Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Venom: Habrá Matanza, de Andy Serkis

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Dirección: Andy Serkis.
Guión: Kelly Marcel y Tom Hardy (Cómic: Todd McFarlane, David Michelinie, Mark Bagley y Erik Larsen).
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Robert Richardson.
Reparto: Tom Hardy, Michelle Williams, Woody Harrelson, Naomie Harris, Stephen Graham, Reid Scott, Peggy Lu, Alfredo Tavares, Amber Sienna, Sean Delaney, Jeff Redlick, Laurence Spellman, Ed Kear, Obie Matthew, Otis Winston, William W. Barbour, Michelle Greenidge, Andrew Koponen, Rodrig Andrisan, Cabran E. Chamberlain.
Duración: 97 minutos.
Productora: Sony Pictures Entertainment, Marvel Entertainment, Pascal Pictures y Tencent Pictures.
Nacionalidad: Estados Unidos.

Aviso de Spoilers: La crítica que sigue a continuación está libre de detalles argumentales y spoilers de Venom: Habrá Matanza, por lo que si pensabas que leyendo esta entrada podrías ahorrarte la entrada de cine has equivocado el tiro.

“Los dos necesitan terapia de pareja.”

Las películas de superhéroes no son propiedad exclusiva de los aficionados a los cómics. Esta es una afirmación obvia, pero que se confirma crudamente cuando nos topamos ante éxitos como la primera entrega de Venom protagonizada por Tom Hardy. La producción fue vilipendiada en su momento por la crítica, pero el público se volcó con ella haciendo que la cinta se embolsase durante su andadura en las salas de cine una taquilla de más de 846 millones de dólares. Está claro que la relación del personaje con las historias de Spider-man, la condición de antihéroe de Eddie Brock y su posible relación con el universo cinematográfico de Marvel Studios, fue un aliciente para muchos espectadores para ir a verla (aunque Sony había desvinculado a esta franquicia de ese carrusel). Por lo tanto, confirmamos también que no se trata de la calidad del producto ni de su posible apego a las viñetas, sino de lo estimulante que resulte la propuesta de cara al gran público. Nuestro redactor y experto en vida alienígena Juan Luis Daza resumió en su día esta película dirigida por Ruben Fleischer como “una producción fallida, hipertrófica y notablemente ajena al espíritu de los cómics en los que se inspira” con la que Sony “no ha querido o sabido hacer una buena adaptación del personaje al medio cinematográfico entregándose a la ley del mínimo esfuerzo.”

En este punto, hablar de la secuela de esta producción podría haber sido tan sencillo como copiar y pegar de manera íntegra la crítica de la primera entrega de esta franquicia realizada por mi compañero hace unos años. La mayoría de elementos que se ponen en juego en esta secuela son los mismos que encontramos en su predecesora, así como sus diversos problemas y sus escasos puntos fuertes. Si no te gustó la primera encarnación en solitario de Venom en la gran pantalla no esperes en su secuela un cambio de rasante porque es la misma premisa elevada al cuadrado. Si no tenéis estómago para estas cosas no vayáis al cine, mirad por Internet la escena postcréditos con la que cierra esta Venom: Habrá Matanza y ya está. El tiempo libre que habéis ganado lo podéis dedicar a leer, podar bonsáis, cultivar vuestra pasión por la pintura y/o ver buen cine (aunque sea en Netflix). Eso evitará que salgáis soliviantados de la sala de cine y vuestro estado de ánimo afecte a vuestras relaciones personales.

Si has llegado hasta aquí es porque te gustan las emociones fuertes, así que ahondaremos algo más en lo que te puede ofrecer Venom: Habrá Matanza (Venom: Let There Be Carnage en el título original). Una película que mantiene en su papel protagonista a Tom Hardy. Un actor que no podemos decir que no nos parezca ideal para el papel, salvo por el hecho de que -de alguna manera- los responsables de esta saga se han encargado de escondernos cualquier rastro de su talento. Hardy naufraga en una producción donde el tono de la misma no le permite brillar y le convierte en un émulo de Jim Carrey en La Máscara. Porque la estrella no es él, es el simbionte. En ese sentido, esta saga no es muy diferente a adaptaciones a imagen real como Garfield, Alvin y las Ardillas y Los Pitufos. Pese a todo, Hardy se siente cómodo en este papel y esto lo demuestra el hecho de que haya colaborado en el desarrollo de la historia y el guion de la secuela. El británico -como buen actor del método- ha llegado a la conclusión después de rodar la primera parte que nadie mejor que él puede entender al personaje.

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En el reparto también repiten Michelle Williams, recuperando el rol de Anne Weying, interés amoroso de Eddie Brock; Reid Scott en su papel de Dan Lewis, la pareja actual de Anne; Stephen Graham que recupera a su detective Patrick Mulligan; y, por último, Peggy Lu que se reincorpora como Mrs. Chen, la tendera y suministradora de chocolate de Venom. Todos ellos regresan a sus intrascendentes, rutinarios y planísimos personajes. Si tenían algún interés en la primera parte lo pierden ante la novedad que supone la introducción de los villanos de esta segunda función: el esperado Matanza y Shriek. El primero ya había sido anunciado en la primera película en una escena postcréditos espeluznante, pero no por la introducción del excesivo y sangriento Cletus Cassidy sino por el peluquín que le habían puesto a Woody Harrelson de cara a caracterizar al personaje (por suerte, han dado marcha atrás en este tema). Por su lado, Shriek -también procedente de los cómics- está interpretada por Naomie Harris y junto a Harrelson definen una relación que en ciertos pasajes funciona como un guiño/actualización en clave “super psycho killer” de Asesinos natos, filme en el que el segundo colaboró en 1994 de la mano de Oliver Stone.

En relación a la producción en sí misma el gran cambio lo tenemos en el asiento del director. El responsable de la primera parte Ruben Fleischer (Zombieland) cede su puesto al británico Andy Serkis. Todos lo conocemos por su experiencia en papeles con captura de movimiento y animación como el pionero Gollum de El Señor de los Anillos, el César de la franquicia moderna de El planeta de los simios y el King Kong de Peter Jackson. También ha encarnado en el universo cinematográfico de Marvel Studios al villano Ulysses Klaue en Black Panther. Por eso llama la atención que en este caso no esté ligado a esta producción en calidad de simbionte, sino de maestro de ceremonias como director que ya ha hecho sus pinitos -con escasa fortuna- en producciones como Mowgli: La leyenda de la selva y Una razón para vivir. En términos de resultado, la presencia de Serkis no supone una gran diferencia respecto al trabajo anteriormente realizado por Fleischer, salvo por el hecho de encontrarnos ante una película más excesiva (cosa que es más achacable a la deriva consustancial a cualquier secuela).

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En la cinta original el guion corría a cargo de Scott Rosenberg, Jeff Pinkner y Kelly Marcel. En la secuela solo repite esta última -también responsable de Cincuenta sombras de Grey y la más reciente Cruella– con las aportaciones ya comentadas del propio Tom Hardy. Esto hace que la historia continue exactamente donde habíamos dejado a Eddie Brock en la primera película: compuesto y sin novia, pero con simbionte. La primera entrega tenía un extravagante tono de comedia romántica, algo que no desaparece del todo en su segunda parte pero que se subraya más en el contraste de parejas aquí presente: la posible relación de Eddie y Anne, la de Eddie y el simbionte y la de Matanza y Shriek. Ninguna de ellas se siente real y humana, pero puede que sea difícil conseguir esto entre toda la pirotecnia que nos propone Serkis. No obstante, es la acción lo que esperamos en una producción de este tipo y en ese sentido la propuesta cumple con todo un espectáculo digno de los cómics de los noventa.

Los efectos especiales siguen dando la sensación de ser de ese tipo que dentro de unos años nos darán ganas de arrancarnos los ojos. No hay una gran evolución en ese sentido y por la dinámica del personaje y sus limitaciones, y por muy esperada que sea la introducción de Matanza, se siente que su presencia es en parte la repetición de la jugada que ya vimos en la primera parte donde Venom se enfrentaba a Riot. Si el carisma de Woody Harrelson y la ensalada de toñinas que propone Venom: Habrá Matanza son suficientes para amortizar el pago de la entrada es una cuestión que cada espectador tendrá que evaluar a su debido momento. Si podríamos aventurar que el Cletus Cassidy de Harrelson es más fiel a la filosofía de su sosias en los cómics de lo que resulta serlo el Venom -al menos el de sus primeras historias- encarnado por Tom Hardy. Para señalar el nivel de psicopatía aumentado en la secuela la banda sonora corre a cargo de Marco Beltrami, veterano que ha colaborado en numerosas películas del género de terror como Mimic, The Faculty y La mujer de negro.

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Pero no os dejéis engañar por este detalle, Venom: Habrá Matanza está lejos -por supuesto- de ser una película de terror ni de tener pasajes realmente inquietantes. La caracterización chistosa de Venom se encarga de que cualquier mal rollo quede fuera de la sala de cine. Si es una película no recomendada para menores de 13 años es por intentar evitar males mayores y que los más pequeños crezcan con recuerdos que podrían perjudicar seriamente su desarrollo, pero en la práctica estamos ante una película tan blanca como cualquier de las producidas por Marvel Studios. Sus niveles de violencia son los mismos y las escenas más truculentas apenas son insinuadas y están totalmente carentes de casquería. Pero le pones unos dientes y una lengua kilométrica a un personaje… ¡y magia! Es una película oscura y adulta. ¡Pues va a ser que no! Precisamente aquí radica el problema de esta producción y es el tono superficial y ridículo adoptado ya por su predecesora y llevado al paroxismo en esta secuela.

Si crees que Marvel Studios abusa del humor en sus productos espera a ver Venom: Habrá Matanza. Una cinta que parece más una nueva entrega de Scary Movie o un remake de Colega, ¿dónde está mi coche? que una película de superhéroes y/o antihéroes al uso. Es este el punto -y no los cambios en la génesis del personaje- lo que realmente convierte a esta franquicia fallida e hipertrófica, por utilizar los mismo adjetivos que mi compañero Juan Luis Daza utilizó hace ahora tres años a propósito del estreno de Venom. Los chistes son constantes y sonrojantes, no hay un alivio en ese sentido y Venom, y por ende Tom Hardy, son poco más que una mofa que ni siquiera sabe cómo definirse. Por ello, la película recurre al concepto de “protector letal” para autodefinir a Venom, el mismo que en su día acuñó David Michelinie como título para la primera aventura en solitario del personaje.

En lo positivo, cabe mencionar algunos guiños para ojos cultivados y que inevitablemente pueden hacer esbozar una sonrisa al aficionado. Estos se relacionan tanto con el propio Venom como con el universo arácnido del que hasta ahora esta franquicia poco realmente ha rescatado. Basta recordar que Venom ni siquiera luce el símbolo de la araña en su piel, cosa que por otro lado tiene sentido si tenemos en cuenta que Peter Parker no ha tenido nada que ver en su génesis. También merece un visionado la manera en la que la producción nos narra la historia de Cletus Cassady, apelando al mundo del cómic y la animación. Es un recurso que tampoco es novedoso a estas alturas, pero rompe con el tono del resto del filme y eso siempre es positivo. Por lo demás, y por si todavía no ha quedado claro, solo es recomendable ver Venom: Habrá Mantaza con el encefalograma plano. Como si un simbionte se hubiese comido tus sesos. En caso contrario, mejor ni lo intentes.

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