Javier Vázquez Delgado recomienda: Los caballeros de la mesa cuadrada, o el conflicto entre la Realidad y la Ficción
AVISO DE SPOILER, SE ESPOILEARÁ LA PELICULA ENTERA.
Y SÍ, AUNQUE PAREZCA MENTIRA, HAY QUE AVISAR PESE A QUE HAYAN PASADO 45 AÑOS DE SU ESTRENO
La gestación de una idea
Cuando mis compañeros me hablaron de la propuesta artúrica y de hablar, con la conmemoración del 40 aniversario de Excalibur, sobre temas relacionados al mundo de ficción que ha salido de la leyenda de Arturo y su entorno, me vi casi obligado a hacer un homenaje a una de las películas que me han acompañado desde mi preadolescencia hasta el día de hoy. Se trata nada más y nada menos que de Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores.
Una vez el tema que iba a tratar estaba decidido, tenía que ver por dónde era mejor hincarle el diente a la obra. Como nunca había hecho ninguna intervención en la sección de cine, y habiendo yo estudiado cinematografía, quería probar lo que era hacer una reseña en este departamento. Por lo que me arremangué y me dispuse a empezar. Hay que decir que me he visto la película, junta otras cuantas elegidas, demasiadas veces como para contarlas, y por tanto, prácticamente me sé de memoria escenas y diálogos. Pese a ello hacía varios años que la película no había venido a mi cabeza, no así La vida de Brian, de los mismos creadores, que cada poco tiempo aparece en la televisión como un ángel caído del cielo de la ficción. Pero esta obra artúrica es una joya que tiende a esconderse más en los canales de televisión pública.
El caso es que era una gran película para mí y quería darle el reconocimiento que merecía desde mi humilde posición. Por ese motivo no quería hacer una reseña al uso en el que simplemente hablara de el año que salió o su procedencia (1975, Reino Unido), de quiénes la habían dirigido (Terry Jones y Terry Gilliam), de sus guionistas (Terry Gilliam, John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle y Terry Jones), de su reparto (John Cleese / Lancelot del lago, El caballero negro… , Michael Palin / Lider de los caballeros que dicen Ni, Rey del castillo en el pantano… , Terry Jones / Bedevere, Principe Herbert… , Terry Gilliam / Caballero Verde, Patsy, El anciano de la escena 24… , Graham Chapman / Rey Arturo, Dios… , Eric Idle / Sir Robin, Guardia que custodia al príncipe Herbert… , Carol Cleveland / Dingo, Zoot… , Connie Booth / La bruja, Neil Innes / Primer monje…), de su director de fotografía (Terry Bedford), de su productora (Columbia Pictures), de su música de varios artistas, los guionistas entre ellos, o de sus artífices como grupo consolidado (Monty Python). No me interesaba tampoco contar anécdotas como que Graham Chapman, (Rey Arturo) pasaba por una etapa de alcoholismo durante el rodaje; lo cual, según otros Pythons, afectó a la película, o que John Cleese (Sir Lancelot) tenía miedo de cruzar el puente de la muerte, que verdaderamente estaba encima de un desfiladero, y utilizaron un doble para que lo cruzara, ni la anécdota de que el gag de utilizar cocos para simular el sonido del galope de los caballos, en realidad se debió a que no se pudieron utilizar caballos auténticos por el bajo presupuesto de la película, o que se rodara en un mes por esa misma falta de presupuesto. Todo eso no me interesaba, se lo dejo a aquellos que, en canales especializados, podrán hacerlo de manera más solvente. Lo que a mí me interesaba era hacer algo personal.
Por tanto me metí en Google, nuestro gran saco de conocimientos, amo y esclavo de nosotros sus creadores, y tecleé las palabras mágicas. “Los caballeros de la mesa cuadrada”. Lo que me apareció, no para mi sorpresa eran, “Las 10 mejores escenas de…”, “Los mejores momentos de…”, “Los gags más…”. Era una simple excusa para encontrar inspiración rememorando esos sentimientos lejanos de alegría. Tras ver la escena conocida como “El campesino anarquista”, que tan buenos momentos me dio hace muchos años, se me pasó una idea por la cabeza. Podía hacer un análisis filosófico de cada una de sus escenas memorables. Me parecía que podía ser un bonito homenaje y tener personalidad. Entonces decidí escoger las escenas memorables. Y esta vez, sí para mi sorpresa, me vi en el minuto 20 de la película sin haber descartado una sola escena. Eso se planteaba como un problema. No había escenas que no fueran memorables, al menos no para mí. Vi que mi enfoque pasaba por el descarte y eso no me lo podía permitir, pues la película entera merecía el homenaje, no solo una parte de ella. Pero fue en el momento de la escena del historiador en el minuto 30, en la que el personaje parece ser un narrador externo a la película, con esos juegos de metaficción que tanto gustaban al grupo, y más en concreto su muerte por el espadazo de un caballero, lo que hizo que apareciera la idea que se ha impuesto a todas las demás.
Esta idea surgió como un rayo que me cegó por un instante, y era que Arturo, realmente no era Arturo, sino un actor. Pero no fuera del mundo de la ficción, sino dentro de él. Con aquel final que seguro no todos recordaréis, en el que tanto él como sus caballeros son arrestados por la policía inglesa. Bien, este es el análisis de prácticamente TODA la película, escena por escena, sobre lo que yo creo que realmente cuenta. La historia de Arturo, un Quijote desquiciado, paladín de los ídolos, de los mitos, las leyendas, y en general de la FICCIÓN, en contraposición con su enemiga y principal villana de esta obra; la REALIDAD.
Antes de comenzar con esto quiero hacer un pequeño inciso sobre el doblaje, o la masacre que se cometió con esta película en 2006 para su versión en DVD. Puede que realmente no fuera malo, pero siendo sincero, creo que para cualquiera que se acostumbró al doblaje de 1977, este nuevo traje sonoro era casi como una apuñalada directo al corazón. Pues aquellos que mamaron aquellas voces y expresiones, ahora ven la película, si no la ven en original (que sería lo suyo, pero hay que reconocer que nuestros doblajes son extraordinarios en la mayoría de los casos), con un sentimiento de apatía, como si el ambiente de la misma estuviera enrarecido. Hay que decir que la remasterización de la imagen, pese a que a mí el grano de aquellos tiempos me encanta, era necesaria para que las nuevas generaciones pudieran disfrutarla sin tener ese halo de vejez que suelen apreciar los más puristas. También decir que los extractos usados para mi análisis se basan en el doblaje de 1977 o en el original ingles. Sin más dilación, comencemos.
Arturo o Don Quijote. Cuando la Realidad se enfrenta a la Ficción
Mi recomendación, es que se reproduzcan los videos que irán apareciendo si se quiere una inmersión en el análisis, incluso si se quiere debatir al respecto, o en última instancia, por el simple hecho de recordar tan icónicas escenas. En este artículo se tratará a la Ficción y a la Realidad como personajes no externos a la narración, como personajes simbólicos que no inexistentes, dado que tienen incidencia en la historia desde este punto de vista.
La caída de Arturo de su pedestal
Comienza la película. Y nos encontramos con una espesa bruma, una niebla que lo envuelve todo, y escuchamos lo que parecen ser unos cascos de caballos. Pero la niebla, primera representación de la Ficción absoluta, lo que se esconde al amparo de las sombras, se disipa, y podemos ver la Realidad, que está representada por los cocos que hacían el sonido del caballo. Esta es la primera caída del mito, y de la Ficción, su parte física, la superficial. Por ese motivo, los caballeros con los que Arturo conversa, al ver los cocos que hacían de caballos, comienzan a conversar sobre ellos, en vez de hablar con EL REY DE LOS BRETONES. Su Ficción superficial ha sido desacreditada. Y Arturo, más o menos consciente de ello, pues si algo caracteriza a este personaje, como veremos más adelante, es su negación, decide dejarlos para que sigan hablando entre ellos sobre las golondrinas y los cocos. Ya han sido ya corrompidos por la Realidad, que no acepta concesiones, la corona debe ser de oro, no de cartón pintado como en el teatro. Le acompaña su fiel Sancho, Patsy, como lo hacía al hidalgo español escrito por Cervantes, tan consciente de la Realidad como del frágil equilibrio en el que se sustenta la serenidad de su Arturo. Por ello prosigue a su lado, portando todo el equipaje y haciendo que nunca le falte su incierta montura.
La primera entrada de la Realidad en la Ficción
Ahora aparece una corta escena que nos hace ponernos al día de lo que la Realidad está haciendo en el mundo de la Ficción, tan idealizado, en el que lo está hasta la propia muerte. Vemos un hombre que grita: “¡Traed vuestros muertos! ¡Traed vuestros muertos!…” Asistimos a un crimen en el que un hombre deja a su padre, que está vivo, en el carro de los muertos, con la ayuda del hombre que lleva el carro. “Hoy tengo que ir a casa de los Robinson, hoy han muerto nueve”. Y de esta manera vemos cómo la Realidad entra en la Ficción, en el mito de Arturo, donde las muertes están idealizadas y siempre enfocadas desde la leyenda.
Sociedad y el individuo, La caída de Arturo
Tras la caída del elemento físico y superficial de la Ficción, en el mito concreto de Arturo, presenciamos la caída de las ideas externas, la parte metafísica de quienes le rodean, como sucede en este caso con el campesino. Con la parte superficial del mito deteriorada, por culpa de la niebla que dejó al descubierto su farsa hasta entonces idealizada, llega el cuestionamiento de las ideas. Como siempre sucede en estos casos, primero ocurre de forma individual para transformarse en algo global, algo que tiene entidad de sobrehumano, transcendiéndolo en forma de concepto o idea social. Por eso el discurso, que en nuestra Realidad parece incluso absurdo, en el que se pregunta qué clase de manera de ostentar el poder es esa de que una señora le lance una cimitarra mojada, en esa Ficción, hasta ese momento era la Realidad vigente. Pero la Realidad real, valga la redundancia, está pervirtiendo el mundo de aquella Ficción, volviendo a sus habitantes en siervos de la razón y de la lógica. Tras ver que no solo los soldados, sino que los propios campesinos, a los que se les supone una ignorancia completa en prácticamente todo lo referido a las ideas, han sido corrompidos por la Realidad, nuestro desamparado Quijote de Camelot prosigue su camino hacia su inevitable destino; La Realidad, y su desaparición como mito, como ídolo, como Ficción. Entendiendo esta desaparición no como una desaparición de su entidad como personaje, sino como entidad de leyenda que tiene contacto con la Realidad como sucedía antiguamente.
La caída del propio ideal en la cabeza de Arturo, o en la cabeza de las altas esferas.
Proseguimos con su andanza. El rey Arturo, se topa con un caballero completamente vestido de negro, que lucha contra otro caballero vestido de verde, al que al final vence. Contra el mismo que Arturo lucha y vence de forma hilarante. Aquí vemos que el propio Arturo ve el absurdo de su propia existencia y de su “extirpe” con el famoso “No pasarán. No me moveré por hombre alguno.” Tras el final en el que le acusa a Arturo de cobarde por huir cuando es evidente su derrota, se ve la cabezonería y lo absurdo del mito. Arturo ve todo aquello sobre sí mismo. Nuestro Quijote le da la espalda negándose a detener su “epopeya”, su entidad como leyenda. Aquí se ve hasta qué punto llega su nivel de negación. Como decía el joven Ricky Fitts de American Beauty, refiriéndose a que su padre, el estricto coronel Frank, era consciente de lo que él hacía de forma inconsciente, y que es uno de los grandes temas tanto de esta como de esa película: “Nunca subestimes el poder de la negación”. Es por eso que nada de lo que suceda le parecerá extraño a Arturo, que ya es ese caballero negro, jugando al mismo juego, que parece absurdo desde fuera, pero épico desde dentro.
Las brujas
Pequeño paréntesis para los monjes que se golpean la cabeza, y con los que se inicia la siguiente escena. La iglesia, o el apartado divino del que Arturo ha hecho gala en la primera y segunda escena de forma tangencial, aquí, de nuevo, es puesta en cuestión con esos golpes en la cabeza con los trozos de madera. El absurdo del sacrificio para conseguir la divinidad, la santidad, la pureza como premio por la flagelación. Algo que ahora se ve, en términos generales, como arcaico, o incluso inaudito, antes era la regla vital por excelencia. Una regla en la que el propio Arturo y sus caballeros se fortalecen y en la que se amparan. Una Ficción que hunde sus raíces en la misma cuna del ser humano y que por la Realidad ahora pierde vigencia.
Prosigamos con la escena. Este es el momento en el que Arturo encuentra el primer integrante de su grupo. Ser Bedevere, quien con un juicio basado en la lógica acaba condenando a una mujer en a la hoguera. Esta es una de las escenas más míticas de la película, pero que junto con las futuras escenas de la presentación de Camelot, la primera derrota contra el castillo francés, la muerte del historiador, y el paso por el puente de la muerte, son las que conforman la génesis de esta forma (especial y enrevesada) de ver la película. Aquí nos encontramos con un Arturo que encuentra al hombre ideal, el hombre que necesita para proseguir su viaje fantástico y mitificado. Alguien que puede aplicar una lógica tan absurda como la suya haciendo uso de ideas que a priori parecería, en efecto, lógicas y razonables. Cualquiera que lo ve desde fuera es consciente del absurdo de la escena en cuestión, pero desde dentro, en la ensoñación de una época cegada por el ideal del poder superior no solo no es absurdo, sino que es la única verdad a la que asirse. Eso se muestra muy bien con la masa de gente, que lucha por adivinar de qué están hechas las brujas (de madera), cómo saber que ella está hecha de madera (porque flota) y por último compararlo con otra cosa que también flota (un ganso). Esta última respuesta es la de Arturo, que sabe que diga lo que diga funcionará, pues la corona, al igual que el traje de caballero que tiene Bedevere, y en ultima instancia su entidad de leyenda, les concede la verdad absoluta. El juicio en la balanza es tan delirante como todo lo demás, pero la película cuida los detalles. La mujer juzgada es llevada a la hoguera tras ser pesada en una balanza con un ganso al otro extremo y declarar sin mucho énfasis, “ha habido trampa”. Nuestro rey Arturo se acerca a Bedevere. Allí el hombre se arrodilla y el rey le hace caballero de la mesa cuadrada, pero lo que vemos detrás es la balanza que está descompensada sin tener nada encima de sus soportes. Por tanto, lo que estamos viendo es un hombre cuyo poder emana de la Ficción, otorgando poder a otro hombre cuyo poder sale del mismo lugar. Y ambos, son parte de esa farsa simbolizada con la balanza trucada que tienen como testigo del momento en el que le “arma caballero de la mesa cuadrada”. Por tanto esta es la escena que contiene la esencia de la película en sí, del absurdo, de la farsa de los ídolos idealizados, y sobre todo, de la negación sobre esa verdad evidente desde fuera en la que están sumidos los participantes de aquella Ficción.
Los paladines de la Ficción
Tras unírsele Ser Bedevere el Sabio, se les unirían los demás integrantes del grupo, cada uno dejando en ridículo la característica que ensalzaban en el mito artúrico original. Ser Lancelot el Valiente, Ser Gallahad el Puro, y por último (aunque no es el último, ya que hay un Ser, que no aparece en esta historia, literalmente dicen eso con un caballero cuyo rostro es un bebé ridiculizando hasta la misma idea del caballero), Ser Robin, que es la única muestra de que los caballeros son, en efecto, un fraude. Pues su presentación es esta: “Ser Robin, el no tan valiente como Lancelot, que estuvo a punto de luchar contra el dragón de Angnor, que estuvo a punto de plantarle cara a la sanguinaria gallina de Gristol, y que se meó encima en la batalla de Badon Hill”. Este es, sin duda alguna, junto con Sancho, quiero decir… Patsy, interpretado por Terry Gilliams, el único personaje real, o al menos consciente de la Ficción, que encontramos en la película, y lo demostrará en una escena exclusiva de él. Es el único personaje que sabe que toda aquella historia de Arturo y del grial es una farsa, pero la mantiene para poder hacer uso del poder y el prestigio que mantenerla le otorga. Algo que hacían muchos gobernadores en los feudos, y que a día de hoy la gente de a pie lo sigue haciendo. Mirando hacia otro lado del absurdo y participando en alguna medida de él para poder mantener su statu quo. Pero prosigamos con la película.
El verdadero Camelot
“Y así señor, es como sabemos que la tierra tiene forma de plátano”, es como da arranque la siguiente escena, con Bedevere afianzando lo que ya intuíamos de él. Pues Arturo responde “Estos nuevos conocimientos me asombran”, pero bajo ningún concepto los pondrá en duda, ese es el trato. Entonces a lo lejos Lancelot lo ve; “¡Mirad mi señor, Camelot!”, dicen con orgullo. Y lo repiten “Camelot” “Camelot”, hasta que llega el turno de nuestro querido Patsy, que aún porta los cocos de su demente señor, y dice con cara casi de hastío, como quien lidia con un niño de 4 años “Es una maqueta…”. Y entonces Arturo se gira casi indignado para chistarle mandándole callar, y poder así proseguir con su discurso épico. De alguna manera este gesto es similar al que podríamos ver en WandaVision en aquellas interrupciones que irrumpían en su Ficción particular. Porque esto es lo que es, la Ficción de Arturo, el ídolo, paladín de la misma, en la que todos participan; y su inevitable caída. Su discurso prosigue diciendo que cabalgarán a Camelot, pero entonces descubrimos lo que sucede en Camelot realmente, lo que hay cuando la maqueta deja de ser una idealización y se convierte en un escenario real. Entonces los Monty el castillo. Con mucho alcohol y muchos bailes sobre mesas de madera viejas, en un lugar tétrico y oscuro. Y esta es su ilustrativa letra. (En ingles rima, os recomiendo encarecidamente su visionado, para deleitaros por primera vez, o de nuevo, con su melodía)
“Somos Caballeros de la Mesa Redonda
Bailamos cuando somos capaces
Hacemos rutinas y escenas de coro
Con un trabajo impecable
Cenamos bien aquí en Camelot
Comemos jamón y mermelada a montones
Somos Caballeros de la Mesa Redonda
Nuestros espectáculos son formidables
Pero muchas veces nos dan rimas
Son incantables
Estamos locos por la ópera en Camelot
Cantamos desde el diafragma mucho
En la guerra somos duros y capaces
Bastante infatigable
Entre nuestras misiones tenemos chalecos de lentejuelas
E imitamos a Clark Gable
Es una vida ocupada en Camelot”
Tras eso volvemos con Arturo, que les dice a sus compañeros de viaje “No, pensándolo mejor no iremos a Camelot, es un sitio ridículo”. Y todos sus compañeros asienten a la vez aceptando que no sería una buena idea.
Si nos detenemos a mira la letra podremos darnos cuenta de qué es realmente Camelot. Un grupo de teatro, externo de la Ficción. Al que Arturo pertenece o pertenecía evidentemente. El cual ahora está corrompido por la Realidad, habiéndose estos salido de sus personajes, dejando así de pertenecer a la Ficción. En esa escena musical, con su melodía pegadiza, vemos de nuevo la Ficción sobre la que se sustenta el mito, vemos a Arturo luchando contra su propio ocaso, que es la caída del telón, el fin literalmente de la función. En palabras de Nietzsche “A veces la gente no quiere escuchar la verdad, porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas“, de su Así habló Zarathustra. Pero dejemos al señor con bigote y prosigamos con nuestro querido Quijote.
Dios, representación de la Ficción
Llega el momento de Dios. Aparece en los cielos, y lo primero que hacen los caballeros es arrodillarse, con lo que Dios responde “No te arrastres, si hay algo que odio, es a la gente que se arrastra”. Y Arturo responde que lo siente, a lo que Dios responde “No lo sientas, no soporto a la gente que anda siempre pidiendo perdón”. Con lo que deja claro que ni siquiera Dios está dispuesto a seguir una farsa tan sumamente absurda. Pero en cuanto se ponen de pie decide que el artificio es lo suficientemente sostenible, por ahora, como para pedirles que lleven a cabo una misión, la última misión. En palabras de Dios, son los que deben preservar la luz, él y sus caballeros serán ejemplo en esos días tan oscuros en los se vislumbra el ocaso de sí mismos, de los ídolos, y en los que tanto la función, como la mentira, llegan a su fin. Pues mientras tengan una misión, una gesta que llevar a cabo, la leyenda seguirá siendo eso, y la Realidad no les alcanzará. Por eso, para preservar la Ficción, deben buscar el santo grial. Deben seguir con su gesta, deben seguir siendo parte de la leyenda.
Los fracasos que desenmascararon la Ficción
Aquí comienza la subida más escarpada de nuestros héroes, que ven acercarse a la Realidad por la espalda con la pretensión de aniquilar su identidad como personajes.
El primer gran fracaso de Arturo y el comienzo de su declive
La primera escena con la que nos encontramos una vez han aceptado su misión como paladines de la Ficción, es en la que Arturo quiere hablar con el Señor de un castillo francés para que les de cobijo, y si quiere que se una a su sagrada misión. El guardia que está en la muralla comienza a insultarles, con lo que Arturo y sus caballeros comienzan a cargar contra la muralla del castillo con sus espadas mientras los del castillo les tiran gallinas, y objetos sin ningún criterio claro. Tras ver su estrepitoso fracaso al no poder vencer a la muralla de un castillo con sus espadas grita retirada. Este es el primer gran fracaso de Arturo, en el que la farsa no le ha seguido el juego, pues cada vez la Realidad se hace más tangible, cada vez la Ficción es más evidente. El mundo en el que antes vivía se doblegaba con la magia de la Ficción a su voluntad, pero ya no, ahora la razón ha cogido fuerza y se impone.
El segundo fracaso, ni Ulises se salva de la llegada de la Realidad
Tras esto, llega el segundo gran fracaso de Arturo y sus caballeros. Se refugian en un montículo de los objetos, nada letales por otro lado ya que aún la Ficción mantiene su presencia, que les lanzan los hombres con acento francés desde lo alto de la muralla. Entonces se recrea la estrategia con la que los griegos de Agamenón vencieron a los inexpugnables troyanos de Príamo. Aquel famoso caballo de madera en esta película es un conejo, pero pretende tener el mismo fin. Sin embargo, ni Bedevere es Ulises ni Arturo es Aquiles, y pese a todo, esta película nos deja caer que quizás, de alguna manera, sí lo son tras la bruma del mito. Los franceses aceptan el conejo de madera y lo meten en su castillo. El sabio caballero Bedevere comienza explicarle el plan desde el montículo en el que se habían refugiado de los objetos arrojados por la muralla. El plan se basa en que todos los que están ahí, tienen que esperar a la noche y entonces saldrán del conejo y les pillarán por sorpresa. Arturo confundido pregunta que quién saltará del conejo. Y Bedevere, sonriendo responde que ellos, que saltaran del conejo… Y entonces se desinflan. La Realidad vuelve a golpearles, pues la lógica en la que Arturo se había escudado como arma infalible contra esa misma Realidad, cuando se acerca a ella, ésta se ve desnuda. Su plan es un fracaso, y el conejo es arrojado por la muralla, cayendo sobre uno de los pobres escuderos de uno de los caballeros.
La muerte del historiador, la Ficción contraataca
La ruptura con la Ficción se plantea de forma exponencial desde que comienza la historia hasta llegar a uno de sus picos con la escena que sigue, y que junto con las escenas antes comentadas se plantean como las que contienen el germen de la película entendida desde esta visión de la caída de los ídolos, y de la Ficción. Un historiador habla a cámara, alguien con una claqueta grita “Historias para las escuelas, toma ocho. Y, Acción”. Entonces el señor, vestido de traje, comienza a relatar la amarga sensación que vivió el rey Arturo tras la derrota en el castillo. Y que tenían que tomar la decisión de separarse para buscar el santo Grial. Más allá de que eso evidenciaba que Arturo sabía que si seguía con sus compañeros sin reponer su cantidad de artificiosidad la Ficción se derrumbaría, y que por tanto necesitaban separarse para que al encontrarse volvieran a ser los caballeros de la mesa cuadrada y no simples personajes desligados de su Ficción, la escena culmina de forma insospechada. Un hombre, vestido de caballero, aparece a galope y le corta el cuello con la espada al historiador que narra la historia. Tras eso una mujer mayor grita “¡Frank!”, y sale de detrás de la cámara, asustada, observando al hombre que yace en el suelo ensangrentado, y sin dejar de mirar con miedo a los lados. Esto es sin duda, la Ficción resistiéndose a la Realidad, el artificio encontrando sus mecanismos de defensa por no ser revelado como tal. Este es un momento desconcertante para el público, como era de suponer, pues deja clara la idea de que hay algo que no encaja en todo esto. El propio público es arrancado de la Ficción que hasta hace muy poco se les hacía tan verosímil, y de la que ahora dudan. Este es el primer momento claro de ruptura, pero la Ficción a atacado con rapidez, y la historia de nuestro Quijote prosigue, y el público se recompone de esa pequeña anomalía que le ha hecho preguntarse, ¿cuál es la Realidad, la de Arturo o la del historiador tirado en el suelo sangrando?
La identidad de los héroes puesta a prueba
A partir de aquí los caballeros se presentan como personajes en busca de lo que sustente sus ficciones, de lo que les haga mantenerse como ídolos y no caer de su idealizada figura. Mientras que la Realidad, ahora por separado, pretenderá hacerles perder lo que les hace ser personajes, sus características principales, aquellas propiedades que les hacen ser personajes de Ficción. Que es la manera de traer lo ideal al mundo terrenal, la manera de hacer caer a los ídolos. Y para eso convocará, como ha hecho la Ficción con el caballero que mató al historiador, o como había hecho antes la Realidad con el propio historiador, a sus propios paladines.
Ser Robin el Falso
No es casualidad que el primero de ellos sea Robín, que al ser presentado dejaba claro su farsa consciente. El ilustre caballero “cabalga” mientras su trovador favorito entona una curiosa canción con tono alegre, que dice así:
“El valiente Ser Robin se alejó de Camelot
No tenía miedo a la muerte, Oh valiente Ser Robin
No tenía ningún miedo de morir de formas horribles
Valiente, valiente, valiente Ser Robin
No tenía ni pizca de miedo de acabar hecho puré
O de que le sacaran los ojos y le rompieran los codos
Le partieran las rodillas y le quemaran su cuerpo
Cortaran y destrozaran los miembros, Oh Ser Robin
Que le abrieran la cabeza y le sacaran el corazón
Le arrancaran el hígado y le vaciaran las entrañas
Le cortaran la nariz, le quemaran el culo y el pene”
Entonces Ser Robin ordena que el hombre deje de cantar, que es suficiente. Pues lo que acaba de relatar, son algunas de las cosas que tanto los ingleses como la totalidad del mundo medieval hacían con los caballeros y soldados enemigos. Algo que no se contaba en las gestas, como decía Robert Baratheon “Se meaban y se cagaban encima, y vomitaban dentro de su casco. Pero eso no se lo contaban al escriba. Esa parte se la saltaban”. De nuevo la Realidad vuelve a intentar golpear a la Ficción, pero Ser Robin, es de los pocos que sabe dónde está. Por eso cuando tras la canción llega frente a un gigante de tres cabezas que intentan ponerse de acuerdo de si lo van a matar o no, se escabulle. Y el trovador canta, con la misma melodía vivaracha, mientras Ser Robin huye y niega los versos:
“El valiente Sir Robin huyó, valientemente huyó y huyó
Cuando el peligro enseño su fea cabeza
Él huyó con el rabo entre las piernas
Sí, el valiente Robin se fue como una galante gallina
Dándose la vuelta con valor se retiró muy valientemente”
En efecto, huyó porque sabía que en la Ficción de los mitos todo son grandiosas gestas, pero que la Realidad no tiene concesiones. Y por tanto huye de la Realidad que se esconde bajo la enmascarada Ficción de su personaje. Pero aun así, el bardo mantiene esa pequeña esperanza dándole atributos de valentía que acompañan la historia para que pueda mantener esa farsa.
Ser Gallahad el no tan Puro
Ahora le toca el turno a Ser Gallahad. A modo de evidente homenaje a las sirenas del mito de Ulises, se recrea la misma idea pero con un castillo lleno de mujeres quienes intentarán que Gallahad deje de ser casto, y por tanto pierda su atributo principal como personaje. Primero se resiste a ser tratado por los médicos, pues cree que el grial está en la parte de arriba, escondido. Pero la mujer que parece su líder le aclara que es la faro, que tiene forma de grial. Entonces ella le explica el plan en el que deja bastante claras sus pretensiones eminentemente sexuales. Gallahad el Puro duda, y abandona momentáneamente su identidad como personaje. Es Ser Lancelot quien irrumpe en la escena para acabar sacándolo de ahí y manteniéndolo como personaje, como parte de la función capitaneada por Arturo, que encabeza ese grupo de ídolos, y que por tanto se le considera el mayor ídolo de todos ellos, como así sucede.
Los caballeros que dicen Ni y la promesa de la Realidad
Viajamos a menos de un vuelo de golondrina, evidentemente un vuelo de golondrina cansada, vamos que estaba a una distancia de vuelo de dos golondrinas… de cuatro en realidad, como si estuvieran transportando un coco, y naturalmente como si estuvieran andando y arrastrando un (Grito). Arturo y Bedevere se encuentran con el viejo de La escena 24. Un anciano que les dice que hay un mago, y Arturo presupone que será quien sabrá dónde se halla el grial. Pero para poder llegar a él tendrá que pasar por un bosque en el que moran unos curiosos personajes. Son los temidos caballeros que dicen Ni. Estos le dicen a Arturo y a Ser Bedevere que necesitan una almaciga y que si la consiguen les dejarán pasar por su bosque. Esta es la manera en la que la Realidad se abre camino por la Ficción, haciendo que unos temidos seres que viven salvajes en el bosque, quieran parte del confort del mundo real, del mundo no ficcionado en el que están obligados a vivir. Por eso quieren una almáciga, que para quien no lo sepa, la almáciga se trata de un lugar donde se guardan las semillas o se siembran las flores y vegetales. Esta es la manera que encuentra la Realidad para controlar a estos seres, y obligar a Arturo a ser parte de su plan como veremos más adelante.
Los paladines de la Realidad entran en escena
Tras la escena de la almáciga, volvemos al lugar donde se perpetró el crimen contra el historiador. Es la escena de un crimen, y la tratan como tal. Junto al cadáver, y a la mujer compungida que había salido de detrás de la cámara se encuentran dos agentes de policía, que hacen prevalecer la ley. Y es la manera que tiene la Realidad de imponer su ley, pues ambas partes entrarán tarde o temprano en conflictos. Los paladines de la Ficción en contraposición con los de la Realidad. Los caballeros y el rey, que son quienes imponen la ley en el mito, se enfrentarán a los policías y al detective que aparecerán más adelante, y que son quienes imponen la ley en la Realidad.
Ser Lancelot el demasiado Valiente.
La Realidad no es tonta, como hemos podido comprobar. Y por eso mismo elige al príncipe Herbert como su detonante para poner a prueba su identidad como personaje, y poder desvirtuarlo como intentó con Gallahad, y que de alguna manera, al hacerle dudar, consiguió. Nos encontramos ante un príncipe, algo afeminado de forma evidente para cumplir su cometido, el cual lo que quiere no es casarse con la mujer que le ha pedido su padre, un señor con un castillo en un pantano, sino simplemente cantar. Entonces es encerrado en la torre del castillo a la espera de la boda, y lanza un mensaje por la ventana. Este mensaje, es guiado por la Realidad, como fue guiada la flecha de Paris al talón de Aquiles por el airado Apolo, a las manos de Ser Lancelot. O al pecho de su escudero mejor dicho, el cual al final tampoco se encontraba tan mal. El caballero entiende la carta como aquella de la dama clásica que necesita ser liberada de la torre del castillo. Aquel ardid de la Realidad obliga, más o menos, a que Lancelot pase de hacer acciones entendidas como heroicas en los mitos, a acciones malvadas, como lo es entrar en una boda y arremetiendo contra todo el mundo que se encuentra desarmado. Pese a ello ni Ser Callahad ni Ser Lancelot creen haber dejado ser el Puro y el Valietne, por lo que la Ficción aún se mantiene. Sin embargo, la Realidad cada vez está más cerca de conseguir su propósito, como veremos en la siguiente escena.
Arturo el maquiavélico
Arturo y Ser Bedevere van en busca de la almáciga. Por lo que le preguntan a una anciana si conoce a algún almaciguero. Pero la anciana se asusta mucho tras escuchar lo que buscan. Esto es debido a que sabe que la almáciga es una herramienta de la Realidad para hacer incursión en su mundo de Ficción y poder así destruirlo. Como Arturo necesita encontrar al almaciguero para poder pasar por el bosque de los hombres que dicen Ni, comienza a hostigar a la anciana, perdiendo así la característica principal de su personaje, que es su liderazgo por medio del amor dado y obtenido, dejando de lado su famosa mesa redonda símbolo de bondad e igualdad, por la mesa cuadrada, símbolo de la Realidad, llena de maldad y desigualdad. Otra estrategia de la Realidad, que por medio de las promesas de confort hechas a los caballeros que dicen Ni obliga a Arturo a pervertirse, y por tanto a caer en la trampa de la falta de identificación con su personaje. Al final acaban consiguiendo una almáciga y se la llevan a los caballeros que dicen Ni. Pero estos les dicen que ya no son los caballeros que dicen Ni, sino que son los caballeros que dicen Equi Equi Equi Napam (Sí, eso dicen). La Realidad les ha pervertido hasta el punto de lograr lo que ha pretendido con Arturo y con sus caballeros, hacerles perder su característica identificadora en la Ficción. Estos caballeros, ahora para dejarles pasar les exigen que consigan otra almáciga, pero algo más alta para tener dos niveles y poner un senderito pequeño entre ellas, consiguiendo que quede un lugar bonito. Efectivamente, son unos personajes que han perdido su personalidad, la de unos salvajes que vivían en el bosque, cuyo lema era Ni, y ahora solo buscan la comodidad, y no les importa pervertirse para conseguirla, por la promesa de la Realidad. Por suerte encuentran por azar la palabra que parece ser la debilidad de estos caballeros, y tras encontrarse con Ser Robin, que venía seguido de su trovador, el cual continuaba narrando de forma alegre su gloriosa forma de huir, Arturo, Ser Bedevere y Ser Robin consiguen pasar por el bosque.
Al otro lado del bosque se encontraría con sus fieles compañeros Ser Gallahad y Ser Lancelot, que, como Arturo, habían conseguido no caer en las trampas que la Realidad les había preparado con el fin de desvirtuarles como personajes. O al menos no del todo.
Tras las pruebas llegan las bestias
Tras mucho andar, pasar el invierno que dejó paso a la primavera, que dejó paso al verano que dejó paso al invierno, el cual saltándose la primavera y el verano dejó paso al otoño, encontraron al poderoso mago, Tim. Éste les dice que deben ir a una cueva, donde se encuentra escrito el paradero del grial. Pero que la cueva es custodiada por un ser tan malvado, y tan maligno, que nadie que se haya enfrentado a él ha sobrevivido. En efecto, el ser es un siervo de la Realidad. Pues ninguna Ficción ha sobrevivido a una lucha contra ella, o al menos no muchas.
La primera bestia, El conejo, el mago desvirtuado
Llegan a la cueva donde les espera el maligno y poderoso ser. De nuevo, la Realidad encuentra la manera perfecta de desvirtuar la personalidad, en este caso, del mago Tim. Esta se basa en colocar un ser como un simple conejo con un poder superior al suyo. Este hecho deja al mago como a un simple ser, logrando que su poder, propiedad principal de Merlín, quiero decir, de Tim, y del cual hace gala en su presentación, con muchas explosiones y juegos pirotécnicos, se convierta en algo intrascendente. Dejándolo como un personaje sin razón de ser, deshabilitándolo en la historia.
Tras la lucha a muerte con el conejo y la clara victoria del diminuto animal, pasamos al contraataque de la Ficción, encarnada por el Dios que se apareció ante Arturo, y cuya arma es enviada de inmediato para dejar que Arturo prosiguiera con su camino. La santa granada de Antioquia. Pero de nuevo, la Realidad, pese a perder un importante siervo como lo era el conejo, tiene de su parte que desde fuera se puede controlar la Ficción, por medio de los autores, o eso cree, como veremos a no mucho tardar. Pese a ello, también tiene otro as en la manga. Tras la explosión de la granada, vemos que los policías que se encontraban custodiando el cadáver del historiador fallecido, ahora se hallan delante de las almácigas de los caballeros que antes decían Ni y ahora dicen Equi Equi Equi Napam, las cuales están destrozadas, muestra de la caída de la Ficción en el bosque de dichos personajes, seguramente por los agentes de la Realidad que simbolizan los policías. Estos escuchan la explosión, y con rapidez señalan en la dirección en la que ha sonado dicha explosión. Los agentes de la Realidad le siguen los pasos muy de cerca a Arturo, que intentará encontrar el grial antes que eso suceda.
La Ficción se revuelve
Entran en la cueva y ven una inscripción algo confusa sobre el paradero del Grial. Pero allí se esconde una criatura peligrosa de muchos ojos llamada La bestia negra. Los caballeros son perseguidos por ella, y entonces el narrador omnisciente narra lo siguiente:
“Cuando la horrenda bestia negra se precipitó hacia delante, la huida para Arturo y sus caballeros parecía ser imposible. Pero de repente el dibujante sufrió un ataque cardíaco. El peligro había desaparecido, y la búsqueda del santo Grial podía continuar”.
Parece mucha casualidad, que un agente externo que trabajaba para la Realidad sea atacado en el momento preciso en el que intentaba frenar la misión del paladín de la Ficción, y de los ídolos. De nuevo, otro intento fallido de la Realidad, que pese a su empeño no consigue detener a Arturo. Pero eso no le hace cejar en su empeño, pues instantes siguientes, vemos no solo a los policías en el lugar donde se produjo la explosión de la granada de Antioquía, sino que les acompaña lo que parece ser un detective. Un siervo más de una Realidad que parece tener muchas herramientas para detener la misión de nuestros protagonistas.
El puente de la muerte, la prueba definitiva
En cuanto a Arturo y sus caballeros, llegan al puente de la muerte. Donde se encuentra el guardián, que es quien le indicó dónde estaba el mago a mitad de la película. Esta es una escena crucial para este análisis, pues se trata de la gran criba que hace la Ficción con sus integrantes. Solo podrán pasar de ese lugar aquellos personajes que no hayan sido corrompidos por la Realidad. Y serán puestos a prueba en tal sentido. Cualquiera de ellos que quiera cruzar el puente, deberá responder sin fallar a tres preguntas.
Ser Lancelot
El primero en atreverse es Ser Lancelot El Valiente, el cual se acerca, sin miedo.
“Haced las preguntas guardián, no tengo miedo.
¿Cómo os llamáis?
Ser Lancelot de Camelot.
¿Qué buscáis?
Busco el santo Grial.
¿Cuál es vuestro color favorito?
El verde.
Muy bien, podéis pasar”.
Parece algo absurdo y sencillo de responder. Pero solo un personaje que no duda de su propia identidad podría pasar. Por eso Lancelot, al ser el primero, al demostrar que es el Valiente, al no dudar de su principal cualidad, de su identidad como personaje, se le concede el paso.
Ser Robin
Esta vez es el turno de Ser Robin. Pero este le dice, haced las preguntas guardián, no tengo miedo de forma muy altiva. Y eso, con lo que hemos visto del personaje de Ser Robin, que es huidizo por naturaleza, es una manera de traicionar a su propia característica principal, a su esencia e identidad, y por tanto es un personaje corrompido por la Realidad. Y el guardián procede a hacer las preguntas:
“¿Cómo os llamáis?
Ser Robin de Camelot
¿Qué buscáis?
El santo Grial
¿Cuál… es la capital de Asiria?
Eh… eso no lo sé”.
Y nuestro querido Ser Robin, el cual era consciente de la Ficción y por tanto había sido corrompido por la Realidad desde el principio, no consigue pasar la prueba del guardián, y cae al abismo del sufrimiento eterno.
Ser Gallahad
Es el momento de Ser Gallahad el Puro. Pero, ¿tras la escena de las mujeres de la que tuvo que ser salvado, mantendrá la pureza que le define como personaje? ¿O albergará dudas en su interior? Veámoslo:
“¿Cómo os llamáis?
Ser Gallahad de Camelot
¿Qué buscáis?
EL santo Grial
¿Cuál es vuestro color favorito?
El verde… ¡no, el rojo!”
Efectivamente, Ser Gallahad duda, y falla en su respuesta diciendo que su color favorito era el de Ser Lancelot, que fue quien realmente pasó la prueba de de la pureza salvando al personaje de Gallahad. Y por ese motivo, también cae al abismo. Su principal atributo, ha sido corrompido por la duda.
Rey Arturo y Ser Bedevere
Entonces le llega el turno a Arturo. Vemos que Ser Bedevere no pasa delante de él. Ese es el motivo por el que sabemos que no ha traicionado aún a su identidad, ya que es el más inteligente, y el que usa la lógica. Y por tanto sabe que si Arturo cae en el abismo, no hay motivos para seguir con la misión, y por ello no tiene sentido que pase delante de él poniéndose a prueba. El guardián le pregunta a nuestro Quijote:
“¿Cómo os llamáis?
Arturo, rey de los bretones.
¿Cuál es vuestra meta?
Encontrar el santo Grial.
¿Qué velocidad media lleva una golondrina sin carga?
¿De qué especie, de la africana o de la europea?
Eso… no sé”.
Y es el guardián quien da a parar al abismo. Vemos por tanto, que en efecto, el guardián había sido corrompido por la Realidad. Evidentemente hace referencia a la primera carcajeante escena en la que se debate sobre las golondrinas y si podrían o no cargar un coco. Esta es la manera de la Realidad de intentar de nuevo poner a Arturo en aprietos y hacerle caer. Pero éste, por ahora no cae en su juego, y logra pasar por el puente de la muerte junto a su fiel Bedevere.
La traición del guardián
Al pasar al otro lado del puente Arturo y Bedevere llaman a Lancelot a gritos, pero no parece estar cerca. Al instante nos enseñan que Lancelot tiene las manos puestas sobre el coche de policía y está siendo arrestado por los agentes y el detective. La Realidad ha conseguido llegar a él. El guardián, corrompido por la Realidad les ha dejado pasar a los agentes de la ley y estos estaban esperando a Ser Lancelot para arrestarle y así frustrar sus planes. Pero aún quedan las dos grandes esperanzas de la Ficción. Arturo y Bedevere.
El fin se acerca y es inminente
Los dos hombres prosiguen su camino hasta encontrar un barco que parece dispuesto a llevarles a su destino. Embarcan y llegan a la falda de un castillo en el que supuestamente se encuentra el Grial. Pero nada más lejos de lo que realmente se encuentra allí. En el castillo se esconden los hombres de acento francés que les derrotaron por primera vez y que iniciaron su caída. Así es, han llegado tarde, y la Realidad ya se ha hecho con el sagrado castillo y con toda posibilidad de que triunfe la empresa de Arturo y sus caballeros. Son expulsados del lugar con mucho pesar. Pero Arturo, fiel a su espíritu y a su identidad, no se da por vencido y decide que atacarán el castillo. Y esta vez se trata de un ataque real, no como la vez pasada en la que golpeaban, sin temor a ser derrotados, las murallas con sus espadas. Esta vez un ejército aparece a su espalda. El ejercito de la Ficción. El último reducto que queda para luchar contra la aparente hegemonía de la Realidad. Para luchar contra la caída de la Ficción, de los ídolos, de las leyendas y de todo lo que eso implica.
El último ejército
El ejercito espera la voz de ataque. “¡A la carga!” Y tras Arturo todos los hombres se dirigen con las espadas en la mano hacia el castillo donde se supone descansa el santo Grial. Pero de nuevo, la Realidad aparece, y corta esa pequeña escaramuza por lo sano. En gran parte es debido a que, por el simple hecho de que ahora Arturo tuviera un ejército entero, era un indicativo de que había sido corrompido por la Realidad, pues hasta hace bien poco no lo tenía. Por tanto lo que parecía ser el ejército de la Ficción, era solamente otro ardid, era el ejército de la Realidad. Los coches de policía que perseguían a nuestros protagonistas les cortan el paso. Aparecen furgones de policías con agentes dentro, y el detective llega con la mujer del historiador asesinado por un caballero de la Ficción. Tanto Arturo como Ser Bedevere son esposados y llevados al furgón policial, y de esta manera termina la película, con uno de los policías diciendo. “Esto es todo. Guarda la cámara”, tapando la imagen con su mano, evitando así que se sigua propagando la Ficción, pues sin imagen no hay película, y sin ésta no hay Ficción.
La escena final es el colofón, en la que los ídolos quedan tan al descubierto en su falsedad que son arrestados por la autoridad vigente, que no es más que la representación de la propia sociedad diciendo hasta aquí, no podemos seguir con ello, no mantendremos esta mentira idealizada por más tiempo.
Esta vez sí, se acaba
Para los que hayan llegado hasta aquí, en primer lugar un humilde agradecimiento de este redactor. En segundo lugar espero que este análisis os haya parecido al menos interesante, palabra con la que no me gusta definir las cosas, pues es la indefinición hecha concepto, pero que sirve para determinar que algo te ha llamado la atención. Después, si en buen o en mal sentido es otra cosa.
También he de decir que esta película, como habéis comprobado, acepta análisis en los que se pongan en relieve la metaficción. Como también soporta análisis de carácter filosófico enfrentando el idealismo de platón y su mundo de las ideas con el despertar de Nietzsche, que de alguna manera es lo que aquí se ha tratado, o en el ámbito social con escenas tan destacadas como la del campesino anarquista, y la sátira generalizada al mundo feudal. Este tipo de posibilidades de análisis nos las encontramos prácticamente en toda la filmografía de este prolífico grupo, y eso es dado por su alta cantidad de conceptos tratados con originalidad. Puede que en un futuro me embarque en intentar hacer uno en el que plantee a Arturo como un Quijote literalmente hablando, buscando todos los símiles posibles con la ficción de Cervantes, puesto que yo entendí que el protagonista del manco de Lepanto realmente no estaba loco, sino que se lo hacía para sacar partido de esa pretendida locura, siendo la defensa o excusa perfecta para dar rienda suelta a sus deseos. Algo que puedo encontrar también en la figura de nuestro Arturo una vez terminada la película con la irrupción de la policía. O quizás nuestros caballeros de la mesa cuadrada sí que se volvieron locos tras mucho leer literatura de caballería. Pero eso, queridos lectores, será en otra Ficción, en otra de tantas a la que la Realidad, por ahora, no ha logrado llegar.
“No estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla”. Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
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