Javier Vázquez Delgado recomienda: Superman – Kryptonita nunca más

En homenaje a Dennis O’Neil

La elaboración de este artículo se había iniciado semanas antes de que la muerte de Dennis O´Neil nos sorprendiera a todos. Ahora, dentro del especial de Zona Negativa en su memoria, esperemos que sirva de pequeña contribución en homenaje a la memoria de uno de los autores claves de la DC moderna.

Introducción: Edad de Plata, Días de Gloria.

“Viviste días de gloria, Superman”. Esta frase, dicha por Lex Luthor mientras se acerca con malévola parsimonia a Superman con un pedazo de kryptonita viene que ni pintada para abrir este artículo.

Y es que en 1978, año en el que se estrenó la película a la que pertenece esa escena, los mejores días de Superman ya pertenecían al pasado. Es cierto que la propia película supuso una gran revitalización del héroe y que, en cierto modo, vino a reproducir lo que el Action Comics #1 había conseguido cuarenta años antes: marcar el camino por el que irían los demás. Sin embargo, los días en los que Superman colocaba casi media docena de colecciones en el top ten y era la referencia para el resto de series del género habían quedado atrás.

Hablar de los días de gloria de Superman es hablar de la Edad de Plata. Para el Hombre de Acero, esta etapa comienza en el Action Comics #252 (07/1958) con el debut de Brainiac y concluye con la última aventura pre-Crisis (es decir, pre-Byrne), la inolvidable “¿Qué le ocurrió al hombre del mañana?” (Action Comics #586 y Superman #423, ambos de septiembre de 1986).

Es el momento del regreso a la ciencia ficción con la aparición de la Legión de Superhéroes (Adventure Comics #247; 04/58). El momento del desarrollo de una verdadera galería de villanos, con el mencionado Brainiac, pero también Bizarro (Superboy #68; 10/58), Metallo (Action Comics #252; 05/59), Zod (Adventure Comics #283; 04/61) o Parásito (Action Comics #340; 08/66). De la exploración de su legado kryptoniano con la inclusión de la Fortaleza de la Soledad (Action comics #241; 06/58) o la aparición de Supergirl (Action Comics #252; 05/59). También es el momento del crecimiento desbocado de los poderes del héroe, de las delirantes historias imaginarias, de una kryptonita tan omnipresente que se inventaron varios tipos de tan abundante que era, de la insufrible rivalidad entre Lois y Lana.

Detrás de las historias, Curt Swan va asumiendo el relevo de Wayne Boring y Al Plastino, Jerry Siegel ha vuelto a los guiones y Mort Weisinger controla todo con mano de hierro. La serie de televisión ha proyectado la popularidad del personaje como nunca. Los secundarios consiguen sus propias colecciones. No cabe duda: Superman está en la cúspide de su popularidad.

Así, cuando hablamos del Superman de la Edad de Plata nos referimos a un estilo, unos temas y un tono que envolvieron y definieron el mundo del Hombre de Acero en el momento de su auge.

Sin embargo, todo lo antedicho no es aplicable al conjunto de la etapa que hemos delimitado hace un par de párrafos. Aunque convencionalmente se suele hablar de “el Superman de la Edad de Plata” al anterior al reinicio de John Byrne, existe un claro parteaguas situado en 1971 y que está representado por la saga que nos ocupa. La Edad de Plata propiamente dicha abarcaría hasta la saga “¡Kryptonita nunca más!” y desde este punto hasta la irrupción de Byrne estaríamos hablando del Superman de la Edad de Bronce.

Es en ese punto de transición en el que vamos a detenernos. En 1970, Weisinger se jubila. Superman seguía siendo el personaje más popular y sus colecciones las más vendidas (el año anterior había vuelto a colocar cuatro títulos de su familia en el top ten sin contar World’s Finest y Adventure Comics -datos de la web comichron-), pero estaba claro que había perdido el paso frente a los nuevos personajes provenientes de la maravillosa competencia, con su querencia por representar la actualidad y sus consistentes dramas personales.

Schwartz y O’Neil again and again.

Aquí entra en escena un nombre ya conocido por todos nosotros: Julius Schwartz. Sí, igual que había pasado con Batman o pasaría después con Wonder Woman, al veterano Schwartz se le encarga la revitalización de un título en horas bajas. Como ya se ha dicho, Superman no había abandonado el podio, ni mucho menos, pero la debilidad de su posición era creciente y evidente. Una renovación era necesaria. Para acometer esta tarea, Schwartz llamará a otro viejo conocido nuestro: el inolvidable Dennis O´Neil.

¿Otra vez Schwartz y O´Neil? Pues sí. Después de colaborar en la Liga de la Justicia, en Batman y en Green Lantern/Green Arrow, títulos todos ellos en los que O´Neil se dedica a actualizar conceptos y afinar caracterizaciones bajo de supervisión de Schwartz, la pareja asumirá el mayor reto de todos: la puesta al día del buque insignia de la editorial. Ésta va a ser, de hecho, la última colaboración entre ambos en este sentido.

El planteamiento de partida está claro: Superman se ha hecho demasiado poderoso, carece de desafíos, carece de conflictos. Si reducimos su poder, incrementaremos su interés.
Sobre esta base, todos los elementos excesivamente fantasiosos que restan verosimilitud deben ser eliminados: fuera el superzoo, fuera las historias imaginarias. Las tramas también deben actualizarse: no puede ser que el único golpe de efecto sean las múltiples kryptonitas. Hay que acabar con el bucle narrativo en el que se ha sumido la serie.

Pero no solo era un problema del poder. Eran también problemas de caracterización, fondo de escenario, plantel de secundarios, hasta de vestuario. El trabajo de O´Neil no era otro que una revisión completa del personaje. Y no sería fácil.

La Saga de “¡Kryptonita nunca más!”.

La saga en sí consta de nueve números correlativos, salvo el 239 que contiene reimpresiones (algo habitual en la época) publicados a lo largo de 1971.

Desde la misma portada del número 233 (01/71) que abre la saga, nos queda claro que este es un punto de inflexión. El mismo título lo advierte: encima del nombre aparece: “the amazing NEW adventures of”. La icónica imagen de Neal Adams nos muestra a Superman rompiendo unas cadenas. Nada del otro mundo, podría pensarse. Pero las cadenas están coloreadas de verde y al pie de la portada aparece la leyenda: “Kryptonite, never more!”, lo que manda un mensaje inequívoco: se acabó el talón de Aquiles de Superman. Por si no era suficiente con esto, otra leyenda señala: “number 1 best-selling comics magazine!” con el número uno claramente destacado del resto de caracteres. El mensaje es cristalino: una afirmación de fuerza y al mismo tiempo el anuncio de un nuevo comienzo.

En cuanto a la historia, se entra al meollo sin rodeos: un experimento industrial para hallar posibles aplicaciones energéticas en la kryptonita sale mal y acaba en una explosión en la que Superman se ve involucrado. Expelido por el estallido, un Superman postrado e inconsciente deja su silueta en la arena del desierto para descubrir cuando vuelve en sí que toda la kryptonita de la Tierra se ha convertido en hierro. Ya no le afecta. La noticia corre como la pólvora y se convierte en primicia mundial, dando sentido al título de la historia y a la misma portada, “Superman desencadenado”. “Ahora sí es imparable”, reza el titular del Daily Planet. En la redacción del periódico vemos a Morgan Edge, propietario del conglomerado mediático Galaxy, al que pertenece el Planet. En contraste con Perry White, Edge se muestra desconfiado y hostil hacia Superman. En relación a la nueva y definitiva invulnerabilidad de Superman afirma uno de los leitmotiv de la saga: “el poder absoluto corrompe absolutamente”. Acto seguido encarga a Clark cubrir el despegue de un cohete postal con un equipo portátil de retransmisión. Clark abandona así su rol de reportero clásico y se convierte en presentador, un cambio que se consolidará en los números posteriores. Tras abortar el típico ataque terrorista un confiado Superman se extraña de una repentina debilidad. La acción ha transcurrido cerca de donde se dio la explosión al inicio del número. De ahí vemos surgir de la silueta dejada por Superman a una figura de arena que se aleja tambaleándose. Así concluye el episodio.

En los cinco números siguientes (234-238) Superman se enfrenta a diversas amenazas: una erupción volcánica, un arpa endemoniada, unos extraterrestres proscritos con forma de ángeles, un virus espacial y unos piratas terroristas. Mientras se desarrolla la acción, el misterioso hombre de arena va apareciendo sorpresiva y aleatoriamente. En ocasiones ayuda a Superman, en otras se niega, pero la mayor parte del tiempo solo observa. Se revela que es “un ser independiente” pero creado “a partir del cuerpo, la mente y el alma” de Superman y cuanto más tiempo pasa con él más poder le absorbe y más se transforma en un duplicado exacto. Esto va generando crecientes dudas en Superman que ve cómo la situación está mermando su eficacia como héroe.

La trama llega a su clímax en el número 240. Con una inolvidable portada de Neal Adams donde vemos a Superman atenazado por la frustración y con el título “Salvar a Superman” se desarrolla una historia que hasta ahora parecía reservada a los episodios imaginarios. En medio de un incendio, un Superman con poderes muy disminuidos no puede evitar que el edificio en llamas se derrumbe, provocando la cólera del propietario. La prensa y la opinión pública no tardan en reprocharle haber fallado. Que a alguien que está sufriendo una crisis de confianza lo llamen fracasado no suele ayudar. Así, las dudas del héroe, que se han ido desarrollando números atrás, se transforman en un sentimiento de frustración e ingratitud. “He renunciado a un hogar y a una familia para seguir ayudando a estos ingratos (…) creía que me admiraban, pero me he engañado a mí mismo”, reflexiona amargamente.

En ese momento aparece I Ching, el anciano mentor de la Wonder Woman sin superpoderes que corresponde a ese tiempo. I Ching se ofrece a ayudarle a través de la proyección de su espíritu, sin embargo, una banda de matones “anti-Superman” interrumpen el ritual y tratan de eliminar al Hombre de Acero. Entonces tiene lugar una pelea a vida o muerte que Superman, ya sin poderes, afronta con plena consciencia de su debilidad: “no estoy acostumbrado a pelear, siempre gano fácilmente (…) mi fuerza de voluntad es todo cuanto tengo (…) ¡no soy más que un hombre desesperado!”. Al final, entre golpes y moratones salva la vida de Ching y se alza con la victoria: “es mi mayor victoria, la más importante. No sé si recuperaré los poderes pero… ¡no estoy seguro de que me importe!” La posibilidad de que renuncie a su identidad superheroica sobrevuela el final del número.

El siguiente episodio marca un giro en los acontecimientos. Superman está convencido de que ha llegado el momento de colgar la capa y llevar una vida normal “sin la responsabilidad y la soledad que conlleva ser Superman”, pero Ching le convence de lo contrario. “La responsabilidad no se elige, nos la imponen”, le dice. Así, gracias a una nueva proyección espiritual, Superman da con el hombre de arena y recupera su poder. Su duplicado se descompone y desaparece. Todo parece haber concluido, salvo porque Superman, lleno de nuevo de su poder, se ha vuelto arrogante y soberbio. Cada vez que trata de resolver un problema crea otro mayor. Exhibe su poder sin importarle las consecuencias. Ching cree que ese comportamiento se debe a una lesión cerebral producida durante su lucha contra los matones cuando no tenía poderes. Ante la iracunda reacción de Superman cuando trata de explicárselo el anciano, junto con Diana Prince, no le queda más que resucitar al hombre de arena mediante magia negra para que vuelva a debilitar a Superman. El extraño sujeto revela su historia: se trata de un ser sin forma de una dimensión desconocida llamada Quarrm, el accidente de la kryptonita abrió un portal desde su realidad a la nuestra por el que se coló impregnándose de la esencia de Superman y dando a parar a la arena de la que surgió. Sin que nadie lo advierta, un nuevo portal se ha abierto al invocar de nuevo al hombre de arena y otro ser de Quarrm se ha introducido en nuestro mundo. No tarda en acoplarse dentro de la figura de un guerrero monstruoso de un desfile próximo y sembrar el caos. Cuando Superman aparece para detenerle pierde de golpe dos terceras partes de sus poderes.

Con esta situación llegamos al número 242, que marca el final de la saga. En una serie de carambolas inverosímiles muy de la época la situación acaba con Superman y el hombre de arena frente a frente y el anciano Ching tratando de mediar. El nuevo ser de Quarrm ha desaparecido, por lo que Superman ha recuperado dos tercios de sus poderes y su lesión cerebral se ha curado, por lo que ha vuelto a su conducta normal. Pero ahora el hombre de arena quiere ocupar definitivamente el lugar de Superman. “Por eso debes morir”, le dice. “¿No podemos coexistir?” Responde Superman. “Busca la respuesta en tu corazón (…) ¡te gusta ser especial! Quieres ser el único en tu especie… ¡y yo también!” replica el hombre de arena. Estas palabras afectan a Kal-El, “¿tiene razón? ¿tan creído soy?”, piensa para sí. Ante el punto muerto, I Ching propone un combate a muerte por el derecho a ser Superman, y de este resulta un cataclismo planetario que en seis minutos acaba con la vida en la Tierra. Superman se retuerce por la culpa. “¡Lo hemos destruido todo! Perdonadme. Perdonadme”, gime. Sin embargo, todo ha sido resultado de un trance inducido por Ching para que vieran las consecuencias de un posible combate entre ambos. Ante esa posibilidad, el ser de Quarrm asume que no tiene derecho a ocupar el puesto de Superman y regresa a su mundo no sin que antes Superman renuncie al tercio de su poder que todavía retiene el hombre de arena. “He visto el peligro que conlleva tener demasiado poder. ¡Soy humano! ¡Puedo cometer errores! No quiero más poder, y tampoco lo necesito”.

Así, con un Superman solo y pensativo se cierra esta saga histórica.

Valoraciones y consecuencias.

Al margen de amenazas ridículas y situaciones disparatadas, inevitables en un cómic de superhéroes de hace medio siglo, la saga funciona y es efectiva como exploración y desarrollo del Hombre de Acero en un contexto renovado.

Como en toda obra rompedora, el valor de esta saga viene determinado por lo que había antes de ella. Y lo que había era el agotamiento de la fórmula del Superman de Weisinger: un nuevo superpoder, un nuevo supervillano, una nueva revelación kryptoniana cada seis meses y mientras tanto, historias imaginarias que especulen sobre los mismos temas de siempre: Superman se casa con Lois o Superman vuelve a Krytpon.

Esta saga trata de erradicar todo eso y zambullir la serie en los formatos narrativos de la ficción superheroica de la época: periódica renovación de escenarios y secundarios, dramas personales, referencias a la actualidad, sub-tramas, aventuras de varios números.

Por tanto, más allá de la confrontación con el hombre de arena o la pérdida de poder, que son los elementos que ayudan a plantear el problema, lo que pretende la saga es llevar a Superman a una situación nueva para que se desarrolle como personaje.

Así, el cambio de estatus de Clark, la inclusión de Edge o la aparición del grupo Galaxy removían un poco la imperturbable redacción del Planet. Parte de este esfuerzo se malogró al meter de nuevo a Lois y Lana y su eterna disputa. Poco después llegaría el inefable Steve Lombard (Superman #264, 06/73) para aguar recurrentemente la fiesta a un Clark que se atrevió a echar alguna cana al aire.

Y es que hasta el propio Clark se soltó un poco. En alguna ocasión se ha dicho que el Superman de los cincuenta y sesenta estaba tan esquematizado que nunca se veía a Clark sin su traje azul y corbata roja. Aquí aparece en cada número con un traje distinto. Parecerá un detalle menor, pero si nos fijamos, son atuendos totalmente de la época: solapas y cuellos anchos, chaquetas cruzadas de seis botones, tonos pardos… ¡hasta una corbata con estampados!

En todo caso, la estrella de la función es Superman. En este sentido, la saga puede leerse como un muestreo de las debilidades, limitaciones y taras del personaje como tal y en el relato mismo. Parece una “autopsia del héroe” realizada con el instrumental disponible en la época.

No es que una historia donde Superman pierde sus poderes fuera una novedad, al contrario. Pero en ésta, el nivel de auto-reflexión del personaje es totalmente distinto. Antes, Superman perdía sus poderes para demostrar que aun así seguía siendo invencible y para que todo volviera a ser como antes, que era como siempre acababan las historias de DC. No cabían dudas acerca de su triunfo porque Superman siempre sabía qué era lo correcto y lo hacía con o sin poderes. Su principal límite como personaje no era tanto su invulnerabilidad como su infalibilidad. Superman no fracasaba nunca, ni siquiera sin sus poderes.

Aquí en cambio sí fracasa, sí prueba el sabor de la derrota, sí se enfrenta a un verdadero reto. La página donde trata de sostener el edificio en llamas y falla mientras piensa “no puedo, ¡no puedo!” es seguramente el momento más dramático de la saga. Es lo contrario, lo antagónico, a la mítica escena de Spider-Man al final de la saga del Planeador Maestro (The Amazing Spider-Man #33; 02/66). Mientras que allí Spidey, un adolescente que intenta madurar, afirma “¡lo conseguí! ¡estoy libre!” al liberarse del peso increíble que le aprisionaba y realizando un extraordinario ejercicio de superación y de responsabilidad, Superman, un dios entre mortales, sucumbe ante las expectativas que los demás depositan en él. El peso de esa responsabilidad es demasiado. Y claro, cuando alguien infalible falla, cuando alguien no responde como todos esperamos que haga, vienen los problemas. Ahí están elementos hasta entonces muy poco trabajados en el personaje: su necesidad de aprobación, el extraordinario peso de su responsabilidad autoimpuesta.

Es algo de lo que Mark Waid habló largo y tendido en un capítulo de “Los Superhéroes y la filosofía” (Tom y Matt Morris, 2013: 21-33). Superman hace lo que hace, entre otras cosas, porque busca la aprobación de los demás, por sentirse integrado. Sin embargo, si nunca fallas, si lo que se espera de ti es que lo resuelvas todo, entonces no puedes comportarte como un ser humano. Sin embargo, Superman piensa lo contrario. “Soy humano”, dice al final. Es decir, puedo fallar. Por eso renuncia a parte de su poder. Pero más allá del poder, que en esto es lo de menos, el cambio es de carácter: hasta Superman puede equivocarse y eso es una preocupación que a partir de ahora pasa a formar parte de sus reflexiones.

Emerge, por tanto, un personaje consciente de los peligros del exceso de poder, del exceso de responsabilidad, de la soledad, de las privaciones, del engreimiento, de la presión, del egoísmo. Es decir, un personaje consciente de sus propios límites. Y esto se logra poniéndole ante un espejo: su doble de arena que, al comportarse como él, le permite verse a sí mismo desde fuera.

Superman aprende a problematizar su condición de “súper” y a introducirla en su propio relato. Antes eso no cabía, no era concebible que la infalibilidad fuera un problema ¡Al contrario! Era su atractivo principal. Pero los tiempos cambian y Superman se vio obligado a cambiar con ellos.

No todo son limitaciones: O´Neil también remarca que la fuerza de voluntad es el verdadero superpoder del héroe, junto con su sentido del bien. O su compromiso con la gente, reflejado en otro gran momento, cuando suplica el perdón de una Humanidad que cree muerta por su combate contra el hombre de arena.

En suma, se pasa de un Superman que tiene un poder nuevo cada cierto tiempo a un Superman que recela del exceso de poder porque es consciente de las consecuencias de sus errores. Las características que antes eran celebradas ahora se problematizan. Ser el salvador de la Humanidad ya no es una supertarea que se despacha sin más en un número cualquiera, es una responsabilidad enorme, un peso colosal que puede llegar a angustiarle. Sus inmensos poderes dejan de ser fantásticas herramientas para hacer el bien sino posibles desencadenantes de catástrofes globales. La gran debilidad exterior del personaje, la kryptonita, desaparece para dar paso a una debilidad interior muy humana: el miedo al fracaso, el miedo a equivocarse.
Al margen de Superman, O´Neil también aprovecha para introducir los temas que tanto le interesan y que son una constante en sus trabajos de entonces: contaminación ambiental, diferencias sociales o el peligro de los prejuicios. Con esto también se consigue actualizar al personaje, hacerle participe de la realidad de los lectores.

A nivel de dibujo, por el contrario, la saga no marca ninguna ruptura. Eso sí, se puede afirmar que aquí empieza la mejor etapa de Curt Swan, con un héroe más robusto y unas poses y viñetas más arriesgadas. Swan es un buen reflejo de la DC de los sesenta a nivel gráfico: un dibujante bueno, de corte clásico, de figuras proporcionadas y viñetas ordenadas. Quizá el mejor dibujante de la DC de entonces. Sin embargo, le cuesta llegar a las cotas de intensidad y dramatismo que el cómic de superhéroes empieza a ofrecer en ese momento. En esta saga, el número entintado por Dick Giordano destaca sobre el resto precisamente por esa mayor capacidad de transmisión.

Es importante también destacar la labor portadista de Adams. Si a principios de los años sesenta fue Carmine Infantino quien supo dar una imagen dinámica, moderna y homogénea de los cómics DC, al decaer la década prodigiosa fue Adams quién tomó el relevo y nos deleitó con espectaculares portadas que, en muchos casos, estaban muy por encima de lo que ofrecían los ejemplares. No se trataba de trucos tipo “clic-bait” de la época, sino de un dramatismo apabullante que rara vez los dibujantes del interior eran capaces de igualar.
La Saga en perspectiva.

Esta saga ha adquirido la categoría de punto de separación entre la Edad de Plata y la Edad de Bronce de Superman. Y aunque hay muchos cambios que se dieron en paralelo o con posterioridad a la misma, no cabe duda que su intención era precisamente marcar un cambio de época en el personaje.

Aunque Kirby ya trató de manera muy convincente el sentimiento de soledad de Superman y había introducido a Morgan Edge y el grupo Galaxy en las páginas de Jimmy Olsen hacía casi un año, su intención no era renovar a Superman sino trazar su propia macro-saga.

Es necesario decir, sin embargo, que estamos, de alguna manera, ante un proyecto fallido. Sobre todo si lo comparamos con otras actualizaciones de O´Neil. Si con Batman consiguió recuperar un tono nocturno y misterioso, con Arrow dotarle de una personalidad carismática, o con la Liga proyectarla al olimpo cósmico, con Superman el trabajo quedó a medias. Trató de conferir un nuevo carácter y preocupaciones al personaje, sin retomar el perfil desafiante y pendenciero que había sido propio de sus primeros años y renunciando al divino patriarca de Weisinger pero apenas le alcanzó a perfilar la nueva situación.

Hay dos motivos que justifican el considerar fallida esta renovación: el primero y más poderoso es que el propio O´Neil no estaba muy convencido de lo que estaba haciendo y por eso le pidió a Schwartz abandonar la colección una vez terminara la trama del hombre de arena.

En cierto modo, la saga funciona como una introducción, un prólogo de la verdadera historia, que empezaba justo en el momento en el que se han sentado las bases del nuevo statu quo. Superman ha cambiado, ha madurado, también ha perdido parte de sus poderes. ¿Cómo afrontará ahora sus tareas? ¿Qué consecuencias tendrá su nueva actitud cuando sus viejos enemigos le ataquen con renovada fiereza? O´Neil renunció a hacer avanzar la historia por la nueva situación que había establecido.

A la luz de este abandono, uno casi puede hacer una nueva lectura de la saga: una declaración de impotencia. O´Neil hace un buen trabajo. De hecho, tiene momentos que están por encima de algunos de sus números en Batman, pero no quedó satisfecho. Al final, él también asumió que “no podía”. Por ello, esta actualización, junto con la de Wonder Woman, queda como la menos exitosa de las que emprendió en esos años decisivos. Sería, de hecho, la última. Como ironía, en 1972 DC pone a Schwartz al frente de Wonder Woman y lo primero que hace el veterano editor es poner fin a la etapa de I Ching iniciada por O´Neil y regresar a la caracterización clásica. La época de las actualizaciones había terminado. En buena medida era el cierre definitivo de la Edad de Plata. Para Superman lo fue.

El segundo motivo que lleva a afirmar que la renovación resultó fallida es que sus consecuencias no tardaron en ser desaprovechadas en el decurso de la serie. No volvieron las historias imaginarias ni las supermascotas pero Superman no tardó en volver a ser ultrapoderoso.

En un giro que es posible que encuentre su base, irónicamente, en esta misma saga, Superman se reafirma como un ser distante, ensimismado, pero esta vez totalmente autoconsciente de la gravedad e importancia de sus responsabilidades. Vuelve a ser un dios, pero no el dios de Weisinger, entre lo pop y lo naif, sino uno severo, circunspecto. Le pesa la responsabilidad, pero la asume, de nuevo, sin dudar. Y es una responsabilidad que va a crecer exponencialmente. El Superman de los setenta y primeros ochenta va a convertirse prácticamente en un “héroe cósmico”, tan en boga entonces. Va a rescatar civilizaciones extraterrestres, a perseguir a Brainiac por otras galaxias, hasta Luthor se va a convertir en el tirano de su propio planeta. Si antes no tenía suficiente con proteger la Tierra, ahora va a convertirse poco menos que en protector de la galaxia.

Los temas dramáticos de la responsabilidad y la culpa seguirán presentes (aquí es necesario mencionar una clásica historia posterior: “Must there be a Superman?” en Superman #247; 01/72) pero en un marco y con un trasfondo que ya no trata de humanizar al personaje, sino plasmar lo dura que es la vida de un dios.

Así, esta primera renovación consciente del personaje se topó con las mismas dificultades que afectaron a las muchas que le siguieron. O´Neil pretendió humanizar al héroe, pero el resultado fue dramatizar al dios. La efectiva humanización del héroe tuvo que esperar a que en 1986 John Byrne compusiera una versión más completa y cohesionada.

A su vez, esta primera renovación reflejó la tensión elemental que atenaza al personaje y que, de hecho, está presente en su mismo nombre: la que se da al conectar lo humano con lo superior a lo humano.

Por cierto, Clark también volvió a los trajes azules con corbata roja.



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