Javier Vázquez Delgado recomienda: Clase Letal 6: Esto no es el final

Edición original: Deadly Class #’s 26-31 USA, Image Comics.
Edición nacional/ España: Norma Editorial.
Guion: Rick Remender.
Dibujo: Wes Craig.
Color: Jordan Boyd.
Formato: Rústica.
Precio: 16,50 €.

Esto no es el final. Podría ser una frase en referencia a nuestro encierro, que sabemos que se va a alargar durante bastante tiempo. Podría ser también dirigida a nuestra sociedad, que sin ningún lugar a dudas superará esta situación y volverá a rehacerse. Podría referirse a nuestra santa web, que en estos tiempos complicados tratamos de mantener rodando como siempre, buscando darle algo de normalidad al día a día de nuestros queridos lectores. Y es por eso por lo que al final solo hace referencia a algo tan banal pero tan apetecible y disfrutable como el título de otro cómic con el que quedarte en casa. Hablamos, claro, de un nuevo número de Clase Letal.

Lenta pero firme, como el goteo de un reloj de arena, continúa nuestra cobertura de una de las mejores obras que se pueden encontrar durante esta última década en el mercado independiente, esa serie en la que los alumnos guardan katanas y explosivos en su taquillero y hacer novillos es la opción más razonable de todas. Mientras que el tomo número ocho llegó a nuestras tiendas hace muy poco, nosotros alcanzamos la sexta entrega en nuestro conteo particular después de que el tomo anterior nos dejara con unos acontecimientos arrolladores y una revelación maravillosa. Así que si no has leído hasta el quinto tomo, ¡vade retro!

El pasado de Saya le ha dado caza, y la implacable asesina y estudiante número uno de Kings Dominion ha caído en las garras de su peligroso hermano Kenji, un líder Yakuza que le guarda mucho más que rencor a su hermanita pequeña. La historia familiar de nuestra ejecutora nipona favorita se nos mostrará en todo su esplendor, mientras en la Escuela el grupo de novatos que conocimos en el número anterior se va uniendo más y más a la vez que sus encontronazos con la cúpula de poder formada por Shabnam, Viktor, Grogda y Brandy les va poniendo más y más en una situación ciertamente incómoda. Todo eso sin contar con que nuestra pareja favorita ha conseguido encontrar la paz en un pueblecito playero más allá de la frontera, ¿pero hasta cuándo?

Después del tremendo final que vivimos en el arco anterior, Rick Remender nos vuelve a quitar el pie del acelerador y se toma su tiempo para hilar los nuevos camino de su trama. La historia no para de tocar nuevos peldaños y cruzar a nuevos personajes, eso desde luego, pero después de tantas emociones fuertes como las vividas en los dos arcos previos, este camino se le hace a uno hasta tranquilo, si es que puede describirse como tranquilo algo de lo que sucede en esta maravillosa serie. Por fin le ponemos cara al pasado de Saya, con el que aprenderemos que las dotes de la japonesa ya despuntaban incluso desde niña, y que por supuesto no hay un solo estudiante de esta maldita escuela que no haya pasado por sucesos traumáticos y jugarretas del destino.

Pero donde el guionista de Ciencia Oscura derrocha alma es en el nuevo grupo de novatos integrado por Zenzele, Helmut, Tosahwi y el sibilino Quan. Remender continúa tejiendo con mimo las relaciones entre unos personajes que siguen creciendo y se van haciendo grandes para llenar el hueco de aquellos miembros de la pandilla original que fuimos perdiendo, y lo consigue especialmente con unos diálogos ajenos a la trama que dotan de una humanidad tremenda a esa panda de jovenzuelos problemáticos. La música siempre ha tenido una presencia especial en esta serie, siendo de hecho el título de cada tomo un nombre de una canción punk, pero en este número su protagonismo es enorme. En varias ocasiones a lo largo del volumen nos encontramos con intensas y apasionadas discusiones entre distintos personajes sobre grupos y canciones, sobre géneros y estilos. Debates cotidianos en los que se respira a la perfección lo que debió de significar la música para Remender durante su adolescencia, y con los que consigue humanizar a sus jóvenes personajes con esa conexión tan real que uno siente (especialmente con esa edad) cuando puede compartir con alguien una pasión como la música. Incluso tenemos tiempo para una encendida discusión sobre discriminación y privilegios sociales maravillosamente densa y compleja en boca de sus personajes, un debate que muestra la capacidad reflexiva del guionista.

Artísticamente seguimos hablando de una obra mayúscula. Wes Craig es el niño de mis ojos, y contra eso poco se puede hacer. El dibujante es una fuente inagotable de recursos narrativos y de composiciones de página y de viñeta rompedoras. La capacidad que tiene este señor para manejar los tiempos, para controlar el ritmo y acompasar la historia al tempo que necesita en cada momento es extraordinaria. Siempre acompañado por un excelso color de Jordan Boyd, Craig mantiene su calidad sin reparo alguno y sigue aportando a esta obra ese toque estético personal que la hace tan especial. Y debo decir una vez más, no hay artista igual a la hora de plasmar en viñetas un buen colocón de droga de diseño acompañado de una fiesta. Si alguien tuviera que ilustrar alguna vez Woodstock, ese debería ser Wes Craig.

La vida sigue en Kings Dominion, incluso fuera de sus muros. Los pasos de nuestros nuevos personajes van avanzando por una senda que los lleva derechos a encontrarse con otros de los que teníamos ganas de volver a saber, y la reacción en cadena que ello va a provocar solo puede ser motivo de dicha para nosotros. Clase Letal hace de la excelencia rutina, y mientras se avecina una nueva explosión que ponga todo patas arriba, uno se pregunta quién podría a ser el necio que se lo quisiera perder. Esto no es el final, dice la portada. Gracias a Dios que no lo es.



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