Javier Vázquez Delgado recomienda: John Constantine y la épica Artúrica
Pocas cosas hay en el mundo literario y de la cultura popular en general más británicas que el Rey Arturo y su leyenda, la de sus caballeros, la de su espada Excalibur, la del Santo Grial y todas esas historias que pasan de generación a generación a través de distintos formatos formando parte de la vida de todo niño que después llega a la vida adulta.
En idéntico sentido, en el mundo del cómic, pocas cosas hay más británicas que Hellblazer, que John Constantine, el protagonista de esta colección, el timador mago de Liverpool que utiliza la magia en beneficio propio, buscando siempre obtener de forma rápida (y peligrosa) lo que el resto de los seres humanos no nos atrevemos a soñar o alcanzamos en una mínima parte gracias al esfuerzo y la honradez.
En este día tan especial, en el que varios compañeros de Zona Negativa nos hemos reunido para honorar la figura del Rey Arturo y del mito artúrico, aprovechando las cuatro décadas que han transcurrido desde que la película Excalibur (sin lugar a dudas, la cinta que mejor ha sabido llevar a la gran pantalla la fuerza de la Leyenda del Rey Arturo), he decidido que mi aportación, relativa como la de la mayoría de mis compañeros a cómo el mundo del cómic ha tratado la majestuosa figura de Arturo, sea explicar y analizar aquellas historias de la serie original de Hellblazer en las que el mago británico se las veía con el primógenito de Uther o Igraine, con Merlín y con otros de los miembros de su leyenda.
Edición original:Hellblazer núms. 1 a 13 USA, Hellblazer Annual núm. 1 USA, The Horrorist núms. 1 y 2 USA, Swamp Thing núms. 76 y 77 USA .
Edición nacional/ España:ECC Cómics.
Guion:Jamie Delano.
Dibujo:Bryan Talbot (Santo Sangriento).
Formato:Tomo en tapa dura, 576 páginas.
Precio:49 €.
Hablar de Hellblazer, es hablar de muchos autores británicos (y algún estadounidense) que han aportado cada uno su granito de arena a la configuración del personaje, a su idiosincrasia, a sus vivencias y a su carácter. De igual modo ocurre con otros grandes personajes marcadamente británicos que forman parte de nuestra cultura popular, como James Bond o Doctor Who, que no serían lo que son hoy en día si no fuera gracias a la visión de muchos y muy talentosos creativos que, como habitualmente ocurre en el cómic superheroico, han construido su leyenda.
En el caso de John Constantine, resulta curioso que, en opinión de este redactor, sus mejores etapas sean las primeras, llevadas a cabo por su padre adoptivo Jamie Delano (con permiso de cierto bardo gestante de Northhampton) y por su sucesor, Garth Ennis, como de hecho ya nos ha hecho ver mi genial compañero Ángel García en estos dos artículos cuya lectura no debéis dejar pasar y que podéis efectuar aquí y aquí.
Delano nos presentó a un estafador de Liverpool, que tras aquel cinismo y descaro que utilizaba como armadura frente a un Alec Holland al que en el fondo temía por lo que podía llegar a ser, escondía un comportamiento depresivo y deprimente que marcaba todas sus acciones, en un mundo que no terminaba de comprender, y del que tras el trauma de Newcastle y Ravenscar trataba de sacar la mejor tajada posible en un Reino Unido invadido por el Thatcherismo.
En dicho contexto, Delano comienza El Santo Sangriento, una historia en la que para éste, el primer anual de la longeva colección de Vertigo, que vio la luz en 1986, conocemos a un John Constantine que acaba de salir por cuarta vez de Ravenscar, el psiquiátrico al que fue a pagar por vez primera tras los dramáticos sucesos de Newcastle en los que un mal uso de su magia acabó con el alma de la joven niña Astra.
Padeciendo sucesivas crisis nerviosas, no es de extrañar que John sea internado en esta institución cada cierto tiempo, como Delano nos hace ver, y nada más salir, en la ira y el sufrimiento que le poseen, decide (tras un infructuoso encuentro con un antiguo conocido anarquista, ahora reconvertido en Yuppie drogadicto) ir a la Casa de los Comunes del Parlamento Británico, en la que conoce a una misteriosa mujer que le libra de una más que posible detención y que le cuenta las conexiones entre el catolicismo y la religión pagana que éste tomó prestada, siendo en realidad la Abadía de Westiminster un monumento al dios olímpico Apolo y a lo que esta misteriosa mujer llama “La Diosa” a secas.
Acto seguido, John y la extraña muchacha se acuestan juntos, y en la vorágine sexual que ambos protagonizan Constantine es transportado… a una extraña ensoñación en la que conocemos a Kon-Stan-Tyn, Gran Abad del Castillo/Abadía de Ravenscar (situado por supuesto en lo que luego será el enclave del conocido psiquiátrico), y el último Rey Pagano y hechicero de la Tierra, descendiente directo de Mordred y por tanto, del Rey Arturo.
Con este curioso juego de sueños y visiones, Delano nos hace ver que un ancestro de John Constantine, de aspecto macilento, envejecido y repleto de la más vil maldad, gobierna con mano de hierro su Iglesia, a la que antaño despreció como Rey Pagano que era.
Este Kon-Stan-Tyn no fue siempre así. Antaño se trató de la última esperanza de la magia, cuando Arturo, traicionando a ésta y a sus orígenes en la Albión de la que procedían su madre Igraine y su hermanastra Morgana en pro de la imperante religión cristiana, perdió a su reina, su reino y a su pérfido vástago desterrando prácticamente a la magia del mundo.
Fue entonces cuando Merlín, quien no cesaba en su empeño de lograr una Britania que fuera fiel a su naturaleza mágica, buscó y buscó a la nueva esperanza de Camelot, la cual era Kon-Stan-Tyn, descendiente de Mordred y por tanto de Arturo, que superaba a su antecesor en casi todos los aspectos, y que por tanto, restauraría a Britania a su verdadero ser.
Por medio de un extenso flashback, Merlín nos cuenta la historia de este héroe, forzado por la versión envejecida del mismo que guarda la cabeza del Mago para que éste cada noche le relate su historia, alimentado su ego, probablemente lo último que le queda.
De este modo, vemos como poco a poco, el héroe recurre a técnicas cada vez más malignas para poder utilizar una magia que esta muriendo, olvidando muy pronto su posición como Último Rey Pagano, pues solo usa la magia para preservar su vida a cambio de entregar la de sus hijos, y como héroe de Britania y cometiendo un pecado más alto que el del propio Arturo: Jurar lealtad al Cristianismo a cambio de ser considerado Gran Abad y de que su poder perdure.
En esta historia, Jamie Delano demuestra tener un gran conocimiento de la mitología británica anterior a la formación de Reino Unido, así como del mito Artúrico, y con dichos ingredientes construye un interesante argumento que aporta algo nuevo y distinto a una serie como Hellblazer, que aunque en aquel momento ya estaba en estado temprano, no por ello dejaba de intentar sorprender con elementos nuevos.
En cuanto al dibujo, éste es llevado a cabo por Brian Talbot que en este año 1986 estaba en estado de gracia, propiciándonos un dibujo sucio que casa perfectamente con lo aberrante de los actos de Kon-Sten-Tyn, aderezado todo ello con el magnífico color de Lovern Kizierski.
En lo relativo a su edición en España más reciente, esta historia podemos encontrarla en el primer tomo de ECC dedicado a la recopilación de la serie clásica de Hellblazer, junto con el resto de las primeras historias de Jamie Delano cuando este autor se encontró a cargo del personaje para comenzar su serie regular tras la aparición de Constantine en la etapa de La Cosa del Pantano de Alan Moore.
Edición original:Hellblazer núms. 108 a 128 USA, Hellblazer/The Books of Magic núms. 1 y 2 USA, Vertigo: Winter’s Edge núm. 1 USA.
Edición nacional/ España:ECC Cómics.
Guion:Paul Jenkins.
Dibujo:Brian Talbot (El Último Hombre en Pie).
Formato:Tomo en tapa dura, 592 páginas.
Precio:45 €.
Desde 1986 saltamos a 1997, y entroncamos este artículo con la imagen destacada que lo adorna según entráis en la web.
De una serie como Hellblazer que en 1986 se encontraba en un estado incipiente, con unas ventas muy solventes, y que acababa de finalizar su primer año, celebrándolo con su primer anual, pasamos a una colección que en 1997, es ya un clásico del cómic norteamericano en el que Paul Jenkins se encarga de la tercera etapa larga del personaje, sucediendo a Garth Ennis y contando con el dibujo del sin par Sean Philips.
Entramos en los números 110 a 114 de la ya por entonces longeva colección, en los que en binomio Jenkins/Philips deciden devolver al mago de Liverpool al mito Artúrico que éste piso en su primer anual, pero de un modo marcadamente distinto a como se hizo entonces.
Jenkins, había conseguido en los números que precedían al 110 mezclar la visión de John Constantine que tenía Jamie Delano (Deprimido, deprimente, furioso consigo mismo y con el mundo, lleno de culpa) con la que tenía Garth Ennis (estafador, egoísta, ególatra, alcohólico y mala persona) refundiendo ambas en la de un John Constantine que junto a su nueva pareja, la periodista Dani, y sus nuevos-viejos amigos Richie el Punk y la mujer de éste, Slark, trataba de comenzar de cero, labrándose una vida en la que su uso de la magia, sus timos y sus estafas en nada afectaran a sus seres queridos.
Por supuesto, desde el principio quedaba revelado que esto no era así, pues ya al comienzo de la etapa el demonio Buer está a punto de acabar con la vida y el alma del joven hijo de Ritchie y Slark, pero el bueno de John consigue ser perdonado y hasta felicitado por resolver lo ocurrido, lo que tratándose de Constantine le da alas para seguir hundiendo la vida de los demás. La diferencia entre este John Constantine y sus versiones precedentes, es que el de Jenkins reconoce de verdad la clase de persona que es, y quiere cambiar, pero cuando llega el momento de hacerlo, no es capaz de emplear el esfuerzo que ello requiere, ni de renunciar a los medios más sencillos con los que logra salir airoso de cualquier situación, lo que por consiguiente, termina como siempre afectando a los suyos.
En este contexto, vemos como un departamento secreto de un laboratorio aún más secreto (algo muy popular en la década de los noventa) custodia un curioso tambor que por sí solo comienza a tocar. Se nos explica que este tambor resuena siempre en las épocas en las que Gran Bretaña necesita ayuda, en las que está próxima a su destrucción, en las que necesita que su héroe ancestral la salve.
Quien es consciente de todo esto, quien dirige el extraño laboratorio en el que todo ocurre no es otro que el Señor Meardon, también conocido como Myrddin, uno de los últimos eternos de la Tierra, al que conocemos por el nombre que le han dado las historias y leyendas: Merlín.
Desde el principio ya se nos deja claro que la aproximación al mito artúrico de Paul Jenkins, nada tiene que ver con la de Jamie Delano, pues el Merlín de Jenkins en uno de los seres más malvados de la Tierra que en esta ocasión, no es si no en sí mismo, el peligro del que nos advierte el ancestral tambor, puesto que busca una misteriosa caja cuyo contenido liberará toda la magia de la ancestral Britania, consumiendo el mundo para que éste pueda ser rehecho a imagen y semejanza del malvado mago.
Esto lleva a lo poco que queda de los inmortales que otrora formaran la corte del Rey Arturo a buscar a John Constantine, quien consideran es el más apto para solucionar sus problemas con Merlín, aceptando John ayudarles a regañadientes. En el transcurso de su misteriosa misión, descubriremos que la última esperanza de Britania no es otra que el heredero de Arturo, a quien John encuentra y que resultar ser… Ritchie el Punk.
Jenkins deja así clara su postura marcadamente iconoclasta respecto del mito Artúrico, no solo al villanizar a Merlín (sumándose a la larga lista de autores que ya lo habían hecho antes) si no al dejar claro que la sangre de Arturo no tiene nada de especial, no cuando su último descendiente es un Punkarra de muy buen corazón que sin embargo, tiene la mente de un niño y no es capaz de pensar en nada más que pasarlo bien con sus amigos y fumarse el siguiente porro, siendo sin embargo un muy buen esposo y un mejor padre (y es que las apariencias engañan, y Jenkins deja también claro que no debemos juzgar a las persona por pertenecer a una tribu social u otra, si no por lo que realmente son).
Por supuesto, la caja ancestral no resultaba ser lo que parecía, y el plan de Merlín era más complicado de lo que él mismo quería reconocer, desembocando todo en la llegada de un arrepentido Arturo que reconoce haber abandonado el mundo en sus horas más bajas, acaparando lo poco de la magia que quedaba en Britania para sí, usando la misma en beneficio propio.
Por si esto fuera poco, el número termina dejándonos muy claro que todo lo ocurrido, desde el auge y caída de Camelot, hasta lo que se cuenta en este arco argumental de cinco números titulado El Último Hombre en Pie, es obra de Dios, el Dios monoteísta del cristianismo que ha jugado con Merlín, con Arturo, con John, con Ritchie y con el universo entero encargándose de que la magia y los seres inmortales desaparezcan del mundo para hacer evolucionar a este a su siguiente estado en el que solo quedará la humanidad.
Una divertida y a la vez amarga historia en el que el dibujo de Sean Philips, quien nos tiene más acostumbrados a historias de corte más policiaco y negro (y si no que se lo digan a Ed Brubaker) y que en 1997 ya comenzaba a labrarse un futuro en el mundo del cómic, encontrándose estos números entre lo mejor de Hellblazer, y constituyendo en sí mismos una de las mejores muestras de su arte.
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