Javier Vázquez Delgado recomienda: ¿Debe haber un Robin?

“Era muy aburrido tener a Batman todo el tiempo pensando”. Así exponía Bill Finger, cocreador de Batman, uno de los motivos más poderosos que le llevaron, junto con Bob Kane y Jerry Robinson, a idear un compañero para el Caballero Oscuro. Una pareja que permitiera al protagonista plantear sus hipótesis y compartir sus sospechas. El Watson de su Holmes. Aquí ya tenemos una primera respuesta. Robin sería la solución a un problema muy típico de los guionistas: cómo evitar que la soledad del protagonista derive en un interminable monólogo. Hasta aquí bien. Sin embargo, ¿por qué un personaje como Robin? Es decir, ¿por qué juntar un personaje de perfiles tétricos con otro casi circense? Y sobre todo ¿cómo pudo hacerse tan tremendamente popular?

Para tratar de explicar el porqué de su identidad y aspecto tan singular habría que remitirse a Robinson. Cuando tuvo que ponerse manos a la obra, recordó de entre sus lecturas infantiles las ilustraciones de Robin Hood de Newell Convers Wyeth. Sobre esa base ideó un peculiar atuendo y cogió el propio nombre del bandido como señas de identidad del nuevo compañero de Batman. En cuanto a la popularidad del personaje, podríamos decir que el chico cumplió con su cometido: era para lo que Kane lo quería. Si en Finger encontramos las típicas dudas del creativo, en Kane nos topamos con las estrategias del comercial. Kane pensaba que introduciendo a un chico de la misma edad que los lectores de cómics éstos podrían identificarse con él. O sea, chicos entre ocho y doce años. Esa era la edad que se le suponía a Robin. No se equivocó.

Así, de la necesidad de Finger de que alguien le diera la réplica a Batman, del interés de Kane por consolidar “su” creación entre los lectores más jóvenes y del recuerdo de las lecturas infantiles de Robinson nació el Chico Maravilla, el primero y más exitoso de los sidekicks de la ficción superheroica. No eran tiempos para calentarse mucho la cabeza con conceptos como verosimilitud o realismo. Si hacía falta un joven compañero para un millonario que ejerce de justiciero vestido de murciélago pues cogemos a un trapecista huérfano de ocho años y sanseacabó. Todavía hoy sigue sorprendiéndonos cómo pudo funcionar esta unión de elementos contradictorios. Como personaje, lo primero que salta a la vista de Robin es su enorme contraste con Batman en diseño y carácter. La negrura de uno y el colorido de otro, la severidad de uno y la alegría de otro, la rigidez de uno y el dinamismo de otro. Mientras que Batman está claramente motivado por la venganza, a Robin parece moverle más la búsqueda de aventuras. Batman se muestra serio, reflexivo, Robin aparece audaz y temerario. El fondo de escenario tampoco explica esta unión: las aventuras de los primeros años de Batman, marcadas por un tono bastante truculento, no podían parecer menos indicadas para un personaje como Robin.

Sin embargo, el personaje funcionó tan bien que casi podría decirse que el propio Batman acabó adoptando una actitud cercana a la de su joven compañero: risueña, vital y optimista. Pero no fue un efecto buscado. Y aunque el progresivo edulcoramiento de las aventuras de Batman tuvo otras causas, la presencia de Robin se ha establecido desde entonces como el principal motor de ese proceso. Así, esta irrupción y su efecto en la serie sirvieron de referencia cuando mucho después se hizo necesario justificar de una forma algo más creíble la existencia del personaje. En todo caso, pese al contraste, ambos personajes compartían un elemento esencial: la tragedia. Ambos eran huérfanos, ambos privados de sus padres por el crimen y ambos resueltos a combatirlo. Desde 1940 hasta 1970, nada menos que durante treinta años, ese sería el equilibrio emocional en el Dúo Dinámico.

No es que no hubiera cambios en esa larga etapa. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Robin pasó a ser una especie de príncipe en la extensa Bat-corte que ya incluía a una reina (Batwoman), una princesa (Batgirl), un perro (Bathound) y hasta un bufón (Batmito). A su vez, tras el New Look, a Robin se le permitió por fin crecer después de casi veinte años, y convertirse en un adolescente en el mejor momento para ello: en plenos años sesenta. No tardó en ocurrir lo inevitable y Robin se emancipó al entrar en la Universidad en 1970. Así, la pareja pasó más que nunca a convertirse en una sociedad casi de conveniencia, en la que eran crecientes las fricciones, los reproches y el distanciamiento. Robin se hizo mayor. Y por fin pudo emerger una personalidad que hasta entonces había pasado desapercibida y parecía irrelevante: la de Dick Grayson. Si durante décadas parecía que Dick se había limitado a dar la
réplica a su tutor, al independizarse tuvo que enseñar su propia personalidad.

Y ahí emergió un buen personaje: alguien en deuda con su mentor, pero a la vez cansado de su eterna cruzada. Al alejar a Robin de Batman se percibió con claridad la naturaleza de su papel: apaciguar a Batman era la justificación a la existencia del personaje. Algo más que darle una mera réplica: iluminar un poco su oscuridad anímica. El ya mencionado proceso de edulcoramiento narrativo del Caballero Oscuro pasaba así a tener una buena justificación, que consolidaba la caracterización de los personajes y su interrelación. Así, cuando Dick comprobó que Bruce nunca sería capaz de superar sus propios demonios decidió volar solo. Gratitud, respeto y distanciamiento serían los nuevos vectores de su relación. La madurez de Dick se consumó al adoptar una nueva identidad, la de Nightwing, que era, al menos estéticamente, más deudora y complementaria de Batman que la del propio Robin.

Pese a que tuvieran que pasar tres décadas para que viéramos un cambio relevante, hay pocos sidekicks que hayan experimentado una mejor evolución que Dick Grayson. Quizá por eso el Robin original sigue siendo considerado el mejor de la historia del cómic de superhéroes. Pese a la irrupción de Nightwing, Robin reapareció. No en su forma reciente, de joven universitario, sino en la más lejana y, en plena Bronze Age, ya más que inverosímil: la de un trapecista huérfano de unos 12 años metido a justiciero nocturno.

Tal vez este fue el momento en el que más peligró su continuidad. Batman había vuelto a ser un justiciero solitario en los años setenta, cambio que le había sentado francamente bien, y Robin había pasado de ser coprotagonista a invitado estelar en el Bat-verso. Sin embargo, en 1983 nos presentan a un clon del Dick Grayson primigenio como era el Jason Todd pre-Crisis para que Batman vuelva a tener un Robin revoloteando a su lado. Las vicisitudes de este Robin y sus sucesores han demostrado ya claramente la dificultad de sostener la presencia de semejante personaje al lado del Caballero Oscuro. Dick Grayson nunca tuvo que justificar su existencia y en cuanto le dejaron demostró que bajo la máscara había un personaje con potencial. No fue este el caso de Jason Todd. Su primera versión, puro corta-pega, parece indicar más una imposición editorial que una necesidad creativa.

Consecuentemente, Jason Todd era poco o nada interesante. Ni siquiera era el Dick respondón de los años setenta, era el Dick de los años cuarenta. En una época en la que Batman está siendo redefinido por Frank Miller, un Robin afable parecía más que nunca fuera de lugar. Consecuentemente, su versión post-Crisis intentaba encontrar su sitio con una caracterización casi opuesta: agresivo, iracundo. No es que fuera temerario, es que era un inconsciente. Pero ni por esas. La muerte de Jason Todd parecía confirmar, por tanto, la incompatibilidad del personaje con la Edad Oscura de los Superhéroes y con su Batman millerizado. Sin embargo…¡en el Batman de Miller hay una Robin!

¿Qué era lo que no había funcionado: Robin o Jason Todd? En un primer momento, parecía que en la Bat-office se inclinaban por lo primero, pero no tardaron ni un año en demostrar que realmente pensaban que era lo segundo. Llegamos así al tercer Robin de la continuidad oficial, el más autoconsciente y “metatextual” de todos. Un Robin sabedor de que tiene que justificarse en el relato y fuera de él, ante Batman y ante los lectores. Ya no valía con dar al protagonista un compañero con el que poder hablar. Su presencia tenía que estar plenamente justificada. En mi opinión, Tim Drake consiguió ser ese Robin. Su diseño, carácter y origen respondían coherentemente al mandato de los tiempos y a las necesidades de la saga. Se le vincula con Dick desde el principio (gracias a un ejercicio de retrocontinuidad) para que pueda contar con su bendición, se le dota de un carácter dialogante pero también algo melancólico, muy a lo Peter Parker, se le rediseña el traje con bastante acierto y, sobre todo, se le hace consciente del papel de Robin en el mundo de Batman. “Batman necesita a Robin”, será el
leitmotiv de su presentación. ¿Por qué? En sus palabras: “necesitas que te recuerden porqué luchas”.

Robin es el ancla de cordura y compasión de Batman. Dick (amén a la retrocontinuidad) lo sabía. Tim lo sabe. Jason no llegó a saberlo, bastante tenía con lo suyo. En plena Edad Oscura, lo único que impide que Batman se convierta en un Castigador, un Motorista Fantasma o cualquier otro de los antihéroes que arrasaron en los años noventa es Robin. Batman bordeó esa caracterización, que en parte se inspira en él, pero nunca cayó totalmente en ella. Sólo en
la época del Bat-Azrael, que justamente sirvió para reflejar la oposición entre una y otra versión del personaje. Es el propio Dick el que lo dice, tras ser apalizado por Jean-Paul Valley: “No es Batman, nunca será Batman”.

Llegados a este punto, a esta síntesis superadora, ¿qué le quedaba al personaje de Robin por decir? Esa es una de las pocas ventajas de la serialización indefinida: hay que idear cosas nuevas. Y aunque a estas alturas la mayoría son reciclajes de viejas ideas (es lo que me parece la brevísima Stephanie Brown en relación a Carrie Kelly e incluso Jason Todd), a veces aparecen conceptos verdaderamente originales. Ningún Robin había sido hijo de Bruce Wayne. Dick y Jason habían sido pupilos, Tim ni siquiera eso. Si Robin fuera de la misma sangre que Bruce, ¿cambiaría algo? Si fuera Batman el que tuviera que cuidar de los excesos de su compañero ¿qué relación se establecería entre ellos? No sería como en el caso de Jason, ya que esos excesos no serían producto de la frustración y la rabia, sino de un temperamento orgulloso y una crianza entre asesinos. Damian Wayne se convertiría así en el Robin más cercano y a la vez más ajeno a Batman. De nuevo el contraste, el gran motor de la relación entre Batman y Robin, adquiría aquí otra dimensión.

La existencia de Robin y su interminable linaje ha supuesto una dura prueba a la credibilidad de Batman, pero creo que la ha superado. Hay una motivación profundamente comprensible y humana en la necesidad de tener un compañero. “El señor Wayne necesita tener una familia tanto como detener criminales”, dijo una vez Alfred. Creo que Damian representa un perfecto punto de llegada de ese viaje. Robin es la verdadera familia de Bruce Wayne, la única posible. Esa es la carencia afectiva que viene a resolver.

Hablando de afectos y entrando en polémicas, se puede hacer mención a la ya célebre interpretación homosexual de la relación entre Batman y Robin. Hasta donde sé, su origen se encuentra en el famoso Dr. Fredric Wertham y su alegato contra la corruptora influencia de los cómics en la juventud. Pese a su inicial finalidad condenatoria, esta interpretación ha terminado convirtiéndose en un tópico entre el irreverente comentario irónico y el sesudo análisis del personaje. En mi opinión, creo que nos encontramos ante una de esas ironías de la ficción por las que una obra puede llegar a propiciar lecturas ajenas e incluso opuestas a las intenciones de sus autores. Sin embargo, la idea de Batman y Robin como pareja gay se ha hecho tan popular que se ha convertido en un tema de explotación en sí mismo y un doble sentido con el que ya se juega abiertamente en las más variadas ocasiones, situaciones y formatos.

Por concluir, quizá el elemento definitivo que caracteriza y justifica la presencia de Robin es que sirve de motor de la evolución de Batman. Bruce es incapaz de evolucionar por sí mismo. También para eso necesita a Robin. Solo a través de sus compañeros se perciben cambios en su vida. De hecho, durante décadas ha parecido que los Robin evolucionaban y maduraban mientras que su mentor permanecía impertérrito. A pesar de ser cronológicamente insostenible y dar al traste con cualquier intento de trazar una continuidad verosímil, tiene sentido desde el punto de vista de la caracterización: los Robin afirman su propia identidad independizándose de su mentor, ya sea cansados de su eterna cruzada (Dick), decepcionados por sus escrúpulos (Jason) o desplazados por su hijo biológico (Tim). En todo caso, son capaces de seguir actuando como justicieros más allá del manto protector de su mentor.

Bruce, por el contrario, parece como atrapado en un bucle, adoptando una y otra vez nuevos compañeros que le ayuden a consolar su torturada alma. Es como si en el fondo los Robin fracasaran uno detrás de otro en su tarea de ayudar a Batman a encontrar un equilibrio interior, pero Batman les enseñara con éxito a encontrar su propio camino. Bruce ayuda a sus pupilos a superar el dolor de la pérdida, pero es incapaz de encontrar ese consuelo para sí mismo. Una vez más aparece Damian como posible solución a este bucle. Conseguida una familia de su propia sangre, la presencia de Damian anunciaría la proximidad del retiro de Bruce, su paso definitivo a mentor en la sombra.

Al fin y al cabo, la presencia de Robin también garantiza que la leyenda de Batman continuará. Pocos superhéroes hay tan capaces de forjar una dinastía como Batman. La mística generada alrededor del Manto del Murciélago propicia que “the Bat-Man” sea algo que trascienda al propio Bruce Wayne. De nuevo aquí encontramos un sitio para Robin. Hoy tiene que haber un Robin para que mañana pueda haber un Batman. Esa historia en la que Robin se convierte definitivamente en Batman, en la que el “sidekick” recoge el legado de su mentor, como corresponde en el Universo DC, y de la que ya hemos visto multitud de amagos y sucedáneos, es la historia de Robin que queda por contar.



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