósmicos, interacciones con inteligencia artificial, con la magia, con la ciencia…..todo lo que puedan imaginar y más. El sentido de la maravilla impregna cada viñeta de esta soberbia etapa.

Ya hemos dejado claro que la ciencia ficción se imbrica directamente en gran parte del género del superhéroe. Un repaso pormenorizado sería fútil. En los inicios de Marvel, quizás lo más destacado sea la vertiente cósmica con las series propias de personajes como el Capitán Marvel, Estela Plateada o Warlock, donde destaca el talento de un autor tan importante como Jim Starlin. Su visión ha sido trascendental para enhebrar cualquier mínimo hilo de la madeja cósmica. El saber que no estamos solos en este vasto cosmos de ficción supone la existencia de razas alienígenas, en algunos casos tan avanzadas como los kree, los skrull, los Shi’ar o los Cotati. Un emocionante conglomerado que atraía a mentes inquietas, provenientes de diversos ámbitos. Es el momento de destacar el fichaje de Harlan Ellison, escritor profesional dedicado a la fantasía. Tal como pasó en su tiempo con Ray Cummings, otro nombre del panteón literato firmó tebeos, de manera puntual, con protagonismo del Increíble Hulk o Vengadores, a inicios de 1970. Este autor era un entusiasta declarado de la cuatricromía norteamericana. Si bucean bien por la Red de redes podrán encontrar un documental bastante vintage, conducido por él mismo, donde rendía tributo a grandes autores del medio.

La llama del género parecía que brillaba en otros asideros pero los setenta trajeron un nuevo influjo de relevancia para la ciencia ficción, en su forma más pura. La diversificación de temáticas vino impulsada por la adhesión al catálogo marvelita del fenómeno magazine. Un nuevo nicho de mercado se abría bajo el paraguas de Curtis, el subsello editorial que se enfocaba en el público adulto, y en él se asentó una nueva producción con la temática. Vamos a destacar algunos de sus más claros triunfos. Uno de los hitos de la época fue la adaptación de The Planet of the Apes, la traslación a viñetas de la famosa saga cinematográfica (inspirada a su vez en una novela del género). También merece resaltarse los números de Marvel Preview que nos trajeron el nacimiento de Star-Lord, un personaje creado por Steve Englehart y que en sus inicios se asociaba de manera nada velada a la temática. Su planteamiento se ha ido modificando con el paso del tiempo, para que se parezca a cierta versión fílmica que está muy de moda. De todo lo que aportó el mundo del blanco y negro nos vamos a quedar con los seis números del magazine Unknown Worlds of Science Fiction. En muy pocos ejemplares tenemos una gigantesca explosión de ciencia ficción, con autores de primer nivel, habituados a pasear por la zona Curtis. A la evidencia habría que añadir reportajes sobre el género, sobre autores, sobre obras concretas…. Cualquier aficionado al género disfrutará enormemente de su contenido.

Esto es respecto a las revistas enfocadas en público adulto. Pero resulta que su hermano menor, el comic-book, no se quedó atrás recibiendo ese influjo. Así pues, no debe sorprendernos ver una versión a color del Planeta de los Simios, pese a que era material ya utilizado en magazines, el inicio de la adaptación al cómic de Star Wars, el gran fenómeno cultural, a cargo de Roy Thomas y Howard Chaykin, o la traslación a viñetas de Battlestar Galactica, una de las grandes series televisivas sobre ciencia ficción, con gran tradición a sus espaldas y fuera de la órbita de la Marvel actual, cuestión que hace sumergirse a ese material en una telaraña de derechos muy difícil de desentrañar. Tampoco debemos olvidar en este repaso creaciones específicas como el Killraven de Roy Thomas, Gerry Conway y Neal Adams, un luchador por la libertad viviendo en un futuro heredado de la novela de H.G. Wells, “La Guerra de los Mundos”; o el Deathlok de Rich Buckler y Doug Moench, donde los autores jugaban con conceptos tan avanzados como los ciborgs, en gran parte, adelantados a su tiempo.

El 2001 de Jack Kirby

Como apunte curioso, vamos a elevar nuestra imaginación sobre los cielos gracias a dos adaptaciones que vieron la luz en sendos especiales, un Marvel Treasury Edition y un Marvel Special Edition, que por problemas legales nunca se han podido reeditar, más allá de sus primigenios lanzamientos. Vaya desde aquí nuestra fuerza y nuestros mejores deseos para que algún día, no muy lejano, el entuerto se pueda solucionar. La primera es 2001, la versión de Jack Kirby del gran clásico de Stanley Kubrick, que versionaba una novela de género escrita por Arthur C. Clarke. Su buena acogida dio lugar a una serie regular, a cargo del propio Kirby, disfrutando como autor completo, de la que saldría un spin off con un personaje tan estimulante como el Hombre Máquina. Por último, “Encuentros en la Tercera Fase” (o Close Encounters of the Third Kind, en su idioma original), una maravilla de tebeo que adaptaba el film de Steven Spielberg, a cargo de Archie Goodwin, Walt Simonson y Klaus Janson.

Los setenta supusieron el último gran periodo de la ciencia ficción pura. A partir de ahí, si buscan algo del género tendrá que extraerse de su fusión con el superhéroe, la base del catálogo marveliano. Mundos distópicos (la Línea 2099, al completo), historias del futuro (por ejemplo, Guardianes de la Galaxia de Jim Valentino o más del Killraven de McGregor y Russell) y demás elementos importados, abundan en cientos de tebeos de la compañía. Pero la mezcla diluye el valor de la temática. Tampoco queremos dejar de lado, aunque sea para nombrar de pasada, aquello que surgió bajo el paraguas de Epic, donde es cierto que abundaba la ciencia ficción (Dreadstar, Star Slammers, Starstruck, Alien Legion, etc.) pero al ser obras y material que pertenecen a sus creadores todas ellas han dejado de vestirse con el sello de Marvel.

Actualmente, en la franquicia cósmica reside la parte más sci-fi de la editorial. Desde el fenómeno que supuso Aniquilación, con continuación directa, Aniquilación:Conquista, (sin olvidar las series regulares, Nova y los Guardianes), a cargo de autores como Keith Giffen, Dan Abnnett y Andy Lanning, esta vertiente goza de muy buena salud. Ahora mismo colecciones como Guardians of The Galaxy, Captain Marvel o todo lo que tenga que ver con Thanos, convertido en una figura icónica moderna, son puntales para los mandamases editoriales, generando incluso eventos a su alrededor. Noticia de primera plana. Mientras, por lo bajini, dicen, comentan, que Jim Starlin cierra su enésima Trilogía del Infinito para siempre. Solo el tiempo lo dirá.

El bélico Marvel

Toca hablar de la guerra, una circunstancia que ha acompañado al ser humano a lo largo de su historia en demasía. Como tal, tampoco ha sido un elemento ajeno a las viñetas. Es importante destacar que el surgimiento del comic-book casi coincide en tiempo real con la preparación de la mayor conflagración que la humanidad ha sufrido en sus carnes, la II Guerra Mundial. Otro detalle a tener en cuenta es que una parte considerable de los creadores que trabajaban en el medio eran judíos emigrados, algunos emigrados del viejo continente, por lo que no simpatizaban con cierto partido alemán que incitaba al odio para con los de su raza. Martin Goodman era primera generación americana, pero nacido en el seno de una familia judía venida de Rusia. Es sencillo pensar que otorgaría sus bendiciones a cualquiera que apuntara con desdén a la figura de Hitler.

Los primeros movimientos de Timely con respecto a la temática no tienen tanto que ver con la pureza de lo bélico, sino que se asocia a eso que se llamó fenómeno patriótico. Durante los años 1939 y 1940 se produjo un repunte nacionalista que confrontaba a esa tiranía del fascismo que representaban las fuerzas del eje. No nos engañemos, existían movimientos filo-nazis dentro de los EEUU (la famosa Quinta Columna), pero también es cierto que se potenció un sentimiento de defender la democracia, de hacer lo correcto, en gran parte de la ciudadanía frente a la desidia de mantenerse neutrales, en un conflicto que les pillaba a muchas millas de distancia. En el cómic se tradujo en una suerte de proliferación de personajes vestidos con la bandera estadounidense, de los cuales el más famoso y longevo es el Capitán América. Creación de Joe Simon y Jack Kirby, dos judíos comprometidos, fue una de las primeras revistas donde abiertamente se propugnaba una resistencia y una lucha contra los valores defendidos por los estamentos nazis. El título triunfó como ninguno hasta ese momento en la editorial, por lo que pueden suponer que Goodman animó a sus creadores a seguir la senda marcada por Simon&Kirby.

Captain America Comics basaba sus fuertes en la aventura y la acción, revestido con un toque bélico (Steve Rogers y Bucky Barnes son soldados que viven en barracones y son mandados a misiones especiales), pero para nada se puede considerar algo que deba tomarse con representativo de la temática. El empujón definitivo para este fenómeno vendría con la entrada de los EEUU en la guerra, tras el ataque a Pearl Harbour en 1941. Y con todo, antes de ello, el Publisher mantuvo una línea progresiva de acaparar las barras y estrellas. Grandes figuras de la editorial, como Namor o la Antorcha Humana, transmutaron a sus enemigos en malcarados germanos; surgieron cabeceras como USA Comics, Young Allies o All Winners Squad para seguir explotando el fervor patriótico con muchos ingredientes de acción; autores como los citados Kirby y Simon, junto a habituales de la casa, a saber, Alex Schomburg, Carl Burgos y Bill Everett sublimaron la unión de lo patriótico con el mejor contenido de los superhéroes.

De esta amalgama, bastante común en la época, nos vamos a quedar con dos asuntos de la compañía de Goodman. Primero de todo, la creación de los Victory Boys, a cargo de Ernie Hart (al menos en lo concierne al dibujo, ya que no hay acreditado guionista) en USA Comics #5 (verano de 1942). Se trata de copia evidente de los Boy Commandos de Jack Kirby y Joe Simon, ahora asentados en National Periodicals (o si prefieren DC), donde habían dado salida a este grupo de chicos que luchaba en el frente contra todo lo que oliera a germano. Aquí Hart coge sus rudimentos básicos y plantea tramas aventureras, ciertamente arriesgadas, puesto que presenta apariciones estelares tanto de Hitler como de Mussolini, en términos bastante crudos. No duraron mucho en cartel, ya que tras otra aparición en Comedy Comics #10, de ellos nada más se supo. Jack y Joe reían desde la otra acera.

El segundo se trata de la presentación de un personaje que no dejaba lugar para al error, Jap-Buster Johnson. El nombre se sentía como la frustración de muchos americanos por aquel vil ataque a Pearl Harbour. Se data de diciembre de 1942 y el primer artista reconocido fue Dennis Neville, por lo que se le suele atribuir la autoría. Tuvo un recorrido medianamente extenso, ya que paseó su palmito por hasta cuatro cabeceras distintas: USA Comics (donde nació), All-Select Comics, Complete Comics y Kid Comics. Lo traemos a colación puesto que parte de sus historias contaron con guionistas de la talla de Patricia Highsmith y Mickey Spillane. Dos plumas de primer para un cómic abiertamente anti-japonés y con extra de patriotismo.

Como ven, Timely se llenaba de una llama patriótica, ya fuera en su mezcla con el cómic de superhéroes o con una vertiente más tipo acción, lo que nos llevaba al género de los espías. Hasta los animales antropomórficos (como ejemplo, los Terry Toons de Paul Terry, escritos por Stan Lee) se vistieron con esas galas, en lucha abierta contra el Eje. El bélico puro no era planteado por el gran jefe, pese a que existían claros signos de que el género estaba funcionando en otras compañías. Desde los tempranos Fight Comics en Fiction House o War Comics de Dell Comics, datados ambos dos en 1940, pasando a proyectos más longevos como la línea bélica que Dell montó en 1942 (War Heroes, War Stories y America in Action), el Man of War de Centaur Comics o el Uncle Sam Quaterly de Harvey, variadas editoriales norteamericanas trufaban su catálogo con ese aire bélico (sin olvidar a un autor tan reputado como Will Eisner, que lanza Blackhawk en 1944). El dueño de Timely prefería mantener ese toque aventurero-patriótico que tan bien le había funcionado con el Capitán América. La cosa cambiaría de pleno en la década de los cincuenta.

En junio de 1950, Corea del Norte decide invadir a su vecino del sur. Detrás de tal movimiento se esconde el juego de bloques que va a dominar las siguientes décadas de la historia mundial: Comunismo vs Capitalismo. EEUU se involucra de forma efectiva en la Guerra de Corea. Y Martin Goodman presiente que se pueden abrir nuevas oportunidades para lo bélico y contacta con Stan Lee, su editor en jefe, para que vaya montando diversas cabeceras. La diferencia con los años cuarenta es que muchos de los autores que ahora debían encargarse de esos comic-books habían pisado las mismas trincheras de la guerra, al igual que muchos de los posibles consumidores. Pocos ciudadanos quedarían que la II Guerra Mundial no les hubiese afectado de alguna manera. Por eso el tratamiento se aleja de lo aventurero y se aproxima a la pureza del género. El público ansiaba veracidad, no escapismo. Si a eso le añadimos que compañías tan llenas de talento como EC Comics movieron su maquinaria para meterse de lleno en lo bélico, Lee sabía que la lucha iba a ser sin cuartel.

La década de los 50 contiene una explosión sin igual de cómics sobre la guerra en la editorial de Goodman, pronto renombrada a Atlas. Los datos son apabullantes. El primer título fue War Comics, publicado en diciembre de 1950, llegando hasta los cuarenta y nueve ejemplares, y cubriendo gran parte de la década (su cierre se ubica en septiembre del 57). Desde este punto hasta 1960, el doctor Michael J. Vasallo ha contabilizado la friolera de 512 números con contenido total para el género bélico, más veintiuna historias adicionales sacadas en revista contenedor (Men’s Aventures, Man Comics, Spy Cases, etc., etc.). Como pueden apreciar, una cantidad ingente de producción, con algunas cabeceras míticas que han quedado para el recuerdo, como Battle, la más longeva, lo que equivale a setenta números y la última que echó el cierre de la Era Atlas, en junio de 1970.

Tras ella la ya citada War Comics con 49, Battlefront con 48 y Combat Kelly con 44. Este nombre sonará a los avispados seguidores del género, puesto que en plena Era Marvel tuvimos una colección llamada Combat Kelly and the Deadly Dozen, también con la temática por bandera. No hablamos del mismo personaje ya que se reutilizó ese nombre, que venía con un cierto caché, y se moldeó a un nuevo combatiente. Los guionistas tuvieron la intención de hubieran reminiscencias sin que implicara conexión directa. El de los 50 se llama Hank Kelly mientras que el de los 70 se trata de Michael Lee Kelly, sin vínculos familiares aparentes y con trasfondos e historias diferentes. Pero es inevitable pensar en el homenaje, al igual que cuando nombramos la cabecera Devil-Dog Dugan se nos va la mente hacia cierto miembro clásico de los Comandos Aulladores, siendo conscientes de que su aspecto es bien distinto. El reciclaje creativo estaba a la orden del día.

Para no abrumar más al personal, con aburridos enunciados de cabeceras, vamos a destacar un par de ellas. La primera es una de las más prestigiosas, Battlefield, pese a no ser de las más longevas. Con guiones de Hank Chapman, uno de los escritores más prolíficos en la temática de dentro de Atlas (Vasallo ha encontrado su firma en 152 historias de guerra, entre variadas colecciones) y dibujos de Russ Heath, con portadas para enmarcar de Joe Maneely o Carl Burgos, se trata de una revista que se tomaba muy en serio el género. La siguiente es Sergeant Barney Barker, un curioso invento de Stan Lee que trataba de sintetizar lo bélico con el humor. Pese a contar con el talento gráfico de un gigante como John Severin, la idea no triunfó, dado que tras tres únicos ejemplares, desapareció de los puntos de venta, para siempre.

Y es esa, precisamente, la conclusión que queremos destacar cuando hablamos del bélico en la Era Atlas, el inmenso caudal de poderío gráfico que pasea por sus viñetas. Tenemos escritores como Don Rico, Hank Chapman o el sempiterno Stan Lee, tratando de dar lustre a los guiones, aunque hay que comentar que sus aproximaciones son demasiado “americanas”, para un lector más asentado en la globalización. Sin embargo, el interés recae en los variados artistas que trasplantaron en imágenes esas historias de guerra. Por aquí tenemos a un clásico entre clásicos como Jerry Robinson, al decano Gene Colan, al todoterreno Bill Everett, al incombustible John Severin, al brillante Russ Heath, al maestro John Romita, al prolífico Al Hartley, o un portento como Bernie Krigstein, antes de revolucionar el género en EC, por citar a los más reconocidos. Pero talento, en la editorial, había para dar y tomar: Joe Mannely, Joe Orlando, Cal Massey, Robert Sale, Allen Belman, Syd Shores, Joe Sinnott, Dick Ayers y bastantes más que nos dejamos en el tintero, ilustraron gran cantidad de páginas que nos recordaban lo que significaba el horror de la guerra. Para finales de la década, contamos con un fichaje de relumbrón, con la vuelta de Jack Kirby a la influencia de Atlas, desde el año 1956, como agente libre, que le granjeó la posibilidad de ilustrar revistas pobladas con tramas bélicas, algunas guionizadas por Lee, otras por el mismo Jack en persona, como ya había hecho en la editorial que fundó con Simon, Mainline. Acompañando a Kirby en las tintas teníamos a gente como George Klein, Christopher Rule o un nombre tan importante para el futuro del medio como es el de Steve Ditko.

Entrando en la Era Marvel de los cómics, el bélico dejó de tener impacto. La propia idiosincrasia americana dejaba de lado un conflicto activo como la Guerra del Vietnam, que ya estaba generando rechazo en amplios sectores de la sociedad. Pese a la mayor implicación de Kennedy, este conflicto se fue enquistando de manera paulatina, lo que a la postre se transformaría en uno de los primeros reveses de la joven vida de la primera potencia mundial. Goodman decidió utilizar sus escasos recursos para potenciar el superhéroe, que desde la salida de Fantastic Four, había conseguido reflotar en ventas su exiguo catálogo editorial. La nueva moda era esta y no pretendía salirse mucho de la línea. El caso es que Stan Lee, utilizando un dicho castizo, había chupado mucha mili, por lo que le propuso a su jefe la salida de una serie ambientada en la II Guerra Mundial, una época más propicia para la ensoñación y donde el enemigo se tenía bastante claro. Comienza el periplo de Sgt. Fury and His Howling Commandos.

La historia de este grupo de reclutas inadaptados es una creación conjunta de Stan Lee, Jack Kirby y Dick Ayers. Según relato del editor, éste se encontraba molesto por el legendario desprecio del Publisher con respecto al talento que tenía bajo sus filas. En palabras de Goodman, con un nombre con gancho y una bonita portada, estaba todo hecho. Así que Stan le retó en singular apuesta: crearía un título con un encabezado horroroso y sería el propio buen hacer de los autores el que lo haría perdurar. Dicho y hecho. Los Comandos Aulladores, liderados por el rudo sargento Furia, presentan aventuras mundanas, sin apelar a súper-poderes, en el marco de la II Guerra Mundial, llegando hasta la friolera de 167 ejemplares (los últimos de ellos, eso sí, basados en reimpresiones).

Si dejamos de lado relatos bucólicos, narrados a la manera de Stan, no cuesta entender la rapidez con la que determinados géneros fueron dejados de lado, en pos del superhéroe. Marvel, por un acuerdo de distribución draconiano, apenas podía sacar ocho publicaciones al mes o dieciséis bimestrales. Los esfuerzos debían concentrarse en aquello que daba rédito. No tenían el mismo problema en la acera de enfrente, donde la editorial DC continuaba con una línea de cómics bélica, bajo la batuta de Robert Kanigher, que había comenzado a finales de los 50, lo que le hacía simultanear con la producción de Atlas en el mismo territorio. Solo que Martin decidió echar el cierre a la práctica totalidad de esos tebeos (exceptuando casos puntuales como Battle) y en DC continuaban vigorosos, añadiendo más y más títulos a inicios de los sesenta, lo que indicaba una buena salud en la temática. Puede ser que Stan decidiera probar con el género, en aras de no poner toda la carne en el asador de los pijamas, viendo el éxito de la Distinguida Competencia. La conclusión es que, en mayo de 1963, salió el primer número de esta colección, que escapaba de la norma editorial y que el público pareció favorecer, al menos en esta década.

Sgt. Fury se puede y se debe asociar más al tebeo aventurero de los cuarenta que con el género puro de los cincuenta. Aun así, su éxito es incontestable. De esta cabecera surgieron nada menos que dos spin-off. Captain Savage fue el primero de ellos, con fecha de 1968. El personaje había aparecido como secundario en las páginas de los Comandos Aulladores, como un capitán de submarino aliado. Gary Friedrich y Dick Ayers tomaron los galones para dotarle de una andadura, tampoco demasiado vibrante, que llegó hasta su #19. El segundo de ellos, más breve si cabe (solo nueve ejemplares), se data de 1972 y surge a raíz de una trama pertrechada en la serie madre. Se trata de la reinvención de Combat Kelly (acompañado de la Docena Mortal), un experimento de los ya habituales Gary Friedrich y Dick Ayers, a los que podemos coronar como las mentes al mando de lo bélico en este periodo editorial. Sin duda, lo más relevante es la implantación de Nick Furia en la continuidad tradicional, convertido en el espía definitivo al mando de S.H.I.E.L.D, a partir de 1965.

En 1968 se hizo una prueba piloto que no terminó de cuajar. Y lo de “piloto” tiene su significación. Gary Friedrich y Herb Trimpe idearon la historia de Karl Kauffman, como un estadounidense nacido de padres germanos que lucha como aviador en la I Guerra Mundial, con el poderoso sobrenombre de Phantom Eagle. Se presentó en Marvel Super-Heroes #16, banco de pruebas para futuras estrellas de la editorial, pero el bueno de Karl no pasó de ahí. Es necesario resaltar que el apodo de Águila Fantasma es algo prestado de la Golden Age. Fawcett Comics ya había introducido en el año 1942 el citado nombre, también en el entorno de lo bélico, solo que ubicado en la II Guerra Mundial. Al estar ya libre de derechos, Friedrich y Trimpe cogieron el apelativo para moldear su particular aviador. Pese a no obtener serie propia, Kauffman es un personaje que se haya imbricado en la continuidad tradicional, con apariciones desperdigadas y con la afiliación a los Cinco de la Libertad que Roy Thomas le otorgó en Invasores. En 2008 le llegaría su momento de gloria con una mini serie en el territorio adulto de la Era Quesada.

La cuestión bélica parecía que no se quería dejar de lado. Ya podía ser los flashbacks de Steve Rogers en el Capitán América de Lee y Kirby o en proyectos deliberadamente retro como los Invasores de Roy Thomas y Frank Robbins. Ya que hablamos de Thomas, un guionista y editor con mente fresca, repleto de ganas de innovar, en su periodo de máximo responsable creativo mandó la publicación de War is Hell en 1973, una revista que únicamente vivía de reimpresiones añejas (Battle, Battlefront, G.I. Tales, Battle Action, etc.), eso sí, con renovadas portadas de artistas Marvel al estilo actual. Algo muy curioso y que dejaba bien claro que se necesitaba de algún título bélico en el catálogo. La cuestión es que vendió lo suficiente para replantear sus bases; a partir de su #9, Tony Isabella, nuestro Roy y Dick Ayers presentaron a John Kowalski, lo que equivalía dejar de lado las reedidiones y traer material nuevo. Pero es que la idea se las trae. En ese mismo ejemplar, Kowalski muere en combate y partir de aquí comienza un calvario para el protagonista, ya que deberá reencarnarse de nuevo en otros soldados para experimentar, otra vez, los horrores de la guerra. Por tanto, la cabecera hace un giro hacia el terror nada disimulado, sin perder de vista lo bélico. War is Hell se canceló en el #15 y por aquí se asentó un tal Chris Claremont, en uno de sus primeros encargos fijos en la compañía.

El encabezado de War is Hell se volvió a reutilizar ya en el S. XXI, como parte de la Línea MAX, en una mini serie a cargo de Garth Ennis y Howard Chaykin. En ésta se retomaba otro personaje de breve andadura, el Águila Fantasma, del que hemos hablado en párrafos anteriores. Solo que al ser parte de otra continuidad, otro universo alternativo, los eventos son trasladados al lector como si fuese algo novedoso, como si del principio se tratara, obviando hechos y peripecias anteriores. El trato de la guerra es una de las mejores características del guionista irlandés, como demostrará en algunas cabeceras que nombraremos más adelante.

Los años ochenta pertenecen al proyecto de Larry Hama llamado The ‘Nam. Se trata de una de las cumbres del género en la editorial. Desde que comenzó a publicarse, en diciembre de 1986, hasta su conclusión en el #84, ya en septiembre de 1993, intenta cubrir el conflicto de Vietnam, con cada número perteneciente a un mes de la contienda, en un ejercicio audaz y valiente de traslación de lo bélico. Acompañan a Hama el guionista Doug Murray en la escritura y Michael Golden en el apartado artístico. Una joya que debiera recuperarse a no muy tardar.

Metidos ya en el S. XXI, vamos a recordar brevemente Combat Zone: True Tales of G.I.s in Iraq, fechada en 2005. No debemos dejarnos engañar, parece un instrumento más de propaganda de aquella época, con George W. Bush enarbolando la bandera de la “guerra contra el eje del mal”. Escribe Karl Zeinmeister, periodista que estuvo en el terreno, cubriendo el lado norteamericano del conflicto, y dibuja un clásico como Dan Jurgens. Poco más que añadir a una obra que, pese a su cercanía en el tiempo, nos parece demasiado desfasada en sus pretensiones.

Las líneas finales de lo bélico se las vamos a dedicar a Garth Ennis, guionista que ha hecho verdaderas virguerías en otras editoriales (sus War Stories son maravillosas) y que en Marvel apenas pudo desplegar sus alas a ese respecto. Alguna cosilla nos ha dejado, pero no en la cantidad que muchos aficionados hubiéramos deseado. Ya hemos hablado de su Phantom Eagle en la Línea MAX. Es aquí donde el irlandés se ha sentido más cómodo dentro de la editorial, como bien demuestra su larga etapa en Punisher, un ex combatiente del Vietnam que a su vuelta se lanza a una larga lucha contra el crimen organizado. En sus páginas dejará detalles sobre la guerra, aunque la acción y las tramas mafiosas centren sus esfuerzos. Si hablamos de guerra, con respecto a Frank Castle, hay que destacar Punisher: Born, donde nos presenta un origen más creíble que su versión tradicional, o Punisher: The Platoon, con una vuelta al conflicto para ver el desarrollo de Frank en plena contienda.

Castle ha sido el niño mimado de Ennis en su trabajo en Marvel, aunque no el único. Con Furia ha tenido también sus variadas mini series tanto en los Marvel Knights como en la Línea MAX, algunas tirando hacia el tema de los espías, algunas poniendo el énfasis en lo bélico. En 2006 tenemos en tiendas Fury: Peacemaker, dibujado por Darrick Robertson, un colaborador habitual suyo, con un sargento metido de lleno en el Teatro de Guerra, sin gadgets, ni S.H.I.E.L.D. que moleste a su narración. Por no hablar de esa obra de arte que compone el primer volumen de Fury MAX, donde Ennis y Goran Parlov repasan un siglo XX repleto de conflictos militares en los que el viejo Nick ha ido metiendo su único ojo sano, por orden de las altas instancias.

A modo de despida y cierre, por ser la última colaboración de Ennis con Marvel en el terreno de la guerra, rememoramos su participación en las Secret Wars de Jonathan Hickman, allá por 2015. Al menos, por la inclusión de un personaje adscrito al género, el Águila Fantasma. Where Monsters Dwell era una cabecera de ciencia ficción de los cincuenta, por lo que el bueno de Garth se propuso reutilizarla para crear una mezcla gamberra con un personaje paródico, ese Karl Kauffman pasado de rosca, que ya había trabajado de forma previa en otra mini serie de la Línea MAX. Una aproximación curiosa, que busca tocar ciertos aspectos de crítica social más que algo de género puro. Desde luego, muy lejos de las mejores habilidades de nuestro adorado Garth Ennis con lo bélico.

Ennis y Parlov en The Platoon

El Romance Marvel

El amor ha sido un sentimiento fundamental para comprender gran parte del arte y la literatura occidental. Por eso resulta chocante su tardía entrada en el entorno del comic-book. A ver, no es que fuera ajeno a la producción pulp, donde novelitas baratas y magazines de todo tipo explotaban los sentimientos más bajos. Pero no fue hasta el año 1947 cuando se considera que da lugar al género, con la publicación de Young Romance en Hillman Comics, obra de dos pioneros como eran Joe Simon y Jack Kirby. A partir de ese instante se produjo una explosión con la temática, que llegó a ser muy popular y prácticamente acaparar los puntos de venta, con ventas millonarias. En un momento de crisis, se convirtió en salvavidas tras la evidente caída del género del superhéroe, al finalizar la II Guerra Mundial.

Martin Goodman no era muy partidario de inmiscuirse en este renovado género. Incluso hay registradas declaraciones suyas donde lo tildaba de “pornografía”. Por supuesto, esas palabras fueron expuestas antes de que el romance demostrase su valía comercial. Una vez advertido de la cantidad de ejemplares vendidos por otras editoriales (lo que se produjo con suma rapidez), Martin ordenó a su editor crear una línea de cómics románticos, con My Romance, de 1948, como primer título de esa nueva hornada. Para ser justos, Goodman ya publicaba revistas donde el amor era parte consustancial de la trama. Hablamos de las colecciones para adolescentes, con toques de humor, protagonizadas por Tessie The Typist, Millie the Model o Patsy Walker. Curioso el caso de esta última, ya que de heroína de corte humorístico pasó a ser estrella de acción gracias al empeño de Steve Englehart, que la transformó en la Gata Infernal (recogiendo el testigo de la primera Gata, Greer Nelson, actualmente conocida como Tigra), en los años setenta, miembro habitual de los Defensores y todavía en activo.

Tessie, Millie o Patsy tenían componentes de romance juvenil, pero todavía se asociaban a la comedia. No sería hasta la citada salida de My Romance cuando en Timely comienza la auténtica explotación del género, y aquellas pasaron a reconvertirse en otro activo más del mismo. El año 49 supone un aumento exponencial del amor en viñetas para la editorial de Goodman: Actual Romances, My Love, Faithful, Love Adventures, Love Dramas y Love Secrets, así todo de golpe.

De estas revistas es complicado extraer información. Se trata de una aproximación anticuada, marcadamente machista, donde la mujer solía tener dos papeles, una el de suplicante enamorada a la espera del hombre de sus sueños, otra el de la malvada femme fatale. Tampoco se puede determinar con claridad la identidad de la totalidad de sus autores. Para el Publisher era más sencillo colocar una portada fotorrealista que publicitar el talento de sus artistas interiores. Un porcentaje del trabajo viene sin autoría, si exceptuamos la implicación como editor de Stan Lee y el papel de algunos dibujantes que sí lograron dejar su firma impresa, tal como ocurrió con Mike Sekowsky, Al Eadeh, Lin Streeter, John Severin o Marie Sitton. Este último nombre puede y debe llamar la atención, ya que en un mundo sobrepoblado de elementos masculinos, algunas féminas lograron colarse entre sus filas. Máxime cuando la intención inicial del romance era captar a un importante sector femenino para el entorno del comic-book. Puede ser que hubiera una mayor adhesión de muchachas, en sus inicios, pero en el fondo parece que la situación quedó en tablas. Se ha demostrado que muchos de esos tebeos románticos eran consumidos igualmente por el mismo público que se hacía con el bélico, los crímenes, la ciencia ficción, etc., es decir, el masculino. Recordamos que el medio contaba con poca consideración en aquellos días y que se pensaba que sus principales consumidores eran niños o adultos con pocas entendederas.

Las reticencias de Goodman para con lo romántico se vieron olvidadas rápidamente cuando las arcas de la casa recibieron sus rendimientos. El romance vendía. Tanto que el bueno de Martin decidió organizar experimentos, cabeceras que cruzaban el amor con una temática más de su gusto, el western. De ahí títulos tan pintorescos como Cowboy Romances, Rangeland Love o Romances of the West. La fusión del salvaje oeste con las pasiones es una apuesta personal del dueño de Timely. Para nosotros se torna importante puesto que por aquí tenemos las primeras muestras artísticas de un chaval con talento llamado Giovanni Natale Buscema….. más conocido como John Buscema, para los amigos. Aunque no son técnicamente sus primeras obras (Crimefighters y Lawbreakers always Lose! de 1948 se llevan ese galardón), las tres cabeceras citadas contienen en su número uno varias páginas dibujadas por el joven Buscema. Pero no solo se encargó de la mezcla de western y romance, también del género en sí: Faithful #1, Love Adventures #1, Girl Comics #1 o Love Trails #1 cuentan con su elegante firma en los lápices.

El bueno de John no es que fuera un dibujante de romance, es que era un todoterreno para cualquier temática. Su increíble capacidad para la composición de la figura humana junto con su matestría para trasladar el lenguaje corporal, le hicieron un artista apto para cualquier género que se le presentase, aspecto que desarrolló en Timely, Atlas y demás empresas del comic-book, hasta su definitivo asentamiento en Marvel. El recorrido por la producción de este portento creativo durante los años 50 es de lo más estimulante y buena parte de su producción se cimentó en el tebeo sentimental, especialmente en nuestra Atlas pero también en otras compañías, como Our Publishing, Dell o ACG.

El género funcionaba a las mil maravillas, pero no tanto la editorial de Goodman. Una serie de malas decisiones llevó al Publisher a prescindir de muchos de los colaboradores de Timely, dando comienzo a la Era Atlas, a inicios del año 1952. De este periodo destaca como autor de lo romántico el talento de otro dibujante capaz de todo como era Bill Everett. Suya es la papeleta de mantener la llama del amor, y su principal colaborador a los guiones será Hank Chapman, aunque, repetimos, hay tramas de lo dibujado por el creador de Namor sin firma en el apartado literario (¿obra del mismo Everett? No sería de extrañar ya que se formó como autor completo).

Bill Everett era un artista muy asociado al género del superhéroe. Es probable que cueste al seguidor “pijamero” habitual asociar su excelente trazo al romance, pero es que la versatilidad y su dominio de la página le hacían unos de los lápices más demandados en la Atlas de Goodman. La belleza en los rostros de los protagonistas, el cuidado en los vestidos y trajes de los enamorados, la calidad de los escenarios, la calibración del tempo narrativo….. el bueno de Bill realizó un trabajo muy remarcable en cabeceras como Love Tales, Love Adventures, Girl Confessions o Lovers, un pequeño ejemplo del surtido romántico que tenía montado Martin Goodman. De esta época, vamos a destacar también en el género los aportes de Paul Reinman, un artista poco querido por el aficionado de la Era Marvel, pero que en el romance supo dejar un trazo preciso y detallado. Cuesta creer que alguien con tales capacidades no terminase de adaptarse a lo que demandaban los superhéroes.

El romance era sensación en los puntos de venta. Y ya sabemos que todo aquello que alcanza un éxito desmedido se genera enemigos. En este caso, la mentalidad puritana atacó de manera frontal al comic-book, con la creación del Comic Code Autorithy, a finales de 1954. Una suerte de código de buenas conductas que cualquier revista a color debía cumplir, si no se quería ver seriamente comprometida. Pues bien, el género sentimental fue uno de los agraviados, no tanto como el terror o los crímenes, pero también sufrió fuertes presiones para que escenas indecorosas dejaran de alimentar la fértil imaginación de la chavalería. Para lo romántico supuso un golpe, aunque para nada mortal. La temática siguió funcionado, pese a que se notó una bajada de importancia en las diversas editoriales. Dejó de ser el género, con mayúsculas, para ser uno más. La prueba la tenemos en la misma editorial Atlas, que de una pléyade de títulos se quedó, en 1957, únicamente con dos (hay que recordar que, en esas fechas, Goodman solo podía publicar ocho títulos mensuales). El único que sobrevivió durante el inicio de la Era Marvel fue Love Romances, que cerró en 1963, tras catorce años de historias.

Los sesenta se recuerdan como la nueva edad de plata de los héroes. Stan Lee dio un empujón importante a la temática, obviando muchos de los géneros que habían mantenido a flote a la editorial en la década anterior. Eso no indicaba que sus colaboradores, y el mismo editor, dejaran de lado los tics con los que se habían forjado. Y es que el amor es un sentimiento consustancial al ser humano y los personajes Marvel se caracterizan por ser más humanos que héroes. Así, no es complicado atisbar dinámicas del género romántico en algunas de aquellas historias, como ese triángulo amoroso entre el doctor Donald Blake, la enfermera Jane Foster y Thor, el Dios del Trueno, que degustábamos absortos en el Journey into Mistery protagonizado por el asgardiano. Esa misma idea la trasplantamos al segmento protagonizado por Iron Man en Tales of Suspense, con Tony Stark y Happy Hogan luchando por el amor de Pepper Potts. Son dos simples ejemplos de la cantidad de relaciones románticas que han podido surgir entre los distintos personajes Marvel (desde la trágica de Peter Parker y Gwen Stacy, pasando por la celebración de Reed Richards y Sue Storm, llegando a situaciones que han acabado truncadas, entre las que destacan la de Hank Pym y Janet Van Dyne o la de la Visión y la Bruja Escarlata). Aquí hemos venido a hablar de género puro, por lo que, a partir de ahora, vamos a fijarnos en las cabeceras propias de la temática.

Donald Blake y Jane Foster, al estilo romántico

En 1969, Stan Lee decide probar de nuevo con algo que hieda a amor del clásico. El segundo volumen de My Love y Our Love Story, colección creada ex profeso para la ocasión, son las apuestas del editor jefe. Se trata de dos cabeceras con algo de solera y que no fueron del todo mal en ventas. A nivel creativo, se recuerdan sobre todo por el trabajo de John Romita Sr., con esas portadas icónicas, pese a no ser el único dibujante implicado. Por sus páginas pasean artistas de la talla de John Buscema, su hermano Sal, Gray Morrow, Gene Colan, Gil Kane o Jim Starlin, por citar una pequeña representación. Las dos colecciones se pueden considerar un relativo éxito puesto que, en un clima poco propicio, la primera de ellas llegó hasta los 39 ejemplares, con su correspondiente anual, mientras que la segunda alcanzó los 38, cerrando ambas dos en 1976.

Con la llegada de Roy Thomas al puesto de máximo responsable, éste se propuso la entrada de savia nueva, en aras de una mayor igualdad entre géneros, promoviendo un pequeño sector de cómics escrito y protagonizado por mujeres. En aquel experimento, que a la larga resultó un fracaso, se partía de adoptar muchos de los elementos de la ideología feminista, una que estaba provocando cambios en el terreno de lo social. Sin embargo, en el caso de ciertas temáticas resulta complicado. Nos referimos a una de aquella hornada, Night Nurse, escrita por Jean Thomas (la por entonces mujer del editor) y dibujada por Win Mortimer. La premisa engarzaba con el feminismo: Linda Carter decide enfrentarse a su marido, que no la deja ejercer su profesión, por lo que ésta agarra las riendas de su vida y se enrola como enfermera en el turno nocturno del Metropolitan Hospital. Allí se ve acompañada de dos compañeras, hechas a sí mismas, Christine Palmer y Georgia Jenkins, que deben bregar en un mundo de hombres. Hasta aquí, bien. La cuestión es que el desarrollo giró hacia un cómic romántico, con la cantidad de fallas que se le suponen, con Linda enamorada del chico guapo de rigor y siendo secuestrada de cuanto en cuanto. La colección solo duró cuatro ejemplares y aun así, estos tres personajes han sido reintroducidos en continuidad, de manera muy escasa, hay que señalar.

Los años setenta fueron los últimos estertores del género durante mucho tiempo. No fue hasta 1997 cuando se hizo una intentona con el Marvel Valentine Special, donde se jugaba a mezclar el más noble sentimiento con el superhéroe, ahondando en tramas protagonizadas por Cíclope y Jean Grey, el Hombre Absorbente y Titania o Peter y Mary Jane. Clásico movimiento por parte de la Casa de las Ideas. Damos otro salto importante hasta 2006, cuando una serie de cinco especiales llamados I (Heart) nos mostraban relaciones románticas, otra vez, entre superhéroes. Lo novedoso es que al mando se localiza a C.B Cebulski, con ese gusto marcado por la cultura oriental, ya saben, cuando le agradaba vestirse de Akira Yoshida, por lo que los artistas asignados a los lápices pertenecen a la escuela japonesa. Superhéroes Marvel, amoríos y dibujo manga, una mezcla curiosa, que no pasó de ese volumen.

Lo último a ese respecto se data de 2015, un especial que conectaba con la Guerras Secretas de Hickman, llamado Secret Wars: Secret Love, con portada homenaje al maestro John Romita, que sigue el modelo de revista antológica, al estilo de aquel Valentine Special, y que sirve de molde maestro al one shot de 2019.

Antes de despedir este punto, vamos a acabar con un boom. Toca recordar una mini serie bastante polémica, que sin duda se imbrica en el género (esas portadas fotorrealistas como se hacía en los 50), pero que deliberadamente se ha pretendido borrar de los anales. Hablamos del Trouble de Mark Millar y los Dodson. Primero, ni siquiera porta el marchamo de Marvel, ya que se publicó en la extinta línea Epic, allá por 2003. El escocés nos arma una trama basada en las relaciones personales de cuatro personajes, cuyo nombres de pila son Ben, Richard, May y Mary. Todo muy normal. Pero si a esos nombres tan comunes le añadimos el apellido Parker, la cosa cambia sobremanera. Así es, Millar pretendía hacer una historia que conectara directamente con la familia del alter ego de Spiderman, generando unas dinámicas entre sus progenitores, que el espectador obviamente desconocía. Joe Quesada, en su momento, no vio problema en ello, pero con el paso de los años esta serie ha sido dejada de lado, para la tranquilidad del fan del trepamuros tradicional.

Como ven, muy poca cosa en los años posteriores a su gran éxito en los cincuenta. Y pese a ello, es importante destacar que el género romántico supuso el bote salvavidas para muchos autores y su influjo se dejó notar en varias generaciones de creadores. Es justo, pues, que en Marvel, con motivo de su celebración, se hayan acordado del mismo.

El Terror Marvel

El miedo es otra de esas sensaciones básicas de la psique humana. Podemos rastrearla desde tiempos inmemoriales. Pero al igual que ocurrió en la literatura, su instauración como género es algo tardía. El comic-book había ignorado por completo la temática, algo del todo comprensible, ya que su target comercial eran eminentemente los niños, por lo que el horror no es que fuese lo más indicado para chavales de corta edad. Los tiempos cambiaron con la finalización de la II Guerra Mundial. Los tebeos de aquellos días, con un perfil escapista muy marcado, dejaron de tener sentido en una generación que ansiaba algo de mayor verosimilitud. De ahí que los años cincuenta se conviertan en unos días de géneros en la totalidad de la industria americana. La hora del cómic de terror estaba presta a comenzar.

Como casi siempre, suele haber un pionero, alguien adelantado a su tiempo, que sabe leer el signo de los tiempos y al que el resto siguen, a pies juntillas, cuando su osadía ha dado la solvencia necesaria. En este caso, toca hablar de Bill Gaines, máximo responsable de EC Comics en aquellos momentos. Bill era hijo primogénito de Max Gaines, uno de los “inventores” del formato cómic y Publisher legendario desde los comienzos de la industria. El pequeño de los Gaines hereda un negocio al que no estaba predestinado, ya que se encontraba en sus años universitarios, centrado en la carrera de física. Pero el destino es así. El prematuro deceso de su progenitor le puso en una situación complicada, con una editorial con problemas financieros que le podía provocar muchos contratiempos legales. Sin comerlo ni beberlo, no estaba en posición de desentenderse del legado de su padre.

Los primeros giros hacia lo grotesco

A veces decisiones forzosas pueden inducir el gusanillo para gente con talento. William comenzó a implicarse en el negocio, a tomar decisiones y a obtener beneficios con ciertos aciertos. Uno de ellos, adivinar que la generación lectora post guerra mundial ansiaba géneros apegados a la realidad. Gaines fue transformando las anquilosadas revistas de su padre en los géneros que triunfaban en el momento, al estilo Goodman, con el romance y el crimen entre sus primeras espadas. En estas últimas, los argumentos se hicieron más sangrientos y los criminales obtenían un punto grotesco, tratando de ir más allá de las líneas rojas editoriales. Gaines padre había aprobado un código, redactado por Sheldon Meyer, para cualquiera que trabajase en su empresa. En él se dejaba bien claro que no se podían mostrar escenas explícitas (tortura, amputaciones y demás maldades), aparte de evitar los típicos asesinatos, con arma blanca o arma de fuego. William no quería más barreras de las ya impuestas, por lo que se propuso acabar con ese código caduco, dando vía libre a sus creadores para tratar con el género de los crímenes.

Nos encontramos en el año 1950. La revista Crime Patrol instaura un truco narrativo que será muy copiado por la posteridad; las tramas de la revista eran presentadas por un personaje siniestro llamado Crypt-Creeper. Todavía nos encontramos en el entorno del conocido como género del crimen, pero el salto estaba preparado para ser realizado. En abril de 1950, Crime Patrol se transforma en Crypt of the Terror, convertido ya en un título genuino del horror. Dos números después, la revista se renombra como Tales of The Crypt, hasta su definitiva cancelación en 1955, uno de los nombres míticos del terror, con artistas como Al Feldstein, Wally Wood y tantos buenos profesionales a su servicio. A continuación, surgen The Vault of Horror y The Haunt of Fear, como fieles escuderas en la temática. La era del dominio de la EC queda instaurada.

El dueño de Timely enseguida se dio cuenta de la buena acogida del terror en los puntos de venta. Pese a ser reacio a tocar ciertos temas polémicos, Goodman mandó que se instaurase una línea con la temática en su editorial. El bueno de Martin no había sido ajeno a lo grotesco. Pese a que la definitiva instauración del terror se debiera a la EC de Bill Gaines, no se pueden negar conatos anteriores. Cabe recordar, como raros ejemplos, el Doctor Occult, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster para New Fun Comics #6 (nada menos que en 1935) o el Frankenstein Comics de 1945. Pues bien, previo a esa fecha oficial, colocada en el año 1949, varias cabeceras de Timely giraron hacia lo grotesco. Sin ir muy lejos, podemos ver tal deriva en Captain America Weird Tales, donde se apelaba al Centinela de la Libertad en su portada, pero que del que se prescindía para interiores, buscando un toque retorcido de más en esas historias. Mismo caso se podría aplicar a Amazing Mysteries (heredera de Sub-Mariner Comics), Astonishing (tras el breve periplo de Marvel Boy) o Venus, un título ligero transformado en una cabecera muy alejada de su tono original.

En apenas cuatro años, y con la compañía renombrada como Atlas, se convierte en una máquina de generar revistas de terror. Comenzamos con Mystic, en marzo de 1951, y seguimos con Spellbound (marzo del 52), Mistery Tales (abril del 52) o Uncanny Tales (junio del 52), por citar las más longevas. Todas ellas se componían de historias antológicas, buscando epatar en el confiado lector, con la participación habitual de escritores como Stan Lee o Hank Chapman, y por supuesto, talento a raudales en la parcela gráfica: Al Hartley, Joe Mannely, Fred Kida, Russ Heath, Bill Everett, Gene Colan, Paul Reinman, Dick Ayers, Mike Sekowsky y Jerry Robinson. No están todos los que son, pero sí los que se deben citar para dar fe de la calidad de los artistas implicados.

De la terna terrorífica, vamos a quedarnos con Menace, una cabecera de sorprendente calidad para los estándares actuales. Stan Lee consiguió sacar sus mejores habilidades en el terreno del miedo para configurar un producto que tuvo una corta vida editorial (solo 11 ejemplares) pero que ha perdurado en el catálogo de la compañía como una de las mejores representaciones del horror de los 50. Mucho de ese impacto debe atribuirse a los dibujantes implicados, de sobra conocidos por el lector de esta entrada, destacando la aportación de un artista tan dotado para los géneros como era Bill Everett.

El tebeo de terror vendía lo suficiente como para mantener las diferentes editoriales a flote (al igual que el romance o el bélico, géneros con muy buena salud comercial). A mediados de la década, se produjo un golpe sin precedentes en el medio, con la creación del Comic Code Autorithy. La sociedad bien pensante norteamericana se contagió de ese clima propicio a la “caza de brujas”, tan característico de los cincuenta, para criminalizar algo tan inocuo como los comic-books. La campaña auspiciada a raíz de los estudios de Frederic Wertham, acerca de la mala influencia de los tebeos en la mentalidad de sus jóvenes consumidores, se transformó en un juicio sumarísimo a toda la industria, en el que hubo claros perdedores, entre ellos, el terror. El Comic Code prohíbe taxativamente gran parte de los rudimentos del género en las revistas a color. Algunas empresas se negaron a someterse, caso de la EC de Bill Gaines, lo que le llevó a su desaparición. La Atlas de Goodman se plegó a todos sus requerimientos.

El Zombie de Lee y Everett

El Comics Code generó una crisis sin precedentes en el medio, la más grave de su historia. La pérdida de temáticas como el horror o los crímenes, junto con el blanqueamiento del romance, supusieron una fuerte bajada de ingresos en el tejido editorial, provocando cierres y despidos por doquier. De todas formas, el abandono de la temática no fue inmediato. Las colecciones señeras (Mystic, Spellbound, Uncanny Tales, Mistery Tales) se mantuvieron en los puntos de venta hasta bien entrado el año 1957. Su contenido giró hacia el misterio, hacia el suspense, más que el horror en sí, ya que se muchos conceptos quedaron vetados para el Comics Code. Pero aun así, es necesario recordar que trazos del mismo quedaron durante el resto de la década.

El género del horror se convirtió en un simple recuerdo para el aficionado al comic-book de los sesenta, algo que se hacía en el pasado. No así para el lector adulto, ya que a mediados de la década se produjo un nuevo repunte, en el blanco y negro, gracias a la editorial Warren Publishing, que potenció mucho su catálogo en esa vía. Eerie, Creepy, Vampirella, entre otras, pasaron a ser sensación ya que tenían una mayor libertad, al no tener que ser juzgados por el Comics Code. A lo lejos, en la Marvel de Goodman, ciertos editores, llámenlo Stan Lee o Roy Thomas, observaban con admiración lo que se hacía en Warren. De todas formas, el organismo censor estaba recibiendo presiones para que bajara algunos de sus presupuestos. Hitos como la publicación de “La Trilogía de las Drogas” en Amazing Spider-Man, sin el sello censor, o la introducción de un vampiro, de origen científico, en la misma colección, apodado Morbius, supusieron dos clavos casi definitivos para que el Code rebajara sus exigencias. En 1971 se da luz verde para la introducción de los monstruos clásicos del terror en el mundo del tebeo a color. La temática vuelve a estar disponible, después de muchos años secuestrada.

En la Casa de las Ideas prepararon el desembarco de la temática en sucesivas oleadas. Aparte de la obviedad de hacerlo en el ámbito del comic-book, se abrió un nuevo panorama con la inclusión del sello Curtis, el sector adulto, en blanco y negro, de la editorial. Entre cómics y magazines, Marvel publicó una gran cantidad de material sobre el género durante estos años setenta: Werewolf By Night, Monster of Frankenstein, Ghost Rider, Adventure into Fear con el Man-Thing, Tomb of Dracula o Son of Satan representan el culmen en el territorio del comic-book, mientras Tales of the Zombie (con Simon Garth, un personaje recuperado de Menace), Dracula Lives! o Legion of Monsters hicieron lo propio con el sector para el lector maduro. No se puede negar que los estamentos editoriales pusieron todo su empeño para instaurar una sección fija sobre el terror en la Casa de las Ideas. Tanto que incluso pusieron en marcha colecciones como Crypt of Shadows o Monster of the Prowl, que se nutrían básicamente de reediciones de los cincuenta. A pesar de los evidentes esfuerzos, la temática se fue desinflando de manera paulatina, quedando en los ochenta únicamente ciertos personajes integrados, de manera residual, en el entorno superheroico.

Los noventa volvieron a traer, nuevamente, a los personajes olvidados del género. Eso sí, con la mezcla diluida, ya que prácticamente hablamos de superhéroes (o mejor dicho, de antihéroes) con toques oscuros. El fenómeno dio inicio con un nuevo volumen del Ghost Rider, que a la vez trajo un entramado editorial que se denominó “Los Hijos de la Medianoche, con renovadas colecciones al servicio de la temática: Morbius, the Living Vampire, Spirits of Vengeance, Darkhold: Pages from the Book of Sins y Nightstalkers. Durante el resto de la década, su influjo se mantuvo vigoroso, con la recuperación de personajes como Blade, Morbius o el mismo Drácula en persona. Un material que en muchos casos no supera el corte de una calidad mínima, pero que al menos recordaba al aficionado marvelita que el terror era parte de su legado.

Tras este convulso periodo, poco más se puede resaltar con respecto al género del horror. Repetimos que muchos de esos caracteres han permanecido en el día a día de la compañía, a veces incluso con series en curso, pero muy alejados de las bases definitorias del mejor terror. Podemos ver al Hermano Vudú, al Hijo de Satán, al Motorista Fantasma o a Blade en colecciones tan importantes como Vengadores o ilusionarnos con un revival de los Espíritus de la Venganza, por si las altas instancias decidían apostar de nuevo por estos desclasados, aunque sentimos que la editorial está muy lejos en sus intenciones de potenciar este sector, tal y como estaba de implicada en otras épocas.

Los Hijos de la Medianoche

Así pues, en este S. XXI hemos visto especiales con el encabezado de la Legión de los Monstruos, mini series en la Línea MAX (Werewolf By Night, The Zombie: Simon Garth) o series regulares de Morbius, durante el Marvel Now! Pero lo más importante en esta época contemporánea ha sido el fenómeno de los Marvel Zombies, una idea que surgió del entorno Ultimate, más concretamente en los 4F de Mark Millar y Greg Land de aquel universo alternativo, y que un gurú de la temática como Robert Kirkman supo aprovechar para sus propios intereses. Así se iniciaron varias iniciativas con los Marvel Zombies, que partieron de la casquería barata de Kirkman, hasta llegar a la cuestión multiversal de Fred Van Lente, muchísimo más inspirada. En fechas muy recientes, el evento Contagion abría la puerta a una nueva resurrección de la marca, por lo que los Marvel Zombies están de nuevo en el mercado.

Y con esto cerramos el apartado repaso en lo que corresponde al homenaje a esos 80 años repletos de géneros. Toca centrarnos en el material en sí, aspecto que pasamos a desentrañar en las líneas subsiguientes.

Timeless Tales

Edición original:. Marvel Comics . Crypyt of Shadows #1, War is Hell #1, Journey into Unknown Worlds #1, Love Romances #1, Gunhawks #1 y Ziggy Pig, Silly Seal #1 (2019)
Guion:.Al Ewing, David Lapham y otros
Dibujo:. Garry Brown, Howard Chaykin y otros
Entintado:. V.V.A.A.
Color:. V.V.A.A.
Formato:.Tpb americano; tapa blanda
Precio:.

19,99 $

Ochenta años de géneros, ochenta años de historias, algo que no es nada sencillo conseguir. En Marvel fueron muy conscientes de que tenían que sublimar su pasado, ante una efeméride tan evidente. Por lo que una de las iniciativas fue seleccionar algunos de los creativos de la compañía y proponerles un salto al pasado, en forma de especiales basados en los géneros que mantuvieron a salvo a la editorial en tiempos caóticos. Los elegidos fueron el terror, el humor, el romance, la ciencia ficción, el western y el bélico. C.B. Cebulski involucró a los mejores editores a su cargo, gente como Mark Paniccia, Devin Lewis, Nick Lowe, Mark Basso y Jake Thomas, que se encargarían de buscar en el baúl de los recuerdos nombres que recordaran a cabeceras clásicas de las temáticas y preparar a los distintos equipos artísticos para la aventura. Los especiales tienen fecha de portada que corresponde a enero y febrero de 2019, por lo que su salida se programaba para marzo y abril.

Finalmente, en mayo del año pasado, se recopiló todo en un tpb, que es el que tenemos entre manos. Vamos a echar un vistazo a las diferentes historias, de manera individualizada. Es obvio que nos hallamos ante un tomo antológico, por lo que, de inicio, si no gustan este tipo de agrupaciones, poco interés va a generar. De entrada, es un tipo de material que varía mucho según la implicación de los autores, por lo que nuestro objetivo es desentrañar si la suma de las partes otorga cierta valía a su conjunto. Seguimos, sin ningún tipo de interés especial, el orden del tomo, comenzando a analizar el primero de los one shots incluidos.

El título que abre fuego es el Crypt of Shadows de Al Ewing, dibujado a varias manos, con artistas de la talla de Garry Brown, Stephen Green y Djibril Morrissette-Pham. Esta colección fue uno de esos experimentos surgidos en los setenta en los que únicamente se aireaban reediciones de terror. Su nombre es lo suficientemente terrorífico para llamar la atención, por lo que Ewing tenía parte del camino ganado. El guionista de origen inglés es una de las principales estrellas del organigrama editorial. Poco a poco, se ha ido haciendo un hueco y con el pelotazo que ha supuesto Inmortal Hulk se puede decir que es uno de los nombres más prestigiosos asociados a la marca. Veamos en que basa su acercamiento al terror.

El terror, por Garry Brown

La trama se divide en tres momentos muy concretos, aspecto buscado de manera deliberada para que los tres artistas puedan otorgar su propia voz gráfica al relato. El mismo Al lo contaba en una entrevista tal que así: “Jake Thomas me preguntó si tenía un hueco en mi agenda para un título, al estilo horror de la EC, con muchos artistas y la verdad, sonaba divertido”. Un hombre torturado por un miedo irracional hacia los perros, un tratamiento psicológico, una terapeuta que no es lo que parece… diversos ángulos, distintos puntos que terminan por confluir en un final angustioso. Es un planteamiento que recuerda al terror más puro, algo que muchos críticos le recuerdan que está haciendo en la actual serie del Goliat Esmeralda, aunque Ewing difiere un poco de esa percepción: “si Shadows está influido por las historias de horror, Inmortal Hulk lo está por la religión, por la psicología, por el ocultismo, por la tradición Marvel, por algunos de sus problemas más íntimos…”. Lo que no se puede negar es que el guionista se esfuerza por montar una trama elaborada, con un sorprendente giro a su conclusión, y que juego hay del bueno con el llamado terror psicológico.

El siguiente en desfilar es el género bélico y el nombre del especial responde a War is Hell, recuerden, aquel contenedor de reediciones que al final transmutó en una mezcla de guerra y terror. Este one shot consta de dos partes bien diferenciadas; la principal corre a cargo del legendario Howard Chaykin, vestido con el traje de autor completo y ayudado únicamente al color por Edgar Delgado. La más breve viene firmada por Phillip Kennedy Johnson, autor que está despuntando en el panorama americano y cuyo trabajo más reconocido es The Last God en el sello adulto de DC Comics. El artista que se encarga de su parte es Alberto Alburquerque, famoso por Letter 44 o Mistery Girl.

El bélico, por Howard Chaykin

Nos adentramos en un clásico territorio del bélico, la II Guerra Mundial. Chaykin, que se ha declarado “profundamente patriota y profundamente escéptico”, en aparente contradicción consigo mismo, nos presenta la típica diatriba entre germanos y aliados, con un pequeño punto de unión entre ambos contendientes enfrentados, la música. Lo cierto es que el argumento parece un poco simplón y el armazón demasiado liviano, para ser obra de un autor que siempre se ha esforzado en ir más allá, en buscar un tratamiento profundo de personajes, en alcanzar una lectura sociopolítica del momento. Pero aquí no hay nada de eso. Hemos notado a Howard bastante apagado en sus últimas colaboraciones con Marvel y DC (lamentable su aproximación a los Boy Commandos y a la Newsboy Legion con motivo del Centenario de Kirby). Y es que este creador se queja amargamente de que las dos grandes le hayan ninguneado, a lo largo de los años. Quizás sea ese el motivo de la desgana con la que entrega sus postreros guiones. No así en el apartado gráfico, que como buen renovador de la narrativa secuencial, se mantiene espléndido, tirando, eso sí, de recursos bien conocidos.

War Devil” es la forma de adentrarse en las entrañas de la guerra de Kennedy Johnson. Este escritor plantea un relato más intimista, de corte psicológico, al ambientarlo en la más reciente guerra de Afganistán, tratando de calibrar hasta qué punto un conflicto de este calado puede alterar la psique de los desvalidos soldados. El estilo y la narrativa de Alburquerque le sienta como un guante a la historia, lo que se complementa con los colores de Andres Mossa, apagados, grises, fríos, que provoca una desazón que se transmite fácilmente al lector.

La tercera parada es Journey Into Unkwown Worlds, una colección que sublimaba la ciencia ficción en los 50. Comparte la estructura del one shot anterior, es decir, dos historias conforman las veinte páginas de la publicación. La primera a cargo de Cullen Bunn, autor multitarea, capaz de recrear varios géneros en diferentes editoriales, aunque ha estado muy ligado a Marvel en tiempos recientes. El segundo firmado por el novelista Clay McLeod Chapman, que parece empeñado en triunfar en el noveno arte (Iron Fist. Phamtom Limb o cruces varios con el Absolute Carnage de Donny Cates). Les acompañan en el apartado gráfico el español Guillermo Sanna (dibujante precisamente de Phantom Limb, Luke Cage o Bullseye) y el italiano Francesco Manna (Cloak and Dagger. Negative Exposure, Prodigal Sun o Tony Stark: Iron Man).

La ciencia ficción, por Guillermo Sanna

Comenzamos con Bunn, aquel que tiene el nombre más reconocido de la dupla. Imaginen una expedición científica investigando un misterioso peligro biológico y hacia donde nos puede llevar. Así de sencillo, pero así de intenso. El guionista define las intenciones de la siguiente manera: “más que nada, quería que la sensación de rareza impregnara toda la historia. Es extraña, retorcida y la impresión de extrañeza está ahí desde el panel número uno”. McLeod, en cambio, presenta un grupo de scouts, en una de sus acampadas rutinarias, relatando cuentos sobre aliens venidos del espacio exterior, a la luz de una fogata….. la cosa no pinta que vaya a acabar nada bien. Este guionista también se presta al juego de definir su aproximación al género: “la manera en la que yo veo la experiencia es tal que así: la intención es recuperar ‘The Thing from Another World’ (El Enigma de Otro Mundo, en España) de Howard Hawks. Y después de haber puesto nuestras manos en ella, la convertimos en ‘La Cosa’ de John Carperter”.

Pasamos al amor, con Love Romances, un especial trufado de historias, pura antología de género. Nada menos que cuatro relatos diferentes forman las veinte páginas de la revista, por lo que vamos a ser más breves, si cabe, en las descripciones de las tramas, dado que el trasfondo se puede dar por reconocido, pese a que cambien los matices en cada parte. La primera viene firmada por Gail Simone, autora con gran solera en las dos grandes, que parecía que hacía de Marvel de nuevo su casa, con serie regular de Domino y varias asignaciones más, pero que ha vuelto a desaparecer del radar. Su enfoque se acerca al steampunk, con una mezcla de ambientación de época con toques futurísticos, confrontando la frialdad de la máquina con la candidez de los sentimientos. Del arte se encarga Roge Antoniô, dibujante brasileño que se ha acabado asociando a Conan en días recientes, un registro muy diferente al de esta obra.

Le sigue Margaux Motin y Pacco Dowling-Carter con una historia de fantasmas y de amor, que de gótico tiene poco, al contrario, ya que su línea clara y su bella traslación al papel, con un guion completamente mudo, nos deja con un nudo en nuestra garganta. Estos dos autores provienen de la BD, en un movimiento audaz por parte de Mark Paniccia, editor del especial. Habituados a ser autores completos en su Francia natal, su trabajo conjunto se complementa de manera orgánica y los convierte en dos nombres a seguir. De Motin es España tenemos alguna cosilla publicada, como “Me habría encantado ser Etnóloga”, en la editorial Dibbuks, o “¿Mujer Perfecta? ¡Ni loca!” en ZigZag, mientras que de Pacco nos tenemos que contentar con leer sus sketches por internet.

El romance, por Motin y Pacco

Seguimos nuestro repaso con la tercera historia, a cargo de Dennis Hopeless (Avengers Arena, Spider-Woman, las adaptaciones del Spiderman versión PS4), un clásico de la editorial desde 2012, que nunca ha llegado a dar el salto de calidad, y eso que no se puede negar que le han llovido bastantes asignaciones. Su media naranja creativa en este viaje es Annapaola Martello, una joven dibujante italiana que intenta hacerse un hueco en el mercado americano desde el año 2014 (Silk, Scarlet Witch, Captain Marvel, Black Panther: Prelude, entre otros). Hopeless y Martello componen un relato que recuerda a aquellos cruces entre el western y el romántico que tanto le gustaban a Goodman, puesto que la ambientación huele a salvaje oeste pero su trasfondo es puro amor.

La última de las partes que componen este puzle viene firmada por Jon Adams como autor completo. Se trata de una figura que se está labrando un nombre en la industria, con su obra más reconocida, Failsafe, en la editorial Vault. Para Marvel ha hecho pequeños encargos en el pasado reciente, como participar en especiales que recordaban a cabeceras clásicas (Bizarre Adventures o Crazy) o en territorio más convencional (Age of the Rebellion: Princess Leia). Su aportación se aproxima al humor, con una trama de corte paródica, excesiva en determinadas partes, aunque sin evitar ese final feliz, lleno de corazones, que tanto nos gusta a los lectores.

En definitiva, se trata de historias cortas, autoconclusivas, cada una sublimando un tipo de amor específico: el imposible, el truncado, el que lucha contra todo lo que le rodea y el inasequible al desaliento. Aproximaciones todas ellas muy válidas, que nos sirven para recordar que este género, si se sabe tratar, puede aportar variantes muy estimulantes en la exaltación del amor.

Con Gunhawks, o lo que es lo mismo, el homenaje al viejo oeste, recuperamos la estructura tradicional del cómic de veinte páginas, obviando el proceso antológico. Para este cometido contamos con David y Maria Lapham, al guion, mientras que el arte corre a cargo de Luca Pizzari. David Lapham, el legendario creador de Balas Pérdidas (junto a su mujer en la tarea de la edición), ha colaborado de manera activa con Marvel a lo largo de los años, por lo que no es de extrañar una nueva entente para una renovada aproximación al western. En este caso viene acompañado para tales menesteres de su esposa, Maria, que siempre estuvo al lado de su pareja y que últimamente se ha visto más implicada en la cuestión creativa, como bien demuestra su reciente obra independiente, Lodger, en la editorial IDW. Pizzari es otro activo de la editorial, que suele contar con asignaciones frecuentes (Red Skull, Black Night, Weapon X) pero que, hasta ahora, no ha llegado conseguido asentarse en una serie de renombre.

El western, por Luca Pizzari

Nos encontramos ante la joya de la corona del tomo (si bien, ese relato romántico de Motin y Pacco siempre tendrá un hueco en el corazón de este redactor). Los Lapham son expertos en género negro, saben cómo nadie manejar los rudimentos del thriller. Nos presentan a un rudo sheriff que se da cuenta que debe enfrentarse a los pecados de su pasado, justo cuando parecía que estaba enderezando su vida. Para ello, contamos con la dosis pertinente de tiros, luchas y demás dialécticas del oeste, pero también con desarrollo de personajes y un contexto histórico que se une con los tiempos de Pancho Villa y su revuelta en México. Una obra perfectamente engarzada y muy bien dibujada, que se convierte en un claro llamamiento para todos aquellos que ansíen disfrutar con un buen western.

Terminamos con el humor, una de las temáticas más incomprendidas en el mercado actual, pese a ser un puntal en ventas, en sus buenos momentos. Para este acercamiento contamos con una pluma muy asociada a Marvel, Frank Tieri, con una cantidad ingente de obras en la editorial. Se le une en la escritura John Cerilli, productor y ejecutivo de contenidos digitales que ha dado salida a su hobby con respecto a la escritura en algunos tebeos de humor. El dibujo lo pone Jacob Chabot, artista especializado en cómic infantil (Spongebob, Plants vs Zombies, The Simpsons, etc.), que ha colaborado de manera muy puntual en algún número con la Casa de la Ideas. Su carrera parece que circula por otros derroteros.

Los elegidos para protagonizar este one shot son dos viejos conocidos, dos animalillos antropomórficos muy asociados a la Era Timely, Ziggy Pig y Silly Seal. El nudo gordiano de la trama parte de otro tebeo, lo que le hace una rareza dentro de la antología. En el Deadpool vol.7 #8 (para aclararnos, el volumen que comenzó en 2018), Skottie Young y Nic Klein se acordaron de los simpáticos animales parlantes de los años 40. La cosa terminó allí muy mal para Willy Seal, que pasó a ser el primo malvado de Silly. Comenzamos esta historia observando las consecuencias de aquello. Lo importante es que Ziggy se nos muestra como una antigua celebridad caída en desgracia. De hecho, más bajo no se puede caer. Mientras, su compañero Silly nada en dinero y gloria. Esto genera en el cerdo un retorcido problema de celos que le llevará a traspasar ciertas líneas, en aras de perpetrar su venganza.

El humor, por Jacob Chabot

Nos hallamos ante una extraña amalgama, que pretende tirar de varias tradiciones, en muy pocas páginas. Por un lado, la parodia más descarnada, por otro una caracterización de Ziggy que nos recuerda al Howard el Pato de Steve Gerber, para terminar con refritos de chistes y gags varios. Es de agradecer ese intento de disparar contra todo, en un momento de inspiración de los autores, con esa parodia de las convenciones de cómics que resulta ser la celebración de un sucedáneo con los perdedores y olvidados de Marvel en un sucio callejón. Por aquí pasean Hawk Owl y Woody del Universo Ultimate, Forbush Man, Wundarr, Brute Force o los propios autores (Tieri y Chabon), entre otros, en busca de algo de atención. La pena es que esto es un simple espejismo, ya que el resto del ejemplar apenas consigue su finalidad de entretener y desde luego, cuesta bastante esbozar si quiera una pequeña sonrisa, por lo que su objetivo se puede decretar como fallido. Y es que ya lo dicen los sabios, hacer llorar es muy sencillo, pero reír…… amigos y amigas, es otra historia.

Con eso se cierra la recopilación de estos especiales que celebran los géneros por el ochenta aniversario de la editorial. Y como se ha podido apreciar por mi relato, tenemos un poco de todo. Hay material verdaderamente bueno, como el Gunhawks de los Lapham y Pizzari, el Shadows de Ewing y varios colaboradores, más algunas secciones de la parte bélica y romántica del volumen. El resto se mueve en un “no está mal” de manual, por no hablar de las tremendas decepciones que han supuesto la parte de Chaykin en War is Hell y el episodio protagonizado por Ziggy Pig y Silly Seal. Esto es algo que suele ocurrir con demasiada asiduidad en los volúmenes antológicos. Diferentes autores, distintas sensibilidades, por lo que cuesta conectar con todo tipo de lectores.

El apartado gráfico mantiene unos buenos estándares de calidad. Ninguna de las firmas son superestrellas del medio (bueno, la excepción es Howard Chaykin). La mayoría son artistas que tratan de labrarse un nombre en el complejo mundo del noveno arte americano. La totalidad de ellos se encarga de lápiz y tintas de sus asignaciones, por lo que no vamos a nombrarlos otra vez, en un ejercicio repetitivo. Sí nos vamos a acordar de los coloristas, que realizan una labor espléndida y a menudo son los grandes olvidados del proceso artístico: Chris O’Halloran, Edgar Delgado, Andres Mossa, Lee Loughridge, Jim Charalampidis, Tamra Bonvillain, Neeraj Menon, Rachel Rosenberg y Stefani Renne redondean la faena con sus tratamientos del color. Tampoco se suele hablar de los rotulistas, labor que en este tomo se reparten tres nombres, Travis Lanham, Ken Bruzenak y Joe Caramagna. Por último, los portadistas fueron escogidos específicamente para cada temática. Kyle Hotz sería el encargado del terror, Dan Panosian del bélico, Mike McKone de la ciencia ficción, Pyeong-Jun Park en el romance, Gerardo Zaffino para el western y Nic Klein la dedicada al humor.

Portada de Kyle Hotz para uno de los especiales

El formato es el Tpb americano, que sale perdiendo, en términos de calidad, con los 100% Marvel que se publican por aquí. El papel es de inferior gramaje y las tapas se quedan dobladas a la segunda leída, pero eso no es nuevo; ya sabemos que Marvel no suele cuidar muchos sus productos de batalla. El tomo incluye su ración de portadas alternativas y textos a modo de epílogos donde se pone en contexto cada uno de los géneros incluidos.

En conclusión, este Timeless Tales es un tomo que sirve como homenaje necesario a una forma de publicar prácticamente olvidada. A ese respecto, su cometido queda ampliamente cumplido. Ahora bien, se trata de simples episodios antológicos, que no van a pasar de ahí, por lo que no aspiren a una trascendencia que la propia obra no busca. Se trata de pasar un buen rato sumergiéndote en los artificios de los distintos géneros. Algunos lo consiguen, otros no llegan a los mínimos requeridos. Por lo que solo queda recomendarlo a aquellos que sientan una verdadera conexión con las distintas temáticas expuestas.



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