Javier Vázquez Delgado recomienda: Dios en persona, de Marc-Antoine Mathieu

Edición original: Dieu en personne (Delcourt, Septiembre de 2009)
Edición nacional/España: Dios en persona (Penguin Random House – Salamandra Graphic, Marzo de 2021)
Guion: Marc-Antoine Mathieu
Dibujo: Marc-Antoine Mathieu
Traducción: Regina López Muñoz
Formato: Cartoné. 123 páginas. 18€

No hay mayor creador de Dioses que la mente humana

“Si Dios tuviera una voluntad, un designio, si obrase por una causa, tendría una necesidad, o sea, que carecería de perfección. ¡No sería Dios!”

“¡No, señores magistrados! Si Dios fuese perfecto, ¡este mundo no existiría! ¡Nada existiría! Dios se bastaría a sí mismo… Pero no, ha creado un mundo, ¡Un mundo imperfecto!”

En ocasiones nos encontramos con conceptos que superan a la misma interpretación del ser humano, pese a que son inventados y acuñados por estos mismos. Hay ideas que son inabarcables, y que en su misma concepción se plantean como algo que supera a su propio creador, o sea a nosotros mismos. En general esos planteamientos inalcanzables son atractivos por su misma entidad inaccesible, pero también son armas de doble filo cuando se usan como reclamo narrativo. Dios es sin duda una de esas ideas inacabables y a la que el ser humano siempre termina volviendo por un motivo u otro. Y cuando eventualmente el concepto se vuelve algo tangible, cuando lo abstracto llega a lo concreto, la pretensión de quien dirige y desarrolla esa frágil criatura tiene que estar acorde con la maestría necesaria para que ésta sobreviva. No suele darse, pero muy de vez en cuando nos encontramos con esos pequeños milagros narrativos que nos hacen no perder la fe en las historias venideras. ¿Es éste uno de esos escurridizos milagros narrativos? Descubrámoslo.

Marc-Antoine Mathieu es un dibujante y escritor de cómics, nacido en 1959 en Antony, Francia. Creció en Angers, donde asistió a la escuela de bellas artes. Trabajó la escenografía en el taller Lucie Lom donde aprendió mucho sobre los espacios y decorados. Comenzó publicando en diversas revistas como Marcel, Le Banni y Morsures. En 1990 comenzó su serie más importante con L’Origine, el primer volumen de su alocada y experimental serie Julius Corentin Acquefacques, prisonnier des rêves. Este primer álbum recibe el Alph-Art Coup de Coeur (Premio revelación) en Angoulême 1991. La saga editada por Delcourt por ahora se ha extendido hasta los siete volúmenes: L’Origine (1990), La Qu… 1991), Le Processus (1993, mejor guión en Angoulême en 1994) , Le Début de la fin / La fin du début (1995), La 2,333e Dimension (2004), Le Décalage (2013) y L’Hyperrêve (2020). Esperamos que en algún momento alguna editorial nos traiga esta grandiosa serie a nuestro país. Mathieu ha trabajado en más de 20 álbumes incluyendo colaboraciones y trabajos en solitarios. Ha recibido varios premios en su trayectoria como el Premio al Mejor Álbum de Dibujo, en el Festival Sierre en 2002 por Le Dessin , o en 2010 el Gran premio de la crítica otorgado por la Asociación de Críticos y Periodistas del Cómic (ACBD), por su cómic Dios en persona y el cual hoy nos trae aquí.

Muchas preguntas y pocas respuestas, como debe ser

Esta historia nos cuenta la llegada de lo que parece ser Dios a nuestra sociedad. Veremos cómo su advenimiento desestabiliza cada sector en el que se vuelve el indiscutible protagonista. Desde el arte, hasta la ciencia, pasando por un proceso judicial en el que se pretenderá demostrar en primer lugar si realmente es Dios, para poder continuar con la cantidad de responsabilidad que tiene como creador de las calamidades por las que ha pasado y pasará el ser humano.

Estamos ante una obra compleja pero muy accesible. Aunque si uno quiere sacarle todo el jugo que contiene es recomendable leerla con delicadeza y sosiego, deteniéndose a pensar en lo que se está planteando en las páginas. Desde el principio, cuando se inicia la historia con la llegada de Dios al censo, y vemos que es todo una película que recreaba el momento en el que realmente sucedió, y que su asesora de prensa habla al lector, como si se le estuviesen haciendo una entrevista, resaltando las libertades que se toma la ficción, en ese caso el cine, llenando la realidad de efectos de dramatización; entendemos que esta no va a ser una historia al uso.

El autor sabe cómo lograr que el lector se sumerja en una historia que le obligará a pensar, para que, llegado ese momento, esté demasiado hundido en la historia como para darse la vuelta por vagancia reflexiva. Vemos elementos del thriller, que hacen que quien lo está leyendo se pregunte si hay algo más, si quien se pasa toda la obra entrevistando a aquellos que tuvieron algo que ver con la historia narrada esconde alguna conclusión, alguna duda sobre los que se nos cuenta. Aun con todo nos encontramos con una obra eminentemente filosófica, y no tanto teológica (algo que evidentemente quita bastante presión al autor y a la obra). Se nota que Mathieu, al menos, ha visitado a los autores más reconocibles de la escolástica desde Boecio a Santo Tomás de Aquino, y que se ha peleado con ellos, no sin ayuda de sus grandes aliados, los filósofos del escepticismo como Hume. Sea como sea, esta obra no se estanca en luchas filosóficas aunque haya mucho de ello, pues sabe que tiene demasiados temas que tocar y poco espacio para hacerlo.

En sus algo más de 120 páginas, se nos plantean muchas ideas devenidas de la llegada de Dios, como su causalidad, su existencia, su identidad, su género, en definitiva la duda de su existencia. Esta última es la que abarca más tiempo, y se ve reflejada en el juicio al que se le somete a Dios y en el que se condensa la mayor carga didáctica por llamarla de alguna manera. En el proceso, que en ocasiones se convierte en una muestra del absurdo en el que suele incurrir el ser humano al juzgar a sus propias creaciones cuando estas le superan, se nos bombardea con ideas de dos bandos muy delimitados en la defensa y el ataque de la figura divina. Sin embargo, el proceso acaba derivando en un circo mediático en el que Dios parece el espectador de la obra teatral que se ha erigido con él como epicentro. No obstante cuando salimos del teatro judicial el autor nos hace un recorrido por las demás áreas de la sociedad para señalarnos a cada uno con un dedo acusador, mientras nos dice, tú también eres parte de esto, no te pienses ajeno a tu mundo. Parques de atracciones, libros, cuadros, ciencia, todo a merced del espectáculo a fin de cuentas. Es curioso que habiendo sido escrita en 2009 tiene un perfume muy actual, sobre todo en el aspecto social, en cómo trata los comportamientos de las masas, de una manera tan globalizada. Tiene momentos inquietantemente proféticos con respecto a nuestras reacciones como sociedad y conductas culturales, en el arte, y en el uso de la tecnología.

Gráficamente este trabajo es muy sólido aunque no especialmente llamativo. Se nota que el dibujo queda a merced del texto, el cual es el gran protagonista. Aun así, nos hallamos ante un artista que sabe usar las sombras a la perfección, y que les saca todo el jugo narrativo, enfatizando las expresiones de los personajes y los fondos, en el caso de estos últimos, en muchas ocasiones, carentes de contenido más allá de la propia sombra. Sin embargo, uno de los grandes aciertos de este cómic viene dado por el acompañamiento narrativo de la sobriedad de las viñetas, que junto a las sombras le otorgan una cualidad casi teatral, que hace del conjunto algo más verosímil. También vemos que la elección del perfume documental que se advierte en las muchas entrevistas breves, y el cual le hace a la obra elevarse a otro nivel de calidad gracias a esa consolidación de la verosimilitud dentro de la ficción, tiene una gran deuda con la elección de las viñetas y del cambio correcto del punto de vista. En algunos momentos de la historia los decorados me hicieron recordar la Metrópolis de Fritz Lang, o el proceso por el que pasó Josef K. narrado por Franz Kafka, y que beben mucho de sus obras más vanguardistas en cuanto al uso del espacio se refiere. Añadir que el rostro de Dios no se llega a ver completo o definido en toda la obra, algo que se agradece, ya que el propio autor es consciente de las limitaciones que tiene como ser humano para mostrar a un personaje de ese calibre. Pues, ¿qué rasgos tendría Dios?

Quien calla no siempre otorga

Como decía al principio, cuando se tratan temas, ideas o en general conceptos con un calado o profundidad considerables, hay que hacerlo con el respeto que merecen. En este caso el autor lo hace y de forma muy evidente. En varias ocasiones, no pude evitar pensar en la manera en la que Alan Moore personificaba lo más parecido que he visto yo a Dios en un cómic, con su Dr. Manhattan. Aquí Mathieu usa unas herramientas parecidas a las de Moore, dejando al personaje que lo sabe todo en silencio durante casi la totalidad de la obra. Porque, ¿cómo vas poder igualar la voz y el contenido de un ser que sobrepasa al ser humano, siendo tú un humano?

Solo hay una respuesta: No puedes. Sin embargo, si lo dejas en silencio, es el propio espectador quien crea el contenido de esos personajes, idealizándolos y elevándolos a la categoría de sobrehumano. Como es bien sabido, no hay mejor creadora de dioses que la imaginación, y con esta obra el autor nos obliga a hacer buen uso de ella.

Lo mejor

• El no hablar por boca de Dios, que es sin duda el mayor acierto de la obra, al dejar que sea el propio lector quien le otorgue la cantidad de divinidad que crea oportuna al personaje.
• El gran número de temas tratados en tan poco espacio sin banalizarlos, caricaturizando no el tema sino a la sociedad que participa de él.
• Un uso de los espacios y de las sombras muy acertado, otorgándole al conjunto de la obra una profundidad dramática necesaria para hacer accesibles los conceptos más pesados de digerir.

Lo peor

• Deja los temas más sensibles fuera de la obra por miedo a que ésta se derrumbe, y por ello negándole la posibilidad de alcanzar el Olimpo del noveno arte.



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