Javier Vázquez Delgado recomienda: Merlín el encantador (1963)
Disney Brothers Cartoon Studio, así nació la empresa que Walt Disney, con su hermano Roy, fundaron en 1923. La denominación evolucionó en 1926 a Walt Disney Studios, hasta que en 1926 adquirió la nomenclatura de Walt Disney Productions. Un periplo creativo que se cimentó sobre cortometrajes de animación y la creación de su más grande estrella, el Ratón Mickey. Fue en 1937 cuando el estudio dio un salto de gigante en lo que a producciones se refiere al lanzar su primer largometraje animado, Blancanieves y los siete enanitos, cuyo éxito catapultó al estudio de forma inmediata, tanto financieramente como creativamente.
26 años más tarde en 1963, el estudio estrenaba la cinta que nos ocupa, acompañada de otras películas de acción real, en la que se adentraba en el mito de Excalibur, basada en la primera novela de la serie Camelot, del escritor Terence Hanbury White, publicada en 1938. Sin embargo, los inicios o más bien las intenciones por llevar a cabo este largometraje animado empezaron realmente en 1939, cuando se hizo con los derechos de la obra y realiza los primeros estudios de animación en 1949, sin que acabe en producción alguna. Tras el estreno en 1960 de la cinta 101 Dálmatas, y alentados por el éxito de Camelot en Broadway, se retoma el proyecto que llevaba aparcado 11 años, como alternativa a una película que tenían en marcha sobre las desventuras de un pollo, bajo el título de Chanticleer.
Y de esta forma entró en producción una aventura, escrita por Bill Peet, que tuvo que reescribir el guion original para añadir más contenido adicional, que acabó dando forma a la parte más dramática en una historia adscrita a la leyenda artúrica.
Tras la muerte del rey de Inglaterra, Uther Pendragón, una misteriosa espada apareció en el país, clavada en una roca con una inscripción en su hoja que informaba de que quién sacará la hoja de su encierro pétreo, sería el rey de toda Inglaterra. Muchos lo intentaron y muchos fracasaron. Hasta que la espada quedó olvidada y el país sumido en la oscuridad total sin un líder al que poder seguir.
La cinta bascula entre dos personajes y cuesta determinar bien quien es realmente el protagonista de esta. Merlín, por un lado, asume todo el peso narrativo inicial y es el que mueve la acción en todo momento, mientras que el pequeño Grillo, queda relegado más a ser un mero peón de los acontecimientos. Unos acontecimientos definidos por un destino predeterminado.
El estudio llegaba tras el estreno de La Bella Durmiente en 1959, con la popularidad de Walt Disney en lo más alto, lo que hizo que se trabajara en esta nueva cinta con las técnicas más ambiciosas del momento. Para crear La Bella Durmiente se rodó en Technirama de 70 mm lo que permitía una mejor definición y calidad de imagen, al que además se le añadió el sonido estereofónico ya usado en Fantasía. Fue toda una revolución en aquellos días, con un nuevo estilo de dibujos, más angulosos, mejores acabados, más fluidez de movimientos, que se cobró un alto costo al elevar la factura del presupuesto de la cinta hasta los 6 millones de dólares. Una verdadera barbaridad para la época. Fue un éxito, pues fue la segunda en recaudación de aquel año, solo superada por Ben-Hur, pero no logró recuperar la enorme inversión realizada. Y esto hizo que en 1960 se optara por volver a otras técnicas de animación más económicas que permitiera poder recuperarse del sangrado económico en el que se encontraba la compañía. Ese mismo año se apostó por la xerografía (se inventó en 1938 y consiste en usar la electrostática en seco para la impresión de imágenes y que también se usa en las impresoras láser) sustituyendo al tradicional cel (que hace uso de distintas láminas transparentes para la creación del fondo sobre el que luego se añadían los personajes que iban siendo animados en sucesivas láminas). La primera película que usó esta nueva forma de animación fue 101 Dálmatas en 1961. La nueva película fue mucho más barata y todo un éxito, lo que contribuyo a mejorar las fianzas del Disney. Sin embargo, el acabado final fue que se carecía de una imagen limpia, con menos definición, y aspecto más superficial que la animación tradicional en Cel. Algo que quedó muy patente cuando le llegó el turno a Merlín el Encantador en 1963, que adolece de todos los problemas derivados de esta forma de animación, con los ya señalados problemas de calidad de imagen y un más que evidente problema de animación de los movimientos de los personajes.
Se trató del decimoctavo largometraje de animación de los estudios y el último que se lanzó con Walt Disney todavía vivo, pues el fundador de la empresa fallecería en 1966.
Disney no logaría retomar la senda del éxito hasta el estreno de una cinta en la que se mezclaba acción real con animación. Fue Mary Poppins la que, en 1964, recuperaría toda la esencia del estudio, lo que la alzó como el largometraje más exitoso de los años 60 para la compañía.
Sin embargo, aún con todos estos aspectos en contra a nivel de realización técnica, la cinta de Merlín se erige como un producto divertido, cuya historia apenas es relevante, pero que esconde perlas muy interesantes a la hora de realizar un visionado hoy en día.
La historia no es sino una forma de lanzar el mensaje de que la educación es fundamental para la vida. No solo se habla de los conocimientos teóricos en diversas materias, matemáticas, legua, idiomas, historia, ciencias… sino también se trabaja, sobre todo, en la idea de la educación a través de las experiencias, de la curiosidad por aprender, sobre las emociones, sobre los peligros, sobre las habilidades cognitivas innatas al ser humano a través de una sana inteligencia emocional. Grillo se somete a la disciplina severa de un Merlín que sabe conjugar a la perfección la diversión del conocimiento con la experiencia de vida. Y es que desde el principio de la cinta queda claro que Merlín sabe cosas, muchas, incluso de un futuro lejano, pues se queja abiertamente de la época en la que debe vivir, mientras en su casa se pueden observar multitud de utensilios que son absolutamente anacrónicos, pues su existencia siquiera es un sueño febril en la mente de alguien del medievo. Eso apuntala perfectamente la película por el guiño nada velado que lanza a los espectadores adultos, ofreciéndoles pequeños toques de atención con los que poder disfrutar más de algunos de los momentos más hilarantes de la cinta.
Y hablando de hilaridad, hay que remarcar que hay varios instantes especialmente divertidos, de risa fácil, en los que es muy complicado no contagiarse de la carcajada extrema gracias al compañero de Merlín, el búho Arquímedes, un gran secundario, gruñón y aplicado en su recta forma de ver el mundo, que disfruta mucho cuando Merlín no es capaz de realizar algunas de las proezas de las que alardea. Ese juego que se llevan ambos, en los que se nota que hay respeto por encima de todo, no impide que se ataquen mutuamente de forma muy divertida para los espectadores.
Merlín el Encantador, es una cinta de animación de pobre factura técnica, pero de historia divertida, con mensaje para los más pequeños y los que ya no lo son tanto, con la que se disfruta de la fantasía en su forma más suave. Magia, conjuros, lecciones de vida, justas y risas, en los años previos al reinado de Arturo como Rey de toda Inglaterra, cuando correteaba como una ardilla por el bosque, escapaba de un lucio en el foso del castillo, convertido en un pez o librándose de un halcón mientras hace uso de sus alas transformado en un gorrión. El saber se esconde en la vida y solo hay que saber verlo. ¿Verdad?
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