Javier Vázquez Delgado recomienda: Todo es inflamable, de Gabrielle Bell

Edición original:Everything is Flammable USA, Uncivilized Books.
Edición nacional/ España: Ediciones La Cúpula.
Guion y arte: Gabrielle Bell.
Traducción: Rubén Lardín.
Formato: Rústica con solapas, 164 págs.
Precio: 19,90 €.

Es bien sabido que el arte es una increíble válvula de escape. Ya sea tocando la guitarra, pintando sobre óleo o juntando frases en una libreta, todo el que practica cualquiera de sus ramas conoce su efecto analgésico y su poder exorcizante para combatir los pesares con los que lidiamos. No hay mayor aspirina que volcarte en tu pasión. Lo curioso es cómo esas manifestaciones artísticas nacidas de la autoterapia pueden despertar el interés de los demás. Cómo un puñado de desconocidos pueden sentirse atraídos por las preocupaciones de un artista de tres al cuarto, incluso por las más mundanas. Supongo que a los que disfrutamos del arte de los demás nos fascina viajar al interior de los artistas porque a veces nos permite llegar a conocer mejor tanto al mundo que nos rodea como a nosotros mismos.

Gabrielle Bell es uno de esos artistas que usa su arte como terapia y que descubrió con sorpresa que a la gente le interesaba leer lo que contaba. Esta autora, británica de nacimiento pero criada en California por su madre, lleva años ganándose un hueco en la escena underground estadounidense. Desde que empezara a finales de los 90 a publicar una antología de relatos bajo el nombre de Books of…, Bell fue labrándose un nombre con distintos trabajos destacados en los que sobre todo cultivó las historias cortas, con títulos como Afortunada, que le granjearía un Ignatz en 2003; Cecil y Jordan en Nueva York, una de cuyas historias contaría con adaptación en la película Tokyo! de la mano de su entonces pareja el director Michael Gondry, o Voyeurs, todos ellos editados en España por Ediciones La Cúpula. Todo es Inflamable es su último trabajo desde 2017, pero no ha sido hasta ahora que hemos podido recibirlo en nuestro país, una vez más, gracias a La Cúpula.

En Todo es Inflamable nos topamos con una historia autobiográfica (tal y como acostumbra la autora) y nos adentramos en el día a día de Gabrielle Bell a partir de un suceso inesperado: el incendio de la casa de su madre Maggie, que afincada en el bosque con un estilo de vida ermitaño lo pierde todo y se ve obligada a reconstruir de cero todo su hogar. Este evento servirá como catalizador para que Gabrielle recupere el contacto con su madre y reconecte no solo con las fuerzas y debilidades de esta, sino con las suyas propias.

Cuando uno se va sumergiendo en Todo es Inflamable se da cuenta de que es una de esas obras con las que conectar resulta extraordinariamente personal e incluso caprichoso. Lo que Bell nos cuenta aquí no es una historia al uso con su introducción, nudo y desenlace, sino que conforma una especie de instantánea de un periodo concreto de su vida y de las reflexiones que en ese tiempo anidaron en su mente. Porque en realidad, Todo es Inflamable no deja de ser un diario. Una recopilación de notas cronológicas sobre el periodo en el que Bell se desplaza al otro lado del país para ayudar a su madre, lleno de apuntes intrascendentes que suelen dar pie a introducir pequeñas pero constantes reflexiones sobre distintos aspectos de su vida, su ser y su relación con sus seres queridos. Reflexiones tan sinceras y, en ocasiones, crueles consigo misma, que agudizan esa sensación de estar leyendo unas páginas que no están dirigidas a ti, lector, sino que pertenecen únicamente a la intimidad de su autora. Bell se desnuda tanto que, sin quererlo, nos convertimos en voyeurs de su vida.

Esta apariencia de diario se reafirma especialmente por el estilo artístico con el que Gabrielle Bell decide plasmar la obra. Además de contar con un trazo muy simple genuino del underground y planos prácticamente idénticos en cuanto a encuadre y perspectiva, resulta muy particular que absolutamente todo el tomo se estructura en cuadrículas de 2×3 viñetas. Un patrón que de tan simple transmite la impresión de no encontrarnos ante un pensado diseño pictórico con el que impresionar al lector, sino con una mera sucesión de anotaciones gráficas con las que acompañar sus pensamientos. De un modo similar al de otros autores como por ejemplo Alison Bechdel, el vehículo principal de toda la narración reposa sobre la prosa de su narradora. Las viñetas, de algún modo, parecen únicamente servir más como contexto para aportar información extra a lo que su autora ya nos está contando de su propio puño y letra. Es tal este uso del dibujo que incluso nos encontramos con capítulos finalizados en página en blanco para ajustar el inicio del siguiente, o lo más sorprendente todavía, páginas que terminan sin que las viñetas ocupen la totalidad de la página. Como si, una vez más, no estuviéramos ante un cómic al uso, sino ante un diario personal acompañado por dibujos.

Por supuesto, sobra decir que es una obra no apta para muchos paladares. La manera de narrar de Gabrielle Bell resulta fresca por desechar la mera búsqueda de estructuras narrativas convencionales y sustituirlas por la inmersión total en la intimidad y la psique de su protagonista (que es ella misma). Es por esto mismo que su funcionamiento con cada lector es totalmente dependiente del nivel de conexión que este pueda encontrar con las inquietudes que pueblan la cabeza de su autora. No hablamos de una historia que pueda sorprendernos o engancharnos, sino únicamente de un relato personal que más bien se asemeja a una especie de autoterapia de su autora con la que, quizás, podamos sentirnos identificados.

En definitiva, Todo es Inflamable es una obra diferente. Aquellos que busquéis un relato sorprendente olvidaos, Gabrielle Bell no pretende darnos historias fantásticas con las que pegarnos al sillón, sino abrirnos por completo su vida y su corazón. Una persona cuya vida transcurre sobre raíles más o menos convencionales, llena de manías e insatisfacciones. Como cualquier de nosotros, al fin y al cabo.



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