Javier Vázquez Delgado recomienda: La soledad del dibujante, de Adrian Tomine

Edición original: The Loneliness Of The Long-Distance Cartoonist USA, Drawn and Quarterly.
Edición nacional/ España: Sapristi.
Guion y arte: Adrian Tomine.
Formato: Tapa dura, 224 páginas.
Precio: 21,90 €.

Algo que siempre me ha conquistado del mundo del cómic es su pequeñez. Entendedme, a día de hoy las viñetas están viviendo un momento sin igual en cuanto a popularidad, las adaptaciones cinematográficas y televisivas de los superhéroes han convertido al cómic en un elemento cada vez menos exclusivo, e incluso las obras más de nicho para el ciudadano común (como un The Boys o un Umbrella Academy) comienzan a tener otro alcance gracias a sus traslaciones a la pantalla, según los estudios van dándose cuenta del filón que tienen de material por explotar. Y sin embargo, la industria del cómic sigue siendo un pequeño rincón. Una humilde tiendecita artesanal regentada por un pequeño grupo de seguidores fieles, que luce más humilde y más minúscula junto a un enorme centro comercial lleno de bullicio. Porque al fin y al cabo, el cómic sigue siendo un mundo muy pequeño. Todo el mundo sabe quién es Robert Downey Jr., pero probablemente encuentres a muy poca gente por la calle que sepa quién es Jack Kirby. Esta industria, la nuestra, la que tanto nos llena, no es más que una minúscula parcela en la que escritores, artistas y lectores disfrutamos con la ilusión de un niño, pero casi siempre en soledad.

Septiembre fue un mes de muchos estrenos, y hoy vamos a hablar de uno de los más celebrados de todos ellos. Hablamos, claro, de La soledad del dibujante, el último trabajo del prestigioso autor estadounidense Adrian Tomine. Una obra publicada por Sapristi en la que su creador decide divertirnos a costa de sí mismo y aprovechar por el camino para dejar en harapos a la industria del cómic.

Nacido en 1974 en Sacramento, California, este artista de ascendencia japonesa comenzó a despuntar a muy temprana edad gracias a su cómic autoeditado Optic Nerve. Una antología de historias iniciada en su adolescencia que le harían valedor de tal reconocimiento que la prestigiosa Drawn and Quarterly se plantaría en su puerta para ofrecerle un contrato en exclusiva mediante el cual continuar con la producción de su cómic. Desde entonces, Tomine ha publicado un gran número de historias que se han ido recopilando en distintas novelas gráficas, tales como Shortcomings, Summer Blonde o la más reciente Killing and Dying, uno de sus grandes éxitos de crítica y público y que en nuestro país supuso el inicio de su edición por parte de Sapristi, que la estrenaría bajo el título de Intrusos. Además, su producción comiquera (que le ha valido varios premios Eisner e Ignatz) solo ha supuesto la mitad de su prestigio, pues la otra la ha logrado gracias a su extensa labor como diseñador de portadas para la mítica revista New Yorker. La soledad del dibujante es el título con el que nos sorprende este 2020, y puedo aseguraros que es una lectura que no os podéis perder.

Servidor se acercaba a esta obra como un desconocedor de la producción de su autor. La soledad del dibujante era mi primera aproximación a Tomine, y por mi impresión inicial y ese aura underground que lo rodea, me imaginaba que encontraría un producto elevado e intelectual. Y sin embargo, qué sorpresa la mía, porque La soledad del dibujante es todo lo contrario, y quizás justamente por eso es mucho más inteligente aún.

Podríamos describir La soledad del dibujante como una comedia de situación basada en hechos reales. A través de una gran colección de anécdotas, Tomine nos narra su vida y experiencia en el mundo de los cómics, desde sus momentos más tempranos como niño apasionado de Spiderman hasta sus días de mayor gloria en festivales y galas de premios. Y todas y cada una de ellas son lo menos grandioso que os podríais imaginar. El autor de Intrusos decide convertirse a sí mismo en víctima y bufón, y a través de incontables situaciones incómodas y bochornosas confecciona una especie de anti-camino del héroe que desmitifica su figura como celebridad del mundo del cómic.

Resulta increíblemente refrescante y humilde ver cómo un autor de prestigio desnuda de semejante manera sus vergüenzas y se muestra a sí mismo tan pequeño e insignificante, porque a la vez lo muestra más humano que ningún otro retrato. Las primeras críticas negativas, sesiones de firmas vacías, experiencias humillantes con autores a los que admiraba, entrevistas fallidas en radio y televisión… La colección de historias es interminable, y Tomine logra con ella dos objetivos importantísimos para hacer de su obra un trabajo brillante.

En primer lugar, claro, el humor. La soledad del dibujante es un cómic divertidísimo, uno que es imposible leer sin una sonrisa de oreja a oreja y que logra sacarte muchas risas durante sus más de 200 páginas. Pero en segundo lugar, y más importante todavía, logra la desmitificación tanto de la fama como de la industria. La obra arranca con una cita de Daniel Clowes en la que dijo que ser el dibujante de cómics más importante del mundo era “como ser el mejor jugador de bádminton del planeta”. Y ese mensaje es marcado una y otra vez durante el cómic. La soledad del dibujante coge la elevada imagen que podríamos tener del mundo de la fama dentro de la industria de las viñetas y le pone los pies en el suelo. El cómic es un mundo pequeño, y por mucho que siempre pueda haber humos y aires de grandeza, Tomine nos recuerda que las estrellas no existen en un sector que nunca ha dejado de ser una reunión de frikis apoyados por frikis. Y como tal, nos va desvelando su pequeña catarsis personal sobre su verdadera importancia vital.

Porque La soledad del dibujante empieza siendo una obra sobre las costuras de vivir en el mundo del cómic, pero va tornando hacia un cómic sobre la perspectiva, sobre qué cosas son las verdaderamente importantes. Tomine va mutando poco a poco sus anécdotas, y para cuando queremos darnos cuenta nos encontramos frente a una tras otra sobre su vida cotidiana con su esposa y sus niñas. Como si el autor reviviera la catarsis que le hizo darse cuenta de que toda esa pasión desenfrenada que él sentía de joven por el mundo del cómic pasa a no ser más que una nota a pie de página frente al verdadero sentido de su vida: su familia. El autor comienza así diciéndonos que ser una estrella del cómic no es para tanto, y que cuando lo contrapones con ser padre, pasa a ser prácticamente nada.

La edición de la obra es sencillamente brillante. El autor le complicó la vida a su editorial luchando por ver la obra publicada en hojas de cuadros, simulando estar hecha a mano sobre una agenda cualquiera de esas que podemos encontrar en la Casa del Libro. Y desde luego que es un acierto. Sumado al dibujo de Tomine, ausente de color y con un trazo negro y fino que evoca un boli negro, la obra consigue transmitir aún más ese espíritu de confidencia del autor, como si hubiéramos accedido furtivamente a una agenda personal en la que guardaba en secreto sus experiencias más bochornosas. La simplicidad y limpieza del dibujo hace que en ningún caso se eche en falta el coloreado, y el conjunto le otorga a la obra un magnetismo enorme. Una edición preciosa que Sapristi ha sabido reproducir con gran calidad.

La soledad del dibujante es un desternillante golpe de realidad sobre la industria del cómic, un recuerdo de que muchos peces solo parecen grandes mientras olvides que viven en un estanque muy pequeño. Nos dice que su sacralización no es más que una cuestión de perspectiva, y que a veces nuestro tiempo quizás está mejor invertido en cosas menos grandiosas.



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