Javier Vázquez Delgado recomienda: Squeak the mouse. Integral
Quien no conozca Squeak the mouse de Massimo Mattioli y abra por primera vez las páginas del recopilatorio que edita Fulgencio Pimentel, sea bienvenido al humor, está invitado al horror y le presentamos el desfase… y que cierre la boca porque entran moscas.
Esta curiosa mezcla de cine extremo de terror con cartoon animado, aderezado de secuencias porno y cultura de serie Z sigue sorprendiendo a propios y extraños, aún hoy en día. Imagínense lo que sentimos en la década de los ochenta cuando empezamos a leer en El Víbora la primera entrega de esta serie única en el mundo. Pensábamos que la entrañable revista para supervivientes ya nos había curado de espantos varias veces. Pero parece ser que no…
Al principio debimos pensar que era una divertida gamberrada de corto recorrido, un relato breve que estaba dibujado de manera deliciosa y que tenía un argumento gamberro, salvaje e incluso gore. Creímos que no iría más allá de una simple historia afortunada. Pero pronto nos dimos cuenta de que Mattioli tenía un plan. Con Squeak the mouse, el artista italiano quería subvertir el mundo de los cartoons animados para niños y ponerlo completamente patas arriba, pero… ¿Para niños? ¿Realmente los dibujos animados de la Warner Brothers, por ejemplo, eran sólo para niños?
Ahí está una de las claves de lo que nos propone esta serie tan especial y un asunto sobre el que me gustaría extenderme un rato.
Squeak the mouse no es una simple parodia de los dibujos animados de Tom y Jerry, es muchísimo más.
Todos recordamos las historias cortas que realizaban compañías como la Warner Bros con episodios protagonizados por Bugs Bunny, el pato Lucas o el Correcaminos y su inseparable Coyote o los de Hanna-Barbera con Pixie y Dixie, dos ratones siempre perseguidos por el gato Jinks y también nos viene a la mente los estudios de Walt Disney donde realizaban los cortos del pato Donald o los largometrajes El libro de la selva o Fantasía, por supuesto tenemos a Tom y Jerry que William Hanna y Joseph Barbera realizaron para la compañia Metro-Goldwyn-Mayer o el singular Show de la Pantera Rosa producido por Mirisch Films y DePatie–Freleng Enterprises… Hay más, pero estos ejemplos son los más relevantes para el caso. Con estos referentes crecieron – crecimos – varias generaciones de niñ@s que aprendimos conceptos tan básicos para la vida moderna como el surrealismo, el hedonismo, la resistencia, la rebeldía, desconfiar del poder establecido, saber empatizar con los perdedores, saber usar la imaginación y sobre todo; aprendimos a reírnos de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea.
Los cortos producidos por la Warner Bros, que se agrupaban en dos series básicas tituladas Looney Tunes y Merrie Melodies, estaban dirigidos por genios como Tex Avery, Bob Clampett, Friz Freleng o Chuck Jones y eran una fuente de diversión con un substrato nada inocente. Tanto Bugs Bunny como el pato Lucas (Daffy Duck) se resistían por todos los medios a ser cazados por Porky o por Elmer Gruñón. Tampoco Piolín se resignaba a ser comido por el gato Silvestre, pero había más; presenciábamos como el conejo de la suerte conseguía desmontar la representación de una opera porque el engreido tenor le había pisoteado sus derechos y también veíamos como se rebelaba en contra de la construcción de una red de autopistas cerca de su tranquila madriguera, por su parte el pobre pato Lucas se enfrentaba a su mala suerte y a la marginación arremetiendo contra todos y contra todo en una huida hacia adelante tan vana como transgresora. Y todo esto se repetía en no pocos episodios. Se potenciaba la inteligencia, el espíritu crítico y la rebeldía frente al establishment, frente a la moral puritana, a todo lo tradicional, a todo lo pomposo y superficial… Y los métodos usados eran audaces, rompedores, subversivos llegando, por ejemplo Bugs Bunny a propiciar un sonoro y elástico beso en los morros a Elmer Gruñón para dejarlo completamente descolocado.
Pero a pesar de todo, los cartoons animados tenían unos códigos, se imponían unos límites que respetaban formalmente para poder acceder al público infantil. Resumiendo un poco, estos códigos eran; nada de sexo explícito, la violencia no acarrea repercusiones físicas en los personajes; no sangran, los protagonistas son pillos pero no subvierten completamente el sistema establecido y, a pesar de las dificultades, la rendición está prohibida, siempre hay que seguir adelante.
Con Squeak the mouse, Mattioli transgredió dos normas básicas de estas series. Y lo hizo sin tapujos, a lo bestia.
La primera ya la habían quebrantado la gente del underground norteamericano en los sesenta, especialmente Robert Crumb, y consistía en que no se podía incluir el sexo en las historietas con este tipo de personajes. Con Fritz the cat, Crumb introduce el componente sexual a la trama de una serie con funny animals, tal y como Walt Kelly le había introducido el componente político a su strip titulada Pogo. Por su parte, también Vaughn Bodé hace sus escarceos con la sexualidad en Cheech Wizard pero su alcance era realmente limitado debido a su distribución casi clandestina. Hay otros ejemplos como los abigarrados y salvajes relatos de S.Clay Wilson, el cerdo superheroico del gamberro de Gilbert Shelton o los delirios psicodélicos de Rick Griffin, son intentos puntuales, experimentos en busca de un lenguaje vanguardista, eran críticas nada veladas, pero con poca repercusión, a una sociedad burguesa que lo acababa engullendo todo.
Con su serie Mattioli no pretende nada más, y nada menos, que hacer aflorar el sexo explícito a los cartoons de animales antropomórficos y lo hace utilizando los códigos del género pornográfico, repitiendo las secuencias y las poses de las revistas y de los largometrajes de este mundo tan oculto, pero que cuenta con una enorme difusión y que mueve miles de millones de euros al año.
La segunda norma que Mattioli se pasó por el forro era mucho más estructural, más subterránea y de mucho más calado. Se trataba de eliminar un recurso básico del slapstick en el cartoon animado, de desconectar un código fundamental del mecanismo de la comedia que se usaba de manera que las historias fueran aceptables para los niños y sobre todo de cara a los padres. Se trata de la aceptación del concepto de invulnerabilidad de los personajes, la asunción de su inmunidad, lo que en el mundo anglosajón se conoce como painless, que consiste en que cada trompazo que sufren no acarrea consecuencias físicas irreparables. Es un recurso que potencia la suspensión de la realidad y que propicia que los personajes vuelvan a su posición natural, tanto física como intelectual, sin que les afecte cualquiera de los terribles embates que haya padecido.
Todos tenemos presente como Bugs Bunny retuerce las partes de su cuerpo para encajar los golpes o esquivar los peligros. Todos recordamos como el coyote cae desde centenares de metros de altura y simplemente se le descompone un poco la figura y el mayor daño que sufre es en el orgullo. Muchos nos acordamos como en el mítico corto de animación titulado Duck Amuck, dirigido por Chuck Jones, el pato Lucas sufre todo tipo de transformaciones y humillaciones, algunas de ellas muy dolorosas físicamente, y que a la siguiente aventura nos lo vuelven a presentar tan pancho. Y pasa lo mismo con el gato Jinks y su ¡Malditos roedores! y con el gato Silvestre y ¡Me pareció ver un lindo gatito!, con la Pantera Rosa que nunca descompone su elegante y flemática figura…
Este es el recurso que Mattioli desmonta en Squeak the mouse. Sus personajes sangran, los miembros cercenados no vuelven a crecer, los golpes duelen y las puñaladas, disparos, hachazos o los tajos con una sierra mecánica resultan tremendamente dañinos, la mayoría de las veces mortales y muy aparatosos desde el punto de vista de la sangre y de las vísceras. Porque a parte de homenajear a los cortos de la edad de oro de la animación norteamericana, aunque exhiba recursos y contenido del género pornográfico, lo que también rescata Mattioli en Squeak the mouse, son las películas de terror de la década de los setenta y ochenta; el subgénero llamado slasher que va desde Viernes 13 a Scream, de Pesadilla en Elm Street hasta La matanza de Texas, permitiéndose incluso citar a clásicos de la cultura zombi como La noche de los muertos vivientes.
Permítanme que haga un último comentario sobre todo lo anterior. Para rizar el rizo, para desmentir casi todo lo dicho; los dos personajes protagonistas de esta serie, tanto el ratón Squeak como el gato negro protagonista, no responden a las mismas reglas que el resto de los personajes secundarios. Ellos se recomponen, resucitan, por mucho que intenten matarse entre sí, ellos renacen de sus cenizas para volver a organizar su terrible venganza.
Massimo Mattioli ha vuelto a los orígenes; lo ha puesto todo perdido de sangre, de órganos y de vísceras pero sigue respetando la principal regla básica y universal de todos los dibujos animados. Es la norma que obliga a los protagonistas a seguir hacia adelante, pase lo que pase: the show must go on.
Pero a todo esto ¿De qué va Squeak the mouse?
El argumento es sencillo, Squeak es un ratoncito simpático que pasea tranquilamente por la ciudad cuando de repente y por sorpresa un gato negro sin nombre lo agarra e intenta comérselo. Squeak se escapa para empezar una alocada persecución que se resolverá con el pobre ratón aplastado contra una pared, reducido literalmente a papilla ¿Fin? En absoluto porque Squeak resucita para convertirse en un vengador asesino que persigue al gato negro hasta una fiesta juvenil donde se consume de manera desenfrenada todo tipo de alcohol, se escucha música moderna y se practica el sexo en casi cada habitación. El ratón asesinará a todos los componentes de esta orgía y acosará a su objetivo hasta acorralarlo, pero finalmente el negro minino consigue aniquilar definitivamente al ratón y se termina la primera parte ¿Pero lo consigue de verdad? En el segundo álbum de la colección comprobamos que no, la venganza continúa y esta vez parecer imperar la voluntad del roedor que reduce a cenizas al su enemigo y triunfa para siempre… ¿Seguro? Pues, tampoco, porque en el tercer capítulo un extraterrestre resucita al felino y luego abduce a los dos protagonistas y así consigue recrear la interminable caza para su particular diversión. En este tercer embate vuelve a ser el gato el que resulta vencedor, pero todos sabemos que la historia puede volver a repetirse… ad aeternum.
Incluso en este aspecto, en el de las repeticiones, en el de las secuelas, con la primera parte y la segunda y la tercera… También en esto Mattioli consigue hacer un guiño malicioso y voluntario, o puede que involuntario, a las películas de terror norteamericanas que casi siempre cuentan con infinitas partes, con innumerables secuelas a cuál más absurda y prescindible.
Además, cabe remarcar que todo este argumento, todo este despliegue de referencias, de homenajes, de secuencias frenéticas y de giros de guion alucinantes y alucinógenos; todo lo realiza el artista italiano sin utilizar ni un solo globo de diálogo, ni una sola frase coherente. Squeak the mouse es una obra de ciento veinte páginas – cuarenta por álbum – totalmente muda. Y es muda pero no silenciosa. El despliegue de onomatopeyas es sensacional. Todas las acciones cuentan con su propio registro sonoro, cada golpe tiene su propia voz y cada uno de los tajos propinados tiene una onomatopeya precisa que lo distingue claramente de los demás.
Massimo Mattioli estructura su página con un esquema invariable, completamente inmutable de cuatro tiras con tres viñetas cuadradas en cada una. Es una parrilla que imita el ritmo y la estética de los dibujos animados y que consigue perfectamente reproducir la cadencia desenfrenada de estos cortos. Sus personajes están perfectamente representados, el ratón y el gato son arquetípicos pero los distinguimos perfectamente del resto de secundarios. Algunos personajes son claros homenajes a otras obras, como el elegante minino de los bigotitos que está llamando desde una cabina que nos recuerda los primeros cortos de Tex Avery o incluso algunas encarnaciones del ratón vengador que están extraídas de las películas de zombis más baratas. El diseño gráfico imita los cartoons de la Warner Bros y la ambientación, paisajes y decorados son simples pero efectivos. La profusión de onomatopeyas y líneas cinéticas confieren a cada situación un ritmo endiablado, como si de un staccato se tratase, como los golpes frenéticos de una batería de un tema de heavy metal.
El color adquiere un protagonismo fundamental en Squeak the mouse, por supuesto el rojo chillón de la sangre destaca por encima del resto, pero también encontramos en abundancia el amarillo, el verde y el naranja. Los colores son planos y suelen ir agrupados por oposición; el rojo con el verde, naranja con azul, el amarillo con el magenta y así casi todos.
Mattioli no duda en utilizar de forma puntual la técnica del collage para rellenar algunos fondos y conseguir así un resultado más impactante.
Massimo Mattioli (1943-2019) nació en Roma.
Debutó como autor de cómic en el año 1965, en el semanario juvenil Il Vittorioso realizando diversas series como Il Ragnetto Gigi, Ipo o Rita e Pino. En 1968 se traslada a Londres donde colabora puntualmente para la revista Mayfair y al año siguiente se traslada a París donde realizará su primera gran serie titulada M le magicien que se publicará durante cinco años en la revista infantil y juvenil Pig Gadget. En 1973 creará para la revista infantil italiana Il Giornalino la serie Pinky que se publicará hasta 2014.
En 1977 funda con Stefano Tamburini la revista Cannibale dedicada al cómic underground y alternativo. Allí publica la serie Joe Galaxy (1977-1993) donde empieza a mostrar su faceta más irreverente y subversiva. En otra revista, Frigidaire, presenta Squeak the Mouse (1980-1992) de la que llegará a publicar tres álbumes y un recopilatorio. Otras obras destacadas de Mattioli son: Pasquino (1973-1975), Lo Zoo Pazzo (1973-1976), Superwest (1981) y Awop Bop Aloobop Alop Bam Boom (1993-1996).
Mattioli ha participado en videoclips, ilustrado magazines y revistas como Vanity Fair, Vogue y Chic Magazine y durante su carrera ha sido premiado en diversos festivales como el de Lucca que le otorgó el Yellow Kid en 1975 o el Comicon de Nápoles que le concedió el Premio Attilio Micheluzzi en 2010 y 2012 por su obra Pinky.
La edición de este recopilatorio integral por parte de Fulgencio Pimentel es muy correcta. El álbum es en tapa dura, el papel es de buena calidad, grueso y poroso. Quizás el satinado le hubiese venido mejor a esta serie en concreto. El tamaño es el adecuado y el tomo cuenta con algunos bocetos y dibujos preliminares intercalados entre cada historia. Las portadas y contraportadas de cada álbum están incluidas y las sobrecubiertas tienen un diseño espectacular. La ausencia de textos introductorios y de la biografía del autor son los aspectos discutibles de este recopilatorio que se anuncia como integral. La vitola con la advertencia del contenido y la referencia a los personajes de Rasca y Pica de Los Simpson son algo comprensible por los tiempos que vivimos. El precio del tomo es ajustado.
Squeak the mouse es un experimento arriesgado, polémico e irreverente que catapultó la fama a su autor Massimo Mattioli. El reciclaje y la sublimación de diversos géneros tan contrapuestos como los cartoons animados, el cine de terror más slasher, el de zombis, las historias de ciencia ficción de serie Z o la pornografía ha fructificado en una obra completamente original que supera la parodia para erigirse en una acertada reflexión sobre la cultura de derribo contemporánea. La brillante factura formal y el ritmo endiablado de los gags consiguen, además, que su lectura sea adictiva y apasionada. Además, la notable edición a cargo de Fulgencio Pimentel que incluye el tercer álbum, inédito en castellano, hace que la fiesta sea completa.
Por todo esto, creo que podemos afirmar que el álbum integral de Squeak the mouse será una de las recopilaciones del año. Si no es así, querrá decir que lo que queda de este 2020 tan raro será realmente espectacular, en cuanto a la publicación de cómics se refiere. Y me parece que no será el caso… ¡Ojalá!
Salut!
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