Javier Vázquez Delgado recomienda: Juan Pistola
Edición original: Jehan Pistolet – L’intégrale (Editions Albert René, 2013).
Edición nacional/ España: Juan Pistola (Salvat, 2014).
Guión: René Goscinny.
Dibujo: Albert Uderzo.
Color: No especificado.
Formato: Tomo cartoné 240 págs.
Precio: 25€.
Presentar a René Goscinny y Albert Uderzo, a estas alturas, en un lugar como éste, suena, a todas luces, innecesario. Y, si no lo fuera, bastaría con decir una palabra, “Astérix”, para que cualquier sombra de duda fuera eliminada como por ensalmo. El pequeño galo de la aldea irreductible ha consagrado a este duradero tándem en el olimpo de la historieta, seduciendo a públicos afines más allá de su medio original, incluyendo exitosas entregas cinematográficas en animación o en imagen real (de sus cualidades, salvo excepción notable –Las 12 pruebas de Astérix– mejor lo dejamos para otro momento). Como suele ocurrir en estos casos, el fulgor de la creación genial ciega los ojos a otras propuestas estimulantes, aparcadas lejos del corazón del aficionado.
Si bien la más famosa y longeva, Astérix no fue el encuentro del escritor Goscinny y el dibujante Uderzo (ambos con algunos trabajos previos en solitario). Ese honor corresponde a Juan Pistola (Jehan Pistolet, en el original), un errático y voluntarioso corsario cuyas andaduras comienzan en 1952 para el suplemento juvenil La Libre Junior del diario La libre Belgique, gracias al interés del editor Yvan Chéron, y continuaron, a trancas y barrancas, hasta que otros personajes (no solo Asterix) le enterraran a mediados de los ’60. El joven aventurero, empleado en una taberna, lector impenitente de proezas de piratas y bucaneros, decide un buen día, cual Don Quijote, emular a sus héroes novelescos. Si el hidalgo manchego acudió a Rocinante para sus desplazamientos y a Sancho para su compañía, Juan Pistola compró un buque, El Bravo, y reclutó a sus amigos (Gil, Beltrán, Hugo, Renatito) como tripulación para hacerse a la mar.
Juan Pistola, corsario prodigioso, su álbum de debut, cuenta con la ventaja de la obra personal, sin injerencias editoriales ni presiones del público, y con la desventaja de la juventud de los autores, todavía probando fuerzas y habilidades. Como en tantas obras primerizas, los autores van construyendo las bases, sin tener muy claro adónde quieren ir ni el resultado final. La aventura, una concatenación de sketch humorísticos efectivos pero básicos, cumple su función: presenta a los personajes y establece unas reglas mínimas que devenirán en tópicos de la serie: la cobardía de la tripulación, las bromas del loro Jazmín, los caprichos del monarca, etc. Goscinny aún no domina el tempo narrativo. Surge otro problema: demasiados personajes pueblan las páginas sin que ninguno (salvo el protagonista y su loro) resalte de inmediato ni en caracterización ni en aspecto. Al final de la aventura se ha cumplido el propósito del título: tras concluir con éxito una misión real, Juan Pistola se convierte en corsario al servicio de la corona francesa.
Las cosas mejoran en el 2º número: Juan Pistola, corsario del rey. Si el anterior episodio parecía ensamblado sobre la marcha, como si cada semana necesitara el refrendo del lector para asegurar la próxima entrega, aquí, sin embargo, se aprecia una historia concebida entera de partida, con una estructura determinada que aspira a molde futuro. Este punto es razonablemente obvio en el arranque y en el desenlace en la taberna; también hay chispazos que apuntalan una “tradición” (los piratas con nombre de color, las páginas dedicadas a un chiste, la broma recurrente con la mala puntería de quien maneja el cañón, etc.) Pero también hay debilidades: obsérvese, por ejemplo, como la página 81 de historieta (pág.108 del volumen integral) parece un añadido posterior para recapitular la historia y atar cabos sueltos.
La dinámica progresa, aunque aún se echa en falta la originalidad y el implacable sentido del ritmo del mítico dúo. Es lo que se logrará en los dos siguientes álbumes. Juan Pistola y el espía y Juan Pistola en América son estupendas muestras de lo que estos dos genios de la historieta nos han acostumbrado a esperar: tramas ágiles, chistes sofisticados (basados tanto en el cambio de punto de vista como en los anacronismos tan caros a Goscinny), sátra de nuestro tiempo, etc. En rigor, la mayor parte de los recursos se habían ensayado ya: pensemos en el maravilloso gag de la pág.105, con los náufragos soñando cocinar al loro para sobrevivir al hambre y el loro imaginando una cazuela llena de humanos. Solo que ahora todos los ingredientes funcionan, desaparecen los tiempos muertos, los elementos encajan: desde el running gag del espía o del nativo “colonizable” a las burlas al imperialismo occidental pasando por las características apuntadas en pasadas aventuras (la taberna, las pequeñas cobardías, los nombres de los corsarios, etc). La perfección del modelo alcanza su cénit en Juan Pistola en América, tan redondo que muchos de sus hallazgos fueron posteriormente revitalizados (por ejemplo: en Umpa-Pá).
Juan Pistola y el sabio loco, inédita hasta hoy en formato álbum, decae hacia la aventura intrascendente, quizá una anécdota que hubiera necesitado menos páginas para concretarse, o más para desarrollarse. Hasta el dibujo parece afectado por el alicaimiento, con un trazo más ligero y quebradizo. Sin ser una mala historia, parece un final en falso, tal vez porque los autores jamás pensaron que este fuera, en efecto, el final de su criatura.
Hablando del dibujo, a este respecto Juan Pistola posee una cualidad muy notable: el aspecto del protagonista cambia en cada álbum. Y fíjense que digo “cambia” y no “evoluciona”, porque no de trata de un sucesivo perfeccionamiento ni de un amaneramiento, que también podría ser, sino de interpretaciones distintas como las que distintos dibujantes podrían hacer del mismo personaje. Uderzo es consciente de este vaivén de su estilo, que ampara en su libertad creativa y gusto explorador, aunque es sintomático que el resto del elenco no sufra retoques tan acusados. Juan Pistola, en lugar de crecer, se diría que en cada episodio torna más niño. Esta singularidad no impide el disfrute de la serie.
La edición española, un volumen integral con todo el material de Juan Pistola producido hasta la fecha, es un bocado suculento tanto para el aficionado ocasional, que pasará un rato divertidísimo, como para los iniciados en el mundo de Goscinny y Uderzo, cuyos talentos brillan, tal vez algo más toscos, desde el segundo de los capítulos compilados. El volumen se completa con unos magníficos extras que servirán para revivir (o aprender, según el caso) una época gloriosa de la historia de los cómics, iluminada por los talentos de Franquin, Peyo, Greg, Hubinon, etc., de la que no se suele hablar con el conocimiento, cercanía y amenidad con que aquí se hace, apoyados también por una maquetación como de suplemento dominical que agiliza la lectura. La mácula de esta edición es que la reproducción no es todo lo nítida y contrastada que exige un rescate editorial de estas características. No es cosa del papel escogido, sino de los materiales de reproducción, como demuestra el diferente aspecto de unas páginas respecto de otras. En esas plachas, la sensación, aparte de los negros atenuados, es la de papel poroso que chupa irregularmente la tinta, dando un efecto de revista antigua que no se compadece con la actualidad de la edición. No es algo desalentador, como los escaneados de algún material clásico efectuado por Ediciones B, evidentemente no molestará al lector casual en busca de una dosis segura de diversión, pero es seguro que el sibarita arqueará una ceja y lamentará que no se efectuase una restauración exhaustiva que permitiese disfrutar a Uderzo en todo su primitivo esplendor.
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