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EL FLANEUR

Charles Baudelaire definió al flâneur como “el amante de la vida universal que penetra en la multitud como un inmenso cúmulo de energía eléctrica”. A un nivel más terrenal, podría definirse al flâneur como un vagabundo profesional cuya principal afición parece ser contemplar la vida con una mezcla de perplejidad y hedonismo.

No es ninguna casualidad que Baudelaire (considerado por regla general el creador del concepto de flâneur) fuese también el traductor al francés de Edgar Allan Poe. Uno de los relatos más memorables de Poe resulta ser El hombre de la multitud. Este cuento corto es una de las primeras aproximaciones literarias al concepto de flâneur…y es también uno de los mejores cuentos de terror que jamás se hayan escrito.

En El hombre de la multitud nuestro protagonista acaba de superar una enfermedad nunca definida y se dedica a pasear por las calles de París. En uno de sus paseos acaba topándose con un individuo misterioso que porta la marca de la locura en el rostro. Durante tres días y tres noches el protagonista lo perseguirá…irremisiblemente atraído por el secreto del mal.

El flâneur ha tenido muchas profesiones a lo largo del siglo XX: fotógrafo (en Blow Up, película de Antonioni basada en Las babas del diablo, relato de Julio Cortázar), escritor (en Ciudad de cristal de Paul Auster), periodista (en La dolce vita de Federico Fellini)…y detective. ¿Qué es un detective al fin y al cabo sino alguien que penetra en la multitud para contemplar la vida?

De entre la larga tradición de “detectives flâneur” (Dylan Dog, Sam Spade, Philip Marlowe, Larry Sportello, Auggie Wren, Jack Herriman) hay uno que ha alcanzado singular fama y repercusión. Estamos hablando, como ya habréis imaginado, de John Constantine.

El hombre de la multitud, de Edgar Allan Poe.
JOHN CONSTANTINE COMO FLANEUR

Los personajes concebidos para ser protagonistas de una publicación serial a menudo están diseñados para actuar conforme a unas pautas muy pretenciosamente etiquetadas con la palabra “algoritmo”; en realidad, una fórmula para convertir la escritura creativa en un proceso industrial.

Lo cual no quiere decir que los personajes diseñados en base a un “algoritmo” no sean interesantes, relevantes o auténticos. Pensemos en Tony Soprano, Los 4 Fantásticos o Dylan Dog. Si el “algoritmo” es lo suficientemente bueno, nuestros personajes estarán vivos y las pautas dejarán de ser evidentes…pero no de “existir”. Casi como si el “algoritmo” hubiera superado el test de Turing y ya no fuera posible separar la programación del libre albedrío.

Si observamos detenidamente el “algoritmo” de John Constantine (muy bien planteado por Alan Moore en la saga American Gothic durante su etapa en Swamp Thing) veremos que es el flâneur por excelencia: es un hechicero de clase obrera, no tiene trabajo ni vocación definida, no tiene una residencia estable ni un lugar al volver y sus aventuras se desarrollan a partir de un encuentro fortuito con la otredad (otro nombre para “la multitud” de Poe y Baudelaire)…¡y además tiene la cara de Sting!

Curiosamente (o no tanto) cuanto más se ha intentado potenciar el “algoritmo Constantine” mayor ha sido el desatino a la hora de narrar sus aventuras. Al comienzo de su carrera en los tebeos Constantine no era tanto un concepto (un cliché, dirían algunos) como una persona.

LAS DIFERENTES INTERPRETACIONES DEL PERSONAJE

La etapa de Jamie Delano (el primer escritor en encargarse de las aventuras regulares del personaje) puso el foco (además de en las problemáticas sociales más típicas de la era Thatcher) en las radiaciones tóxicas con las que Constantine contamina a todo el que tiene cerca (baste recordar el incidente de Newcastle, el “pecado original” del personaje).

Encontramos aquí un punto clave de la psicología del personaje. Constantine no es un bastardo en el sentido más puro del término: no quiere hacer daño ni tampoco propagar el mal…pero tampoco va a sacrificarse por ti. Es un egoísta: la mentalidad de clase media combinada fatalmente con el poder de un hechicero.

Hasta la fecha ha sido Garth Ennis (el encargado del título después de Delano) el que nos ha ofrecido a un Constantine más agradablemente humano. No por nada al comienzo de la etapa del irlandés John vivirá uno de sus momentos más oscuros: una profunda crisis causada por un tumor en los pulmones.

Por supuesto, John sobrevivirá…pero con el monstruo de la duda alojado para siempre en su corazón. A medida que transcurren los números y las reflexiones, la distancia entré el “cliché Constantine” (la imagen que proyecta de si mismo: el famoso “bastardo que sale de la oscuridad con una sonrisa y todas las respuestas”) y el “Constantine real” es cada vez mayor.

En esta suerte de transformación tendrá mucho que ver, por supuesto, su muy irlandesa novia Kit. La mayor prueba a la que verá sometido el Constantine de Garth Ennis será precisamente la ruptura con esta mujer de armas tomar. El mago de clase obrera emprenderá un descenso hasta el infierno del sinhogarismo…y hasta el infierno cristiano. Un apunte personal: su viaje órfico no tiene para mi parangón en cuanto a profundidad y dramatismo en todo el cómic occidental…exceptuando el Born Again de Frank Miller. Ahí es nada.

Constantine, por Garth Ennis.

El británico Paul Jenkins ofreció el primer “back to the basics” de la serie tras la marcha de Garth Ennis: su Constantine regresa a la gravedad, el oscurantismo y la atmosfera deprimente de Delano. Lo que no implica que sus guiones no fueran magistrales: hasta, digamos, el número 130 de la serie podemos hablar no solo de un gran cómic, sino también de un personaje increíblemente humano en sus dudas y sus desventuras.

En aspecto (el de la humanidad) que comienza a diluirse en las sucesivas etapas de Warren Ellis y Brian Azzarello. Hay que tener en cuenta que cuando el primero llegó a la colección el personaje ya tenía más de diez años de historia y se había convertido en un icono con sus respectivos knock-offs. Grant Morrison y el propio Ellis ya habían creado trasuntos del personaje: Willoughby Kipling, Druida y Elijah Snow.

En suma, la visión de Ellis era extremadamente auto-consciente…y cuando este abandonó prematuramente la colección (por la polémica historia Shoot!), Azzarello se hizo cargo del título en una etapa que puede fácilmente medirse con las mejores historias del personaje. El por así llamarlo problema con la etapa Azzarello es que Constantine era, precisamente, lo de menos.

Constantine, por Azzarello.

Azzarello fue el primer guionista americano en hacerse cargo de la colección y la premisa básica de su etapa podría resumirse así: Constantine haría un viaje a través de los lugares más sórdidos y oscuros de Estados Unidos. Alan Moore ya había trasteado con ese concepto en American Gothic, la mismísima presentación en sociedad del personaje. Pero mientras que el británico buscaba explorar los recovecos de la mitología americana, Azzarello mostraba un interés netamente puro en la realidad más obscena: cárceles, comunidades rurales con más de un esqueleto en el armario, grupos neonazis,etc. En sus manos, Constantine (convertido por arte de magia en un bastardo sin corazón) se diluía en el decorado mancillado de un país en decadencia.

Una característica particular de la etapa Azzarello es la desaparición de prácticamente cualquier elemento mágico o sobrenatural. Algo que no gustó especialmente a los fans del personaje, que a mi me encanta y que Mike Carey se encargó de desterrar. Inglés como sus predecesores, Carey volvió a traer a la serie el elenco de secundarios habitual, con especial protagonismo para Gemma, la sobrinita del mago.

LA DECADENCIA DE CONSTANTINE

Hellblazer se convirtió en la serie más longeva del sello Vértigo. Y quizás en la más que más calidad atesoraba, si bien es cierto que en sus compases finales (las etapas de Denise Mina, Andy Diggle y Peter Milligan) el agotamiento estuvo muy presente, y Constantine parecía incapaz de involucrarse en aventuras verdaderamente relevantes. En cierto sentido, lo que le ocurría al personaje más icónico del sello Vertigo tenía mucho que ver con lo que le ocurría al propio sello en sus años finales.

En la etapa Diggle resulta muy apreciable la recuperación de elementos de la etapa Delano, como Ravenscar o Mako. Y si en los años de Delano, Grant Morrison y Neil Gaiman escribieron excepcionales fill-ins aquí ocurre lo mismo, con Jason Aaron y China Mieville poniendo su pluma al servicio del buen John.

La etapa de Peter Milligan tiene como hilo conductor el (¿finalmente féliz?) matrimonio de John Constantine y también tiene todo el sabor de una despedida amarga: un último saludo a todos los grandes escritores y dibujantes que habían pasado por la colección del mítico flâneur.

De todos modos esta situación de lenta decadencia un tanto triste no tendría nada que ver con la caricatura de si mismo en la que se convertiría el personaje poco después. Con la llegada de los Nuevos 52 la mitología de Vértigo quedó plenamente integrada en la continuidad DC en una maniobra envolvente de fan-favorite irrepetible e inenarrable.

Constantine comenzó a aparecer en todas partes: en tres colecciones protagonizadas por él (Constantine, The Hellblazer y (en un alarde de originalidad), Contantine: The Hellblazer), en las aventuras de la Liga de la Justicia, en las aventuras de la Liga de la Justicia Oscura…lo que, como no podía ser de otra manera, acabó derivando en una sobre-explotación malsana del personaje.

La primera de la colecciones, Constantine, prometía una acercamiento fresco a la figura del mago, más centrada en los aspectos más vistosos de la magia. Por desgracia, los lectores se encontraron aquí con un Jeff Lemire (el tercer escritor no británico en encargarse del título) bastante desganado y poco convincente. Una vez concluido el experimento de los Nuevos 52, Constantine volvió a Londres de la mano de Simon Oliver en The Hellblazer.

Constantine, en los Nuevos 52.

El “cliché Constantine” estaba más presente que nunca: el mago de clase obrera torturado por la culpa y el egoísmo se convirtió de la noche a la mañana en un guaperas cuenta chistes. No obstante, en los últimos meses, Simon Spurrier (si, un británico) ha devuelto cierta dignidad al personaje. Pero su éxito no es ni mucho menos comparable al de sus ilustres predecesores, de modo que desde la editorial han optado por una (otra) renovación total y completa.

LOS AUTORES

Tom Taylor (Melbourne, 1971) es uno de los guionistas actuales que pueden presumir de haber alcanzado el estatus de “fan favorite”. Y bien merecido que tiene ese premio. Sus guiones (que parecen funcionar mejor cuando incluyen considerables dosis de casquería y hemoglobina) están construidos en torno a un conocimiento muy efectivo del drama y la humanidad.

Quizás ese conocimiento del drama provenga de una vida un tanto peculiar (por otro lado, ¿qué guionista de cómic no ha tenido una vida peculiar?). De niño, Taylor era tan pobre que no podía permitirse comprar cómics (aunque, de algún modo, conseguía leerlos). El espíritu creativo de Taylor encontró una salida en el teatro y en la performance callejera: hacía malabares con fuego, tragaba espadas, etc.

En 2005, Taylor escribió The example: una novela gráfica dibujada por Colin Wilson y centrada en los atentados del metro de Londres. En sus propias palabras, escribió esa historia y nunca miró atrás.

Tom Taylor

Sus obras más destacadas hasta la fecha son Injustice, DCeased y Amistoso vecino Spiderman. Que nadie se espere en sus cómics rupturistas cambios del punto de vista al estilo Moore, meta-ficción desbocada al estilo Morrison o profundos psico-dramas al estilo King: el punto fuerte de Taylor es precisamente su sencillez.

Es, en esencia, un maestro del fan-service y de la administración del high-concept. ¿Qué pasaría si Superman se convirtiera en un tirano? ¿Qué ocurriría si una infección zombie asolara el Universo DC? ¿Qué pasaría si la electricidad desapareciera del Universo Marvel? Lo que diferencia sustancialmente a Taylor de, por ejemplo, el último Snyder o el Millar de la última década es que nunca pierde de vista la humanidad de sus personajes.

Es precisamente esa “humanidad” la que prioriza el escritor frente a filigranas estructurales o narrativas. Si uno analiza con detenimiento, por ejemplo, Dceased, se dará cuenta de que el punto de la vista no solo no está claro, sino que cambia a conveniencia de las necesidades de la historia sin ningún tipo de rigor. No importa. Y hace falta cierto tipo de talento para conseguir que algo así no importe.

Darrick Robertson (California, 1968) puede presumir de haber trabajado con tres de los más ilustres guionistas británicos de todos los tiempos: Warren Ellis (Transmetropolitan), Garth Ennis (The Boys) y Grant Morrison (Happy!). Su estilo es sucio, muy volumétrico y extrañamente absorbente.

Robertson domina las expresiones faciales como nadie, algo que ya dejó claro con su breve participación en Dceased, donde junto a Taylor ilustró una breve pero terrorífica escena protagonizada por Constantine.

Primer encuentro de Taylor, Robertson y Constantine.
El arte de Darick Robertson.
LA RESEÑA

Edición original: Hellblazer: Rise and fall #1
Guion: Tom Taylor
Dibujo: Darick Robertson
Entintado: Darick Robertson
Color: Diego Rodríguez
Formato: 48 pags color.
Precio:6,99€.


Cuando una nación está sumida en el terror y la hueste celestial cae del cielo, ¿John Constantine moverá un dedo para ayudarles?

Si es así, ¿qué dedo?

Un multimillonario cae misteriosamente del cielo y es ensartado horriblemente en la torre de una iglesia. Aún más extraño: tiene alas de ángel. La detective Aisha Bukhari está perpleja por el fenómeno, hasta que la visita su amigo de la infancia, el investigador de lo oculto John Constantine.

Las sensaciones que despierta esta primera entrega de la miniserie son ambivalentes. Por un lado nos encontramos con un enfoque muy cercano a la etapa de Garth Ennis con el personaje y al algoritmo original del personaje. Nada extraño, si tenemos en cuenta que Darick Robertson ha sido uno de los colaboradores más cercanos del irlandés loco. Pero también es cierto que Taylor vuelve a poner el foco sobre “la persona Constantine”: comienza contándonos su nacimiento y la muerte de su madre, su primer y desastroso hechizo, la relación con su padre, etc.

En suma, Taylor va a enfrentar a Constantine con su pecado original (y nunca mejor dicho) y con el retorno del niño que mató en su primera experiencia con la magia. Encontramos ecos de Delano y Ennis, del “Constantine persona”, lo cual resulta ciertamente refrescante. Chas vuelve a la acción y tenemos un nuevo duelo de egos entre Constantine y El Diablo.

El nacimiento de John Constantine.

Pero al leer este cómic queda siempre la sensación de que el trabajo (irreprochable en lo literario, aunque no ofrezca nada nuevo) encierra cierta impostura: existe la pretensión constante de volver a los “buenos y viejos tiempos”…imitando fórmulas que en su momento lograron funcionar. En este sentido, los homenajes son constantes y se agradecen: un Doctor Delano por aquí, un pub Dillon por allá…

Da la sensación de que falta algo más. Quizás la promesa de una revolución al estilo de Hábitos peligrosos o Tiempos difíciles. Quizás la presencia de un Constantine que vaya más allá del cliché.

En cierto modo, esa sensación se acrecienta al encontrarnos con que lo mejor del cómic se encuentra al principio del mismo, en las escenas en las que Taylor y Robertson narran escenas de la primera infancia de Constantine con un “sabor muy Ennis”. En los compases finales, la trama se diluye en lo que parece ser la obertura de un nuevo enfrentamiento entre cielo e infierno.

Si el lector es generoso (y es sencillo serlo tratándose de Taylor escribiendo a Constantine) agradecerá volver a las raíces. No hay que olvidar que ver a John junto a la JLA se ha convertido en una constante, incluso en los títulos protagonizados por él. Rise and fall es una enmienda contra esa tendencia y seguramente alcancé cierta notoriedad por ello.

Gran parte de la culpa de que Rise and fall haya hecho bastante ruido en los medios la tiene Darick Robertson. Aunque Robertson es americano, su talento ha estado unido a las principales plumas de la Invasión Británica, y casi parece algo natural que se encargue del personaje británico más famoso del cómic. Y lo cierto es que está inmenso.

Este no es el Lucifer al que estamos acostumbrados.

Su proverbial dominio de la expresividad se pone aquí de manifiesto como nunca. Su narrativa es clara, pero elocuente, y dibuja como nadie ese carácter tan particular de las ciudades inglesas que parecen brotar de entre las brumas del Atlántico teñidas con tristeza y niebla.

Inglaterra, por la noche.

Robertson se entinta a si mismo (es una constante en su trabajo) y Diego Rodríguez (su colorista habitual) consigue un cierto tipo de magia al combinar texturas y efectos digitales con trabajo a lápiz sin que en ningún momento resulte chocante la (por lo demás extraña) mezcla.

Rise and fall se publica bajo el paraguas del sello Black Label: la línea de obras “adultas” de DC Comics recientemente abatida en la macro-restructuración de DC. Este historia viene de lejos, pero intentaré ofrecer un resumen: AT&T (la mayor empresa de telecomunicaciones de Estados Unidos) compró Warner en 2016, el acuerdo se hizo efectivo en 2018…y apenas unos días después desde DC Comics (propiedad de Warner) se publicó la famosa página del bat-pene en Batman:Condenado, obra del sello Black Label.

Las cabezas han tardado en rodar, pero han rodado. Entre ellas, la de Andy Khouri, editor de esta nueva entrega de las aventuras de John Constantine. Quizás haya que hacer un esfuerzo consciente por disfrutar de este cómic, porque puede que no nos encontremos una historia así (por lo demás muy poco subversiva) en bastante tiempo.

A modo de conclusión. ¿Está bien construida esta historia? ¿Promete ser interesante? ¿Merece la pena darle una oportunidad? La respuesta es por supuesto que sí…aunque los tiempos de Hábitos peligrosos o Tiempos difíciles estén cada vez más lejos y cada vez parezca más complicado añadir algo a la mitología del flâneur más famoso de los cómics.



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