Javier Vázquez Delgado recomienda: Pompeo. Los últimos días de Pazienza
“Mi futuro entero cabe en un cm³ “
En el mundo del cómic nos encontramos con algunos episodios terribles; muy difíciles de digerir. Como en la vida. Con injusticias, con olvidos y, también, con grandes tragedias.
La muerte de Andrea Pazienza a los 34 años fue una de las tragedias más devastadoras que sufrió el cómic europeo a finales del siglo pasado. Por su potencia simbólica; como ejemplo de miles de muertes parecidas. Por inesperada, ya que parecía que el autor italiano estaba en su mejor momento. Por dañina, ya que nos privó de conocer centenares de páginas, decenas de obras que seguro que este autor atesoraba en su interior.
Y sin embargo, pese a este mazazo, pese a su ausencia el legado del artista de San Bennedetto es abundante y esplendoroso. Su trayectoria nos ofrece algunas series apasionantes, varias obras maravillosas y centenares de páginas, diseminadas en álbumes recopilatorios, llenas de rabia, audacia y frescura. Quizás la principal característica de Paz es su capacidad para lanzar reflexiones urgentes y profundas que transmite de manera aparentemente sencilla y que nos llegan de forma directa y contundente. Esta cualidad se percibe también en sus obras más elaboradas que se enriquecen con su enorme intensidad emocional, con su extraordinaria capacidad gráfico-narrativa, con los múltiples registros estilísticos que domina y con su aparente sencillez y espontaneidad. Pompeo se convierte, en este sentido, un auténtico compendio de las principales virtudes del asombroso arte de Andrea Pazienza.
Andrea Michele Vincenzo Ciro Pazienza, más conocido como Andrea Pazienza o simplemente Paz, nació en San Bennedetto del Tronto en la provincia italiana del Ascoli Piceno, en mayo de 1956.
La primera parte de su infancia transcurrió en la localidad de San Severo que se convirtió en su paraíso perdido. A los doce años se traslada a Pescara para cursar sus estudios secundarios y posteriormente se matricula en el liceo artístico. Allí conocerá a Tanino Liberatore, artista de fumetti como él y creador – junto al guionista Stefano Tamburini – del personaje Ranxerox. Es en esta época que empieza a dibujar sus primeras historietas.
En 1974 se matricula en el DAMS (Discipline delle Arti, della Musica e dello Spettacolo) en la Universidad de Bolonia.
En 1977 publica en la revista Alter Alter la obra Le straordinarie avventure di Pentothal, una obra experimental, un delirio gráfico que le sitúa inmediatamente a la vanguardia de su época.
El mismo año – junto a Tanino Liberatore, Filippo Scòzzari, Stefano Tamburini y Massimo Mattioli – funda la editorial Primo Carnera Editore y la revista Cannibale. Colabora para la revista Il Male y realiza historias cortas, portadas, comentarios políticos y chistes gráficos para infinidad de publicaciones. En 1980 funda otra revista llamada Frigidaire junto a Vicenzo Sparagna y otros colaboradores.
Desde 1983 se dedicó a la docencia, primero en la Libera Università di Alcatraz y posteriormente en la Scuola di Fumetto e Arti Grafiche Zio Feininger que creó junto a artistas como Roberto Raviola (Magnus), Lorenzo Mattoti y Silvio Cadelo.
En este período sigue publicando en revistas como Comic Art, Linus, Zut y diversos suplementos dominicales de periódicos de tirada nacional.
Se dedica también a la escenografía, la pintura, los videoclips y carteles para películas. Colabora con artistas como Federico Fellini, Roberto Begnini o Giorgio Rossi.
Es en este período que su adicción a la heroína empieza a afectarle de manera grave y empieza sus estancias en centros de rehabilitación.
En 1986 se casa con la también dibujante de cómics, Marina Comandini y se traslada a vivir a la localidad de Montepulciano.
Fallece en junio de 1988, supuestamente de una sobredosis de heroína, aunque este hecho nunca ha sido confirmado por su familia. Fue enterrado en el cementerio de San Severo.
Sus obras más destacadas son:
Le straordinarie avventure di Pentothal (1977)
Zanardi o La pandilla (1981-1988)
Aficionados (1981)
Il libro rosso del male (1981)
Perché Pippo sembra uno sballato (1983)
Pertini (1983)
Tormenta (1985)
Gli ultimi giorni di Pompeo (1987)
Y, además, existen numerosas colecciones antológicas y recopilaciones póstumas de sus trabajos.
Pompeo, también conocida como Los últimos días de Pompeo es una obra radical. Tanto en el fondo como en la forma. Narra las últimas horas de un dibujante de cómics, adicto a la heroína, antes de su muerte. La obra nos introduce en su atormentada y alucinada mente mediante monólogos interiores que nos describen su vida cotidiana, sus prioridades, sus rutinas de drogadicto, sus miedos, sus fracasos y sus angustias. Pompeo pasa su tiempo intentando conseguir la droga que necesita, relegando a un doloroso segundo plano su carrera artística, sus obligaciones como profesor universitario, sus relaciones sociales, sus relaciones afectivas e incluso su familia.
En un pequeño instante de arrogante lucidez, mientras está intentando pillar algo, Pompeo se confiesa:
“Estoy en manos de la escoria del planeta, de las peores gentes, y paso con ellos la mayor parte de mi tiempo, me relaciono con gentuza, permito que cualquiera me importune, basta con que tenga algo de tema… y pensar que antes era tan exigente…”
Y son estos vaivenes emocionales, estas subidas y bajadas anímicas y espirituales las que nos cuenta Pazienza en su obra; de una manera directa, lúcida y dolorosa. Pompeo es un recorrido frenético a través de la mente de un drogadicto que lucha por sobrevivir cada día para volver a colocarse. Y Pompeo es una reflexión angustiosa y angustiada de un ser humano que intenta escapar de su adicción para poder, al fin, descansar.
La parte gráfica es tan audaz como la temática.
El artista prescinde casi completamente de la división de la página en viñetas para ofrecernos unas planchas atiborradas de texto rotulado a mano de manera urgente que complementa con secuencias dibujadas de manera barroca y expresionista. Algunas páginas conservan el cuadriculado de las hojas donde se realizaron, al principio como bocetos, y que luego adquirieron carácter de dibujos definitivos.
La puesta en escena se centra en la figura de Pompeo que es el protagonista absoluto, casi de manera egoísta y egocéntrica, del relato y que aparece en innumerables primeros planos. Son retratos sinceros, sin piedad, duros, de una persona que está perdida en un mundo caótico que trata de dominar sin conseguirlo. En las páginas de esta obra Pazienza alterna sus diferentes estilos pasando con sorprendente facilidad del hiperrealismo a la caricatura, del cartoon a la experimentación más radical, del collage a la narración tradicional.
Los personajes secundarios están definidos de manera precisa, esquemática y brutal. Casi son meras caricaturas, como fantasmas que aparecen de manera abrupta en el universo del protagonista y que luego desaparecen con la misma rapidez. Los decorados son minimalistas, casi esbozos, pero en el inicio el dibujante se detiene para explicarnos esquemáticamente el barrio de Pompeo, para describirnos su entorno y luego olvidarlo por completo en el resto de la obra.
En Pompeo destacan poderosamente dos escenas. La primera es el encontronazo que sufre el protagonista con una patrulla de la policía. Pazienza lo narra de manera distinta al resto. Utiliza los recursos narrativos clásicos y se centra en la acción, subrayando la arbitrariedad y la brutalidad de uno de los agentes.
La otra secuencia es la conversación que el artista tiene con su madre por teléfono. Un diálogo urgente, sostenido con primerísimos primeros planos del protagonista, cada vez más desdibujados, y con las angustiosas frases de la madre llevando el peso de la narración. Es un momento terrible, lleno de premoniciones, que desencadenará en el giro final.
La fría y distante determinación de Pompeo en su decisión definitiva contrasta con el escenario escogido y con la descripción hermosamente desgarradora del entorno natural. La luz que llena estas páginas finales nos produce un efecto casi de deslumbramiento, en contraste con la terrible oscuridad de las escenas anteriores. Con una aparente sencillez artística, Andrea Pazienza nos lleva hasta los límites más inconcebibles de la creación. Nos describe la desesperación más absoluta de un ser humano.
La edición de esta obra a cargo de la editorial Fulgencio Pimentel es excelente. El álbum es en rústica y cuenta con un papel poroso, mate y de alto gramaje. La reproducción es buena. La traducción es de César de Palma. El diseño y la rotulación son de César Sánchez y Daniel Tudelilla. Todos hacen una labor encomiable, tanto trasladando al castellano las expresiones coloquiales originales como imitando la rotulación manual del artista italiano. En esta edición no hubiese sobrado un texto que situase la obra del autor en su contexto, un artículo que ayudase a conocer mejor la importancia de Andrea Pazienza en la historia del medio. En cambio el precio es muy asumible.
Como nos dice Vicenzo Molica en su breve introducción, Pompeo es una obra dolorosa, misteriosa y delirante. Con ella Andrea Pazienza nos explica la terrible tortura que padece diariamente cualquier heroinómano. Pero también lanza una lúcida reflexión sobre los límites del arte. Sobre lo que constituye una obra artística y su función en la sociedad. Con Pompeo el autor nos explica sus circunstancias y nos ofrece un consuelo para sobrellevar su pérdida. Sabemos que por fin está descansando.
¿Qué nos hubiera deparado la carrera de Andrea Pazienza sin su repentina muerte? Esto es lo que nunca podremos conocer. Con su marcha el autor italiano dio por terminada su tragedia. Con su prematura muerte, empezó la nuestra…
Salut!
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