Javier Vázquez Delgado recomienda: Hal Foster en los días de El Príncipe Valiente
Harold Rudolf Foster nació en Halifax (Nueva Escocia, Canadá) el 16 de agosto de 1892. Su vida temprana fue una fuente inagotable de material para su vida artística. Con tan solo ocho años, Foster capitaneó una balsa (poco más que una tabla) a través del puerto de Halifax. A los diez, comandaba un balandro por las aguas del Atlántico. Foster tenía inclinaciones artísticas y pictóricas, y nunca ha sido más apropiada la palabra autodidacta que en su caso: aprendió anatomía posando desnudo delante de un espejo. En sus propias palabras: “Aprendí a dibujar rápido, porque la temperatura era de veinte o treinta grados bajo cero”.
Por supuesto, Foster tenía influencias, e influencias nada desdeñables, además: Howard Pyle, Arthur Rackham, Maxfield Parrish, James Montgomery Flagg, E.A.Abbey, J.C.Leyendecker y N.C.Wyeth. No obstante, el primer trabajo de Foster no sería tan noble como sus maestros: en 1910 se convirtió en artista titular de la Hudson Bay Company y dibujaría gran cantidad de mujeres para los marineros.
El estallido de la 1ª Guerra Mundial obligó a Foster a ponerse serio. Junto a Helen Wells (la mujer con quien se casó en 1915) trabajó con guía de caza en Manitoba y Ontario. En 1917, la pareja encontró una mina de oro, y comenzó una prospección en ella hasta que un grupo de bandoleros y filibusteros les obligó a abandonarla por la fuerza.
Sin salida y sin futuro, Foster cogió una bicicleta y pedaleó hasta California, con el propósito de convertirse en ilustrador profesional. Trabajaba por las mañanas y asistía a clases por las tardes y por las noches. Foster era capaz de soportar un ritmo estajanovista de producción, como demuestran la innumerable cantidad de portadas que dibujó durante diez años.
En 1927, Joseph H.Neebe, un asociado de Foster, fundador de Famous Books and Plays Inc. fue hasta Tarzana, California, para encontrarse con el mismísimo Edgar Rice Burroughs. El 7 de Enero de 1929, Harold Foster (por aquel entonces con 36 años) presentó la tira de Tarzán al mundo. Buck Rogers (por Dick Calkin) debutó el mismo día, y es por ello que a esta fecha se la considera el nacimiento de la strip (Popeye, Tintín y Napoleón aparecieron el mismo año).
Foster creó al Tarzán definitivo y alcanzó cotas de calidad solo superadas por él mismo diez años después, pero para Foster el cómic no significaba nada más que manutención. Ello no quiere decir que Foster no mostrara compromiso con su trabajo, todo lo contrario, si no que no se creía capaz de desarrollar sus ambiciones artísticas en un medio que consideraba limitado. Así pues, después de adaptar el primer libro de Burroughs, Foster volvió a la publicidad.
Un año después, Foster volvió a Tarzán. ¿Qué ocurrió? La gran crisis económica que sucedió al gran crack del 29 hundió al estudio de Foster, y a este no le quedó más remedio que volver por los fueros de la aventura. Aunque se re-incorporó a un mercado en plena expansión (Tarzán combatía por la atención de los lectores con Buck Rogers, Flash Gordon, Popeye y Dick Tracy, entra muchas otras tiras), Foster se ganó un lugar entre los grandes gracias a su maestría artística y a sus innovaciones formales. La más famosa de estas últimas (que en realidad es un retroceso hasta los libros infantiles del siglo XIX) la incorporó después a El Príncipe Valiente: la desaparición de los globos de texto permitió a Foster composiciones y encuadres muy atrevidos, extremadamente detallados.
Algunas innovaciones de Tarzán pasan más desapercibidas. Adelantándose a Roy Crane y a Will Eisner, Foster experimenta con las masas de negro, con las angulaciones y, sobre todo, el valor del plano: Foster cuenta (y como cuenta) su historia alternando entre primeros planos y grandes planos generales, entre el picado y el contrapicado.
Algunos teóricos consideran que Tarzán (obra pionera) es superior a El Príncipe Valiente (obra vanguardista). No obstante, y dejando aparte que la calidad literaria de las aventuras de Tarzán es muy inferior a la calidad literaria de las aventuras de Val, lo cierto es que tras la marcha de Foster la colección del señor de la jungla no hace más que crecer. Alcanza su plenitud bajo la sombra de un inmenso Burne Hogarth que logra superar el manierismo de Hal Foster y, de paso, introducir al cómic en el Barroco.
Foster seguía siendo Foster, y estaba frustrado. Aunque los dos años que tardó en completar el ciclo de aventuras de Tarzán en Egipto sigue siendo un momento clave en la historia del medio, Foster no quería seguir atado a las historias de otro. En secreto, comenzó a trabajar en un proyecto personal: Derek, Son of Thane, luego Príncipe Arn, luego Príncipe Valiente.
Foster tenía las cosas claras: quería contar la vida de un caballero de la Mesa Redonda desde su temprana juventud hasta su muerte postrera. En lo que se considera una de la peores decisiones de la historia del medio, la United Features Syndicate rechazó a Foster. Pero William Randolph Hearst (que había dejado escapar a Foster y a Tarzán a finales de los 20) incorporó a Foster a su nómina de protegidos. Lo que Hearst quería, Hearst lo conseguía, aunque eso significara dejar a Foster plena libertad creativa y los derechos de propiedad intelectual y de explotación sobre el producto, algo totalmente inaudito en la época.
El primer episodio de El Príncipe Valiente en los días del Ray Arturo apareció el 13 de Febrero de 1937. Foster tenía 44 años.
Para la concepción visual de El Príncipe Valiente, Foster contó (además de con sus padres pictóricos Maxfield Parrish y James Montgomery Flagg) con el ejemplo de D. W. Griffith y de Giovanni Pastrone. Es imposible entender la magnificencia de la obra de Foster sin contemplar los grandilocuentes movimientos de masas de Intolerancia y Las noches de Cabiria.
Las fuentes literarias de Foster en la primera época de El Príncipe Valiente son bastante claras. Por un lado, Thomas Carlyle, su teoría del Gran Hombre y la supuesta grandeza de espirítu que lo acompañaría. Por otro lado, el ideal caballeresco de Walter Scott. Y por último, la visión nostálgica y hasta cierto punto idealizada de Edward Gibbon en Decadencia y caída del Imperio Romano, donde se presenta un mundo a punto de desaparecer bajo las olas del tiempo.
El tiempo. Ese es el gran tema que articula la gran novela río que es El Príncipe Valiente, y Foster lo (por así decirlo) heredó de Jurgen, la reflexión en clave fantástica de James Branch Cabell, el autor norteamericano más famoso de la primera mitad del siglo XX, hoy olvidado. En Jurgen, un hombrecillo de mediana edad recorre el multiverso (recordemos que la novela se publicó en 1921) acostándose con todas las damas que se le cruzan por delante y conquistando todos los reinos en los que aterriza. Entre esos reinos se encuentra, por supuesto, Camelot.
La Materia de Bretaña está muy presente en las planchas de Foster, especialmente las aportaciones de Chrétien de Troyes y Thomas Malory, así como el romanticismo desbocado de la leyenda de Tristán e Isolda. Junto a estos referentes más, digamos, elevados, conviven en la obra de Foster idealizaciones más románticas y contemporáneas del mito de Arturo. Aquí destaca la figura de Howard Pyle, ilustrador y escritor con gran influencia en la vida temprana de Foster. Pyle, en El Rey Arturo y sus caballeros, sedimentó una visión que sería heredada por el cómic y, sobre todo, el cine.
Tristán, Isolda, Lancelot, Merlín y Morgana unen sus destinos a personajes históricos como Atila o Aecio, vencedor sobre los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos. La presencia de (y el modo en el que se presenta la) Materia de Bretaña nos permite entrar en el espinoso asunto de la veracidad histórica en la obra de Foster.
En primer lugar, digamos lo evidente: El Príncipe Valiente tenía, en sus comienzos, un marcado carácter fantástico. Poco a poco, los elementos mágicos (Padre Tiempo, el cocodrilo prehistórico de los pantanos, la bruja Horrit y sus profecías; todos ellos, en realidad, metáforas de la verdadera preocupación de Foster: el tiempo) fueron dejando espacio a los elementos realistas y cotidianos de la vida de Val.
La fidelidad de Foster al detalle es más que proverbial. Es legendaria. Pero la cuestión resulta ser a qué época pertenecen estos detalles. Foster sitúa la epopeya de Val y compañía en un Alta Edad Media recién nacida; es decir, en el siglo V de nuestra era, la era del Rey Arturo.
Dependiendo del lado de la Historia desde el que se mire, la Alta Edad Media es el ocaso o el comienzo de una civilización. En cualquier caso, es una época de barbarie y oscuridad, y los castillos, armaduras e ideales con los que Foster reviste su historia pertenecen a la Baja Edad Media (casi diez siglos después de la muerte de Arturo). Evidentemente, Foster era muy consciente de lo que hacía, y le importaban más la leyenda y la idea (en el sentido platónico del término) de la Edad Media que el rigor histórico. La misma intención amina su representación de Atenas y Roma, y su presentación de vikingos y musulmanes (miembros de sociedades que no existieron hasta tres siglos después de los hechos narrados en la epopeya).
Podemos extraer dos conclusiones de estos hechos. Primera conclusión. La veracidad histórica de El príncipe Valiente (que se utiliza como base para fines didácticos en materia de historia) es, nunca mejor dicho, leyenda. Segunda conclusión. Foster nos demuestra que la pasión, el genio, el vigor y la imaginación desbocada se sobreponen a las exigencias del realismo más rancio.
En un momento concreto de la epopeya fosteriana, el Rey Arturo le pide a Val que salga a la búsqueda del Santo Grial. El escepticismo de Val y su posterior encuentro con un San Patricio que desmiente la existencia del cáliz es una metáfora de la postura última de Foster con respecto al mito. Una postura que rima con el apasionado humanismo que tiñe su obra.
Su postura es la siguiente. Las leyendas solo son eso mismo, leyendas. El hombre puede elegir si creerlas o no, pero es su deber dejar atrás las tinieblas del oscurantismo y la guerra para formar una familia…y una civilización.
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