Javier Vázquez Delgado recomienda: Flash #39-41

Edición original: The Flash #76-81.
Edición nacional/ España: ECCEdiciones.
Guion: Joshua Williamson.
Dibujo: Rafa Sandoval.
Entintado: Jordi Tarragona.
Color: Tomeu Morey.
Formato: Grapa, 48 págs. A color.
Precio: 3,50 euros cada número.

Hablar de piloto automático es hablar de la serie regular de Flash.

Tal vez sea la mejor manera de resumir las sensaciones que despierta esta serie en estos momentos. Momentos que llevan arrastrándose ya varios meses en los que se produce algún destello que rompe ese devenir, para caer de nuevo en una línea recta que llena páginas en las que apenas hay sustancia. Y a nadie le apena más escribir esto a que mí.

Joshua Williamson lleva al frente de la colección desde que fuera relanzada con Renacimiento y con más de 80 números a sus espaldas es evidente la necesidad de un cambio de aires, de estilo y de enfoque. Es ley de vida y no todos los guionistas pueden hacer frente a largas estancias en una misma serie sin sufrir signos de agotamiento. Tardará más, tardará menos, pero es algo que ocurre de forma inexorable y Williamson (que ha anunciado recientemente que deja la colección) consciente de su estado de forma (y de unas ventas que no acaban de ser especialmente buenas, aunque si estables) asume la realidad y da carpetazo a su trabajo con el Velocista Escarlata, tentado por nuevos horizontes y/o empujado por la propia editorial.

En estos tres últimos números publicados por ECC se encara el primer arco argumental, tras el soplo de aire fresco de Año Uno, titulado La Muerte y la Fuerza de la Velocidad, en el que Williamson continúa desgranando la historia alrededor de las nuevas fuerzas que ha introducido en la mitología del personaje. Quietud, fortaleza y sabiduría amenazan con extinguir a la Fuerza de la Velocidad y Flash deberá asumir una serie de retos si quiere no solo salvarse, sino evitar mayores consecuencias.

Las ideas de Williamson no son malas, pero si se desgranan de forma muy errática. Sus protagonistas regresan a puntos anteriores de su desarrollo con un simple lo siento, una disculpa pobre, sin que se pueda sentir que se haya asentado cambio alguno en la dinámica emocional de todos ellos. Son situaciones que una vez funciona, pero el uso reiterativo de estas situaciones acaba por ser tan recurrentes que crean verdadero hastió. La colección necesita un reenfoque.

Para ser una serie dedicada a un velocista no se siente que haya dinamismo alguno. La trama se alarga mucho, sin que de verdad haya razón de peso para ello. Es cierto que no acaba por resultar aburrida su lectura, pero sí que se nota que no hay mucha alma en lo que estamos leyendo. Mientras se va desarrollando la historia principal, Williamson, va montando las piezas que han de servirle de trampolín para el siguiente arco, muy relacionado con los sucesos de Luthor y la Condena, y todo acaba resultando tremendamente procedimental.

El guionista intenta dar giros inesperados en la trama y los hace de manera tan forzada que apenas repara en los detalles más obvios de la misma. Añade ideas que no pueden sustentarse por sí mismas, como la resolución final de la historia, que viene a ser un pegote maltrecho sobre el que justificar todo. Un simple intento, que parece que tiene suficiente fondo como para convencer, pero que se deshilacha a poco que se está atento a los detalles.

De ahí que todo parezca ir en conducción autónoma, sin nadie al volante, sin un escritor capaz de cerrar sus propios círculos y que se atreva de verdad a llevar hasta las últimas consecuencias las ideas que va aportando. Todo son herramientas, un martillo para clavar un clavo, unas tenazas para cortar un alambre, cada una sirve para lo que sirve y en manos de Williamson es así en todo momento y apenas hay espacio para la imaginación más pura y loca. Un martillo puede sacar un clavo, unas tenazas pueden apretar un alambre, pero el escritor apenas es capaz de innovar con sus herramientas y se limita a seguir una estela que ha visto que funciona lo suficientemente bien como para mantener el tipo mes a mes.

Flash necesita sorprender al lector. Flash precisa ir en nuevas direcciones.

Los positivo de estas entregas está en el dibujo de un espectacular Rafa Sandoval y Jordi Tarragona (en las tintas) que hacen que sea todo un placer el disfrutar de su arte. Ambos vitaminan cada página y su Flash, así como todos los demás personajes, lucen de forma espectacular en todo momento, sintiéndose la velocidad y la épica que no es capaz de aportar Williamson con su historia. El estado de forma de ambos es impresionante, con un trazo limpio, una puesta en escena certera, una planificación narrativa sobresaliente que hace desear que, llegado el momento del cambio de escritor, ambos se mantengan en la serie por mucho tiempo. Máxime cuando se llega a la recta final del arco y uno se encuentra con los dos números finales, dibujados por Scott Kolins, y desea poder arrancarse los ojos ante el despropósito que realiza este dibujante de estilo cada vez más errático. Es todo un dolor físico ver sus páginas y acabar la historia con semejante bajón visual es algo profundamente decepcionante. Es increíble que desde sus colaboraciones con Johns en Flash no haya evolucionado nada y haya, incluso, perdido las pocas cualidades que tenía. No ponemos imágenes de su trabajo debido a que desvelan mucho de la trama.

Toca aguantar, o no, dependerá de cada uno con su afinidad con el personaje, dado que en estos momentos solo hay dos razones para mantenerse en la serie, una es Flash y la otra es el tándem Sandoval/Tarragona. La primera es por enorme atractivo de Flash, lo escriba quien o escriba y la segunda es, obviamente, por el talento que destilan estos dos artistas españoles.

La serie no resulta cargante, pero no convence. La serie se puede disfrutar con la sensación de no perder el tiempo, pero no llena. Así que aguantemos un poco más para llegar a ansiado relevo y esperemos lo mejor para el Velocista Escarlata.



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