Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos. La redacción opina
Dirección: Destin Daniel Cretton.
Guion: Dave Callaham, Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham. (Basado en el personaje creado por Steve Englehart y Jim Starlin).
Música: Joel P. West.
Fotografía: Bill Pope.
Reparto:Simu Liu, Awkwafina, Tony Leung Chiu-Wai, Michelle Yeoh, Fala Chen, Florian Munteanu, Ronny Chieng, Dallas Liu, Meng’er Zhang, Fernando Chien, Kelli Bailey.
Duración: 132 minutos.
Productora: Marvel Studios, Walt Disney Pictures, Fox Studios Australia.
Nacionalidad: Estados Unidos.
La historia de Shang Chi bien podría titularse el relato de una ida y una vuelta, por cuanto sus orígenes están unidos a un procedimiento en la explotación de las creaciones del ingenio que, hoy en día, forma parte del paisaje y el paisanaje de la cultura del entretenimiento.
Shang Chi aparece de la mano de Steve Englehart y Jim Starlin, en un momento en el que la casa de las ideas intenta, de una manera un tanto desesperada, encontrar nuevos campos de labranza, toda vez que el género súper-heroico parece haber entrado en crisis. Son los días en los que aparecen los tebeos de bárbaros, de vampiros y, cómo no, teniendo los tiempos y las costumbres, de artes marciales. Este nuevo personaje bebe en las fuentes de dos creaciones ajenas al mundo de la viñeta: la serie televisiva Kung Fu y las novelas de a duro de Sax Rohmer, con su personaje más célebre, el doctor Fu Manchú.
Kung Fu era una serie de ficción en la que David Carradine interpretaba, de forma un tanto improbable, a Kwai Chang Caine, un monje shaolín que viajaba por el salvaje oeste desfaciendo entuertos sin armas de fuego, buscando a su hermanastro Daniel y huyendo de los agentes de la justicia imperial china. Por su parte, las historias de Fu Manchú constituyen el ejemplo arquetípico de relatos de medio pelo que usaban y abusaban del llamado «peligro amarillo». El buen doctor era presentado como una suerte de Moriarty al que se oponían unos Sherlock Holmes y James Watson de baratillo como eran Sir Dennis Nayland Smith y su buen amigo Petrie. Se trata de unas obras de muy baja calidad, aún para los estándares de las publicaciones baratas que, además, han envejecido muy mal, pero que dejaron para la posteridad un arquetipo de villano en el que han bebido otros como la Garra Amarilla, el Mandarín o el magnificente Ming.
Con semejantes progenitores literarios, Shang Chi aparece como un luchador que detesta la violencia y que, rápidamente, reniega de sus orígenes -es el hijo de Fu Manchú- para abrazar la causa de unos atrotinados Nayland Smith y Petrie. Sin embargo, el personaje alcanzará la condición de clásico de culto cuando el guionista Doug Moench convierta sus andanzas en una suerte de franquicia de espionaje a lo 007 y convierta al enemigo principal del personaje en una especie de doctor No, dotándole de una dignidad, propia de los buenos némesis marvelianos, que rara vez tuvo en su versión original. La adición de artistas de la talla de Paul Gulacy, Mike Zeck o Gene Day dará al producto una narrativa cinematográfica que la hará pasar a la posteridad.
La colección se cerró, en el marco de aquellas trifulcas que solían presentarse en los días en los que Jim Shooter era el editor jefe de Marvel. La editorial perdió -o decidió no renovar- los derechos cedidos por los herederos de Rohmer. El personaje estuvo en un barbecho del que solamente le rescataban su guionista principal o autores nostálgicos y enciclopédicos como Carlos Pacheco. En su regreso, había perdido el bagaje del que traía causa, para convertirse en un maestro de artes marciales que, ora aquí, ora allá, intenta construir un nuevo trasfondo para su existencia, ahora que ya no es, ni parece que vuelva a ser, el hijo de Fu Manchú. El Shang Chi del cine no es el arquetipo de su etapa dorada, pero ésta no es, en modo alguno, recuperable o restituible. La versión cinematográfica marca un posible punto de partida que, evocando algunos aspectos del origen primigenio, se aleja notablemente de los tópicos inherentes al mismo. Veremos si, por este camino, el espíritu inherente al personaje puede crecer y avanzar, hasta ocupar un puesto de primera fila en el panteón de Marvel.
A estas alturas, resulta maravilloso ver la evolución que está teniendo el Universo Cinematográfico de Marvel. Lo que en la Fase 1 era un enfoque más o menos realista, deudor del Batman de Nolan, que en aquel momento demandaba la industria respecto de los productos superheroicos es hoy, sin lugar a dudas, un auténtico festival de luces y de colores en el que actualmente todo cabe. Quién nos habría dicho entonces, en aquel lejano 2008, que algún día veríamos una película de Shang Chi, personaje muy pero que muy menor en las viñetas, en un universo compartido que venía de derrotar al Titán Loco. Sin embargo, a veces la realidad supera a la ficción, y ya no estamos ante un MCU que busque explicar coherentemente el funcionamiento de la armadura de Tony Stark, o que por ejemplo convierta a Asgard en un planeta alienígena para no tener que explicar la condición divina de Thor.
En ese sentido, la salida en mitad de la Fase 2 de Ike Perlmutter de la división cinematográfica de Disney-Marvel se ha notado positivamente, y es que, una vez que Kevin Feige ha quedado solo a los mandos de la nave, tenemos ante nosotros un universo en el que, como en los cómics, cabe absolutamente todo. Si la fase 3, fue maravillosa por cerrar la gran Saga del Infinito y por experimentar ya con magia o tecnología imposible, la fase 4 está siendo la que se rinde ya del todo a la fantasía más absoluta con viajes en el tiempo, realidades paralelas televisivas, o con una película de artes marciales en el que la magia y la mitología china están presentes en todo momento.
Shang Chi es una película que en ese sentido va claramente de menos a más. Lo que comienza como un argumento de artes marciales y peleas más o menos verosímil, termina por convertirse en un viaje a otro mundo poblado por criaturas de leyenda, algunas de ellas malignas, que terminaran por invadir nuestro universo si no paramos los planes del villano. Mención especial a es Mandarín que no era tal que aquí vuelve a hacer acto de presencia, por supuesto al verdadero Mandarín cuyas motivaciones podemos compartir perfectamente, a ese Simu Liu que ha resultado ser toda una auténtica sorpresa para el MCU y, desde luego, a Katy.
Katy es el primer personaje femenino de Marvel Studios que, sin protagonizar la película o ser parte del grupo superheroico como tal, es un sidekick con voz propia, que no está sexualizada, que conecta perfectamente con el protagonista, y que además no lo hace a través de ser su interés romántico. El feminismo realiza aquí otra irrupción en Disney y de una forma que resulta muy agradecida para los espectadores, que pueden ver a una mujer en ese papel de acompañante del héroe que tantos hombres han interpretado antes que ellas y que no se entendía que no pudiera ser encarnado por mujeres.
Por otro lado, tampoco estamos ante una película de orígenes al uso. Y es que, cuando comienza, la película ya nos muestra a un Shang Chi que es un gran artista marcial por su entrenamiento previo, dejándosenos claro desde el principio quién es el villano y qué es lo que quiere. La película se quita muy pronto de encima esas obligadas presentaciones de trama y personajes para saltar en cuanto puede a los bajos fondos de China y, posteriormente, a esa fantasía desmedida e in crescendo que es la segunda mitad de la película.
Que se parezca o no a los cómics que adapta a mí, personalmente, me resulta completamente irrelevante. A estas alturas, con veinticinco películas pertenecientes al MCU, así como cuatro series, más las que vendrán, estamos ante un Universo Marvel Cinematográfico que lleva su primera palabra hasta el límite, conformando su propia historia a través de los personajes que crea. Hace ya tiempo que los homenajes y guiños son a otras películas pasadas y no a los cómics, a los cuales ya el MCU no necesita mirar tan de cerca como al principio.
Hemos venido a ver películas palomiteras, y a disfrutarlas, y eso lo sigue consiguiendo el MCU con creces, con una película en este caso, de la que nadie esperaba nada y que, como en su día ya lo hizo Guardianes de la Galaxia nos ha sorprendido a todos. Esta película marca un antes y un después respecto a lo que se puede mostrar en una película Marvel, respecto a que todo tiene ya cabida en este rico universo, y llegados a este punto, no me importaría nada ver en el cine a un Ka Zar, al clan de los Bloodstone, o incluso una película de Howard el Pato que le haga justicia al personaje. Hemos venido a jugar, y que me aspen si no nos lo estamos pasando bien.
La gran fiesta de fin de ciclo que supuso Vengadores: Endgame auguraba una resaca de proporciones épicas. Tras alcanzar cotas inimaginables tiempo atrás en el género superheroíco, Marvel Studios debía reinventarse utilizando de base una fórmula de sobra conocida. Sin embargo, La Casa de las Ideas no contaba con un contratiempo que afectó al conjunto del planeta. Como si de Thanos se tratara, el coronavirus puso en jaque a la población mundial consiguiendo que nos recluyésemos en casa y nuestras costumbres sociales se pusieran en barbecho. 2020 se convirtió en un solar colosal que nos empujó a revisitar producciones de sobra conocidas ante la falta de grandes estrenos. Con la pandemia aún presente, el cambio de año trajo consigo una planificación que prometía resarcirnos de la orfandad sufrida en los últimos meses. Buena parte de culpa la tuvo Disney +. La consolidación en la pequeña pantalla de la plataforma de Mickey Mouse ha posiblitado que el MCU se expanda a mayor velocidad. WandaVision, Falcon y el Soldado de invierno y Loki han sido pioneras en el nuevo formato episódico mientras que los largometrajes retornaban a salas de cine de manera tímida, entre un mar de restricciones y miedos.
Si hace un par de meses era una vieja conocida, Viuda Negra, quien por fin lucía protagonismo en una cina que, inevitablemente, estaba anclada en el pasado aunque con visos de enlazar acontecimientos futuros, el siguiente gran estreno marvelita suponía presentar a un nuevo personaje en territorio audiovisual. Todo un acontecimiento habida cuenta de que la última puesta de largo en pantalla grande tuvo lugar en marzo de 2019 con Capitana Marvel. Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos es la ambiciosa propuesta de Marvel por conquistar el gigante chino. Como no podía ser de otra forma, la pluralidad en el conjunto de franquicias cada vez es mayor, acorde con los tiempos que vivimos. Sin embargo, Marvel Studios se ha topado con una serie de obstáculos que hacen tambalear su estrategia en el país asiático. Una nueva Guerra Fría está servida y no es de extrañar este tipo de efecto colateral.
En cuanto a la película en sí, comentar que como presentación de personaje funciona a las mil maravillas pero que su encaje en el universo que conocemos resulta un poco más forzado. Cierto es que se han cuidado muy mucho de que activos importantes (Brie Larson, Mark Ruffalo o Benedict Wong) se dejen ver para encadenar la nueva pieza al engranaje, pero, por el momento, no atisbamos por dónde irán los tiros de cara a futuro.
El semidesconocido Simu Liu carga con el peso de la película a la espalda y sale airoso de ello. Sin gozar del carisma de otros actores del MCU, Liu impone su ley en las peleas cuerpo a cuerpo. Precisamente, las dos grandes escenas acción de la película (tanto la del autobús que tiene lugar en San Francisco, como la que acontece en el rascacielos de Macao) están ejecutadas de manera magistral y son sin duda los dos platos fuertes en la cinta dirigida por Destin Cretton. Tampoco se queda atrás el poético prólogo que sirve para contarnos la leyenda y presentarnos a los padres del protagonista. Tony Leung, actor fetiche del maravilloso Wong Kar-wai, encarna al villano torturado de la historia. Su danza con Fala Chen nos retrotrae al cine xianxia, subgénero del wuxia con la particularidad de que en su trama están incluídos elementos mágicos y mitológicos. Para terminar de conectar con ese pasado que a más de una generación abrió las puertas del cine oriental, la eterna Michelle Yeoh, dos décadas después de Tigre y dragón, retorna a un entorno que le es muy familiar.
Como en toda película Marvel que se precie, el humor no puede faltar. En Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, dos son los personajes que pugnan por llevarse las risas de la audiencia. Por un lado, de manera acertada, la también cantante Awkwafina (quien ya formó parte en grandes producciones como Ocean’s 8 y Jumanji: Siguiente nivel y que hará lo propio en la próxima versión en carne y hueso de La Sirenita) es el contrapunto perfecto del protagonista sin tener que caer (por el momento) en ningún tipo de interés romántico. Aunque en un primer momento pensemos que su Katy pueda llegar a saturar, nada más lejos de la verdad. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de Trevor Slattery. La broma ya cansa. Un talento del calibre de Ben Kingsley no merece ser utilizado de forma bufonesca e infantil. Su aparición, lejos de ser un cameo, se convierte en un compañero de viaje más en el último tercio de película. Totalmente innecesario.
Aunque la primera hora de metraje engancha con el espectador de manera instantánea, no podemos decir lo mismo del acto final. La calma antes de la tormenta que tiene lugar en Ta-Lo es excesivamente larga, rompiendo el ritmo del filme. Para cuando tiene lugar el enfrentamiento final (dragones incluídos), la temperatura ha descendido a niveles que es difícil remontar. La pirotecnia utilizada no está mal, pero, como suele ocurrir en estos casos, es del todo previsible. La falta de épica tampoco ayuda a que la primera cinta protagonizada por Shang-Chi haya tirado la puerta abajo a pesar de tener buenos mimbres. Para próximas entregas, agradecería que escenas de acción como las comentadas anteriormente fueran más numerosas. Entiendo que, en la mitología de la franquicia, también debe haber lugar para momentos de asueto que encaje con la riquísima cultura milenaria, pero no estaría de más que todo estuviese mejor equilibrado.
Es un hecho que éxitos como las dos entregas de Guardianes de la Galaxia, las de Ant-Man, Capitana Marvel o Doctor Strange confirmaron que Marvel Studios puede llevar a la pantalla grande cualquier personaje secundario o terciario dentro de la vida editorial de la Casa de las Ideas y conseguir el respaldo del público generalista. Con intención de rizar el rizo a este respecto Kevin Feige y sus colaboradores pusieron su mirada en Shang-Chi, “maestro del Kung-Fu”, el héroe creado en 1973 dentro de las páginas de Special Marvel Edition #15 por el guionista Steve Englehart y el dibujante Jim Starlin. alcanzando el cénit de su fama cuando Doug Moench y Paul Gulacy se hicieron con las riendas de sus aventuras.
Para llevar a imagen real las andanzas de Shang-Chi Disney y Marvel Studios contrataron los servicios de los guionistas Dave Callaham y Andrew Lanham que aunaron fuerzas con el director, Destin Cretton, para configurar la primera aventura en solitario del personaje. De dar vida al protagonista se encarga el actor chino-canadiense Simu Liu y de acompañarle Awkwafina (Jumanji: Siguiente Nivel), Tony Leung Chiu-Wai (Deseando Amar), Michelle Yeoh (Tigre y Dragón), Yuen Wah (Kung Fu Sión) o Florian Munteanu (Creed II). Tras su estreno el largometraje se consolidó como uno de los éxitos de taquilla más importantes del 2021, habiendo recaudado hasta el momento 365 millones de dólares, números nada desdeñables teniendo en cuenta el efecto post pandemia.
Vaya por delante lo evidente y es que Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos tiene del Shang-Chi de los cómics sólo el título. Podríamos afirmar que algo hay de la esencia de la versión más contemporánea que Marvel ha dado del personaje, pero ni así estaríamos ciñéndonos fielmente a la realidad. De esta manera podemos descontar que quede en esta adaptación un sólo resquicio de aquel Shang-Chi de los 70 que nació como una mezcla entre Bruce Lee y James Bond, embarcándose en historias de espionaje de pulp que en el film de Destin Cretton brillan por su ausencia. Lo que debería haber sido una especie de variante de la clásica Operación Dragón (Enter the Dragon, Robert Clouse, 1973) para asemejarse a lo acontecido en las viñetas, toma en esta producción de 2021 una senda muy diferente a la hora de presentarnos a su protagonista.
El prólogo de la obra, a modo de declaración de principios, lo deja claro de manera prematura. Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos va a construir su base argumental y conceptual sobre una mezcla entre el subgénero wuxia, el cine de artes marciales hongkonés y la aventura épica con reminiscencias incluso a la filmografía del japonés Hayao Miyazaki. Siendo conscientes de estas cuantiosas licencias con respecto al material original al espectador sólo le queda rechazar de pleno la propuesta por no ser este el producto que buscaba, o asumir la decisión por parte de sus responsables de no sólo alejarse totalmente de los cómics, sino de llegar incluso en ocasiones a hacer mofa de ese infidelidad o de incluso burlarse de las controvertidas elecciones tomadas en la muy recuperable Iron Man 3.
En honor a la verdad muchos de los conceptos que cimentaron el microcosmos de Shang-Chi en el arte secuencial se encuentran en esta adaptación, pero son utilizados como meros recursos por Destin Cretton y sus colaboradores para enriquecer el relato sin pararse a pensar si respetan el lore indivisible a su vida editorial. Porque Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos, aunque diferente en su exterior, es un producto 100% UCM y sigue los preceptos establecidos por la maquinaria que lo compone. De manera que los 132 minutos que conforman el proyecto basculan entre la acción frenética, el humor ligero y las dinámicas entre unos personajes arquetípicos, pero lo suficientemente perfilados como para que podamos empatizar con su situación y llegar a preocuparnos por su integridad física o psicológica.
Es ineludible que la mayor virtud de una producción como Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos son sus espectaculares escenas de acción. No vamos a volver a incidir en el tema de que los verdaderos responsables de los pasajes más físicos de las películas de Marvel Studios en particular, y de los blockbusters hollywoodienses en general, son los directores de segunda unidad, pero sí conviene mencionar que el film de Destin Cretton contó con la presencia de Andy Cheng y el fallecido Brad Allan, habituales colaboradores de Jackie Chan, como coordinadores de dichas secuencias y eso se nota en pantalla. Desde el combate del prólogo, pasando por la secuencia del autobús o la batalla campal que cierra el film conforman una sesión continua de elaborada violencia inocua tan fruiciosa como bien ejecutada.
No se puede hablar de las secuencias de acción y las potentes coreografías de artes marciales sin mencionar la enorme labor delante de las cámaras de Simu Liu. Una vez más debemos asumir que nada tiene que ver su fisionomía o personalidad con el Shang-Chi clásico, pero es un hecho ineludible que sus aptitudes para protagonizar pasajes físicos son de alto nivel gracias a su pasado como especialista en escenas de riesgo. Por suerte sus capacidades van más allá de sus conocimientos de Kung-Fu, concretamente el wushu y el shaolin, ya que el carisma, la sorna y un aire canalla le sirven para conjugar un personaje principal que se gana el favor del público desde los primeros minutos de metraje.
Dentro del reparto de secundarios destacan, como era de esperar, dos iconos del cine chino como son Tony Leung Chiu-Way y Michelle Yeoh, ambos protagonistas de clásicos internacionales a manos de directores de primer nivel como Wong Kar-Wai o Ange Lee, pero curtidos en su juventud en el cine de acción hongkones. El primero da vida a una versión muy particular del Mandarín, insuflando elegancia y rotundidad a un personaje que escapa del perfil simplista de la mayoría de los villanos del UCM. Ella en cambio acomete con mucha convicción a un rol secundario muy cercano a los que interpretó en trabajos como Tigre y Dragón. Muy reseñable también una divertidísima Awkwafina como peculiar sidekick del protagonista. El resto de actores cumplen sobradamente y sirven de apoyo a los principales sin destacar en manera alguna más allá de sus capacidades físicas.
Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos es una película no apta para los fans de la rama más dura del personaje de Marvel Comics. Kevin Feige y su equipo han moldeado a su gusto la creación de Steven Englehart y Jim Starlin para adaptarla al gran público alejándose de su idiosincrasia primigenia, pero visto el resultado la operación ha resultado un éxito. Acción, humor, fantasía, pequeños apuntes de drama y un par de escenas post créditos que allanan el terreno no sólo para lo que está por venir en la Fase 4 del Universo Cinematográfico Marvel, sino para una secuela de la obra que nos ocupa casi confirmada después del buen recibimiento a lo largo y ancho de la cartelera internacional. Esta primera entrega ha sido lo suficientemente entretenida como para esperar con ganas una continuación, en cambio pedir un poco más de fidelidad a los tebeos que convirtieron al personaje en un icono de las viñetas suponemos que sería mucho pedir.
La opinión que voy a poner en esta entrada conjunta lo es desde el punto de vista de un simple espectador. Dicho esto, comienzo con mi opinión.
Me he visto en la urgente necesidad de hacer mi pequeña aportación a esta valoración, dada la gran decepción que me ha supuesto esta película. Fui a verla muy motivado. Fui un domingo de tarde noche, descansado y con mis amigos. El entorno y el contexto era muy favorable. A pesar de ello salí muy disgustado.
¿Por qué quedé insatisfecho con Shang-Chi? Muchas razones. En primer lugar, me estoy cansando muchísimo de ese humor cargante impregnado en las películas de Marvel. El personaje de Katy es insufrible. Hay momentos en los que deseo que por favor se quede en su casa y deje al protagonista dar tollinas tranquilamente. El humor ridículo es anticlimático en muchos momentos.
En segundo lugar, es un producto para introducirse en el mercado asiático. Lo políticamente correcto impera en la película. ¿Qué quiero decir con esto? No solo no se quedaron satisfechos con el daño que se le hizo a El Mandarín en Iron Man 3 sino que aquí nos presentan un villano que no lo es, y solo porque está mal visto que sea asiático. Vamos a ver, partiendo de la base de que el padre de Shang-Chi no es El Mandarín me puede valer “pulpo como animal de compañía” pero, “colocan” un actor que no transmite nada de nada, e intentan que el villano de pena (una historia de amor forzada y sin sentido que justifica los medios). Si ya se cargaron al villano de Iron Man en la meritada película, aquí lo hunden en la miseria. Falta nuevamente un gran villano en esta entrega. Seguidamente y estrechamente relacionado con ésto, alucino con la aparición de Ben Kingsley, y lo humillante (que no es gracioso, y lo digo de corazón) de su rol e interpretación hablando a una criatura que no sabemos dónde tiene el culo y la cara. Perdonad el tono, pero es que mi enfado va subiendo cada línea que escribo y con cada recuerdo. Para mayor escarnio se nos dice que es ridículo llamar a este personaje El Mandarín (hombre tiene su lógica si queremos hacer un lavado de cara y en el contexto actual). Lo puedo entender, de verdad, es una creación hija de su tiempo, pero es innecesario, porque llama a su creador de manera indirecta “estúpido”. Estoy hablando de Stan Lee y Don Heck. Vamos a dejar este tema y sigo adelante.
En tercer lugar, la película que comienza super bien, con unas escenas de artes marciales dignas del mejor Jackie Chan deriva en una locura de abuso de efectos especiales de una calidad bastante mediocre. Mis retinas están doloridas con esa versión de la Abominación que chirría no en su diseño sino más bien su calidad como efecto especial. De ahí hasta el infinito con ese final donde las criaturas se ven a la legua que son diseños digitales (que lo sabemos, pero leñe que se pueden esforzar más). La entrada en el mundo de los Pokemon es insufrible, y rompe definitivamente el clímax de una película que hubiese sido mucho mejor en un entorno propio del personaje: espionaje, artes marciales….
En cuarto lugar, el protagonista. ¡Madre mía, que personaje más insulso! No consigue ni siquiera dar pena por la infancia que tuvo. Lo rematan con esa desinhibición que se supone que debe imperar con su deseo de irse de juerga con Katy. En serio, por favor, un poquito de lectura del personaje, para dejarnos de chorradas. Mira que soy laxo con las adaptaciones cinematográficas porque entiendo que es imposible y tampoco me quita el sueño, pero el karaoke me ha matado.
En quinto lugar, el final. De repente pasamos de la Liga de los Asesinos y luchas de artes marciales a un enfrentamiento de Kaijus. Sin olvidar, claro está, del manido uso de las batallas entre buenos y malos y la pertinente destrucción de la estrella de la muerte. No meto el dedo en la llaga con los créditos finales (que ya cansan también) y en especial el segundo, por no desviar la atención.
Un gran disgusto, de verdad. Si mezclas Tigre y Dragón, Dragon Ball, Pokemon, Godzilla y los Supercamorristas sale lo que sale. Sinceramente, y puede que vaya contracorriente, creo que Marvel debió parar con Endgame, dejando el pabellón alto. Ahora, y desde esa entrega todo es cuesta abajo. No soy exigente con el cine, en serio, soy muy simple, pero lo que me está ofreciendo Disney es a todas luces un claro pacto con Mefisto para sacar dinero a costa de mi corazoncito y el de muchos fans, y de paso ampliar mercado pisando mi ilusión. Siento ser así, y parecerá que he visto otra película, pero sinceramente me ponen en la mesa a elegir y me quedo con Jungle Cruise sin dudarlo como película Disney del año. Ya lo he dicho y mi alma descansa en paz.
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