Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Excalibur, de John Boorman
Dirección: John Boorman
Guion: John Boorman, Rospo Pallenberg
Música: Trevor Jones
Fotografía: Alex Thomson
Reparto: Nicol Williamson, Nigel Terry, Cherie Lunghi, Nicholas Clay, Helen Mirren, Paul Geoffrey, Gabriel Byrne, Robert Addie, Liam Neeson, Patrick Stewart, Clive Swift, Niall O’Brien, Corin Redgrave, Keith Buckley, Charley Boorman, Ciarán Hinds
Duración: 140 min
Productora: Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Orion Pictures, Warner Bros.
Nacionalidad:Reino Unido
“¡He aquí Excalibur, la espada del poder! Forjada cuando los pájaros, las bestias y las flores eran uno con el hombre, ¡y la muerte no era más que un sueño!”
Nada mejor que aprovechar este día que vamos a dedicar a la Leyenda Artúrica para hablar de la película que posiblemente mejor la ha llevado al medio cinematográfico. Curiosamente este año 2021 se cumplen 40 años de su estreno, por lo que dedicarle una reseña se antoja casi ineludible si queremos que esta jornada dedicada a Arturo, Camelot y los Caballeros de la Mesa Redonda abarque todos los medios posibles. A principios de los 80 John Boorman (1933, Surrey, Inglaterra) ya era un cineasta curtido en mil batallas desarrollando la mayor parte de su carrera en Estados Unidos. A Quemarropa (Point Blank, 1967), Infierno en el Pacífico (1968), Defensa (Deliverance, 1972), Zardoz (1974) o El Exorcista II: El Hereje (1977) engrosaban el currículum de un autor capaz de alternar proyectos muy personales con otros de naturaleza más comercial o alimenticia, aunque siempre con una profesionalidad y afán temerario dignos de elogio. Por eso en 1981 volvió a su Reino Unido natal y allí facturó uno de sus proyectos más ambiciosos, memorables y alabados.
Con guión del mismo John Boorman y su habitual colaborador a la escritura, Rospo Ballenberg, Excalibur se basa en la obra La Muerte del Rey Arturo, escrita por Thomas Malroy en 1485, aunque inspirándose también en otros textos, tomando las consabidas licencias con respecto al escrito del que se eluden, por poner un ejemplo, casi todos los elementos relacionados con el cristianismo. La película fue rodada en Irlanda, cerca del Condado de Wicklow, zona donde el director tiene su residencia, durante 26 semanas del año 1980 y utilizando como algunas de las localizaciones el Castillo de Cahir, el parque nacional de Montañas de Wicklow o la cascada de Powerscourt. Producida por Orion Pictures y distribuida por Warner Bros contó con un presupuesto de más de 11 millones de dólares, recaudando en la taquilla internacional 34 y convirtiéndose así en la decimoctava película más taquillera del año 1981. Su reparto está formado por Nicol Williamson, Nigel Terry, Cherie Lunghi, Nicholas Clay, Helen Mirren, Paul Geoffrey, Gabriel Byrne, Robert Addie, Liam Neeson, Patrick Stewart o Ciarán Hinds entre otros.
El de Excalibur es un caso de casi inexplicable alquimia cinematográfica que pudiera pasar por uno de los conjuros del mismísimo Merlín. Esta afirmación viene dada a que poseyendo poderosas virtudes, que más tarde pasaremos a mencionar y enumerar, tampoco son escasas las carencias o decisiones cuestionables tomadas por John Boorman y sus colaboradores. Los actores sobreactuados declamando más que dialogando sus líneas, que la película fuera doblada en su idioma original tampoco ayuda en este sentido; la exageración teatral de casi todas las situaciones vividas por personajes siempre al límite de la parodia, la condensación de hechos adscritos al mito artúrico resueltos de manera expeditiva o pasajes como el coito entre Uther e Igrayne mientras el primero sigue portando su aparatosa armadura ponen en solfa más de un aspecto del conjunto de la obra. Pero por una extraña alineación planetaria todos los actores exhalan carisma y rotundidad, mientras las intrigas en las que se implican adquieren una naturaleza hipnótica, esa economía en cuanto al desarrollo cronológico fluye de manera orgánica y nunca lastrando el buen discurrir del film y la escena de sexo es una de las más célebres del film.
John Boorman despoja de casi toda lectura romántica o melodramática los escritos de Thomas Malroy e incluso las relaciones pasionales o sentimentales como las de Uther e Igrayne primero y las de Lancelot y Ginebra más tarde destilan una pátina más de perversidad y fatalismo que de amor idealizado. Durante la primera mitad del metraje el tono tenebrista se apodera de la película con un retrato de las Eras Oscuras y el reinado de Uther Pendragon cercano incluso al género de terror gracias a los juegos de luces y sombras por parte de un Alex Thomson epatante con la dirección de fotografía. En la segunda parte, con Arturo portando la corona, la luminosidad, que irradian incluso las armaduras de los Caballeros de la Mesa Redonda, da al largometraje una conceptualidad casi capitular con resminiscencias propias de la literatura. La conjunción plena entre narración y apartado audiovisual desemboca en una propuesta genuina y casi única en su especie dentro del subgénero de la fantasía heróica aplicada al medio cinematográfico.
Posiblemente una obra audiovisual dedicada al Rey Arturo nunca ha alcanzado las cotas de épica que John Boorman imprimió a Excalibur. Pero se trata de una muy particular y nada ortodoxa, la que contextualiza una Edad Media moviéndose entre la ensoñación febril y una realidad áspera, violenta con secuencias de batallas campales salvajes y caóticas representadas por los mismos actores enfundados en las aparatosas armaduras diseñadas por Bob Ringwood. El choque entre el metal refulgente de las corazas con la naturaleza de parajes bucólicos alumbra una amalgama estilística y pictórica de acabado onírico en el que los personajes se mueven como arquetipos adheridos al mito y la leyenda. Todo un compendio de imágenes y sonidos capaces de construir una iconografía que capaz de trascender la pura cinematografía para apelar a la confrontación entre cristianismo y paganismo, monoteismo y politeismo en una batalla de ribetes filosóficos y existencialistas cuya resonancia llega hasta nuestros días.
Ya hemos afirmado que el doblaje y las interpretaciones pretendidamente exageradas parecieran jugar en contra del reparto, pero el resultado, una vez más, no es negativo en manera alguna. Todos y cada uno de los intérpretes parecieran haber nacido para dar vida a sus papeles, desde los más importantes para la trama a los de presencia más testimonial cuya relevancia en el relato es más exigua. Incluso un Nigel Terry aparentemente falto de carisma, fuerza o presencia física como Arturo se gana el favor del espectador con la entrega a un rol cuyo arco dramático gana enteros a pasos agigantados con el paso de los minutos desembocando en el clímax aue supone la recuperación de su salud mediante el Santo Grial. Especial mención para Nicol Williamson ofreciendo una de las versiones más peculiares y tragicómicas de Merlín, una Helen Mirren inolvidable como la maquiavélica Morgana y Nicholas Clay como el íntegro y aguerrido Lancelot. A destacar unos jóvenes Patrick Stewart (Leondegrance), Liam Neeson (Gawain), Gabriel Byrne (Uther Pendragon) e incluso un Ciarán Hinds de 28 años de edad como secundario sin diálogo dando vida a Lot.
Excalibur es una megalómana sinfonía wagneriana de proporciones mastodónticas repleta de ruido y furia, así como un punto de inflexión dentro del subgénero de espada y brujería que la tomaría casi como su epítome más representativo. Tras ella la fantasía heróica conocería una nueva etapa de bonanza con proyectos tan estimulantes y variopintos como Conan el Bárbaro (John Millius, 1982), El Señor de las Bestias (Don Coscarelli, 1982), Lady Halcón (Richard Donner, 1985), Legend (Ridley Scott, 1985), Willow (Ron Howard, 1988) o las incontables variantes y exploits nacidas a rebufo de la versión que el director de Amanecer Rojo (1984) ofreció del cimmerio nacido de la pluma de Robert E. Howard. Aunque su carrera ha sido extensa y llena de altibajos John Boorman nunca volvió a conocer un éxito tan rotundo como el de su octava película detrás de las cámaras. Pero la estela de esta todavía se deja sentir en la actualidad, no sólo en las posteriores adaptaciones de los textos artúricos que languidecen a su lado, sino en otras producciones como la trilogía de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001-2003) muy en deuda con esta inabarcable versión del reino de Camelot.
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