Javier Vázquez Delgado recomienda: Astro City: Cambios
Edición original: Astro City núms. 42-46 USA
Edición nacional/ España: Astro City: Cambios (ECC Ediciones)
Guion: Kurt Busiek
Dibujo: Brent Anderson, Rick Leonardi, Matthew Clark.
Formato: Cartoné, 136 págs. A color.
Precio:15,95€.
Que me disculpen los lectores veteranos de esta serie si esperaban encontrar al abrir este artículo una sinopsis detallada de los episodios de este tomo. Me ha resultado mucho más interesante no comentar el que de Busiek, sí no el como.
En este penúltimo volumen de Astro City nos encontramos más o menos lo mismo de siempre (sin que eso sea necesariamente malo): Brent Anderson dándolo todo (todo lo que puede), una gata que atraviesa paredes, unos trasuntos de Halcón y Paloma, un trasunto de El Capitán Marvel, un trasunto de Black Manta…y un trasunto de Grant Morrison comentando todas estas historias. Nos encontramos más o menos lo mismo de siempre…y a la vez no. Atentos, que vienen curvas post-modernas. Esta vez nos han pillado por la espalda en el sitio menos esperado (o no).
En líneas generales, puede argumentarse que la pérdida de fe en los GRANDES RELATOS CLÁSICOS DE LA HUMANIDAD (en mayúsculas y refiriéndonos al gobierno, la religión, el heroísmo, la nación y la ciencia) que caracterizó al siglo XX ha marcado de forma indeleble (como es natural) al medio del cómic.
Hasta, digamos, la caída del muro de Berlín en 1989, la narratología occidental se dividía en dos caminos. Paralelos, pero no totalmente paralelos. Por un lado, el ser humano contaba con relatos sub-creados; es decir, obras que tenían sus propias y coherentes leyes internas, funcionando de forma autónoma y con uno sentido completo por sí mismas.
Después de la publicación del Ulises de James Joyce (aunque es necesario apuntar que existen obras anteriores que contienen rasgos de post-modernidad como Don Quijote o Tristam Shandy), surgió un puñado de obras que Umberto Eco denominó obras abiertas: relatos que alcanzaban su pleno significado en la mente y con la colaboración del lector, a menudo empleando técnicas como la referencialidad.
La pérdida de fe en los GRANDES RELATOS comporta (o proviene de) una pérdida de fe en el sentido moral de la existencia. Desde este trampolín solo es posible comprender las obras de arte como engranajes o artefactos construidos solo y puramente para la reflexión acerca del propio proceso artístico. Si en esta perspectiva, no podemos entender La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo, a Andy Warhol o a Trash Humpers.
Por fortuna, todavía quedan valientes galos que resisten ante este panorama que (más pronto que tarde) demostrará ser un callejón un salida. Cineastas y escritores como David Foster Wallace o Quentin Tarantino han conseguido dotar a la auto-consciencia contemporánea de relevancia, sentido y resonancia emocional. Guionistas como Kurt Busiek postulan que es necesario volver a las raíces del relato clásico. Está por ver cuál de estas corrientes gana finalmente la batalla por el alma del mundo, pero lo que es indudable es que Astro City pertenece al último grupo.
No obstante, Busiek no puede olvidar (puesto que una de las pretensiones de su magnum opus es revisar la historia de los superhéroes americanos) que los cómics fueron (durante un corto pero estimulante período de tiempo) parte de esa ola post-moderna y referencial. Entre 1989 y 1995 nos encontramos al menos cinco obras revisionistas capitales para el medio del cómic. Cada una de ellas hablaba de, por y sobre los códigos del género clásico que pretendía homenajear: Sin City (noir), Hellboy (terror), The Sandman (fantasía), Predicador (western) y Los Invisibles (ciencia ficción…aunque de un modo bastante peculiar).
De entre todos los autores citados es Grant Morrison el más cercano a las intenciones de Busiek en este penúltimo episodio de Astro City. No por nada, Morrison fue el único gran autor que salió de los 90`s trabajando en super-héroes desde una óptica puramente postmoderna.
En el volumen Puertas abiertas, Busiek presentó a un ser muy apropiadamente llamado Perturbado (todos los post-modernos lo son de uno u otro modo) que rompía la cuarta pared y se comunicaba directamente con los lectores. En Cambios, Busiek concibe una historia con un planteamiento muy similar a Multiverso: un ser que al ser consciente de LA GRAN OSCURIDAD que se cierne sobre el mundo viaja por todo un universo meta-textual intentando alertar a todos los héroes.
Al no conseguirlo, El Perturbado se choca de frente con el límite físico de las viñetas y llega a la conclusión de que los únicos que pueden mantener viva la llama de la humanidad son esas cabezas que ve a través de las viñetas: nosotros.
Aunque esta sea un conclusión muy válida, Busiek no posee el espacio suficiente (se ve obligado a aportar grandes cantidades de información en enormes cartuchos de apoyo), ni la imaginación ilimitada o la creatividad desatada de Morrison. Su talento se hace más evidente en pequeñas historias humanas, de carácter cotidiano. Como pequeña capsula referencial a una época muy concreta El día que la música murió funciona, pero no deja poso en el corazón.
De modo que tenemos a un autor post-moderno de resonancias y estilo clásico introduciendo parámetros meta-textuales en sus cómics. Sin desdeñar la evidente habilidad que se necesita para hacer semejantes juegos malabares, uno no puede dejar de preguntarse (desde la absoluta admiración por el trabajo de Busiek) a dónde demonios quiere ir a parar el autor.
Ilustro mi postura. Si la post-modernidad surge de la irresoluble contradicción de la tensión dialéctica entre la perdida de fe en los GRANDES RELATOS y la nostalgia por UN PASADO MEJOR (he aquí la respuesta a porque todos los escritores son unos neuróticos de cuidado), la post-modernidad necesita ser enfermiza, irreverente y salvaje. Busiek ha construido una catedral que pretende oponerse a todo eso, de modo que ¿introducir una suerte de discurso meta-dialectico no será un retruécano tan vacío como las historias a las que pretende condenar?
Quizás estemos tomándonos todo esto demasiado en serio (aunque seguro que Busiek no lo hace) y quizás sea solo un recurso más que emplea el escritor para evitar caer en el mayor temor a la hora de abordar una obra de semejantes características: la repetición.
En cualquier caso, estamos demasiado cerca del final como para que todo esto resulte relevante. ¿Qué es lo relevante entonces? Que Busiek sigue, más de veinticinco años después de Marvels, en la brecha, buscando nuevos caminos para hacer lo que hace todo gran escritor: investigando nuevas aproximaciones y enfoques que orbiten en torno a su obsesión principal. En este caso, la nostalgia.
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