Javier Vázquez Delgado recomienda: La pista atlántica, de Miguel Calatayud


Edición nacional/España: La pista Atlántica (Desfiladero ediciones, 4 de abril de 2021)
Guion: Miguel Calatayud
Dibujo: Miguel Calatayud
Formato: Cartoné. 102 Páginas. 16,90€

La vanguardia como bandera

“Demasiado neón para un detective privado…”

Vivimos unos tiempos en los que la palabra vanguardia ha dejado de tener sentido. La idea misma de vanguardia no puede existir en la vorágine de cambio constante que sufre el mercado, en el que el rizo está tan rizado que está liso. El autor del cómic, en la entrevista que se incluye al inicio de este volumen lo explica con gran acierto: “Vanguardia, hermosa palabra que la posmodernidad se encargó de devaluar. Las artes visuales de este siglo XXI nuestro no se ajustan a un movimiento concreto que admita definición, y mucho menos oposición. La intención rompedora dejó de tener sentido en la actualidad: ¿romper con qué? ¿Con lo que hay? ¡Pero si lo que hay consiste en una sucesión vertiginosa de rupturas que terminan compitiendo y anulándose entre sí!”. Lo dicho, cuando todos sean vanguardistas ya nadie lo será. Pero hubo un tiempo en el que sí había vanguardia, Miguel Calatayud fue parte y uno de los principales representantes de esa que le tocó al cómic nacional. Indaguemos en su historia.

Miguel Calatayud Cerdán es un ilustrador e historietista español, nacido en Aspe (Alicante), en 1942. Comenzó sus estudios en la Escuela de Artes Aplicadas de Murcia, ciudad en la que residía, y en 1961 los continuó en Valencia, en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, ciudad en la que fija su residencia. En el mundo del noveno arte, como así sostiene muchos teóricos, es considerado uno de los grandes precursores de la famosa Nueva escuela valenciana, generación de historietas valencianos surgida en los años ochenta, por comparación con la escuela valenciana clásica de los años cuarenta a setenta, encabezada por ilustres nombres como el de Mique Beltrán o Daniel Torres.

La carrera de Calatayud comenzó en los años 70, trabajando por un lado como ilustrador y por otro para la revista Trinca, en la que llevaría a cabo sus famosas series Peter Petrake y Los doce trabajos de Hércules. En los años 80, se destacó por ser representante de la conocida línea clara valenciana junto con Daniel Torres, Mique Beltrán, Micharmut y Sento. Al cabo de los años pasó a ser reconocido como un gran ilustrador de la literatura infantil que muchos disfrutamos. Esa misma década los editores de la editorial Arrebato, Pedro Porcel y Juanjo Almendral se acercaron al autor, que llevaba años retirado del mundo del cómic, para ofrecerle ser punta de lanza de su colección Imposible. Para sorpresa de ambos Calatayud aceptó sin pegas, y le dieron libertad absoluta para hacer lo que quisiera. Gracias a aquella reunión tenemos la obra que salió, y que hoy traemos a nuestra casa tras su reedición, La pista Atlántica. Hay que recordar que, años después, también tuvo tiempo de ser reconocido más allá de por el propio sector, encabezado por sus compañeros, pues en el año 1998, el ya alabado autor, ganaría el premio a la mejor obra del Salón del Cómic de Barcelona por su obra El pie frito, como tres veces el Nacional de Ilustración: En 1989 por Una de indios y otras historias, en 1992 por Libro de las M’Alicias y en 2009 por el conjunto de su obra. Veamos qué nos ofrece una de las pocas obras en blanco y negro de este referente del cómic nacional.

Cuando la ironía juega con la vanguardia

En este volumen encontramos las dos historias protagonizadas por el detective Gili Lacosta y su fornido compañero Romo. En la primera nos adentraremos en una trama alrededor de un complot en el que primaban los intereses financieros por encima de los sociales, mientras que en la segunda asistimos a una maquinación que se vertebra desde la envidia y la avaricia.

En los dos relatos que nos encontramos en este volumen, La pista atlántica y El proyecto cíclope, hallamos unas historias que nos retrotraen al género negro, en el que los detectives recorren las calles en busca de las pistas que resuelvan los casos en los que andan metidos. En esta clase de historias la información que el público o el personaje recibe, y la cadencia de esa adquisición de información suele ser lo que determina si tiene una narración acertada o no. Pero hay excepciones en los que el género queda sepultado por otras preferencias, y en los que son esos elementos discordantes aquellos que hacen que esas obras tengan un aura especial. Esta narración es uno de esos trabajos.

Miguel parece conocer a la perfección el género en el que se mueve, pero no se enfoca en lo que hace del género algo imperante sobre lo demás en la mayoría de las historias de detectives. Eso, en parte, es gracias al planteamiento irónico de ese mismo género, que es, si no tan vanguardista como el estilo en el que se narra, sí atrevido. Y lo es dado que en las historias de detectives se suele primar por la seriedad, la vehemencia, por otorgar un carisma a sus investigadores en base a su cara oculta, a los misterios que se esconden tras sus miradas suspicaces. Pero aquí no, Gili es un personaje que tiene un carisma más complicado de lograr, uno que se cimenta en la ironía, y que requiere del autor un trabajo más detallado para no convertirlo en una caricatura.

Por otra parte, en ambos relatos se tratan casos cuyos conflictos son muy representativos de esta época, casi haciendo un ejercicio profético, o al menos uno adelantado a una época, en la que no primaban estos temas, que hoy están más en boga que nunca. El medio ambiente se utiliza como eje vertebrador en los dos casos que abordará el detective. También son tratados los mares y su explotación, sin entender sus beneficios más allá de los puramente económicos. Están presentes los usos de las energías renovables como única salida al problema energético y de contaminación, y su inminente necesidad. Como podremos encontrarnos, de una forma irónica bastante sugerente, con el uso del cuerpo femenino como reclamo puramente estético y de atractivo, convertido en un objeto, y su inevitable cosificación.

Un paréntesis merecen los finales de las dos obras. En sendas ocasiones, siempre con un giro en la última página, convierten la historia narrada en las páginas anteriores en una parodia. Pero no una grotesca sino una elegante, que reconfigura todo lo anterior. Planteando un giro tan drástico que incluso cambiaría el género de la obra. Una idea que a cualquiera que se le ocurriese, la descartaría por descabellada, por ser demasiado agresiva, como una posibilidad tan excesivamente atrevida que solo puede darse en casos como éste.

En el apartado gráfico Calatayud se suelta. Le dejaron vía libre, y él se lanzó a la carrera. Y, como suele pasar en estos casos, cuando a alguien que es un referente de tantas cosas le dejas hueco, sabes que lo que vas a encontrarte no es lo de siempre, es algo diferente.

Las figuras que el autor trae a las páginas son deformes, pero no por ignorancia sino por todo lo contrario. Decía Picasso “Desde niño pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”. Y no es casualidad que mencione a este autor, pues los dibujos de Calatayud se semejan enormemente a ese expresionismo que todos reconocemos en los cuadros del inmortal pintor. Y ese aprender a desaprender Miguel lo lleva en este cómic a rajatabla. Con ese estilo que tantas alabanzas le granjearía, nos lleva de la mano por unos parajes sumamente aberrantes, pero que en su universo se vuelven verosímiles. Llena las páginas y las viñetas de objetos punzantes y personas excesivas, dejando un conjunto desfigurado pero nada artificial. Que la tipografía de los bocadillos esté hecha a mano no hace más que sumar a ese amasijo de extrañeza que le da a este volumen esa estética única.

El tomo editado por Desfiladero ediciones tiene un acabado impecable, cuidando mucho los detalles. Al principio se nos brinda una introducción en forma de artículo de Alvaro Pons, profesor titular del Departamento de Óptica de la Universidad de Valencia, labor que compatibiliza con la divulgación y crítica de la historieta, y una intervención de Pedro Porcel, uno de los editores de la editorial Arrebato que convencieron a Calatayud para que volviera al cómic y que le dieron los medios para hacer esta magnífica obra, en la que nos relata cómo fue aquella aventura. Para finalizar Pedro Porcel y Pablo Hernanz nos ofrecen una entrevista hecha a Miguel y en la que se nos revelan muchas cosas de boca del autor. También decir que para la publicación de estas dos obras, ha habido un proceso de restauración, en el que el autor ha estado siempre presente dando las indicaciones, que lleva a un cambio formal que otorga más profundidad a las viñetas al introducir una nueva capa de grises que antes no estaban. Cosa que, en mi humilde opinión, es un gran acierto.

En conclusión, lo que aquí nos encontramos es una historia de detectives nada usual, en la que los más veteranos podrán disfrutar del genero y los más novatos podrán disfrutar del un trabajo que se sale de lo común. Unas historias de la mano de un autor que no dejará indiferente a nadie. Esperemos poder ver más obras publicadas de este maravilloso artista.

Lo mejor

• El trato irónico del género sin caricaturizarlo, incluyendo esos finales que cambian el paradigma.
• Lo actual de sus temas, descubriendo las capacidades de anticipación que tiene el autor.
• El exquisito dibujo expresionista que otorga una unidad visual exclusiva del autor.
• La restauración de las páginas, que no hacen sino mejorar el dibujo original desempastando los fondos y consiguiendo profundidad.

Lo peor

• Al tener un aspecto gráfico tan personal, puede no ser del gusto de todo el mundo.



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