Javier Vázquez Delgado recomienda: Escuadrón Suicida, de John Ostrander y Luke McDonnell. El espíritu de una época

La definición de un grupo

Eran prescindibles, extraordinariamente prescindibles… y profundamente humanos.

Desde su debut en las páginas del número 3 de Leyendas en 1987, como nueva encarnación del grupo visto en The Brave and the Bold #25, hasta el catártico último número 66, publicado en junio de 1992. Un grupo de asesinos, sinvergüenzas y seres de la peor calaña; la escoria inmunda que la Administración Reagan se preocupaba por ocultar hasta que, de repente, surgió una idea mejor: utilizarla. Los años ochenta fueron una década muy interesante desde el punto de visto político en los EEUU. Gobernada por la revolución conservadora del citado Ronald Reagan como oposición moral, ética, ideológica y hasta religiosa contra todo lo que representaba el mundo soviético, preponderante enemigo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Dos elecciones, 1980 y 1984, en las que el Partido Republicano arrasó, con triunfos en la práctica totalidad de Estados, algunos clave y de tradición ligada a los demócratas como Nueva York (que desde entonces no ha vuelto a ver otro triunfo conservador). Estas ideas se vieron trasladadas en el modo de entender la cultura y entretenimiento. Frente a la URSS, herida de muerte y en franca decadencia en sus años finales, los EEUU se presentaban como un país triunfante, en el que lo liberal y socialmente comprometido había perdido terreno y espacio político.

Un reflejo básico de este nuevo modo de entender el mundo se encuentra en la propia definición de Administración. Esta nueva corriente permite introducir nuevas técnicas procedentes de la empresa privada para garantizar la eficiencia en la prestación de los servicios y en la propia actuación. El concepto clásico de Estado cambia, se adapta a ello, como también lo hacen los ciudadanos y la relación con el mismo. Se extiende desafección con el sistema y los políticos, la desconfianza progresiva y la pérdida de poder de convicción en las herramientas estatales. Todas estas ideas están presentes desde la primera página del Secret Origin 14, origen del Escuadrón Suicida de John Ostrander y Luke McDonnell, como obra plenamente representativa de su tiempo. Nos centraremos en este examen en los primeros años de vida de la colección, desde el primer al vigésimo cuarto número, coincidiendo con el final de los ochenta.

El número comienza con Reagan, el rostro del país durante la década, dirimiendo acerca de la creación de la Fuerza Especial X con Amanda Waller, como modo de capitalizar un recurso polémico: la fuerza y poderes de villanos. En el mundo ficticio, poblado de seres que entrañan peligros, la amenaza nuclear deja de estar únicamente en el exterior para pasar a ser una posibilidad en cada miembro de la sociedad americana. Por cada héroe hay diez villanos y eso provoca que, encarcelados, supongan un gasto para las arcas estatales. Desde una perspectiva privada, esto resulta un despilfarro de cara a los contribuyentes. En el primer número de la colección propia, se da muestra de ello, describiéndose la celda de Parásito, que necesita de requerimientos especiales muy caros. Esto es solo un ejemplo, pero muy representativo. Las cárceles especializadas en supervillanos se presentan como un gasto nulo desde un punto de vista productivo. Waller ofrece una solución al problema.


La articulación de un grupo ilegal de los miembros más despreciables de la sociedad sana que se pretendía proyectar se explica, en primer lugar, desde esto, la idea de la nueva Administración y la necesidad de buscar nuevas respuestas a problemas reales. En segundo lugar, en la idea de peligro exterior que se hizo una constante a lo largo de la década. La psicosis colectiva acerca de los enemigos que acosan los valores por los que tanto se ha luchado, ya sean estos mediante la deformación del peligro soviético o a través de lo desconocido, lo extraterrestre. América vive una guerra continúa, bajo la falsa ilusión de defensa, y ante amenazas de fuera se han de utilizar todas las herramientas disponibles, combatiendo el fuego con fuego. El citado primer número, Prueba de sangre, nos remite a esto último, con la presentación de un grupo de superterroristas como primera némesis del Escuadrón suicida. Es la trasladación a las viñetas de los horrores del mundo real, la amenaza terrorista, amplificados estos por los poderes del Universo DC. Dado el posible efecto negativo que puede tener de cara a los ciudadanos y en la confianza que estos tienen en la democracia occidental, la articulación de este grupo paramilitar de villanos no puede hacerse públicamente, sino que requiere, tal y como se da en el tebeo, de que la misma se mantenga en el secretismo más absoluto, sin suponer merma en la confianza puesta en el gobierno, sin transparencia alguna pero con capacidad de resolución a corto plazo.

Es importante el papel que ocupa en todo esto un personaje tan brillante como Amanda Waller, sobre la que Ostrander vierte una gran carga ideológica y un pensamiento estatista, para, con el dibujo de McDonnell, alcanzar además una apariencia brutal. Los rasgos que este implementa en el dibujo son el aspecto definitorio de su carácter, una mujer enorme, que ocupa la práctica totalidad de la viñeta, tan fuerte física como psicológicamente, una persona peligrosa que desprende capacidad de convicción y liderazgo totalitario.

Dentro del grupo, tenemos a Rick Flag, otro personaje muy interesante. Un hijo de los EEUU, del poder militar y el respeto por los símbolos del país (desde su propio apellido). De vuelta de todo, con la confianza en el sistema perdida pero la lealtad impertérrita, al servicio de su país. Es el miembro necesario, el eslabón que ejerce de nexo entre la pulcritud de los superiores y la bajeza de los villanos. Por su parte, dentro del grupo, tenemos a dos principales. El capitán Boomerán, cuyos rasgos fueron elevados para el mundo Poscrisis, aumentando su psicopatía y actitudes. Racista, machista, con un alto concepto de sí mismo a pesar de todo. Es el responsable, en el segundo número, de la muerte de un compañero, en una escena con un impacto total, de una crudeza pocas veces vista en la editorial hasta entonces. Un villano orgulloso de sí mismo, con una personalidad desbordante y un carisma que, paradójicamente, entronca con su patetismo manifiesto. Funciona tanto de alivio cómico a lo largo de la etapa como de personaje principal de muchas de sus líneas principales argumentales. Junto a él, tenemos a Deadshot. Nihilista, rompedor, único. Ostrander lo definió como un buscavidas salvaje, el arquetipo de forajido que sobrevivió al Oeste y el advenimiento de la civilización. Un pistolero con un código propio e identidad conflictiva. El típico individualista que termina por dar con sus huesos en un grupo.

El siguiente miembro que goza de relevancia en la obra es Encantadora, con participación en la práctica totalidad de los primeros números. A Ostrander le cuesta más atinar en este apartado, con este personaje, por la propia dificultad intrínseca en la dualidad que representa. Por un lado, una villana poderosa y, por el otro, una persona normal.

Después del primer enfrentamiento con los terroristas y de un interludio protagonizado por las Furias femeninas de Apokolips, se vuelve la acción a la calle, al contenido social, con la aparición de Guillermo Tell. A pesar de que la resolución del conflicto sea plena heredera de su tiempo, de un modo forzado, el número guarda interés por la preocupación de su autor por el auge de la extrema derecha y los grupos de odio. Este enemigo, Heller, con el seudónimo mencionado, no es un pandillero o joven exaltado que cae en las garras de las ideas nazis, sino un miembro reconocido de la comunidad, que usa su influencia para intentar entrar en política. Resulta notable la contraposición entre los hombres de Heller y los manifestantes negros antes de entrar en una pelea, así como el modo en el que su autor se acerca al mismo. Además de los enemigos del exterior, Ostrander dibuja uno en el interior de la sociedad, una lacra anclada en el sistema, de un modo plenamente consciente y coherente con los planteamientos elaborados en precedentes grapas, habiéndonos hablado de la corrupción del sistema. De nuevo, pequeñas grietas en la idealización romántica del país.

A partir de entonces, para culminar el primer tomo de ECC, tenemos una aventura en Rusia, de corte más clásico, pero también con preocupación social. Volvemos a ver los tejemanejes de los hombres de poder y la configuración de las influencias políticas, esta vez en el otro lado del telón de acero, con la aparición estelar de Gorbachov. El ficticio Secretario General del Partido Comunista se muestra inflexible, calculador y consciente de las posibilidades de cada movimiento. La liberación de una prisionera política, a un lado, y al otro, el Escuadrón Suicida para hacerlo. Tiene ideas potentes sobre el modo de entender la acción civil y las herramientas políticas a disposición de la ciudadanía en regímenes totalitarios, desde una perspectiva muy norteamericana. Resulta todo un documento histórico para comprobar la visión que tenían del conflicto estadounidenses ya de por sí críticos con su propio país, Ostrander y Mcdonnell (a través de su diseño de ciudades soviéticas y el trabajo relativo a las expresiones faciales de los personajes que intervienen en la aventura como rivales de EEUU).

En mitad de todo esto, una idea más en el tratamiento de la psiquiatría de los protagonistas, sobre todo a partir de la segunda mitad del segundo tomo, habiéndose cumplido el año de publicación. Tenemos a todo un equipo de especialistas a disposición del mismo, no para ayudarlos, como los propios médicos se dan cuenta pronto, sino para que su función sea instrumentalizada como control. No es más que un modo que tiene Amanda Waller para mantener atado a su equipo. Se juega con su salud mental, sus aspiraciones, en un juego cruel de su líder. Algo que, por otra parte, le estallará en la cara en el futuro.

En ningún momento, a pesar de sus éxitos en el campo, dejan de ser escoria del sistema a ojos de su patrona. La labor no tiene nada de reeducación o reinserción en la sociedad. Podrían haber muerto en la primera misión, con el ataque de las Furias o en la URSS, nada hubiera importado. Solo son peones de un conflicto superior que les mantiene con vida para cumplir con su propia agenda. Llega a tal punto, con el comienzo del segundo volumen recopilado por ECC Ediciones, La odisea de Nightsade, de instalarles aparatos ilegales que, en el caso de que se produzca el abandono de la misión, estallé, dejándoles gravemente heridos o mutilados. Aquí Ostrander va más allá, ya no se trata solo de un grupo ilegal de villanos que hacen el trabajo sucio, sino que además son personas a las que se les controla negándoles sus derechos más básicos.

Llega a su momento cumbre con los episodios recopilados en el tercer volumen, en los que la existencia del grupo se hace pública, involucrando en la historia a los medios de comunicación y, sobre todo, la Administración de Justicia. Con resonancias al asesinato de Kennedy, metiéndose de lleno en la idea de la inocencia del país y sus ciudadanos, elabora un relato certero acerca de cómo se puede ocultar lo que ya es visible y hacer ver como irrisorio la instrumentalización de un grupo paramilitar con intervenciones en países extranjeros, en beneficio de los intereses del gobierno. La resonancia más evidente al magnicidio se encuentra en el nombre del juez encargado del caso, Warren, recordando irremediablemente a la Comisión Warren, encargada de la investigación del asesinato de JFK.

Esto es lo que define en última instancia al Escuadrón Suicida. Son villanos, asesinos y mercenarios, a los que se les hace participes de un conflicto que no les corresponde. Cada movimiento pasa a ser controlado, cada sesión terapéutica instrumentalizada, cada acción desempeñada susceptible de acabar volando por los aires ya no por el enemigo, sino por el empleador. Ostrander diseña un mundo parecido al real, pero con los rasgos deformados, tanto en el uso de la Administración, los burócratas y los nuevos administradores con ideas del entorno privado, como en los conflictos. Los problemas: terrorismo, amenaza rusa y demás, son los que tenía EEUU en el momento. Llevándolo al Universo DC, además, adquiere una entidad total y una dimensión distinta.

Son tebeos muy potentes en su comienzo, en los que la labor ideológica y la definición de los conflictos resulta más visible. Se da acomodo a un conjunto de planteamientos y aventuras muy ligadas a lo que se podía respirar en aquel momento. John Ostrander, a través de su trabajo en un cómic de superhéroes supo dar en el clavo en muchas de las cuestiones que perturbaban a sus conciudadanos, acompañado del dibujo de McDonnell que, sin ser magistral o particularmente sobresaliente, acompañó al primero en una andadura apasionante que se prolongaría hasta 1992, nunca impasible ante los conflictos sociales.

Eran prescindibles… prescindibles del todo.



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