Javier Vázquez Delgado recomienda: Flash #36-38 Año Uno
Edición original:The Flash núms. 70-75 USA.
Edición nacional/ España: ECC Ediciones.
Guion: Joshua Williamson.
Dibujo: Howard Porter.
Entintado: Howard Porter.
Color: HI-FI.
Formato:Grapa, 48-64 págs. A color.
Precio: 3,50 / 4,95 euros.
Correr no es solo hacer ejercicio. Correr es mucho más que mover las piernas. Correr es mucho más que desplazarse más rápido. Correr es una forma de entender la vida y nadie corre como Flash.
Llega un momento en la carrera editorial de todo personaje DC, que se narra su particular Año Uno. Bien por intereses meramente editoriales, bien por motivación personal de los autores, la cuestión es que, como el propio Morrison ha comentado muchas ocasiones, cuando se trabaja en una etapa larga de un personaje has de contar su primera aventura y su última aventura, y ahora le ha llegado el turno a Flash que, de la mano de Joshua Willamson, encara la que fue su primera aventura tras ser golpeado por el rayo y de alguna forma también su última batalla.
Se llega a este punto de la serie con claros síntomas de agotamiento en las tramas. La historia gira sobre conceptos que no acaban de aportar novedades palpables, mientras todo el elenco de personajes se encuentra sumido en un bucle del que Williamson no quiere o no sabe salir. El flujo de equilibrio entre acción y caracterización se ha estancado y ya solo la propia fuerza inercial del personaje puede ser motivo para no abandonar la serie. Y, sin embargo, este Año Uno llega para reconciliar al lector con la serie de nuevo.
Con una trama que arranca en la niñez y que recorre la citada primera gran aventura de Barry en la que, viaje en el tiempo mediante, se ponen en marcha los acontecimientos que desencadenaran un enfrentamiento entre héroe y villano de lo más escabroso. Un combate que resultará exigente y duro para Barry que deberá madurar en su nueva condición como defensor de Central City.
No es necesario explicar más de la historia, dejando todo en meras pinceladas, a fin de proteger la posible sorpresa que encierra este arco argumental, para aquellos que han de encarar todavía su lectura.
El tratamiento de Williamson de Barry hasta el momento ha resultado errático. Barry se mueve entre un mar de autocompasión y un mar de culpabilidad, que lo bloquean a la hora de poder desarrollarse. Sus relaciones se muestran muy pendulares y en Año Uno se agradece que esa actitud tan marcada no se proyecte de forma tan evidente. Aquí Barry está desorientado, tímido, asustado, perdido, abrumado y aplastado por una situación para la que no está listo, pero en la que es capaz de moverse gracias a la esencia personal que atesora en su interior. Una esencia que no es un secreto para nadie que conozca al personaje y que haya leído algo a lo largo de estos últimos años. Nos referimos a la esperanza.
Sobre esa esperanza se construye esta historia, tomando los valores más clásicos de lo sabido del origen de Flash y añadiendo nuevo aderezo con el que cocinar una trama que convence, pero que se siente muy guiada, muy forzada en ciertos momentos con tal de que pasen las cosas que han de pasar. Pero cumple, y cumplen bien en muchos otros aspectos mucho más interesantes como en ese sincero homenaje al noveno arte que impregna los tres números que engloban este arco en su edición española. Funciona cuando Williamson no cae en la trampa de volver a recrear el asesinato de Nora Allen. Funciona a la hora de insertar a sus propias creaciones en este primer año de existencia del Velocista Carmesí. Funciona a la hora de mostrar el accidente y como reacciona Barry investigando sobre sus nuevas habilidades. Funciona por como mira a la Edad de Plata… En definitiva, funciona en los diferentes escenarios que se van desplegando, sin resultar dañinos los trucos a los que Williamson recurre.
Trucos necesarios al ser el objetivo de Williamson el poder definir su versión de Flash, de Barry Allen, en concreto, (puesto que a Wally fue Waid el que lo definió de forma clara y determinante), centrando su mirada en la parte emocional de Barry para encarar su primera gran amenaza. Una amenaza que va en contra de sus propios poderes, manifestándose con un poder de devastación enorme. Y he ahí uno de esos trucos del escritor, que hace de las motivaciones del villano algo vacío y muy pillado con pinzas, como si no hubiera sido capaz de llegar más lejos con el trasfondo emocional de la némesis de Flash. Se opta por lo sencillo, lo cómodo, para cumplir con el expediente de manera que lo demás engrane bien, perdiéndose una oportunidad de oro para poder dibujar de forma muy intensa sobre ese lienzo que es el villano de la función.
Año Uno es un círculo. Es un principio y un fin en sí mismo, un canto a Flash y a que Barry se reconcilie con toda una generación de aficionados. Destaca por todo el cariño que hay depositado en la historia y al poderoso acabado gráfico de un Howard Porter descomunal.
Porter se muestra desatado y realiza uno de sus mejores trabajos hasta la fecha. Su puesta en escena resulta fantástica, poderosa, cinética, inquieta, intensa y profunda, siendo capaz de modular su trazo y narrativa visual a cada uno de los aspectos demandados por Williamson. Si bien es cierto que el conjunto gráfico de Año Uno es soberbio, si se notan en algunos momentos algunos pequeños deslices que bien pueden ser achacados a las prisas por la entrega de los lápices en cada número. Algo menor. Sin duda es todo un deleite visual, lo que confirma la enorme calidad que atesora esta serie en lo que ha dibujantes se refiere.
Si se ha llegado hasta aquí con los músculos cansados, el ánimo bajo, las ganas de leer a Flash muy apagadas, con Año Uno se puede decir que se recupera la esperanza de nuevo en que la serie y el propio Williamson sean capaces de dar ese paso que precisan al frente con decisión y romper el inmovilismo en el que ha caído la colección.
Toca romper la barrera del sonido.
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