Javier Vázquez Delgado recomienda: Drácula, de Georges Bess

Edición original: Dracula (Editions Glénat, 2019)
Edición nacional/España: Drácula (Norma editorial, Marzo de 2021)
Guion: Georges Bess
Dibujo: Georges Bess
Traducción: Alba Pagán
Formato: Cartoné. 208 páginas. 35€

La adaptación que el clásico de terror merecía

“¡Bienvenido a mi morada!”

¿Qué es lo que vuelve a una adaptación en una buena adaptación? Es una pregunta cuya respuesta, en muchos casos, se cree que tiene que ver con lo que uno espera de ella habiendo consumido la obra original. Pero pese a esa creencia de la expectativa y la visión relativista de la calidad del arte, sí que hay algunos factores que cualquier obra que pretenda adaptar otra necesita tener. En concreto hay una que en mi opinión supera a todas las demás; el medio.

Cada arte tiene sus herramientas, sus ventajas e inconvenientes, pero cada una juega con reglas diferentes al mismo juego. Querer dotar de las mismas herramientas narrativas a una novela que a una película, sería el equivalente intentar meter un gol con la mano o una canasta con el pie. Lo puedes intentar pero muy rara vez da buen resultado. Para ello el autor tiene que ser consciente de bajo qué reglamento se está moviendo. Tiene que entender no solo el medio original y las virtudes que en él tuvo la obra, sino conocer tanto, o puede que más, el medio al que quiere adaptarlo, y las herramientas que necesita para no perder aquellas virtudes primigenias. A veces es el público el que, con sus expectativas, no entiende que el cambio del medio implica un cambio de herramientas, pero otras es el autor quien, o no es consciente, o no sabe cómo trasladar la historia al medio que le toca. A fin de cuentas, por mucho que un autor cambie de reglas, si es una buena adaptación, conseguirá que el espíritu de la obra original se mantenga impoluto, pero se logrará desligar del medio original, consiguiendo lo que deberían ser todas las adaptaciones; una obra original. La pregunta es obligada, ¿el Drácula de Bess lo consigue? Descubrámoslo.

El artífice del buen hacer

Georges Bess nació en 1947, en Kenia. Tras vivir allí sus primeros 13 años, se trasladó a Francia donde estudia Bellas artes, para volver a mudarse a Suecia en 1970. Allí trabajó como ilustrador para revistas como Mad, bajo los pseudónimos de Nisseman y Tideli. Entre los años 1976 a 1987 trabajó realizando ilustraciones e historietas para la serie The Phantom.

Tras conocer en 1986 a quien se convertiría en amigo y colaborador más renombrado, Alejandro Jodorowsky, y su vuelta a Francia en 1987, comenzaría su carrera en el mundo del cómic franco-belga. Su fructífera colaboración comenzó con un cuento de hadas de una longitud de 44 páginas llamado Los gemelos mágicos (Le Journal de Mickey, Hachette 1987) (Norma editorial 2005). Tras eso, en 1988 comenzarían un proyecto que les llevaría 5 años y 6 álbumes terminar. En 1993 finalizarían su última entrega de El lama Blanco (Les Humanoïdes Associés), obra icónica de esta dupla de artistas. Tras colaborar en Anibal 5 (Les Humanoïdes Associés 1990-1992) de género ciencia ficción, realizarían la serie de 4 álbumes, Juan Solo (Les Humanoïdes Associés 1995-1999). Pese a la indiscutible calidad del conjunto de ambos artistas, Georges Bess también ha sabido brillar en solitario, como en la serie Pema Ling (Dupuis 2005-2009). Pero no sería hasta 2019 cuando Bess sorprendería a todos con la obra en solitario que os traemos hoy a nuestra casa. Drácula.

El Drácula de Georges Bess y de nadie más

La historia nos cuenta, en sus 16 capítulos, el paso de Jonathan Harker por el castillo del Conde Drácula, situado en los Cárpatos, con la intención de ayudarle a comprar una casa en Londres y así poder mudarse a la ciudad. Lo que nuestro inocente visitante no se espera es pasar de ser un invitado a un ser un preso. Rodeado de extraños sucesos, Jonathan tendrá que ingeniárselas para poder volver a Londres, donde vive su amada Lucy y que parece estar en peligro. El Conde Drácula por su parte, buscará ir a la capital inglesa donde pretende expandir la sombra de su figura, no sin encontrar obstáculos en su camino.

La obra que nos trae Norma, aglutina en ella la calidad de dos maestros como lo son Bram Stoker o el mismo Georges Bess. Pese a que este último encuentra su propio estilo y por tanto su propia obra, reconocible sobre la literaria, consigue mantener la esencia de la novela epistolar original del primero, dejando casi todo el texto a modo de diario con el uso de bocadillos, que prácticamente son usados como didascalias (bocadillos, generalmente de forma rectangular y situados en la parte superior o inferior de la viñeta, que son externos a la narración, y cuya función se suele limitar a la de apoyo narrativo, señalando cambios de tiempo, de espacio…) y con pocos diálogos entre los personajes. Eso se debe a que la historia original, a la que este cómic respeta en todos los sentidos, está muy enfocada en el aspecto más psicológico de los personajes, plasmando en sus escritos, ya sea por cartas o diarios, los pensamientos que pueblan sus agónicas mentes, y que acaban siendo el patio de juegos de nuestro Príncipe de Valaquia.

Por eso la estructura de este cómic es más la de una novela ilustrada, o lo que en este caso se atañería más a la realidad, unas ilustraciones noveladas. Pues en el primer caso la ilustración es el acompañante secundario de la novela, y concede un apoyo visual, pero que en raras ocasiones concede nueva información. Mientras que en el segundo, que en gran parte de la obra así se percibe, es la novela, o el texto, el que hace de acompañante secundario del dibujo, ofreciendo el propio texto el apoyo literario, y de forma esporádica nueva información que no se encuentra en el dibujo. Con ello Bess consigue hacer una adaptación muy fiel a la obra original con ese aspecto más sugestivo y psicológico, pero que mantiene su propia identidad dentro del medio en que se construye. No se puede leer éste comic de forma corriente, no es un plato que se coma sin prestar atención. Evidentemente se puede hacer, pero una obra de este calibre pretende, incluso en su misma narrativa, que el lector paladee cada página, despacio, sin prisa, deteniéndose en los detalles. De esto tiene mucha culpa el sobresaliente trabajo de Bess en el dibujo.

El autor nos ofrece un despliegue de maestría en el apartado del dibujo. Georges Bess decide, no al azar, que la propuesta gráfica se limite al blanco y negro puro. Esto nos deja al lector con las sombras y las luces como únicos elementos para definir los personajes, pero sobre todo los entornos. Por tanto se nos deshabilita, de forma premeditada, cualquier elemento cromático que pudiera distraernos de lo importante en esta obra; el aura. Este ingrediente que toda historia busca pero que pocas encuentran, se ve muy enfatizado gracias a esa decisión. Sin embargo, este aura, o esencia, que se percibe abriendo cualquier página de esta obra, no se consigue solamente con hacer del dibujo algo uniforme y reconocible en cualquiera de sus viñetas, sino que es una construcción que se logra al unir varios factores.

Entre estos se encuentran el apoyo del guion a modo de narrador que nos hace recordar aquellas historias contadas en la hoguera, pero es en el dibujo de esta obra donde se esconde la mayor carga narrativa, algo que se decide previamente en la fase del guion, pero cuyo peso no suele ser tal al estar sumamente ligadas las interacciones del dibujo con el texto. Muchas de las páginas se entienden a la perfección incluso sin los bocadillos, gracias a la elección del momento narrado en cuestión. Bess hace uso de viñetas enormes que se meten unas en otras dejando cada página como una entidad indivisible, y logrando una sensación de que el espíritu de Drácula, con sus alargadas sombras, envuelve cada una de las planchas, como si su presencia fuese constante. Ese es el aura, la presencia de la amenaza en cada página, haciendo de la unión de todas ellas una especie de tela de araña que envuelve la obra y a los personajes, enfatizando su sensación de agitación y de acorralamiento constante. En cuanto al estilo del dibujo, el autor se decanta por un trazo de línea delgada para los contornos, una tinta espesa para las sombras más profundas, y un rayado para los momentos más agresivos. Todo ello llevado a cabo con una enorme calidad en la técnica.

Hay dos recursos que llaman la atención en cuanto al atractivo de lo que componen las viñetas, dejando claro que todo lo que encontraremos en ellas es una delicia. El primero, y es en el que cualquiera que se asome por sus páginas se fijará al instante, se trata de los paisajes. Las panorámicas que se nos muestran de los nevados Cárpatos, como de la enrarecida ciudad de Londres, tienen una belleza inusitada, y por supuesto gracias al aura, una extraña semejanza las unas con las otras. Están llenos de detalles que en solitario son insignificantes incluso de apariencia arbitraria, pero en su unión se descubre la fuerza del conjunto. El segundo lo encontramos en sus acercamientos a los rostros de los personajes. En concreto, cuando Bess nos regala primeros planos de Drácula o de Van Helsing, no importa en qué momento de la historia lo haga, son viñetas que por sí solas acumulan una gran carga dramática y una evidente calidad gráfica. El rayado que usa para enfatizar los rasgos de los personajes los envuelve en un halo de dramatismo preciso, como si quien cuenta la historia en la oscuridad de la noche supiese cuándo ponerse la linterna desde abajo para enfatizar el terror en el momento oportuno. Todo esto tiene mucha más fuerza gracias a la voluminosa edición que recibimos de la mano de Norma, consiguiendo que cada página sea un enorme mundo a descubrir.

Mención especial para la portada con la que Norma Editorial ha decidido coronar esta obra de arte. Con unos brillos dorados, el inconfundible estilo de Georges Bess con el que enmarca al protagonista que se acerca con gesto amenazante, desde el centro de la portada, es una envoltura atractiva para, como hace Drácula en la obra, atraer a futuras víctimas a una agonía de placer.

El espíritu de la obra como búsqueda

La pregunta al principio era obligada. Pero tras leer el cómic, la respuesta también lo es; sí. Un sí sin paliativos. Bess consigue hacer una adaptación a la altura de la original de Stoker, que es lo que tanto Drácula como el lector se merecen.

Vemos en sus páginas la pretensión de mantener su propia marca de autor, que se superpone y no se entromete en la marca de autor de lo que se adapta. Por eso la adaptación es muy acertada más allá de la calidad evidente de sus dibujos. Lo es debido a que consigue mantener la esencia del Drácula de Bram Stoker, cada día más desvirtuada por las innumerables referencias en todos los medios, y a su vez conservar un estilo propio que hace de este cómic el Drácula de Bess y no el de Stoker. Algo que viendo los antecedentes por los que ha pasado el Conde de los Cárpatos es muy difícil de conseguir, y que desde aquí no podemos más que elogiar.

Lo mejor

• El aura general del cómic lograda gracias al uso del narrador externo, pese a ser los mismos protagonistas quienes lo narran, y al dibujo que parece envolver las páginas en las sombras desprendidas por el espíritu avasallador de Drácula.
• El dibujo preciso y magnífico a nivel técnico y bello a nivel emocional, consiguiendo que sintamos con él cosas como el frio procedente de los Cárpatos, o los escalofríos producidos por la mirada del Conde Drácula.
• La fidelidad con la obra original y a su vez la entidad propia que consigue este trabajo gráfico debido a reconocer su lugar y el medio en el que se presenta, desligándose de la alargada sombra que arroja el clásico de terror, pero sin renunciar a lo que lo hizo inmortal.

Lo peor

• Como amante del trabajo gráfico que Georges Bess realiza, he echado en falta algún extra en la parte trasera de la edición, más allá de las tres ilustraciones finales.
• La colocación de los bocadillos, en contadas ocasiones, confunde al lector en el orden a seguir cuando se leen.



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