Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Sin tiempo para morir
Dirección: Cary Joji Fukunaga.
Guion: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga, Phoebe Waller-Bridge..
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Linus Sandgren.
Reparto: Daniel Craig, Rami Malek, Léa Seydoux, Lashana Lynch, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Ana de Armas, Christoph Waltz, Ben Whishaw, Jeffrey Wright, Rory Kinnear, Dali Benssalah, Billy Magnussen, David Dencik, Julian Ferro, Toby Sauerback, Ty Hurley, Paul O’Kelly, Lampros Kalfuntzos, Ahmed Bakare.
Duración: 163 minutos.
Productora: Danjaq, EON Productions, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Universal Pictures.
Nacionalidad: Reino Unido.
“Hoy es difícil distinguir al bueno del malo, al villano del héroe.”
“Antes podíamos ver al enemigo, ahora solo flotan en el aire.”
Sin tiempo que perder. En plena temporada de setas, los grandes estrenos empiezan a brotar. La normalidad se muestra tímida tras meses y meses viviendo una distopía. Tenet, Wonder Woman 1984, Viuda Negra… desde que comenzó la pandemia, los grandes títulos habían aparecido a cuentagotas en carteleras. La vacunación fue la solución. A la vuelta de las vacaciones veraniegas las llegadas de Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos, Dune y Sin tiempo para morir han ido sucediéndose casi consecutivamente para afianzar la nueva tendencia. Con total seguridad, si el dichoso coronavirus nunca hubiese aparecido, los resultados en taquilla serían bien diferentes. Sin embargo, la realidad es la que es y el último servicio de Daniel Craig como el más célebre agente secreto de todos los tiempos ha sido realizado en un contexto de amenaza global, más propio de la franquicia 007 que del mundo real.
Corría el año 2006 cuando James Bond cambió de rostro por última vez. Pierce Brosnan había sido el predecesor de Craig y, aunque de manera casi unánime, todo el mundo tuvo una opinión favorable con su elección, lo cierto es que la franquicia iba a la deriva. Los claros síntomas de agotamiento mostrados en películas anteriores tuvieron su colofón en Muere otro día. 007 necesitaba un giro de 180 grados tras más de cuatro décadas jugando las mismas cartas. Casino Royale fue ese necesario soplo de aire fresco y supuso la primera piedra de la construcción en la nueva etapa Craig. Una fase que ha destacado por su continuidad, como si de una serie televisiva se tratase, contando con un total de cinco largometrajes que han hecho las veces de episodios.
A lo largo de estos quince años se ha puesto más empeño que nunca en romper la unidimensionalidad del protagonista. Bond seguía teniendo sus tics propios pero, más allá de sus magníficas aptitudes, el espía al servicio de su majestad se ha mostrado tremendamente vulnerable. Bond funcionaba a modo de superhéroe y pedía a gritos un baño terrenal. Como si el mismísimo Q se hubiese puesto con ello, a 007 le añadieron varias capas de profundidad, atreviéndose hasta con su origen (Skyfall) y su despedida (Sin tiempo para morir).
Sabíamos que con la quinta cinta de Daniel Craig, el actor nacido en Chester se pondría el smoking por última vez. A diferencia de antaño, las piedras que cargaba en la mochila resultaban harto pesadas. El Bond de Craig es, en realidad, un personaje trágico. Tras una coraza esculpida en granito se encuentra un hombre que ha conocido el dolor en todas sus vertientes. Cuando pierde, huye, se escapa y aísla para que el silencio se lleve sus demonios. No lo consigue. “Para tener un futuro hay que romper con el pasado” se nos reitera en el primer acto de Sin tiempo para morir. Toda una declaración de intenciones magníficamente ambientada en la noche de San Giovanni (San Juan). Quememos lo antiguo y, como el ave Fénix, resurjamos de nuestras cenizas más fuertes que nunca. La Bella Italia es, una vez más, escenario perfecto para que el agente del MI6 tenga la secuencia de acción más espectacular de toda la película y que ya pudimos atisbar en el tráiler. Por supuesto, no será este el único enclave paradisiaco que nos encontraremos en Sin tiempo para morir. Como es habitual en la franquicia, las localizaciones son un atractivo más a tener en cuenta. Jamaica (donde Ian Fleming, padre de la criatura, vio dar sus primeros pasos), Cuba o Noruega comparten protagonismo con la siempre presente Londres. Sin tiempo para morir vuelve a poner de manifiesto que la franquicia 007 ocupa puestos de privilegio en el género de acción.
Ya hemos dicho que Sin tiempo para morir cierra una etapa por lo que, inevitablemente, otra se abre. Es por esto que, como si del juego de las palabras encadenadas se tratara, los rostros conocidos se funden con los nuevos. Una de las señas de identidad en esta última fase de 007 ha sido, sin duda, su excelso reparto. En el MI6, Craig ha estado magníficamente acompañado de Ralph Fiennes, Ben Wishaw, Naomie Harris y Rory Kinnear. Como ya ocurriera en 2006, toca cambio de ciclo. Craig cede el testigo y lo toma con fuerza Lashana Lynch. Una decisión controvertida que levanta ampollas entre el público más conservador y al que la propia película parece dirigirse con ese “escuece, ¿verdad?”. Los tiempos están cambiando, 007 no es más que un número y quién lo interprete no debe fijarlo su género, raza o condición sexual. Cambiar todo, para que nada cambie. O lo que viene a ser lo mismo, hacer una renovación, pero manteniendo el espectáculo. Teniendo en cuenta que Rami Malek (Bohemian Rhapsody) también forma parte del reparto… show must go on.
Dos han sido los grandes amores de Bond en esta etapa: Vesper Lynd (Eva Green) y Madeleine (Léa Seydoux). Precisamente, el personaje a quien da vida la actriz francesa se antoja fundamental en el destino final de Bond. Ello no es óbice para que 007 haya coqueteado con otras mujeres pero, a diferencia de lo que ocurría en entregas anteriores de manera matemática, en Sin tiempo para morir Craig ha visto en un par de ocasiones como la fiesta no ha tenido final feliz. Como diría Austin Powers, es posible que haya perdido su mojo. Bromas al margen, lo que está claro es que 007 siempre será un personaje atractiv@, aunque no por ello debe de ser irresistible. Ana de Armas hace honor a su apellido y, como ya ocurriera en Blade Runner 2049 y Puñales en la espalda, su sola presencia engulle todo lo que hay a su alrededor. Una pena que su participación sea tan escueta. La actriz nacida en Cuba llegó para quedarse. En sus próximos trabajos estará a las órdenes de Andrew Dominik, Adrian Lyne y los hermanos Russo. Hollywood es suyo.
Si ha habido una organización que ha puesto en jaque al Bond de Daniel Craig, esa ha sido Spectra. A pesar de lo que pudiera parecer, veremos como en un abrir y cerrar de ojos su castillo de naipes se viene abajo. Siempre hay un pez más grande, aunque ese pez lleve el nombre de Christoph Waltz. El Coronel Hans Landa de Malditos bastardos forma junto a Mads Mikkelsen (casi nada lo del ojo -sangrante-), Javier Bardem y el citado Malek el póker antagonista al que Craig ha tenido que hacer frente en los tres últimos lustros. Todos ellos con alguna tara física, como mandan los cánones de la tiranía. Si algo se puede achacar a Sin tiempo para morir es que cumple con (casi) todos los estándares de la saga. El megalomaníaco Lyutsifer Safin no entrará en el olimpo de grandes villanos Bond a pesar de contar con una de las mejores armas que se recuerde y con todo un ganador del Oscar en su interpretación. Si bien Malek ha demostrado con solvencia en Mr. Robot que puede dar vida a un personaje con serios trastornos mentales, da la impresión de que no han sabido dar con la tecla para construir a un elemento tan poderoso. A Safin le falta carisma y todo su entramado es, en exceso, arquetípico. Oportunidad perdida.
Cary Joji Fukunaga debuta en la franquicia sucediendo detrás de las cámaras a Martin Campbell, Marc Foster y Sam Mendes (este último por partida doble). El cineasta californiano se hizo un nombre gracias a la dirección de la primera temporada de True Detective pero lo cierto es que su carrera no ha acabado de despegar como se esperaba. Su fallido acercamiento a It (finalmente dirigida por Andy Muschietti) y la descafeinada miniserie Maniac, que rodó para Netflix, frenaron su progresión. Coincidiendo con la despedida de Daniel Craig, Fukunaga está a la altura de las circunstancias realizando un trabajo notable fantásticamente rodeado de nombres de primer nivel. Phoebe Waller-Bridge (creadora de Fleabag o Killing Eve) formó parte del equipo de guionistas mientras que el omnipresente Hans Zimmer hizo lo propio con la potente banda sonora. En esta ocasión, el tema principal corre a cargo de Billie Eilish que se une a una playlist inabarcable, la cual está compuesta por gente como Adele, Nancy Sinatra, Moby, Tina Turner o Chris Cornell. No podemos dejar en el olvido al camarógrafo sueco Linus Sandgren (La La Land) cuya fotografía es impecable en todo momento.
Cuando todavía no hemos acabado de superar la pandemia y los conspiracionistas continúan elaborando teorías sobre el origen del virus, ver en pantalla una amenaza tan letal, creada en laboratorio, consigue helar la sangre. El veneno es un elemento recurrente en la franquicia Bond y en Sin tiempo para morir cobra especial importancia. No hay antídoto que valga. Los homenajes son una constante en una película agradecida con el pasado pero que mira con optimismo al futuro. El rey ha muerto, viva la reina. Las costumbres obsoletas han de ser cambiadas respetando el nuevo legado. Si a comienzos de siglo nos hubieran dicho que una película de James Bond nos haría llorar, nos habríamos reído a mandíbula batiente. El mito se hizo humano. La franquicia trascendió. El mundo ha cambiado pero sigue necesitando a 007 en las salas de cine.
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