Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNSeries – The Umbrella Academy. Segunda Temporada, de de Steve Blackman
Dirección: Sylvain White, Stephen Surjik, Tom Verica, Ellen Kuras, Amanda Marsalis y Jeremy Webb.
Guion: Steve Blackman, Mark Goffman Mark Bomback, Jesse McKeown, Bronwyn Garrity, Robert Askins, Aeryn Michelle Williams y Nikki Schiefelbein (Cómic: Gerard Way, Gabriel Ba).
Música: Jeff Russo.
Fotografía: Craig Wrobleski y Neville Kidd.
Reparto: Ellen Page, Tom Hopper, Emmy Raver-Lampman, Robert Sheehan, David Castañeda, Aidan Gallagher, Ethan Hwang, Colm Feore, Jordan Claire Robbins, Cameron Britton, Mary J Blige, Sheila McCarthy, Kate Walsh, Ritu Arya, Marin Ireland, Yusuf Gatewood.
Duración: 10 capítulos de 60 minutos.
Productora: Dark Horse Entertainment / Universal Pictures. Distribuida por Netflix.
Nacionalidad: Estados Unidos.
“¿Crees que hay cosas en este universo que no debemos entender? No tenemos que entenderlo todo para que exista. Y no por eso estamos locos”.
El pasado 31 de julio Netflix estrenaba la esperada segunda temporada de The Umbrella Academy, la serie basada en los populares cómics creados por Gerard Way y Gabriel Bá y publicados por Dark Horse Comics en Estados Unidos. La primera temporada de la producción se estrenó en 2019, ofreciendo una simpática alternativa a las historias de superhéroes televisivas. La propuesta, pese a su ambigua fidelidad al cómic, funcionaba como entretenimiento ligero, pero adolecía de algunas de las “debilidades” habituales de las series de Netflix: estiramiento artificial de sus tramas, retiración de ideas y una falta de presupuesto en momentos clave.
No obstante, esta adaptación de The Umbrella Academy funcionaba como complemento y/o visión distorsionada de los cómics originales que se justificaba a sí misma por ahondar en algunos aspectos tratados superficialmente por Way y Bá en las viñetas. La apuesta de Netflix por el futuro de la serie ya quedaba clara con el abiertísimo final de su primera temporada que había tenido como showrunners a Jeremy Slater (Cuatro Fantásticos, Death Note) y a su también creador Steve Blackman (Fargo, Legion, Altered Carbon). En la serie también colaboran como productores ejecutivos sus autores Gerard Way y Gabriel Bá y Mike Richardson, editor y fundador de la mencionada Dark Horse Comics y su productora cinematográfica asociada, Dark Horse Entertainment.
En la segunda temporada de The Umbrella Academy Steve Blackman ha asumido en solitario las labores de showrunner, reservándose también el guion de algunos de los capítulos más delicados de la serie. La historia parte directamente de los acontecimientos vistos en el final de la anterior entrega, con los protagonistas desapareciendo en el tiempo justo antes de la aniquilación total del mundo. Los miembros de The Umbrella Academy comienzan esta nueva tanda de episodios llegando a Dallas en los años sesenta del pasado siglo, aunque en el viaje cada uno de ellos acaba en una localización temporal distinta ubicada entre 1960 y 1963, año del asesinato de J.F. Kennedy. Sin conocimiento del destino del resto del grupo y sin posibilidad de regresar al futuro, todos comienzan una nueva vida mientras Cinco intenta reunirlos para detener un nuevo apocalipsis. Además, tendrán que hacer frente a la amenaza de un trío de despiadados asesinos sueco, el regreso de El Enlace y los agentes de La Comisión y los siempre misteriosos planes de Sir Reginald Hargreeves.
Esta estructura implica un riesgo mínimo, es una argucia para seguir profundizando en los personajes y construirlos de forma independiente. Además, no se puede decir que no sea un elemento presente en los cómics originales donde los personajes casi siempre se encuentran separados, enraizados en sus rencillas familiares y actuando por cuenta ajena. Esto permite también a los responsables de la adaptación abordar distintos temas de corte social que se justifican por el marco temporal en el que se ubica la acción, unos convulsos años setenta marcados por el movimiento hippie, la lucha de los derechos civiles de los afroamericanos, las reivindicaciones feministas y la oposición a la Guerra de Vietnam. Todo ello con un trasfondo de Guerra Fría que precisamente en estos años tiene uno de sus episodios más tensos con la crisis de los misiles de Cuba. Este es el universo en el que se sitúa la segunda temporada de la serie y, en consecuencia, todas estas cuestiones tienen su reflejo en la producción (aunque en algunos casos de forma bastante superficial).
En este sentido, las tramas más interesantes son las que tienen que ver con Allison (Emmy Raver-Lampman) y Klaus (Robert Sheehan). La historia de la primera sirve a los guionistas para hablar de racismo ofreciendo una visión somera -edulcorada en algún punto- de la realidad de la comunidad afroamericana de la época y sus iniciativas para denunciar dicha situación, como sus sentadas en bibliotecas, locales y tiendas en las que estaban vetados. Por su lado, el personaje de Klaus, el más hilarante y cínico de todos los hermanos, acaba convertido esta temporada en el gurú de una secta hippie con el amor libre por bandera. Le acompaña en su devenir el espíritu de su hermano Ben (Ethan Hwang) que hace las veces de un Pepito Grillo reiteradamente ignorado. Klaus contrasta una América rural y tradicional que enarbola su patriotismo, su amor por las armas y su rechazo a otras razas, orientaciones sexuales y formas de entender la unidad familiar. Klaus reivindica -a su pesar- el zeitgeist de una generación opuesta a la Guerra de Vietnam y lo que esta representa.
El resto de componentes de esta particular familia tienen una mayor relación a lo largo de los diez capítulos de esta temporada, desarrollando una serie de tramas que acaban confluyendo junto al resto de personajes en un pirotécnico acto final. El personaje de Vanya (Ellen Page) vuelve a ser vital para el devenir de los acontecimientos, aunque comienza esta segunda temporada con amnesia, un recurso tan clásico como efectivo de cara a las intenciones de los guionistas. En su caso, Vanya deberá lidiar con un sentimiento de redención que no puede acabar de entender por los huecos en su memoria, un aspecto que le servirá para redescubrirse a sí misma y, más concretamente, su sexualidad. Esto le llevará a protagonizar una historia de amor con Sissy Cooper (Marin Ireland), una mujer casada y con un hijo autista que debe lidiar con la actitud retrógrada y abusiva de su marido. La trama acaba convertida en un homenaje consciente a la mítica pareja formada por Geena Davis y Susan Sarandon en la producción de 1991 Thelma y Louise dirigida por Callie Khouri.
Finalmente, los personajes de Luther (Tom Hopper), Diego (David Castañeda) y Cinco (Aidan Gallagher) son los motores de la acción, son los miembros del grupo que activamente buscan al resto y exhiben una actitud más cercana al superheroismo lisérgico y sucio de los cómics. Entre las nuevas incorporaciones destaca Lila Pitts (Ritu Arya), personaje fascinante que acaba revelándose como un deus ex machina especialmente sangrante. Estos cuatro personajes se ven envueltos en una trama conspiranoica que no puede tener un contexto más apropiado que el del asesinato del presidente J. F. Kennedy, un hecho que -pese a su carácter histórico- ha pasado a formar parte de la mitología popular estadounidense y ha servido como vórtice de multitud de historias. De hecho, el asesinato de J.F. Kennedy es prácticamente el único nexo de unión con el cómic original en esta segunda temporada. Fuera de ello, en términos de adaptación, The Umbrella Academy vuela ya por libre y sin ningún parecido con la obra de Way y Bá más allá de sus personajes.
Llegados a este punto, hay que reconocer que The Umbrella Academy es una obra inadaptable en su literalidad, tanto por cuestiones de tono y estética como de intenciones y profundidad. La única manera de rendir justicia a la propuesta de Way y Bá sería una adaptación animada; cualquier aproximación a imagen real como la presente de Netflix está condenada a desvirtuarse en el camino. En este sentido, el absurdo y el surrealismo de la obra original está más presente en esta segunda temporada, más a través de los diálogos y ciertos personajes que por su worldbuilding. No obstante, esto es solo una pequeña concesión al espíritu del cómic, pequeños guiños y referencias que no dejan de ser comedidos en comparación a la locura metafísica y superheroica de las viñetas. El idear un producto accesible para todos los públicos sigue siendo una de las principales ambiciones de Netflix. Aun así, es un producto llamativo, divertido y competente hasta cierto punto, que ha llamado la atención de muchos espectadores que desconocen su origen.
El apartado visual de la serie ha mejorado sensiblemente en esta segunda temporada. Al contrario que en los cómics no son habituales las escenas de acción con villanos variopintos y amenazas imposibles, pero en un plano más convencional la producción nos sorprende con unas coreografías bien ejecutadas y un sentido del ritmo más equilibrado que en su primera temporada. La trama funciona en tres cuartas partes de la temporada, pero lamentablemente se hunde en sus capítulos finales -resultón cliffhanger aparte- al caer en diversas contradicciones y sacarse de la manga algunas cuestiones decisiones. La banda sonora está llena de temas pegadizos y muy diversos que van desde temas clásicos interpretados por figuras como Frank Sinatra y Aretha Franklin, a grupos tan dispares como Boney M, Backstreet Boys y KISS. En la producción la música está utilizada para sorprender y no tanto por su valor narrativo, cosa que no pasaba de forma tan marcada en la primera temporada. La mítica escena de los personajes bailando a ritmo de I Think We’re Alone Now en la primera temporada ha calado.
En el análisis de la primera temporada de la serie comentábamos que había margen para la mejora de esta producción, pero que daba la sensación que ya se habían quemado los mejores cartuchos en el proceso. Los mejores porque se habían fusionado las tramas de los dos primeros volúmenes del cómic –Suite Apocalíptica y Dallas– sin acabar de ser fieles a los mismos y reescribiendo parte de la historia sin mejorar el producto original. Esto había dado lugar a una simpática, pero más convencional de lo esperado. Pero lo cierto es que el hecho de haberse quedado sin cartuchos ha sido un soplo de aire fresco para la serie. Sus responsables, ya casi desligados de la influencia del cómic, han construido una historia entretenida, irónica y que ya no juega con nuestras expectativas como adaptación. En consecuencia, nos podemos sentar y simplemente disfrutar e incluso sentir un relativo interés por esa tercera temporada que seguramente Netflix confirmará próximamente.
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