Javier Vázquez Delgado recomienda: Superman: El hombre de acero, vol.2 de 4
Edición original: Superman núms. 6-11 USA, Adventures of Superman núms. 429-434 USA, Action Comics núms. 588-593 USA, Hawkman núm. 10 USA, Legion of Super-Heroes núms. 37-38 USA, Superman Annual núm. 1 USA, Action Comics Annual núm. 1 USA (DC Comics, 1987)
Edición nacional/España: Superman: El hombre de acero, vol.2 de 4. ECC Cómics, 2021)
Guion: John Byrne, Marv Wolfman, Ron Frenz, Barbara Randall, Dan Mishkin, Paul Levitz
Dibujo: John Byrne, Jerry Ordway, Greg Larocque, Mike DeCarlo, Erik Larsen, Ron Frenz, Arthur Adams, P. Craig Russell, Richard Howell, José F. Marzán
Entintado: Karl Kesel, Carlos Garzón, Arne Starr, India Inc., Keith Williams, Dick Giordano, Brett Breeding, Bob Smith
Color: Tom Ziuko, Michelle Wolfman, Carl Gafford, Anthony Tollin, Petra Scotese
Traducción: Francisco San Rafael Simó
Formato: DC Omnibus, 576 págs. A color. 46, 50 euros
La construcción de un nuevo mito
“Protege la Tierra por mí. Fue… el hogar mas bonito que cualquier chico podía desear”
La contratación de John Byrne supuso una auténtica revolución en el medio y la consagración definitiva como estrella del autor, una de las más brillantes vistas hasta entonces. En una época en la que el mundo del cómic vivía en perpetuo cambio (ese “¿quién vigila a los vigilantes?” en la portada), el escritor y dibujante afrontaba, una vez situados los elementos a disposición, una etapa vital en su trayectoria al frente de Superman. ¿Cómo fue la experiencia?
El tomo comienza con una estimable aventura en Superman #6. Tenemos a John Byrne
(dibujo y guion), Karl Kesel (tinta) y Tom Ziuko, colorista también presente en Las Aventuras de Superman. Funcionando a varios tiempos, con un manejo correcto de los escenarios y personajes por parte de su autor principal, se saca al héroe fuera de Metropolis (una constante en su momento) para llevarlo a América del Sur. La tinta de Kesel funciona a la perfección con el dibujo del primero, de un modo cautivador y único. A esta le sigue una desangelada trama que involucra a Hawkman, Hawgirl y los Green Lantern. La presentación, contenida en la colección de la Maravilla Alada, es caótica, con unos diálogos (de Dan Mishkin) que cortan la acción y rompen con la mística de los encuentros y momentos. Para el cierre, en Action Comics #589, el escritor de Alpha Flight atina mejor con la historia (con la tinta de Dick Giordano), trasladando un enfrentamiento al espacio (una de las grandes constantes de su carrera e inquietud artística elemental para él).
Se intercala entre este comienzo y la primera (y gran) saga del volumen, con varios números de Marv Wolfman y Jerry Ordway para Las Aventuras de Superman. El arte de la colección ha sido esgrimido como principal defecto de la misma, muy por debajo del nivel demostrado por su hermana mayor. Sin embargo, desde una perspectiva puramente histórica, se pueden observar ciertas características notables, principalmente en los diseños de página y distribución de viñetas. Es, a su vez, un Superman menos atractivo y carismático, pero la tosquedad que implementa Ordway resulta interesante en la definición que requiere el personaje, en su humanidad. En cuanto al guion, Wolfman entrega un trabajo plano, sin grandes defectos pero sin apenas virtudes relevantes. Ofrece su solvencia como escritor para desarrollar aventuras ligeras, pero no atina ni con un propósito ni con una dirección interesante. Su Superman, por su parte, es más socarrón y menos cerebral en el combate que el de John Byrne, tal y como vemos, a modo de comparación, con lo presentado en Superman #7 y el modo de resolver el conflicto.
Con Legión de Superhéroes #37 se da comienzo a la historia conjunta que presenta mayor calidad e interés. Con la aparición de Superboy (suprimido de la continuidad con este nuevo Superman que no recoge el manto hasta edad adulta) y una Smallville de ensueño, se traslada la duda acerca de su encaje con la nueva realidad. John Byrne aporta detalles únicos para situar la acción, como la presencia de un cine que proyecta Cintia (infravalorada película de 1958), cuya fecha de exhibición remite de inmediato al Adventure Comics #247, primera aparición del grupo, publicado en abril de ese mismo año. Todo es una ensoñación e idealización de los tebeos de su vida, aquellos que le hicieron enamorarse de Superman y la Legión. Tenemos a Pete Ross, Krypto… la presencia de elementos eliminados por el autor del canon como la kriptonita roja y demás curiosidades que acercan directamente la nostalgia. Sistematiza, por ello, todas las características de las aventuras primigenias que inspiraron al propio Byrne. Y el resultado es sobresaliente, con Paul Levitz, Greg LaRocque y Mike DeCarlo (dibujo), Arne Starr (tinta), Carl Gafford (color) y una editora llamada a cambiar la historia como Karen Berger, ocupándose del número final. De nuevo, un homenaje a la altura de las circunstancias.
De los números inmediatamente posteriores, destaca, en el extremo positivo, Reír y morir en Metrópolis, con la aparición del Joker. El Príncipe Payaso del Crimen se guarda sus cartas hasta el desenlace, en una nueva aventura ligera, con un apartado gráfico excelso y una portada icónica, recordada con el paso de las décadas. La caracterización del villano no se aleja de la continuidad de la época, con un punto macabro de igual manera interesante. En el lado contrario, contamos con un Anual irregular, que los lectores recordarán por la burda imitación de King Kong. Al otro lado, en Las Aventuras de Superman, tenemos a Erik Larsen, rompiendo con la línea marcada en el arte. Se encuentra en un estado muy embrionario de su carrera, marcando el punto más bajo del tomo en ese sentido, pero dejando viñetas para el recuerdo como esas de Ronald Reagan y Gorbachov discutiendo, con el primero conscientemente dibujado con la expresividad de una momia.
Mención aparte merece la historia con Big Barda, por su inefable contenido y resolución.Byrne sexualiza al personaje al extremo en una de esas incomprensibles charadas que el autor explotaba habitualmente, con un sentido del humor cuestionable.
Según avanza el tomo, tenemos el regreso de Lex Luthor. Con presencia preeminente en el primero de los volúmenes, más reducidas en este, da buena cuenta del villano que John Byrne pretendía proyectar (partiendo de la idea original de Marv Wolfman). Hombre de poder, con una presencia física cada vez más intimidatoria desde lo corporal, y un gusto por la maldad, el exceso y la violencia contra las mujeres. Será precisamente el escritor de Los Nuevos Titanes el que empleará esta visión en el arco de La guerra de bandas, el mejor hasta entonces de su etapa a cargo del título.
En lo que respecta a la galería de secundarios, para este segundo tomo, se aprecia menos relevancia que en el anterior en los personajes clásicos. Fundamentalmente, en lo que respecta a Jimmy Olsen. El mejor amigo de Superman apenas aparece en un par de números, sin papel importante o relación directa con el conflicto, llegando incluso a tener intervención muda en el citado Superman #9. Por su parte, Lois Lane sí cuenta con un rol mayor, pero sin la frescura y profundidad que Byrne supo tratar en las primeras apariciones, en las que su química con Clark, espectacular. Por la propia configuración de las aventuras contenidas en este, la línea argumental transita por un lugar distinto, siempre al lado del héroe, por supuesto, pero sin espacio para diálogos afilados y tensión sexual. Marv Wolfman, por su parte, opta por Cat como coprotagonista de Las Aventuras de Superman, elaborando una trama de culebrón alrededor de su familia a la que el paso del tiempo ha hecho mella evidente. La más beneficiada termina por ser la Capitana Sawyer. Creada en el Superman #2 (1987), constituye el epitome de “Mujer Byrne”: inteligente, deslenguada y carismática. La presencia de elementos accesorios (el cigarrillo siempre acompañándola, pelo corto y gafas de sol) representan, de nuevo, todo un modo de entender la iconicidad de una época. Su conflicto interior, a su vez, será una de las interesantes aportaciones del autor a la cabecera.
En conclusión, valorar una obra histórica, con tanto peso e influencia en el medio es una labor complicada, difícil en la medida en la que los tiempos han cambiado, como también lo ha hecho el propio mundo del cómic, sus creadores y, sobre todo, los lectores. La magnitud del material, no obstante, dispone de unas características únicas, ideales a la hora de apelar al público actual de una forma que no tienen muchas de sus coetáneas. Por su parte, la sencillez y preferencia por números unitarios, sin trama a largo plazo, responde a la necesidad de desarrollar en poco tiempo una nueva mitología que, posteriormente, sería explotada con acierto por otros autores en etapas de injusta menor entidad y que merecen reedición. Esto puede ser esgrimido (con verdad, desde luego) para desaconsejar su lectura para un tipo de aficionado versado en la lectura de largas sagas, extendidas a lo largo de los meses de publicación, pero, superada esta primera barrera, ese mismo lector encontrará la génesis de muchas de las características que definen al personaje, su bondad, código moral, principios y pericia a la hora de resolver conflictos. Todo ello acompañado por el arte de uno de los grandes genios de los años ochenta, construyendo su propia aventura a través de aquellas anejas que le hicieron enamorarse de Superman de niño. Con ello, este segundo tomo se alza como un imprescindible y parte del corpus definitivo de caracterización del Hombre de Acero, el héroe de DC Comics.
Lo mejor
• El arte de John Byrne, Karl Kesel y Tom Ziuko.
• Los números de crossover con la Legión de Superhéroes.
Lo peor
• El cruce con Hawkman.
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