Javier Vázquez Delgado recomienda: Camelot 3000
Sin embargo, los profetas nunca pudieron prever una invasión extranjera…o las extrañas formas que los caballeros adoptarían…
La Alta Edad Media es una de las épocas más apasionantes de la historia del hombre, y también una de las más desconocidas. La caída del Imperio Romano en el 476 d.C sumió al continente europeo en un miasma cultural que nuestra sensibilidad contemporánea vería como un páramo post-apocalíptico y post-deconstructivista.
Los vestigios del Imperio Romano, el paganismo de las tribus bárbaras y el auge del totalitarismo cristiano convivieron (en un caos social y político absoluto) con nuevas formas de comportamiento humano: el neo-platonismo cristiano (monoteísta) metamorfoseado en Islam, el paganismo germano (politeísta) metamorfoseado en mitología nórdica y el sistema aristocrático romano metamorfoseado en un sistema feudal que sumiría al continente en la oscuridad durante diez siglos. Una oscuridad, claro, que imposibilitaría la transmisión coherente y fiable de cultura, hasta tal punto que Roma (apenas dos siglos después de su caída) empezó a ser considerada un mito en las regiones más alejadas de los centros neurálgicos del poder…regiones como Britania.
La verde Albión era un mundo caótico en sí mismo. Entre la caída del Imperio Romano (476 d.C) y el comienzo de la dominación normanda (tras la Batalla de Hastings en el 1066 d.C), dos pueblos muy diferentes se disputaron el dominio de las islas. Por un lado, los celtas: pictos (habitantes de la actual Escocia), escotos (también en Escocia), los dalriadas (en Irlanda) y los britanos (en Gales). Por otro lado, los invasores germanos: anglos, jutos y sajones. La leyenda de Arturo nace en este conflictivo contexto de enfrentamiento britano-sajón.
Cito las reflexiones de Mike Barr sobre esta época (en la introducción del tomo de Camelot 3000): “Las raíces de la leyenda datan del siglo V d.C cuando la provincia de Bretaña, ocupada por los romanos, fue amenazada por invasores sajones. […] La primera referencia a un guerrero llamado Arthur aparece en la crónica Gododdin, en el año 600, utilizando a Arthur [un jefe militar de los britanos de nombre Ambrosius Aurelianus] como un modelo por el cuál serían juzgados otros guerreros. […] Más adelante, fuentes bien documentadas como los Easter Annals hablan de la batalla de Camlann en la que perecen tanto Arthur como su enemigo Medraut”.
Arturo es un rey solar, un forastero sin padre, el tipo de héroe mesiánico que surge en momentos de crisis y necesidad. Es el centro neurálgico de la mitología de Inglaterra, como Carlomagno lo es de Francia y El Cid de España. Los hechos principales de su leyenda se los debemos a Chrétien de Troyes, escritor normando del s.XII.
¿Cuáles son estos hechos? Bien, todos los conocemos: Arturo saca la espada Excalibur de la piedra, Arturo se convierte en rey de Camelot; Camelot disfruta de doce años de paz mientras sus nobles caballeros se lanzan en persecución del Santo Grial; la traición de Lancelot y Ginebra precipita la muerte de Arturo y la caída de Camelot. Todos conocemos también a los personajes principales del drama: Arturo, Merlín, Morgana, Lancelot, Ginegra…
No obstante, una sinopsis tan escueta no puede explicar porque la leyenda de Arturo ha ejercido un influjo tan poderoso a lo largo de los siglos. Tolkien sí lo entendió bien y construyó El Señor de los Anillos en torno al concepto central del ciclo Artúrico (y de las leyendas nórdicas contaminadas por el “pecado cristiano”): incluso la más noble de las criaturas puede sucumbir ante el deseo, y ni siquiera Camelot puede resistir frente a los envites del tiempo.
“¿Dónde están el caballo y el caballero, donde el cuerno que sonaba?”/¿Dónde está el yelmo y el coraza, y los luminosos cabellos flotantes?” qué diría Tolkien, quien también, por cierto, se encargó de traducir Sir Gawain y el caballero verde, un romance (anónimo) del siglo XIV centrado en la figura del sobrino de Arturo.
Las palabras de Tolkien nos recuerdan a los versos de un famoso poema de Brian Patten que inspiró a cierto escritor de Northampton: “¿Dónde estás ahora, Batman? / ¿Ahora que tía Heriot ha informado de la desaparición de Robin / y Superman se ha dormido en las butacas infantiles de seis peniques? / ¿Dónde estás ahora que el ¡SHAZAM! del Capitán Marvel reverbera en el auditorio, /los magos no lo oyen, /deben estar todos sordos… o muertos…/El Monstruo Morado que bajó del Planeta Morado disfrazado como un hombre /vaga sin rumbo por las calles /sin saber cómo volver. /Los Increíbles Árboles Vivientes han estrangulado a Sir Galahad, /el Zorro asesinado con su propia espada. / Blackhawk ha enterrado al último de sus compañeros /y ha ido a suicidarse en los abandonados Hangares de Inocencia”.
En efecto, el siglo XX ha sido el momento del tiempo en que los nobles caballeros de Inglaterra han resurgido con más frecuencia y fuerza. No debería extrañarnos. Al fin y al cabo, el siglo XX está construido sobre (y neuróticamente obsesionado con) dos ideologías románticas, idealistas y tradicionalistas: el comunismo y el fascismo. “La nostalgia por un pasado que nunca ha existido”, así podría resumirse un siglo.
Citaré solo algunos hitos de interés en la trayectoria narratológica de Arturo: el poema épico La muerte de Arturo (Thomas Malory, 1485), la novela De los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros (John Steinbek, 1975), el cómic El príncipe Valiente (Hal Foster), la película Excalibur (John Boorman, 1981), la involuntaria comedia La leyenda de la espada (Guy Ritchie, 2017), la genial comedia Los caballeros de la mesa cuadrada (Terry Gilliam, 1975).
Todas estas obras son permutaciones muy interesantes sobre la naturaleza del rey solar. Pero la reflexión más interesante sobre el concepto es, por supuesto, Camelot 3000, a su vez cimentada sobre los hechos relatos por Thomas Malory en La muerte de Arturo.
Escrita con el objetivo de ensalzar los valores caballerescos que (creía Malory) caracterizaban a la dinastía Tudor, La muerte de Arturo es un ejemplo claro de como los mitos clásicos son los cimientos de los sistemas de gobierno de las principales naciones europeas.
Vuelvo a citar a Barr al respecto: “En 1462, Malory fue encarcelado por luchar con los rebeldes lancasterianos, cumpliendo condena en la infame prisión de Newgate. Fue allí donde Malory investigó y escribió La muerte de Arturo. […] Malory creyó realmente en el espirítu de la caballerosidad, justicia y aventura demostrado por el rey Arturo y sus nobles caballeros. […] Camelot 3000 ha hecho algo nuevo en lo que es el primer intento de contar hazañas del regreso de Arthur, muchas veces profetizado, antes que volver a contar proezas ya dichas, pero Camelot no existiría si Thomas Malory no hubiera escrito La Muerte de Arturo. Se ha dicho que Malory se vio a sí mismo como sir Lancelot, el caballero que recibió un doble castigo por sus pecados. Y como Lancelot, él siempre será recordado como uno de los más leales caballeros de Arturo”.
He de confesar que Mike W.Barr pertenece a una tríada de tres “Mikes” que siempre confundo, al haber escrito cada uno de ellos una obra soberbia sepultada en una década (los 80`s) saturada de grandísimos tebeos mucho más publicitados. Mis tres “Mikes” y sus obras son: Mike Greel y The longbow hunters, Mike Baron y Nexus, y Mike Barr con Camelot 3000.
Por suerte o por desgracia para todos, hoy solo vamos a hablar de Mike Barr (Ohio, 1952). Barr es especialmente recordado por los seguidores de Batman: escribió La novia del demonio, escribió Año dos y creó a los Outsiders, bizarro grupo de supergente al que en la parroquia de veteranos de Zinco se le tiene mucho aprecio.
Brian Bolland y sus obras, por otro lado, no necesitan presentación; pero nunca está de más recordar (más allá del tópico) porque Bolland es una leyenda del medio. Una leyenda con orígenes bastante modestos, habida cuenta de que su primera publicación se centraba en las andanzas de un superhéroe explotation nigeriano (Bolland se alternaba los números con nada menos que Dave Gibbons; algún día alguien tendrá que contarnos esta historia).
Fuera como fuera, el trazo elegante, el dominio del volumen y la anatomía heroica y el espectacular uso narrativo de las masas de negro consiguieron que Bolland se convirtiera en uno de los dibujantes más respetados de Juez Dredd, dónde ilustró sagas míticas como la de El juez muerte.
Como era habitual por entonces, Bolland dio rápidamente el salto a EE.UU donde dibujó la saga que hoy nos ocupa. Su éxito fue mayúsculo, pero pronto quedó ensombrecido por el encargo que Bolland acometió en cuando acabó Camelot 3000: la famosísima Broma Asesina
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Quizás sabiendo insuperable la fama y la labor gráfica desplegada en Camelot 3000 y La broma asesina, Bolland dio dos caballerosos pasos para atrás y se dedicó a dibujar (magnificas) portadas para Flash, Wonder Woman, Animal Man, Los Invisibles, Batman. También se convirtió en al autor de una (magnifica) tira cómica al estilo Crumb titulada Mr.Mamoulian, y en el autor de (soberbias) historias cortas como Harry, la cabeza.
Pero volvamos ahora hasta 1982, cuando Mike Barr propuso a Len Wein un concepto que (diez años antes) había sido rechazada por Marvel: si las viejas historias decían que El Rey Arturo volvería en la época de mayor necesidad de Inglaterra…¿por qué no podía ser ese momento ahora?
Wein pensó que una historia limitada de género fantástico podía ser ideal para explotar las posibilidades del mercado de venta directa recién nacido, así que dio luz verde a Barr, quien incluso llegó a acreditar como asesora a la doctora Sally Slocum, su profesora de literatura artúrica en la universidad.
Como vemos, la pasión de Barr se remontaba muy atrás en el tiempo…atrás y atrás y más atrás…hasta el Tintagel de la Alta Edad Media…
Para ser honestos, las primeras escenas de Camelot 3000 son un poco flojas, sobre todo en lo que a guion se refiere. Es evidente que Mike Barr necesitaba introducir muchas ideas en muy poco espacio. Además, algunos detalles son tan inocentes que provocan sonrojo.
Comenzamos in media res, con una invasión alienígena genérica a punto de destruir Londres. Vemos a Tom huyendo con sus padres hacia el canal de La Mancha. Una nave alienígena destruye el coche en el que viajan, incinerando a los padres de Tom al instante (pero no a Tom, claro). Resulta que el coche ha explotado cerca de Glastonbury, donde según el mito se encuentra la tumba de Arturo…y que está en la otra punta de Inglaterra con respecto al canal de La Mancha. Tom puede no tener unas dotes sobresalientes de orientación, pero (con apenas dieciocho años) es ya un reputado arqueólogo.
“Me he pasado toda la vida buscando algo importante” dice al encontrar la tumba de Arturo. Resulta que Glastonbury es (¡también!) el lugar de trabajo de los padres de Tom, casualmente también arqueólogos y que Tom conoce el lugar a la perfección.
Semejante cumulo de despropósitos está a punto de hacer que uno abandone…pero entonces El Rey Arturo resucita y todo cambia.
A partir de aquí, Barr y Bolland se olvidan un tanto de los marcianos y entran a fuego con lo que de verdad les interesa, en una montaña rusa de aventuras y humor imposible de abandonar hasta que se llega a la meta: la resurrección de Los Caballeros de la Mesa Redonda, la actualización de sus hazañas para el año 3000…y la repetición de sus mismos errores.
En efecto, la segunda vida de Arturo y sus amigos sigue paso por paso el desarrollo de la primera, hasta tal punto que la imposibilidad de evitar el propio fracaso y la propia corrupción se convierten en el tema principal de la obra. Recordemos que en La muerte de Arturo (de Thomas Malory) es el triángulo de celos entre Arturo, Ginebra y Lancelot el que precipita la caída de Camelot.
Los tiempos cambian, no así los hombres…pero quizás sí las mujeres. Camelot 3000 incluye sorprendentes (para la época) comentarios de género. Tristán es uno de los caballeros más conocidos del ciclo artúrico, gracias en gran parte a la ópera de Richard Wagner “Tristán e Isolda“…o “Tristán y La Rubia” si se traduce directamente del germano antiguo, en lo que podría ser el titulo del último hit reggatonero. En cualquier caso, el apasionado romance de Tristán y su rubia vuelve a contarse fielmente en las páginas de Camelot 3000…con importantes cambios.
El hechizo lanzado por Merlín para resucitar a los caballeros de Arturo es interceptado por Morgana (enemiga principal de la serie, lideresa secreta de las tropas de invasión alienígena y también de las fuerzas represoras de un gobierno terrestre comandado por un trasunto muy cachondo de Ronald Reagan) de modo que los caballeros conservan los recuerdos de sus reencarnaciones (con los conflictos interiores que eso conlleva). El más afectado de todos los caballeros es Tristán, quien se reencarna (con la mentalidad de un hombre) en el cuerpo de una mujer.
Las frecuentes burlas de los caballeros hacía su nueva condición, su negativa a iniciar un nuevo romance con Isolda y frases como “Puede que no te guste su aspecto, pero él no puede evitarlo” o “¡Qué me quede atrapado en este cuerpo si miento” reflejan sus luchas interiores y las disonancias que en Tristán crean el desprendimiento de etiquetas. Particularmente interesante a este respecto resulta la figura del joven y bienintencionado Tom, quien, enamorado de Tristán e incapaz de entender su nueva situación, la atosiga constantemente con una actitud preocupada y paternalista.
También resulta muy interesante el tratamiento que da Barr a la reina Ginebra, comandante del ejército en una vida anterior. Hasta el muy macho Arturo ha de entender que “los tiempos han cambiado” y que una mujer puede ser muy útil en la batalla. Lo que Arturo no entiende tanto son los mecanismos del amor. Al casarse con Ginebra, pretende atarla moralmente para que no cometa adulterio con Lancelot. Lo que, por supuesto, ocurrirá y, como en la historia original, provocará la caída de Camelot.
La búsqueda del Grial es también uno de los elementos más conocidos y recordados del ciclo artúrico. En la historia “original” (es decir, en la versión mas conocida entre el público contemporáneo de las muchas que nos han llegado), Sir Percival es el encargado de encontrar el Grial con el objetivo de sanar a Arturo de la debacle urdida por Lancelot, Ginebra y Mordred (su lunático hijo bastardo que, por supuesto, hace acto de presencia en la obra de Barr y Bolland).
Sir Percival no consigue responder correctamente a la pregunta de El Rey Pescador (el guardían del Grial), de modo que el Grial se le escapa y Camelot cae. Pero en Camelot 3000, un Percival transformado en monstruo por las acciones de Morgana si es capaz (a pesar de su horripilante aspecto) de encontrar la copa de Cristo y curar a un Tom que encarnará las esperanzas del futuro.
De nuevo, el tropo del cambio que está presente también en Tristán. Cito a M.K.Hume para ilustrar cual es la lección principal de todo este ciclo: “La vida nos enseña con crudeza y, como Arturo, todos aprendemos que solo afrontando la belleza y el sufrimiento que ella implica lograremos fortalecernos. En último término a lo que todos aprendemos es a enfrentarnos a nosotros mismos; y esa es la lección que nos acompañará siempre a lo largo del camino”.
El primer referente que (de forma obvia e inmediata) le viene a uno a la mente al leer Camelot 3000 es el Thor de Lee y Kirby. No solo porque el concepto de “caballeros del Rey Arturo en el año 3000” recuerda mucho al de “dioses mitológicos en un mundo de ciencia ficción”. La serie de Barr y Bolland remite en su humor y espíritu aventurero y romántico a las ordalías cósmicas de Lee y Kirby.
Un humor que, es necesario aclararlo, no convierte la serie en una sitcom o en un festival del chiste. El humor, así lo entendían los clásicos y así creo que lo entiende Barr, es una herramienta indispensable para construir personajes tridimensionales, creíbles al reír y al llorar. Porque el llanto, y esto también lo sabían los clásicos, es un elemento indispensable para construir cualquier tragedia épica digna de ese nombre.
La atmosfera fatalista que sobrevuela sobre las aventuras de Odin, Loki y Thor, como consecuencia del famosísimo Ragnarok, esta también presente en Camelot 3000, al saber todos y cada uno de los caballeros que la caída de Camelot fue consecuencia del romance prohibido entre la reina Ginebra y Lancelot…un romance que vuelve a repetirse.
Los actores principales de este drama también parecen remitir a las líneas maestras trazadas por Lee y Kirby en Thor. Arturo es rey noble, pero no exageradamente inteligente, como Thor. Lancelot es el más virtuoso de los caballeros, como Balder. Y Merlín calla todo lo que sabe, como Odín.
Al mismo tiempo que Camelot 3000 se publicaba, Walter Simonson hacía explotar los índices de ventas en Thor, de modo que no es descartable una influencia editorial o literaria directa; pero mientras que Barr hace referencia constantemente a los dioses nórdicos marvelitas con su guion, Bolland recuerda poderosamente con sus dibujos al John Byrne de La Patrulla X.
Una etapa de los mutantes muy influencia por el macro-éxito cósmico de la primera trilogía de Star Wars. George Lucas y Luke Skywalker revitalizaron un estilo de ciencia ficción que se había visto aparcado por las exploraciones de los espacios interiores de Phlip K.Dick y J.G.Ballard (entre otros) y por la ficción especulativa de los Bradbury, los Lem y los Henlein. La space opera aventurera de Byrne y Lucas está muy presente en los fastuosos y magníficos diseños de Bolland.
La verdad por delante. Camelot 3000 no es una obra atemporal. El tiempo y (sobre todo) las magnificas novelas gráficas que cambiarían la industria del cómic para siempre pocos años después han hecho mella en ella. Su estilo narrativo resultará chocante para aquellos que no estén versados en el cómic antes de los Moore, los Miller o los Gaiman. Ilustraré con un ejemplo lo que quiero decir. En apenas diez (¡diez!) páginas, Arturo descubre a Lancelot y Ginebra con las manos en la masa, los exilia de Camelot, estos fundan un emporio empresarial y en seguida vuelven a Camelot una vez las acciones del traidor hermano de Arturo provocan la muerte de Merlín.
Acostumbrados como estamos a los lentos y detallados exámenes psicológicos que ocupan capítulos, sagas y colecciones enteras (herencia de la dramaturgia televisiva), semejante despliegue de eventos nos resulta muy artificial, hoy día. ¡Lo cuál no quiere decir que esto sea un fallo de la propia obra! Todo lo contrario. No hay más que recordad que algunas de las más famosas sagas y eddas nórdica ocupan con sus múltiples generaciones apenas unos pocos cientos de páginas.
Y funcionan. Y funcionan a la perfección porque operan en una esfera que está más allá de la mera realidad. Operan en la esfera del símbolo, de la guerra sin fin, del conflicto eterno que a todos los humanos atañe. El guion de Barr, visto desde esta perspectiva, funciona a la perfección, como un mecanismo de relojería.
A la escritura de Barr se suma el arte de un Brian Bolland que consigue colocarse entre los más grandes ilustradores y narradores de la historia del fantástico, rozando con los dedos el Olimpo de Foster, Eisner, Frazetta y Williamson…con apenas dos obras completas (Camelot 3000 y La broma asesina), un puñado de historias de Juez Dreed y algunas portadas. Ahí es nada.
Barr escribe, Bolland dibuja (¡y cómo dibuja!) y nosotros reímos con Arturo y sus caballeros, lloramos con ellos, nos emocionamos con ellos…volvemos a pensar que podemos ser héroes, que algún día se nos pedirá que nos levantemos y que nos unamos a la corte de Camelot para luchar por la justicia, el débil y la razón. Volvemos a pensar que puede haber justicia en un mundo que se nos presenta lleno de maravillas.
Es este un objetivo primordial de la literatura. Y de tan obvio que es, a veces se olvida. Solo las grandes obras como Camelot 3000 tienen la capacidad de llevarnos de la mano a otro mundo.
-Para conocer al Rey Arturo allá donde este se encuentre:
-A bibliography of Modern Arthuriana (1500-2000)
-Para viajar hasta las raíces del mito…
-La muerte de Arturo
-Si quieres seguir leyendo…
-Thor de Lee y Kirby
-Thor de Walter Simonson
-El Príncipe Valiente
-De los hechos de El Rey Arturo y sus nobles caballeros (John Steinbek)
-El rey Arturo (M.K.Hume)
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